EL VALOR DE LAS COSAS COMUNES ANTES DE GANAR EL PERÚ

De las cosas comunes diremos en particular solas tres, que bastarán para que sean testigos de lo que vamos probando, y no diré más, por que se excuse la prolijidad que causarían los innumerables que deste jaez pudiéramos decir. El primer testigo sea que una dehesa que hoy es mayorazgo de los buenos de Extremadura, en la ciudad de Trujillo, que vale cada año más de ocho mil ducados de renta, la compraron los antecesores de los que hoy la poseen en doscientos mil maravedíes de principal, y esto fue poco antes que se ganara el Perú. El segundo testigo sea que en esta ciudad de Córdoba, un hombre noble que falleció en ella pocos años antes que se descubrieran las Indias, en su testamento, entre otras cosas, manda que se haga cierta fiesta a Nuestra Señora, y que la misa sea cantada, y que predigue a ella un religioso de la orden del divino San Francisco, y que se le dé de limosna para que coma aquel día el convento treinta maravedíes. La renta de las posesiones que para esta obra pía y para otras dejó mandadas valía entonces cuatrocientos y cincuenta maravedíes. Los cofrades de aquella fiesta, que son los escribanos reales, viendo lo mucho que la renta ha crecido, dan de limosna al convento (de más de cincuenta años a esta parte) cantidad de veinte a treinta ducados, subiendo unos años al número mayor, y otros bajando al número menor; y ha habido año de dar cuarenta escudos en oro, que son diez y seis mil maravedíes, en lugar de los treinta maravedíes que el testador mandó; porque ha crecido tanto la renta, que este año de mil y seiscientos y seis rentan las posesiones en dinero y en dádivas más de novecientos ducados. El testigo tercero sea, que en la ciudad de Badajoz, naturaleza de mi padre, hay cuatro mayorazgos, entre otros muchos que allí hay, los cuales fundó después de viuda una mujer noble en cuatro hijos, la cual fue señora de una villa cercada con siete leguas de término, y de muchas dehesas muy buenas. La villa le quitó el rey Enrique Tercero, por el buen gobierno, a título de que por ser mujer y haber guerras entonces entre Portugal y Castilla, y estar la villa cerca de la raya, no podría defenderla; diole en juro perpetuo cuarenta y cinco mil maravedíes diole en juro perpetuo cuarenta y cinco mil maravedíes de renta, que en aquel tiempo rentaba la villa. Habrá sesenta años que se vendió en ciento y veinte mil ducados, y hoy vale más de trescientos mil. Dirá el que ahora la pose con título de señor lo que vale de renta, que yo no lo sé. Aquella señora dejó este juro al hijo mayor por mejorarle, y a los otros tres dejó a cuatro y a cinco mil maravedíes de renta en dehesas; hoy les vale a sus dueños ducados por maravedíes, y antes más que menos; y al que fue mejorado, por ser su mayorazgo en juro, no le ha crecido una blanca, que si fuera en posesiones no fuera lo mismo. De la propia manera ha crecido el valor y precio de todas las demás cosas que se gastan en la república, así de bastimento como de vestido y calzado, que todo ha subido de precio de la manera que se ha dicho; y todavía sube, que el año de mil quinientos y sesenta, que entré en España, me costaron los dos primeros pares de zapatos de cordobán que en Sevilla rompí a real y medio cada par, y hoy, que es año de mil seiscientos y trece, valen en Córdoba los de aquel jaez, que eran de una suela, cinco reales, con ser Córdoba ciudad más barata que Sevilla. Y subiendo de lo más bajo, que es el calzado, a lo más alto de las cosas que se contratan, que son los censos, digo que aquel año de mil quinientos sesenta se daban los dineros a censo de diez mil maravedíes por mil de renta; y aunque cuatro años después, por buena gobernación, los mandaron subir a catorce mil el millar, este año no los quiere tomar nadie (si son en cantidad y han de ser bien impuestos) menos de a veinte mil el millar; y muchos hombres, señores de vasallos, viendo la barata han tomado y toman censos a veinte mil el millar para redimir los que tenían de a catorce mil. Demás de lo que se ha dicho, es cosa cierta y notoria que dentro de pocos días que la armada del Perú entra en Sevilla, suena su voz hasta las últimas provincias del Viejo Orbe, porque como el trato y contrato de los hombres se comunique, y pase de una provincia a otra, y de un reino a otro, y todo esté colgado de la esperanza del dinero, y aquel imperio sea un mar de oro y plata, llegan sus crecientes a bañar y llenar de contento y riquezas a todas las naciones del mundo, mercedes que nuestro Triunvirato les ha hecho. (Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque).