DEL FAMOSO TEMPLO DE TITICACA, Y DE SUS FÁBULAS Y ALEGORÍAS

Entre otros templos famosos que en el Perú había dedicados al Sol, que en ornamento y riqueza de oro y plata podían competir con el del Cozco, hubo uno en la isla llamada Titicaca, que quiere decir sierra de plomo; es compuesto de Titi, que es plomo, y de Caca, que es sierra; hanse de pronunciar ambas sílabas Caca en lo interior de la garganta, porque pronunciadas como suenan las letras españolas quiere decir tío, hermano de madre. El lago llamado Titicaca, donde está la isla, tomó el mismo nombre della, la cual está de tierra firme poco más de dos tiros de arcabuz; tiene de circuito de cinco a seis mil pasos, donde dicen los Incas que el Sol puso aquellos sus dos hijos, varón y mujer, cuando los envió a la tierra para que doctrinasen y enseñasen la vida humana a la gente barbarísima que entonces había en aquella tierra. A esta fábula añaden otra de siglos más antiguos. Dicen que después del diluvio vieron los rayos del Sol en aquella isla y en aquel gran lago primero que en otra parte alguna. El cual tiene por partes setenta y ochenta brazas de fondo, y ochenta leguas de contorno. De sus propiedades, y causas por que no admita barcos que anden encima de sus aguas, escribía el padre Blas Valera, en lo cual yo no me entremeto, porque dice que tiene mucha piedra imán.

El primer Inca Manco Cápac, favorecido desta fábula antigua y de su buen ingenio, inventiva y sagacidad, viendo que los indios la creían y tenían el lago y la isla por lugar sagrado, compuso la segunda fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos del Sol, y que su padre los había puesto en aquella isla para que de allí fuesen por toda la tierra doctrinando aquellas gentes, como al principio desta historia se dijo largamente. Los Incas amautas, que eran los filósofos y sabios de su república, reducían la primera fábula a la segunda, dándosela por pronóstico o profesía, si así se puede decir. Decían que el haber echado el Sol en aquella isla sus primeros rayos para alumbrar el mundo, había sido señal y promesa de que en el mismo lugar pondría sus dos primeros hijos para que enseñasen y alumbrasen aquellas gentes, sacándolas de las bestialidades en que vivían, como lo habían hecho después aquellos reyes. Con estas invenciones y otras semejantes, hechas en su favor, hicieron los Incas creer a los demás indios que eran hijos del Sol, y con sus muchos beneficios lo confirmaron. Por estas dos fábulas tuvieron los Incas, y todos lo de su imperio, aquella isla por lugar sagrado, y así mandaron hacer en ella un riquísimo templo, todo aforrado con tablones de oro, dedicado al Sol, donde universalmente todas las provincias sujetas al Inca ofrecían cada año mucho oro y plata, y piedras preciosas, en hacinamiento de gracias al Sol por los dos beneficios que en aquel lugar les había hecho. Aquel templo tenía el mismo servicio que el templo del Cozco. De las ofrendas de oro y plata había tanta cantidad amontonada en la isla, fuera de lo que para el servicio del templo estaba labrado, que lo que dicen los indios acerca de esto más es para admirar que para lo creer. El padre Blas Valera, hablando de la riqueza de aquel templo, y de lo mucho que fuera dél había sobrado y amontonado, dice que los indios trasplantados (que llaman Mitmac), que viven en Capacavano, le certificaron que era tanto lo que había sobrado de oro y plata, que pudieran hacer dello otro templo desde los fundamentos hasta la cumbre, sin mezcla de otro material; y que luego que los indios supieron la entrada de los españoles en aquella tierra, y que iban tomando para sí cuanta riqueza hallaban, la echaron toda aquella a aquel gran lago.

Otro cuento semejante se me ofrece, y es que en valle de Orcos, que está seis leguas al sur del Cozco, hay una laguna pequeña que tiene menos de media legua de circuito; empero muy honda, y rodeada de cerros altos. Es fama que los indios echaron en ella mucho tesoro de lo que había en el Cozco, luego que supieron la ida de los españoles; y que entre otras riquezas echaron la cadena de oro que Huayna Cápac mandó hacer, de la cual diremos en su lugar; doce o trece españoles moradores del Cozco, no de los vecinos que tienen indios, sino de los mercaderes y tratantes, movidos de esta fama hicieron compañía a pérdida o ganancia para desaguar aquella laguna y gozar de su tesoro. Sondáronla y hallaron que tenía veinte y tres o veinte y cuatro brazas de agua, sin el cieno, que era mucho. Acordaron hacer una mina por parte del oriente de la laguna, por do pasa el río llamado Yucay; porque por aquella parte está la tierra más baja que el suelo de la laguna, y por las otras partes no podían desaguarla porque está rodeada de sierras; no abrieron el desaguadero a tajo abierto desde lo alto (que quizá les fuera mejor) por parecerles más barato entrar por debajo de tierra con el socavón. Empezaron su obra el año de mil quinientos y cincuenta y siete, con grandes esperanzas de haber el tesoro, y entrados ya más de cincuenta pasos por el cerro adelante, toparon con una peña; pedernal, y porfiando con ella, vieron que sacaban más fuego que piedra, por lo cual, gastados muchos ducados de su caudal, perdieron sus esperanzas y dejaron la empresa. Yo entré por la cueva dos o tres veces cuando andaban en la obra. Así que hay fama pública como la tuvieron aquellos españoles de haber escondido los indios infinito tesoro en lagos, cuevas y en montañas, sin que haya esperanza de que se pueda cobrar.