Clemencia (Altamirano)/Capítulo XXXI
El día 19 de diciembre, al anochecer, un cuerpo de caballería llegaba a la ciudad de Colima, custodiando a tres o cuatro oficiales prisioneros.
Llegó a la plaza, pasó lista y se acuarteló después. El jefe, que era un general, pasó a la casa del gobernador y comandante militar, hablo con él largamente, le entregó comunicaciones del cuartel general del ejército del Centro, al cual estaba subordinado el expresado gobernador, después de lo cual el citado jefe volvió al cuartel, se informó de si los presos estaban incomunicados, dio varias órdenes y se retiró a su alojamiento.
Al día siguiente se tuvo noticia de que uno de los presos era un coronel acusado de traición a la patria. Ya se comprenderá que ese coronel era Enrique Flores. El general en jefe había querido que este delincuente fuera procesado en Colima y no en Zapotlán. Para esto había tenido sus razones. Presumía que Flores obraba de acuerdo con algunos jefes más caracterizados del ejército, según se deducía de sus propias comunicaciones, y para dar mayor independencia al fiscal y a los jueces, había querido que este juicio se siguiese en una plaza que, sin estar lejos del cuartel general, estuviese enteramente separada del ejército.
En efecto, en Colima, entonces, a donde yo estaba hacía unos quince días, pues mis enfermos iban en aumento, había una brigada mixta a las órdenes del gobernador del Estado, que se tenía como de reserva por aquel tiempo.
Colima, como la ciudad más importante de las que poseía aún el ejército republicano, y cercana a Zapotlán, donde el general en jefe había fijado su residencia, estaba entonces llena de oficiales, tenía una maestranza en actividad y servía, en fin, de almacén del ejército. Además, estaba llena de emigrados de Guadalajara que, sea por repugnancia o por falta de recursos, no habían querido embarcarse para San Francisco. Había, pues, gran animación en esta linda y coqueta ciudad, tan pintoresca por su fertilidad y su situación, y tan alegre por el carácter de sus habitantes.
Como el general estaba impaciente por descubrir todos los secretos de la conspiración que sospechaba, y como, por otra parte, la famosa Ley de 25 de enero de 1862 no permitía demoras, un fiscal militar que había comenzado desde Zapotlán la causa del teniente coronel Flores, la continuó en Colima al día siguiente de llegar el preso, y la continuó con una actividad febril.
Dos días después la causa se hallaba en estado de verse en Consejo. El reo no había querido reconocer sus comunicaciones desde Zapotlán, y negó obstinadamente haber mantenido relaciones con el enemigo, atribuyendo al odio del comandante Valle todo cuanto se probaba en su contra. No reconoció tampoco los papeles que se le encontraron en sus maletas y en el lindo escritorio que conocemos, y que eran comunicaciones del enemigo, en las que se le ofrecía la banda de general y otras cosas, a nombre de Bazaine y de la Regencia.
Pero estaba enteramente convicto. Ni hubiera podido ser de otro modo, denunciado como estaba por el sargento aprehendido por Valle y por varios oficiales de su cuerpo, a quienes había logrado seducir.
El fiscal pidió a la comandancia la reunión del Consejo; ésta la dispuso, previa consulta del asesor, y en la tarde misma el tribunal militar estuvo reunido. Flores se defendió cuanto pudo, aunque esperaba salvarse, no por alegatos, que ninguno tenía, sino por recomendaciones e influjos con que contaba cerca del cuartel general.
Así es que a las diez de la noche el Consejo le condenó a ser fusilado. La comandancia aprobó la sentencia al otro día, y se ordenó la ejecución para la mañana siguiente.
Debo advertir que con la fuerza que había llegado custodiando a Flores había venido también un escuadrón de su cuerpo, mandado por Valle. Este joven no podía ocultar su disgusto, por venir al lugar en que suponía que iba a ser ejecutado su enemigo.
Su conciencia no le acusaba, es verdad, de haber hecho mal en presentar las pruebas de la traición de Flores. Se había defendido, y en tal caso, ni él era quien le llevaba a la muerte, ni era tampoco para un oficial republicano motivo de pesar el que se castigase ejemplarmente la traición a la Patria en aquellos momentos de lucha y de prueba.
Pero con todo, Fernando, generoso por organización, deploraba aquella circunstancia, pensaba en el pesar profundo que la muerte del gallardo joven iba a causar en el alma de la mujer que él amaba, pesar que iba a llevar hasta el delirio la pasión de Clemencia, y esto sólo bastaba para que le fuera repugnante semejante muerte, y más repugnante aún la consideración de que él estaba expuesto al odio justo o injusto de la enamorada joven y de su familia.
Había más todavía. Enrique que, como sabemos, era adorado de sus soldados que estaban dispuestos a seguirle no sólo a las filas enemigas, sino que le hubieran acompañado hasta en el bandidaje del camino real, murmuraban en voz alta de la conducta del comandante que no contaba aún en su mismo escuadrón sino con muy pocos defensores.
Esta malevolencia, estas consideraciones llenaban de tedio a Fernando, y deseaba que se concluyera pronto aquel horrible asunto, para pedir que se le emplease en otro cuerpo inmediatamente.
Para colmo de fastidio el comandante militar de la plaza, cuando se confirmó la sentencia de Flores, y que se dispuso que éste entrara en capilla, como se acostumbra decir, llamó a Fernando y le dijo:
- Comandante, el general en jefe del ejército acaba de prevenirme que las compañías del escuadrón de usted queden refundidas en los cuerpos de caballería de mi brigada, pues tiene motivos para sospechar que estén minadas por las sugestiones de su antiguo coronel, y es conveniente que los soldados queden perfectamente vigilados y en la impotencia de hacer traición. Hoy mismo dispongo esto en la orden general de la plaza. Pero como usted es un buen jefe a quien el cuartel general quiere distinguir, también dispone que quede usted mandando uno de los escuadrones del cuerpo que ha venido custodiando al reo. He comunicado al general que lo manda, tal disposición, de modo que en este momento va usted a ponerse a sus órdenes, y probablemente le dirá a usted que se haga cargo de la custodia del reo que va a ser ejecutado mañana.
- Mi general -dijo Valle con disgusto- yo suplico a usted que ...
- Comandante, es usted soldado y debe saber que no se replica ...
- Obedezco, señor.
En efecto, Valle recibió el mando del escuadrón y la orden de custodiar al reo en la capilla.
Su malhumor fue indecible. Casi se le obligaba a vengarse de su enemigo. En realidad, las razones que había para confiarle tan triste misión, eran las de suponerse que él, a caUsa de sus resentimientos, sería el que vigilase con más rigor al reo. Este contaba con numerosos amigos, tanto en su antiguo cuerpo como en el que le había custodiado, y se temía cualquier maquinación de su parte.
Colima entera estaba conmovida. Los numerosos emigrados de Guadalajara, en su mayor parte amigos de Flores, y excitados por la familia de Clemencia, que estaba desesperada, hacían esfuerzos inauditos para obtener que se suspendiera la ejecución mientras que se corría a Zapotlán a ver al general en jefe.
No perdonaban medio alguno, acudieron al comandante de la plaza desde que se supo la sentencia del Consejo, hicieron representaciones, empeñaron a los personajes principales de la población cerca del comandante, prometieron gruesas cantidades en cambio de la vida del joven, y no descansaron un momento.
Pero todo fue inútil. El cuartel general estaba demasiado interesado en aquel castigo, para que se suspendiese.
Por último, Clemencia, apasionada hasta la locura, y enérgica por naturaleza, apeló al mayor extremo. Obligó a su padre a marchar en una silla de posta a Zapotlán para obtener el indulto, o al menos la suspensión de la muerte de Flores, y el viejo comandante partió resuelto a ofrecer al general en jefe del ejército la mitad de su fortuna, para cumplir los deseos de su hija. El veía quue, si no lo hacía de esta manera, la impetuosa joven, exaltada por su pasión y por la desgracia de su amante, era capaz de darse la muerte. Corrió el señor R... con tal celeridad que, antes de las seis de la tarde, llegaba al cuartel general.