Club de la Sociedad Popular Restauradora de la Mas-horca

En la calle de Chacabuco entre las de Estados Unidos y Europa, estaba situado un corralon que servia de cuartel á un escuadron de Vigilantes de á Caballo, cuyos gefes eran Ciriaco Cuitiño y su segundo Andres Parra, ambos Coroneles innomine, hechos por el héroe del desierto.

Eran las siete de la noche del 26 de Setiembre del año de 1840. Cuitiño, se hallaba sentado frente á una mesa que contenia varios legajos en los cuales descollaba la Gaceta mercantil, la cual momentos antes estaba leyendo el famoso decreto de confiscacion. Vestía esa noche de pantalon azul de paño, franja punzó chaqueta de paño de grana, distinguiéndose en el cuello una palma bordada de oro, sombrero de felpa negro, y un poncho de paño azul forrado de otro de grana le cubria todo el cuerpo.

Parra, se hallaba vestido del mismo modo, con la diferencia de tener un pañuelo punzó atado en la cara. El primero de estos dos celebres personages tenia un mate en la mano izquierda, y con el dedo meñique de la derecha quitaba la ceniza de su cigarro cuya blancura justificaba su procedencia.

En los lados laterales de la misma habitacion veianse sentados los individuos siguientes: Manuel Troncoso, Silverio Badia, Bernardino Cabrera, Santos Perez, Juan Merlo, Leandro Alen, Victor Martinez y varios otros cuya descripcion y numero creo supérfluo detallar. Lo que diré, es que estos individuos eran colaboradores del gran club mashorquero, cuyo primer presidente fué D. Pedro Burgos, coronel y compadre de Rosas; despues lo subrogó Cuitiño en tan digno empleo. Todos estaban emponchados y con las caras cubiertas, dejando apenas visibles los ojos.

Un soldado vestido de chiripá y camiseta punzó, armado de carabina y sable estaba de centinela en la puerta principal. Entrando por el zaguan y á la mano derecha se encontraba una habitación que servia para cuerpo de guardia. Varios soldados se hallaban sentados alrededor de un fuego cuya llama, á veces opaca, reflejaba en los rostros de esos hombres máquinas que obraban movidos por la fuerza motriz de Ciriaco Cuitiño. De vez en cuando algunos arrebatados de licores báquicos pronunciaban un brindis á la salud del Ilustre: el que era saludado con fuertes palmadas y aclamaciones.

Después que Cuitiño concluyó de tomar mate, se levantó y dirigiéndose á Parra, le dijo: "¿Que horas son compadre?

—Serán las siete y media segun creo, poco mas ó menos, repuso Parra, y sería bueno, agregó, que tomásemos algun cordial antes de marchar, que segun informes tengo, querido compadre, los pájaros caerán en la jaula despues de las ocho: bien podemos emplear media hora sin perjuicio del servicio, en vaciar una docena de esas inglesas que tiene Vd.

—Siempre jovial y de buen humor compadre. A propósito: ¿cree Vd. que echaremos el guante á esos jilgueros?

—No veo ninguna dificultad, á no ser que Vd. se arrepienta.....

—Voto á sanes compadre, y que mal me conoce. Vd. sabe que la mitad de mi cuerpo se halla inservible; pues bien con la otra mitad puede Vd. contar como tres y dos son cinco.

En efecto, la mocion de Parra, fué aprovada é inmediatamente se dispuso mandar por la cerveza.

Los demas individuos hablaban en voz baja, y Troncoso era el único que tomaba parte aunque en silencio en el diálogo de los dos compadres. Cuando estuvo la cerveza en la mesa, sirvió á los dos Coroneles y á sus cólegas, los que antes de apurar el contenido pronunciaron sus federales brindis.

Cuitiño estaba sufriendo horribles dolores á juzgar por su semblante, y no pudo menos que esclamar dirigíéndose á su compañero:

—Sabe Vd. compadre que mi maldita enfermedad se complace en atormentarme? ¡Cuánto siento no poderla degollar! Todavia conservo los dolores que esperimenté la noche del 4 de Mayo en el bajo de la residencia: ¿se acuerda compadre?

—Toma si me acuerdo; nunca crei que un puñado de hombres se defendiesen tan bravamente como aquellos energúmenos de unitarios.

—Es que eran militares; el uno Coronel y el otro subalterno; y que bien manejaban las armas.

—Oh! en cuanto á eso compadre, los unitarios nos llevan ventaja.

—Si; pero el caso es que José el surdo se limpió á uno de ellos.

"Señor Coronel" dijo el individuo conocido por el nombre de el surdo "permítame que no ande con alusiones: lo que es del Cézar al Cézar, y lo que ha hecho este fiel servidor merece los honores de una pública declaracion por parte de V. S. de haber sido yo quien degolló al salvage unitario Ignacio Oliden, segun es de pública y notoria fama, y que harto trabajo me dió para hacerlo pasar a mejor vida."

—Amigo, dijo Troncoso desde su asiento, todos hemos tenido que hacer esa noche malhadada, y asi es que es inútil que Vd. quiera individualizarse.

—Lo cierto es, repuso el surdo, picado sin duda de la observacion de su co-asesino que á mi no se me escapó el pájaro; mientras que á Vd., que tanto decanta su destreza, se le evaporó de las manos.

—Convengo en que se voló; pero no sin haberle enterrado dos pulgadas de mi facon en el cuadril y en la muñeca.[1]

—En fin, señores, dijo el gefe de los asesinos, yo estoy satisfecho que todos Vds. se han portado como unos héroes, y que siempre que se ofrezca se distinguirán.

—Dice bien el señor Coronel, repuso Bernardino Cabrera, que hasta entonces habia guardado silencio, limitándose á llenar y vaciar seis ó siete vasos de cerveza: "puede V. S. estar seguro que cuando llegue el caso hemos de verter la última gota de sangre por sostener la santa causa de la federacion."

Un bravo prolongado fue la contestacion que se le dió a este discurso improvisado.

Levantóse Cuitiño, y tomando la palabra espuso lo siguiente:

—Antes de salir, señores, debo advertir á tan selecto auditorio, lo que tenemos que hacer. Yo debía mandar, señores, y Vds. obedecerme: pero quiero darles esta prueba de confianza. "Herrarum humanan est", dice un célebre latino, y tomando una órden que estaba sobre la mesa, leyo lo siguiente:

"En la calle de Lujan número 14, casa que alquila Da. Josefa Gonzalez, viven los individuos salvages unitarios Clemente Sañudo y Pedro Echanagucia. La hora mas cierta para la captura es á las ocho de la noche. Una hora despues deben haber dejado de existir." Aqui había una M.

Concluida la lectura, el reloj del Cabildo dió ocho campanadas.

—"Las ocho acaban de dar," dijo el cabo de guardia, parándose en el dintel de la puerta de la oficina.

—Está bien, añadió Cuitiño, dirijiéndose á la puerta seguido de los asesinos.

Salieron del cuartel y entraron en casa de éste, el cual se armó de su puñal y un par de pistolas. Cuando hubo concluido esclamó: he dicho antes que quiero comunicarles lo que debemos hacer ahora y en lo ulterior: esta reunion tiene por objeto el esterminio de los salvajes unitarios, que vendidos al estranjero tratan de borrar del catálogo de las naciones libres el nombre del pueblo Arjentino. Los unitarios, queridos amigos, trabajan con infatigable celo y actividad para desprestigiar al Restaurador, á nuestro Padre, como dice D. Bald....

La emocion no dejaba continuar al Geje de los bandidos y sacando un pañuelo se enjugó el rostro, y continuó. Tenemos por fortuna, un gobernador dispuesto á no cejar ante las pretensiones de esa gran nacion que se llama Francia. Nosotros espontaneamente, y sin mas intéres que salvar el honor nacional comprometido por los enemigos de Dios y de nosotros, hemos de derramar hasta la ultima gota de sangre, la de nuestros hijos, y el porvenir de nuestras familias, en pró y provecho de nuestro amo y señor. Al efecto, señores, juremos por el nombre preclaro de D. Juan Manuel de Rosas, constituirnos en sus mas acérrimos sostenedores, y perecer primero antes qne abandonarlo.

¡Juramos! sí, juramos, defenderlo hasta el último trance, repitieron todos los degolladores.

¡Viva el Coronel, vivaaaaa...!

Marchemos, dijo este, y lo siguieron sus cómplices.



  1. Alude al Sr. D. José Maria Salvadores, que resultó herido en la noche del suceso á que se refiere el degollador.