DE UN CASO ADMIRABLE QUE ACAECIÓ EN EL COZCO

El segundo suceso es el que veremos bien extraño, que pasó en el Cozco en aquellos años, después de la guerra de Francisco Hernández Girón, que por habérmelo mandado algunas personas graves y religiosas que me habían oído contarlo, y por haberme dicho que será en servicio de la Santa Madre Iglesia Romana, madre y señora nuestra, dejarlo escrito en el discurso de nuestra historia, me pareció que yo como hijo, aunque indigno, de tal madre, estaba obligado a obedecerles y dar cuenta del caso, que es el que se sigue.

Ocho o nueve años antes de lo que se ha referido, se celebraba cada año en el Cozco la fiesta del divino San Marcos, como podían los moradores de aquella ciudad. Salía la procesión del convento del bienaventurado Santo Domingo, que, como atrás dijimos, se fundó en la casa y templo que era del Sol en aquella gentilidad antes que el Evangelio llegara a aquella ciudad. Del convento iba la procesión a una ermita que está junto a las casas que fueron de don Cristóbal Paullu, Inca. Un clérigo, sacerdote antiguo en la tierra, que se decía el padre Porras, devoto del bienaventurado Evangelista, queriendo solemnizar su fiesta, llevaba cada año un toro manso en la procesión, cargado de guirnaldas de muchas maneras de flores. Yendo ambos cabildos, eclesiástico y seglar, con toda la demás ciudad, el año de quinientos y cincuenta y seis, iba el toro en medio de toda la gente, tan manso como un cordero, y así fue y vino con la procesión. Cuando llegaron de vuelta al convento (porque no cabía toda la gente en la iglesia), hicieron calle los indios y la demás gente común en la plaza que está antes del templo. Los españoles entraron dentro haciendo calle desde la puerta hasta la capilla mayor. El toro, que iba poco adelante de los sacerdotes, habiendo entrado tres o cuatro pasos del umbral de la iglesia tan manso como se ha dicho, bajó la cabeza, y con una de sus armas asió por la horcajadura a un español que se decía Fulano de Salazar, y levantándolo en alto lo echó por cima de sus espaldas y dio con él en una de las puertas de la iglesia, y de allí cayó fuera de ella, sin más daño de su persona. La gente se alborotó con la novedad del toro, huyendo a todas partes; mas él quedó tan manso como había ido y venido en toda la procesión, y así llegó hasta la capilla mayor. La ciudad se admiró del caso, e imaginando que no podía ser sin misterio, procuró con diligencia saber la causa. Halló que seis o siete meses antes, en cierto pleito o pendencia que el Salazar tuvo con un eclesiástico, había incurrido en descomunión, y que él, por parecerle que no era menester, no se había absuelto de la descomunión. Entonces se absolvió y quedó escarmentado para no caer en semejante yerro. Yo estaba entonces en aquella ciudad, y me hallé presente al hecho; vi la procesión y después oí el cuento a los que lo contaban mejor y más largamente referido que lo hemos relatado.