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Viernes 16 de agosto de 1918, EL DIA, pag. 2
El paro general de los gremios obreros como consecuencia de la huelga tranviaria en nuestra capital.
Todas las informaciones de los sucesos ocurridos durante los cuatro días del gran movimiento de protesta proletaria.
Editorial
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La obstinación de las empresas tranviarias, en el sentido de no ceder a las legitimas solicitaciones de sus obreros, no obstante estar convencido de la justicia de tales reclamos y estar seguras, a la vez, de que los Poderes Públicos no se negarían ha facilitarles los recursos que fueren necesarios para cubrir los nuevos egresos equivalentes al aumento de los salarios, -originó un movimiento proletario de proporciones tan considerables como no se había visto otro en el País. –Los tranviarios fueron secundados, durante el reciente paro general, por casi todos los gremios solidarizados en la protesta q sugirió el empecinamiento de las empresas, en gran parte responsable de los graves sucesos que han transformado la vida de la ciudad y han perturbado todo los servicios de abastecimiento y de tráfico de la población, con perjuicio extraordinario para todos los habitantes, para todas las industrias, para todos los comercios, para todos los intereses que suman el interés público. –Y, es necesario decirlo, la actitud irreductible de tales compañías, -celosas de sus rentas hasta el punto de no querer sacrificar una pequeña parte de las mismas, tan cuantiosas en años anteriores, al bien estar de sus más afanosos colaboradores, en un momentos de serias dificultades económicas para los obreros, -dio lugar a que un conflicto de que debió, desde la primera hora, conjurarse, con un gesto de justicia generosa y necesaria, asumiera caracteres gravísimos de relieve trágico, en horas alijadas de choques sangrientos y de represiones excesivas o injustificables. –Esto es lo más doloroso y lo más emocionante de éste drama social que debió ser una alta expresión del triunfo del derecho a la vida y a sido, solo, hasta ahora, un holocausto al sacrificio, que a menudo es la fatalidad de la injusticia dominando el destino de las sociedades y de los hombres.
El paro general fue, sin duda, un edificante ejemplo de solidaridad obrera. –La casi totalidad de los gremios vincularon su conducta a la legítima rebeldía de los tranviarios, reconociendo así la justicia de ese movimiento y el deber de ensayar una cooperación decisiva para propiciarle el éxito que toda la población requería con singular unanimidad de sentimientos y aspiraciones. –El mismo comercio mayorista y minorista que tan reacio se muestra generalmente a solidaridades de esta índole, adhirió en gran parte al paro, cerrando sus puertas y suspendiendo sus transacciones. –Pero, ni la simpatía pública por la causa de los tranviarios ni la adhesión de las masas proletarias, ni el deber, más alto y más exigente que todas la actitudes coadyuvantes, de satisfacer nobles y humanitarias reclamaciones, consiguieron modificar, en lo mínimo, la línea de conducta que de antemano se trazaran las empresas para darse la triste e inenvidiable satisfacción de no ceder, mejor dicho, de no hacer justicia por sí mismas, como corresponde cuando se tiene la convicción de que es necesaria y cuando se ante pone al prurito vanidoso de no revelar debilidad, el concepto superior de las verdaderas obligaciones morales. –No es debil el que procede bien. -Lo es el que, por no parecerlo, procede mal. –Y en este caso, las empresas, por incomprensión evidente de su deber, hicieron caso omiso del veredicto público, categóricamente revelado en los días de paro, para conservar el autoritario privilegio de vencer a sus obreros en nombre tan solo de la potencia capitalista, que le permitió mantenerse mientras la necesidad y el hambre ponían una intensa nota de dolor y de angustias sobre los hogares humildes de los obreros sin recursos y sin esperanzas.
El paro fracaso del punto de vista material, porque no trajo el reconocimiento expreso de los derechos que lo determinaran. –Pero su significación moral fue, indudablemente, de verdadero aleccionamiento. –Acreditó la capacidad de las clases obreras para organizarse y defenderse; la unidad de sus esfuerzos y de sus aspiraciones; la solidaridad que las vinculan, aún a costa de sacrificios, en la acción en que se inspira en una finalidad humanitaria del mejoramiento.
Pero el paro general ha revelado y, eso solo, a nuestro juicio, traerá como consecuencia la afirmación de que no ha sido estéril. –A revelado que es necesario urgir la ampliación y perfeccionamiento de nuestra legislación en cuanto se relaciona con las clases menos protegidas de la sociedad. –La acción de nuestro Partido, de nuestros hombres de gobierno, en el sentido de asegurar el bien estar, la salud, los derechos más vitales y sagrados los que tienen la necesidad de trabajar para vivir y viven de lo que ganan con su esfuerzo, a sido perseverante, previsora y nobilísima. –Así a podido resolverse el problema que todavía está planteado en los pueblos más progresistas de la jornada obrera, estableciéndose, por la ley, las ocho horas de trabajo, es verdadera conquista dignificante del espíritu moderno, que será completada, dentro de poco, con el descanso obligatorio cada cuarenta ocho horas de labor. –Pero eso todavía no basta, como no bastará el reconocimiento del derecho de los viejos a una pensión alimenticia y otras mejoras de orden moral, social o jurídico en auspiciosa gestación. –es necesario ir más allá. –Es necesario arbitrar una solución, para evitar que el obrero sea explotado por la avaricia de los patrones y empresarios, desdeñosos o insensibles de las dificultades económicas de los que producen lo que a ellos los enriquece. –Así como se ha legislado sobre el máximo de tiempo dentro del cual, sin afectar su salud y sin privarle de otros derecho humanos a la vida doméstica, a la cultura personal etc. , pueda consagrarse el obrero al trabajo, debe legislarse sobre lo relativo al salario que necesita para sobrevenir a sus necesidades y la de sus familias, sin que la miseria, la carencia de alimentos suficientes, la angustia del hambre, que deprime el espíritu y desgasta las energías físicas, malogre aquella finalidad de la ley al fijar la duración máxima del esfuerzo. –Esta garantía complementaria es indispensable. –Lo evidencia el conflicto que ha provocado la conducta desconsiderada e inexorable de empresas que solo se preocupan de enriquecer a sus accionistas, aún con prejuicios de la economía nacional, resistiéndose a toda mejora de sus obreros, siguiera a costa de lo mucho que han ganado antes, sin acordarse de ellos, a la espera de un nuevo gravamen sobre el público, representado por el aumento de tarifas. –Las soluciones que se debaten al respecto consagraran, al fin, el triunfo de la causa huelguista, si las empresas no quieren acceder hoy a lo que ellas mismas reconocen justo. –Por eso hemos dicho que esta huelga vencerá. –El Partido Colorado, como partido de gobierno, continuando su obra de progreso social y de protección a las clases más humildes, sabra proporcionar y consagrar el derecho de los obreros a no morirse de hambre dentro de una democracia igualitaria como la nuestra, que tan altos ejemplos de legislación humanitaria a dado a todo el mundo, donde no es posible librar al capricho o a la anguria de empresarios y patrones la subsistencia de las familias y el bien estar de los hogares más modestos.
En general ha sido la crítica del pueblo a la actitud de las autoridades, encargadas de velar por el orden público, en cuanto se refiere a los desordenes sangrientos ocurridos en nuestra ciudad y otros episodios aislados, -durante la huelga proletaria. –Encomia el proceder de la policía al permitir, a pesar de la sugestiones ajenas que se tracinuaron en sentido contrario, las reuniones obreras y al no rodearlas de ostentoso despliegue de fuerzas. Los mitines y asambleas de los trabajadores no fueron, en momentos de uno, perturbados por la intromisión policial. Los obreros han podido deliberar y adoptar resoluciones en un ambiente inagresivo. Hay que ser justos a este respecto. Pero, la opinión general en cambio, no favorece a las autoridades policiales cuando se aprecia la actitud asumida por los agentes al reprimir desórdenes o hacer obedecer ordenes a sablazos y tiros de revolver. EL DIA a considerado y conveniente abrir una especie de encuesta, entre los testigos que ha podido encontrar, entre los vecinos más próximos al lugar en que se desarrollaron los sucesos y los propios actores –agregando a ella las vesiones suministradas por las propias autoridades policiales, -para dar una información minuciosa en lo posible –ya que muchos se niegan a dar noticias de lo que han visto o podido ver, -de los sucesos, que permita desentrañar la verdad de lo acaecido y fijar responsabilidades de un modo que disminuya las posibilidades de cometer injusticias. El resultado de nuestras primeras diligencias, la encontrará el lector en la sección respectiva de esta hoja. –Hemos de continuar nuestra tarea en la confianza de que las personas que puedan aportar datos personales de esclarecimiento, con las garantías morales del caso, contribuirán a darle todo el valor probatorio que la gravedad de los sucesos reclama.
Pero, sin perjuicio de la opinión que pueda sugerir determinados hechos a través de las afirmaciones obtenidas o a obtener nos parece necesario insistir, con motivo de los últimos acontecimientos, en general, sobre conceptos que ya hemos expresado de que hoy más que nunca deben repetirse. –La autoridad policial está obligada a prevenir todo atentado y todo desorden, en nombre de los derechos e intereses públicos y privados. –La forma de cumplir esa obligación está limitada por la necesidad y está regida por universales principios de prudencia. –Y es siempre mejor prevenir q reprimir. –La represión es siempre violenta y difícilmente restringida a las medidas prontas e imprescindibles. –El abuso es a medida inevitable; pero siempre doloroso e irreparable. –Nosotros entendemos que la autoridad, la generalidad de los casos, puede, con su moderada intervención, evitar que el desorden se produzca en la vía pública, impidiendo aglomeraciones en los momentos de exaltación popular, fuera de los lugares en que las reuniones autorizadas se celebran. –Pero creemos más: creemos que no habiendo sido posible prevenir un incidente o un desorden, producido éste la autoridad, sino media un ataque organizado a mano armada contra ella y si solo agresiones individuales, no tiene el derecho de extremar y generalizar la represión más allá de lo que impone su propia defensa y el deber de despejar las calles para evitar la repetición del suceso. –El derecho de matar no es inherente a la represión: es una extralimitación gravísima de ese derecho. –Se puede matar al que agrede o intención homicida y cuando la propia defensa lo hace indispensable; pero no ha atentar contra la vida de los que forman una manifestación y huyen a causa del desorden o apalear a todos los que se encuentran en el camino de la dispersión. –Disparar los revólveres sobre las masas que se retiran o se dispersan ante la simple amenaza de la carga o por acción de presencia de la autoridad dispuesta a proceder y distribuir planchazos a diestro y siniestro, y hasta sablazos, sin necesidad, sobre los que corren a mansalva, o se guarecen en los portales, en una crueldad inútil y una dejación intolerable; no una represión necesaria. –La represión violenta, en último caso, debe ejercerse sobre los que resisten y atacan; no sobre los que huyen y a largas distancias. –Si hay delincuentes, entre estos, debe aprendérselos; sino los hay basta ver conseguido dispersarlos con el empuje de los caballos o la simple amenaza de las armas. –En los sucesos ocurridos estos días, no ha habido asonadas, campañas agresivas, deliberados atropellos colectivos, de la masa obrera, a los cuales pudiera responderse a balazos y a sablazos. –Habrá habido, si se quiere, ataques individuales momentáneos a mano armada. –Y aún admitiendo que estos ataques fuesen contestados del mismo modo, violentamente, reprimiendo el atropello o el desacato, no debió hacerse extensivo el rigor de la represión a los demás, muchos curiosos, o transeúntes inofensivos, que trataban de huir o buscar refugio en las casas vecinas. El exceso en la represión sangrienta solo puede conducir a la excitación de los ánimos y a incidentes de todo punto de vista deplorables. –En general, creemos que el uso del revolver o el fusil debe reservarse para los casos de imprescindible necesidad, cuando de otra manera resulte ineficaz la acción de la autoridad. –La experiencia demuestra que, salvo los casos de verdaderos movimientos revolucionarios en las calles, de ataques a mano armada en masas agresivas, no es necesario el fusil o el revólver para despejar los lugares donde se produce tumultos y hasta hostilidades en carácter colectivo. –Tanto las tropas de línea como la policía, en muchos casos de grandes manifestaciones callejeras tumultosas y desordenadas, lograron dispersarla sin despertar un solo tiro. –En las circunstancias mas graves solo se uso del caballo o del machete. –El soldado pierde a menudo el concepto de su misión cuando utiliza sus armas; y entonces, no pocas veces hasta hace gala de ensañamiento. Podríamos citar muchos casos individuales de estos días, producidos en puntos distintos de la ciudad, en ambientes tranquilos. –De ahí que creamos que es prudente de parte de los funcionarios superiores, no autorizar sino en casos extremos el uso de las armas de fuego. –No debe olvidarse, por lo demás, que cada hombre trata de defenderse como puede y que, ante el ataque a tiros de la policía –aunque haya sido provocado por algún suceso deque no se considere responsable –el que está armado siente la necesidad instintiva de matar a su vez, para salvarse. –Y esto agrava los conflictos de índole callejera.
Concretando, pues, nuestras observaciones sobre la conducta policial, no con prescindencia de toda individualización de responsabilidades, debemos decir que es necesario no olvidar cual es el deber dela autoridad cuando procede casos como los aludidos –deber inherente a la misión social que le corresponde. –La policía cumple una misión de orden, de moderación, de tranquilización de los ánimos y debe llenarla con serenidad, sin exaltarse por las agresiones de que pueda ser objeto. –Su deber es estar tranquila cuando los demás están exasperados o exaltados. –Su rol no es pelear, sino todo lo contrario: impedir que se pelee! –No es agredir, sino evitar que se agreda. –No es matar, sino impedir que se mate! –He ahí la alta misión que desempeña la policía y para eso la paga el Estado que es el pueblo mismo. Aún injustamente provocada, debe conservar toda su sangre fría para mantener el orden sin perturbarlo a su vez, haciendo victimas entre los que, inocentes o culpables, en montón, caen bajo el rigor de sus represiones violentas aún después –y esto es lo más reprochable- de haberse terminado los incidentes que promovieran el tumulto o el desorden, y , aún mismo, la agresión.
Información: A nuestros lectores
Durante los días del paro general, nuestro diario no apareció porque sus obreros, cumpliendo un deber de solidaridad gremial, adhirieron a la protesta proletaria.
Como a última hora, ayer, el paro ceso, nos hemos visto obligados a preparar la compaginación de este mismo en condiciones anormales. De ahí que, por falta de tiempo, -debido a la preferencia que hemos dado a las informaciones telegráficas y a las de la huelga –no hayamos podido preparar la página habitual de avisos económicos. Queda explicada así la compaginación, no acostumbrada, de este número de EL DIA.