Tradiciones peruanas: Tercera serie (1894)
de Ricardo Palma
Cháchara


 Dios te guarde, lector, que asaz benévolo
 acoges de mi pluma baladí
 las tristes producciones, que algún émulo
 dirá pueden arder en un candil.
 

 Muy poco me ha picado la tarántula
 que llaman los humanos vanidad.
 Yo escribo... porque sí -razón potísima,
 tras ella las demás están de más.
 

 El hombre no ha de ser como los pájaros,
 que vuelan sin dejar su huella en pos.
 ¿Quién sube si me espera fama póstuma?
 De menos ¡vive Dios! nos hizo Dios.
 

 Yo sé que no se engaña, ¡voto al chápiro!,
 de botones adentro un escritor,
 y sé que mis leyendas humildísimas
 no pueden hacer sombra a ningún sol.
 

 ¡Y hay tantos soles en mi patria espléndida,
 y tanto y tanto genio sin rival!...
 Por eso yo, que peco de raquítico.
 les dejé el paso franco y me hice atrás.
 

 Y pues ninguno en la conseja histórica
 quiso meter la literaria hoz,
 yo me dije: -señores, sin escrúpulo
 aquí si que no peco, aquí estoy yo.
 

 Fue mi embeleso, desde que era párvulo,
 más que en el hoy vivir en el ayer;
 y en competencia con las ratas pérfidas,
 a roer antiguallas me lancé.
 

 ¡Cuánto es mejor vivir, dijo un filósofo,
 en los tiempos que fueron! -Gran vendad.
 Lector, si no te aburres con mi plática
 permíteme la murria desfogar.
 

 Tantas, en el presente, crudelísimas,
 amargas decepciones coseché
 que, a escribirlas, el alma por la péñola
 gota tras gota destilara hiel.
 

 Pero, a fe, que importárale un carámbane
 al egoísta mundo mi aflicción,
 y yo no quiero dar el espectáculo
 de poner en escena mi dolor.
 

 Y ya en prosa, ya en verso, de mi gárrula
 pluma, años hace, no se escapa un ¡ay!
 y para enmascarar mi pobre espíritu
 recurro de la broma al antifaz.
 

 Dejémonos de obtusos y rectángulos...
 ¿Quién no lleva en el alma espinas mil?
 Toda, toda existencia es un epigrama
 cupo chiste mejor está en morir.
 

 Y el mundo que es del oropel idólatra,
 que no ve más allá de su nariz,
 dice, atendiendo a mi festiva cháchara:
 -¡Pues, señor, este prójimo es feliz!
 

 Dice bien. Cuando luce en los periódicos
 tanto dolor rimado, en puridad
 que ganas dan de contestar al pánfilo:
 -Péguese un tiro y déjenos en paz.
 

 Y luego, ¿qué provecho, en buen análisis,
 saca la sociedad de que a un malsín
 lo engañe una pindonga semitísica,
 dando a otro quídam el ansiado sí?
 

 ¿A qué nos viene usted contando algórgoras
 que a su almohada no más debe contar?
 No estamos para lágrimas, y rásquese,
 mi amigo, si le pica el alacrán.
 

 ¿Ni qué nos va ni viene en el intríngulis
 de esos que dicen llenos de candor:
 -Cruzo de la existencia por el báratro
 más dolorido que el doliente Job?
 

 ¿No es tontuna quejarse porque un mísero
 encuentre, en el amor y en la amistad,
 escondido un almácigo de víboras?
 Esas cosas son viejas como Adán.
 

 Precisamente los que vierten lágrimas
 en el papel, en mi concepto, son
 contrabandistas del pesar, ridículos
 histriones que remedan el dolor.
 

 Basta. En buena hora sigan los románticos
 lanzando de gemidos un tropel:
 para mí, el mundo pícaro es poético,
 poco en el hoy y mucho en el ayer.
 

 En la que se halla lejos, un magnético
 hechizo encuentra siempre el corazón;
 pues dóranlo las luces de un crepúsculo
 más bello que del alba el arrebol...
 

 ¡Oh! Dejadme vivir con las fantásticas
 o reales memorias de otra edad,
 y mamotretos compulsar solícito,
 y mezclar la ficción con la verdad.
 

 Y evocar a los muertos de sus túmulos,
 y sacar sus trapillos a lucir,
 y narrar sus historias, ya ridículas,
 ya serias, ya con brillo o sin barniz.
 

 Que en el siglo presente y los pretéritos
 siempre irán en consorcio el bien y el mal,
 y si en éstos de malo hubo muchísimo,
 en el otro de bueno mucho no hay.
 

 Esta serie tercera (y tal vez última,
 por si no hallo más paño en qué cortar)
 va tus manos, lector, sin grandes ínfulas:
 no finco en ella presunción ni plan.
 

 Ni aguardo que a mis nietos algún dómine
 ha de enseñar el Christus abecé
 en mis libros, y digan los muy títeres:
 -¡Vaya, mucho nombre nuestro abuelo fue!
 

 Mis libros piedrecillas son históricas
 que llevo de la patria ante el altar.
 He cumplido un deber. Saberlo bástame,
 otros vendrán después: -mejor lo harán.


Lima, mayo de 1875