Casa con dos puertas, mala es de guardar/Jornada III

Casa con dos puertas, mala es de guardar
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada III

Jornada III

Salen MARCELA y SILVIA.
SILVIA:

Grande atrevimiento fue.

MARCELA:

Como perdida me vi
cuando ya a Laura escuché,
que iba a descubrir allí
cuando en su casa pasé;
estorbar la relación
quise con tan loca acción,
que, ya preciso un pesar
algo se ha de aventurar.

SILVIA:

Así es verdad.

MARCELA:

La razón
que me animó más, fue ver
a Lisardo, que esperaba
más afuera, al parecer,
en qué el suceso paraba
de su encerrada mujer;
y como yo lo sabía
no temí la empresa mía;
pues, a no suceder bien,
ya en Lisardo, al menos quien
me defendiese tenía;
y en fin, ello sucedió
mejor que esperaba yo;
pues yo a mi cuarto pasé,
y en los celos que dejé
el lance se barajó,
de suerte, que ni Lisardo
se empeñó por mí gallardo,
ni Laura el caso contó,
ni Félix me conoció,
ni yo mayor susto aguardo.

SILVIA:

Digo que fue extraño cuento,
y si escarmiento ha dejado,
será de más fundamento.

MARCELA:

Pues ¿cuándo dejó escarmiento,
Silvia, peligro pasado?
Antes el haber salido
deste, también me ha movido
a pensar cómo pudiera
ser que Lisardo volviera
a verme.

SILVIA:

Oye, que hacen ruido.

(Por la puerta escondida sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Marcela.

MARCELA:

¿Qué novedad
es entrar tú en mi aposento?

DON FÉLIX:

Es venir mi voluntad
por luz a tu entendimiento,
por consuelo a tu piedad.
Anoche, cuando saliste
de ver a Laura, yo entré
en su casa, ¡ay de mí triste!,
y vi en su casa, y hallé...

MARCELA:

Di, ¿qué hallaste? Di, ¿qué viste?

DON FÉLIX:

Un hombre.

MARCELA:

¿Tal pudo ser?

DON FÉLIX:

Vínome18 a satisfacer,
y una mujer que salió
de mi alcoba lo estorbó...

MARCELA:

¡Miren la mala mujer!

DON FÉLIX:

Que con Lisardo debía
de estar. Él, cuerdo y discreto,
presumiendo que ofendía
de mi casa así el respeto,
dice que tal no sabía.
En fin, sea lo que fuere,
que no hay nadie que lo diga,
celosa Laura, no quiere
que desengaños consiga,
ni que disculpas espere.
Yo, por no dar a torcer
tampoco mi sentimiento,
no la quiero hablar ni ver;
pero quisiera saber
hasta el menor pensamiento
suyo. Para esto ha pensado
una industria mi cuidado.

MARCELA:

¿Y es, si me la has de decir?

DON FÉLIX:

Que tú, hermana, has de fingir,
que un gran disgusto, un enfado
conmigo has tenido, y que
en tanto que esto se pasa,
te quieres ir a su casa:
y así una espía tendré
para el fuego que me abrasa;
pues tú a la mira estarás,
y a pocos lances verás,
quien este embozado es,
y con secreto después
de todo me avisarás.

MARCELA:

Aunque hay bien que replicar,
hoy me iré a su casa.

DON FÉLIX:

No
puede hoy ser, que por mostrar
cuán poco mi mal sintió,
o por darme este pesar,
hoy de su casa ha salido,
y al mar de Antígola ha ido.

MARCELA:

Pues digo que iré mañana.

DON FÉLIX:

La vida me das, hermana;
tuya desde hoy habrá sido.
 (Vase.)

MARCELA:

¿Hay cosa como llegar
rogándome lo que yo
puedo, Silvia, desear?
Pero mira quién se entró
en el cuarto sin llamar.

SILVIA:

Laura y Celia son, señora.
(Salen LAURA y CELIA, con capotillos y sombreros.)

MARCELA:

Laura mía, ¿a aquesta hora?

LAURA:

No te espantes desto, amiga,
que a tanto una pena obliga.

MARCELA:

¿Quién lo duda? ¿Quién lo ignora?

LAURA:

De la suerte que de mí
te fuiste ayer a valer,
vengo a valerme de ti.

CELIA:

Aprended, damas, de aquí,
lo que va desde hoy ayer.

LAURA:

Aquel hombre que dejaste
cerrado, Marcela mía,
en mi casa vio don Félix.

MARCELA:

¡Jesús!

LAURA:

No importa que diga
el cómo o el cuándo, puesto
que bastaba ser desdicha,
para que ella se estuviese
desde luego sucedida.
Quísele satisfacer,
y vine a tu casa, amiga,
sin mirar a los respetos
a que el ser quien soy me obliga.
Entré en su aposento, y cuando
a representarle iba
disculpas, que no tocase
en tu opinión, ni en la mía,
una mujer que detrás
de su aposento tenía,
y que era sin duda Nise.

MARCELA:

¿Quién duda que ella sería?

LAURA:

Salió a dar celos por celos.

MARCELA:

¡Hay tan gran bellaquería!
¿Y qué hizo Félix a eso?

LAURA:

Él, aunque quiso seguilla,
yo no le dejé. En efeto,
las dos quejas repetidas,
ni las suyas quise oír,
ni él saber quiso las mías.
Por mostrar que estaba, ¡ay cielos!,
gustosa y entretenida,
¡oh cuán a costa del alma,
Marcela, un triste se anima!

LAURA:

Al mar de Antígola hoy
salí con una amigas,
donde, aunque debió alegrarme
su hermosa apacible vista,
no pudo, que para mí
ya se murió la alegría,
tanto que ni el ver la reina,
que infinitos siglos viva,
para que flores de Francia
nos den el fruto en Castilla,
cómo en su verde carroza,
que caballos del Sol tiran,
varado bajel de tierra
llegó a abordar a la orilla,
ni el ver tan ufano entonces
ese breve mar que imita
del Océano las ondas
encrespadas y movidas
de los céfiros süaves,
cuando al mirar quien las pisa
como plata las entorcha,
y como vidro las riza.

LAURA:

Ni el ver que ya el bergantín,
coche del mar, pues le guían
como caballos los remos,
a quien el freno registra
de un timón, abrió el estribo
de su hermosa barandilla,
para que su popa ocupe,
para que su esfera admita
un Sol a quien hizo guarda,
no menos que el Alba misma.
Ni el ver las hermosas damas,
que como flores seguían
la rosa, bien así como
tejido coro de Ninfas,
en las selvas de Diana
profanas fábulas pintan.

LAURA:

Ni el ver en fin, que tan bello
ya el bajel bogando iba
el piélago de cristal,
que al acercarse a la Isla
del Cenador, que con tantas
flores el estanque habita,
no pudo determinar
desde aparte, no, la vista,
cuál el bergantín, o cuál
era el Cenador, pues vía
flores en cualquiera tantas,
que unas a otras competidas,
naval batalla de flores
se dieron muertes, y vivas
me pudo aliviar, pues toda
esta pompa hermosa y rica,
en los cristales bullicio,
en las flores alegría,
en los vientos suavidad,
en las hojas armonía,
en las damas hermosura,
y en todos los campos risa:
llanto fue, llanto en mis ojos.
Celosa de Fénix, mira
si a quien esto no divierte
bastantemente peligra.

LAURA:

Yo no he de hablarle; porque
es triste cosa, es indigna
acción darle yo a torcer
mis celos; y así quería
de una industria aquí valerme,
si es que mi amistad codicias;
y es, que para que yo vea
si Nise en su cuarto habita,
le he de acechar esta noche
por aquella puerta, amiga,
que dijiste, y que a su cuarto
cae y él tiene escondida.
¿Cómo faltar de mi casa
podré? es fuerza que aquí digas;
y responderete yo
que hoy mi padre fue a una villa,
adonde su hacienda tiene,
y no vendrá en cuatro días.
Así que estas noches puedo
ser tu huéspeda, si obliga
mi amistad a esta fineza,
pues es fineza de amiga
tan principal, tan discreta,
tan noble y tan entendida.

MARCELA:

¿Cómo te podré negar,
Laura, lo que solicitas,
si con mi razón me arguyes,
si con mi dolor me obligas?
Solo hay un inconveniente;
mas si tú lo facilitas
ven desde luego a mi casa;
mal dije, a la tuya misma.

LAURA:

¿Cuál es el inconveniente?

MARCELA:

Tanto mi hermano te imita
en el dolor y en la causa,
(no importa que te lo diga,
primero somos nosotras)
que hoy me ha pedido que finja
con él un enojo, y vaya
a ser por algunos días
tu huéspeda, porque yo
allá de adalid le sirva;
pues si no voy a tu casa
yo, porque estás tú en la mía,
dirá...

LAURA:

Escucha: antes mejor
es que desde luego finjas
tú el enojo, y que te vayas;
pues con aquesto le obligas
a que él esté más seguro
de que yo en su casa asista.

MARCELA:

Dices bien, que con mi ausencia
se sanea esta malicia.

LAURA:

¿Cómo se ha de hacer?

MARCELA:

Así:
dame el manto, y dirás, Silvia,
que me fui en casa de Laura,
que para hacer más creída
la causa, quise ir de noche,
  (Pónese el manto.)
y después (aparte mira),
busca a Lisardo, y dirasle,
[cómo mi afecto le avisa
que a verme vaya esta noche];
y quédate donde sirvas
a Laura. Tú, Celia, ven
conmigo; pues nos obliga
esto a trocar con las casas
las criadas.

LAURA:

¿Tan aprisa?

MARCELA:

Estas cosas más se aciertan
mientras menos se imaginan.

LAURA:

Marcela, a mi casa vas;
por ella y por mi honor mira.

MARCELA:

Por ella mira y mi honor,
pues te quedas tú en la mía.
¿En qué ha de parar aqueste
trueco?

CELIA:

¿Quieres que lo diga?
En algún lance que a todos,
o nos case o nos aflija.
(Vanse por una parte CELIA y MARCELA, y por la otra SILVIA y LAURA, y salen LISARDO y CALABAZAS.)

LISARDO:

¿Qué papel es ese?

CALABAZAS:

Es
el que es, ha de ser, y ha sido
del tiempo que te he servido,
cuenta estrecha.

LISARDO:

Dime pues,
¿a qué propósito agora...?

CALABAZAS:

A propósito de que hoy
de tu servicio me voy.

LISARDO:

¿Por qué causa?

CALABAZAS:

¿Quién lo ignora?
Porque andas aquestos días
muy discreto.

LISARDO:

¿Qué has querido
decir?

CALABAZAS:

Que andas divertido.

LISARDO:

Tales son las penas mías.

CALABAZAS:

Y no ha de ser tan discreto
el amo, que ha de pensar,
que no le puede guardar
Calabazas el secreto.
Tú te andas solo contigo,
contigo solo te estás,
contigo vienes y vas,
y en fin, contigo y sin migo
en cualquier parte te ven;
que parecemos, señor,
el dinero y el amor;
mirad con quién, y sin quién.
Si alguna tapada viene
a verte, salte allá fuera;
si vas a verla, aquí espera,
porque ir allá no conviene.
Pues ¿esto ha de ser así?
¡Pesar de quien me parió!
¿Para qué te sirvo yo?
Y así quiero desde aquí
buscar amo más humano;
porque para mí, en rigor,
ninguno será peor,
aunque sea un luterano,
aunque sea un presumido
de docto, siendo menguado
con ingenio un desdichado,
sin él un introducido;
un poeta que hace trazas
de comedias, y seamos
los criados y los amos
todo en casa Calabazas;
aunque sea un lindo compuesto,
que hable melifluo y despacio,
y aunque galantee en palacio,
que es peor que todo esto.

LISARDO:

Las cosas que me han pasado
tan públicas han venido,
Calabazas, que no ha sido
forzoso haberlas contado.
Para que las sepas, pues,
hablar a aquella tapada,
en el campo, tan guardada,
verla en su casa después,
adonde me sucedió
aquel lance parecido
al de Félix, que escondido
en su casa me pasó;
Venir a verme a la mía,
adonde desengañado
de que esotra me ha dejado,
la que don Félix quería;
salir de allí tan veloz;
irse en fin como se fue:
ello se dice y se ve,
sin que aquí tenga mi voz
que contar; pues aunque quiera
no te puedo decir más
de lo que tú viendo estás.

CALABAZAS:

Ella es gentil embustera.

LISARDO:

En cuanto a que ando pensando
qué es lo que me ha sucedido,
es verdad, y estoy corrido
de estar creyendo y dudando,
qué mujer es esta; pues
cuando yo ser presumía,
dama de Félix, vivía
sin discurrir; mas después
que estando conmigo ella,
de Félix la dama entró,
y que me desengañó
de que era otra dama aquella.
Mayor deseo me ha dado
de saber quién es; pues puedo
perder a su honor el miedo
que por Félix le he guardado.

CALABAZAS:

Yo bien pudiera a decir
quién es.

LISARDO:

¿Tú?

CALABAZAS:

Yo.

LISARDO:

Dilo pues.

CALABAZAS:

¡Vive Dios, que sé quien es!

LISARDO:

Pues no me hagas discurrir.

CALABAZAS:

¿Ella no es enredadora?
quien es sé, ¿no es embustera?
quien es sé, ¿no es bachillera?
quien es sé, ¿no es habladora?
La misma razón lo enseña.
Quien es, sí, jurado a Dios,

LISARDO:

Dilo.

CALABAZAS:

Aquí para los dos,
es...

LISARDO:

Prosigue.

CALABAZAS:

Alguna dueña.

LISARDO:

Qué disparate.

(Sale SILVIA.)
 

SILVIA:

Lisardo,
que aquí me escuchéis os pido.

CALABAZAS:

¡Mujer! ¿De dónde has caído?

LISARDO:

Ya lo que quieres aguardo.

SILVIA:

Una dama, de quien vós
la casa, señor, sabéis,
que a su ventana llaméis
esta noche os pide, adiós.
 (Vase.)

CALABAZAS:

Tapada de las tapadas,
oye.

LISARDO:

Tente, ¿dónde vas?

CALABAZAS:

Deja, que no quiero más
de darla dos bofetadas,
que las lleve a su señora.

LISARDO:

¿Hay quien tus locuras crea?

CALABAZAS:

Porque otra vez no me sea
dueña enjerta.

LISARDO:

Escucha agora,
pues que ya la noche fría
en mal distinto arrebol,
da prisa diciendo al sol,
que se vaya con el día,
y a mí esperándome están,
dame un broquel, y tú aquí
me espera.

CALABAZAS:

¿Yo esperar?

LISARDO:

Sí.

CALABAZAS:

Espere un judío de Orán,
que a casa donde encerrado
estuviste, y aun corrido,
y hay padre de conocido
y galán de imaginado,
no has de ir solo.

LISARDO:

Sí he de ir.

(Sale FÉLIX.)

DON FÉLIX:

¿Dónde, Lisardo?

LISARDO:

No sé
cómo callaros podré,
ni cómo os podré decir
lo que en Ocaña me pasa.
¿Tenéis que hacer ahora?

DON FÉLIX:

¿Yo?
Ni en toda esta noche.

LISARDO:

¿No?

DON FÉLIX:

[No], que el fuego que me abrasa,
por acrecentar su ardor,
treguas por ahora ha dado.

LISARDO:

Pues yo quiero mi cuidado
fiaros ya sin temor,
que si hasta aquí he suspendido
la relación que empecé,
respeto que os tuve fue;
pero habiendo ya sabido
que nada os puede tocar,
y sois quien sois en efeto,
de mi amor todo el secreto,
hoy os tengo de fiar.
Venid conmigo, y sabréis,
porque el tiempo no perdamos,
extraños sucesos.

DON FÉLIX:

Vamos;
que mucha merced me haréis
en divertir el dolor
de que mi pecho está lleno;
porque de amor el veneno
cure triaca de amor.

CALABAZAS:

Yo ¿qué he de hacer?

LISARDO:

Esperar
aquí en casa a que vengamos.
(Vanse los dos.)

CALABAZAS:

¡Buenos, paciencia, quedamos,
sin ver, ni oír, a callar!
Cuando no tiene el servir
otro gusto, otro placer,
que escuchar para saber,
y saber para decir,
aun deste gusto me priva
el recatarse de mí.
Pues no he de pasar así;
así Calabazas viva,
que por aquel mismo caso,
que aquí de mí se guardó,
tengo de seguirle yo.
Tras ellos, paso entre paso,
tengo de irme rebozado;
porque si yo, cual sospecho,
no le mormuro y acecho,
¿para qué soy su criado?

(Vase, y hacen ruido dentro, y sale como tropezando FABIO y un CRIADO.)

CRIADO:

Aliéntate, que ya estás
cerca de Ocaña, señor.

FABIO:

Es tan notable el dolor,
Lelio, que no puedo más;
que aunque yo por descansar
de la yegua me apeé,
y quise venir a pie
este rato, por dejar
con ejercicio vencido
el dolor de la caída,
te confieso que en mi vida
no me he visto tan rendido.

CRIADO:

Ello fue dicha, señor;
pues apenas una legua
andada, cayó la yegua,
porque pudieras mejor
volverte a tu casa, donde
con más cuidado podrás

FABIO:

A esta pierna más
todo el golpe corresponde,
que fue la que me cogió
debajo.

CRIADO:

Súbete, pues
irás antes.

FABIO:

Mejor es
andar otro poco, y no
dejar, Lelio, resfriar
la caída.

CRIADO:

Dices bien;
mas considero también
que ya ha empezado a encerrar
la noche, y que lo que andando
en tal parte se mejora,
se llega más a deshora
a tu casa, y quizá cuando
ya recogida, no habrá
modo de curarte.

FABIO:

Bien
dices; la yegua prevén,
que atada a ese tronco está,
y vamos, si esto restaura
mi salud; aunque yo creo
que ir a casa no deseo,
por no dar cuidado a Laura,
que me quiere de manera,
que temo que hoy ha de ser
su fin, si me ve volver
con una pena tan fiera.

CRIADO:

Como hija, claro está
que lo sienta mi señora.

FABIO:

Pondré que aquesta es la hora
que está recogida ya.

CRIADO:

¿Quién lo duda?

FABIO:

¡Oh, cuánto siento
haberla de despertar!
Mas no lo puedo excusar.
Lo que haré será, que atento
a su quietud llamaré
por la puerta principal;
pues con prevención igual
podrá ser, pues que se ve
de su cuarto más distante,
no oírme.

CRIADO:

Dispón ahora
tu salud, que mi señora
lo estimará.

FABIO:

No te espante
verme con tanta fineza
que soy en mi senectud,
amante de su virtud,
como otros de su belleza.
(Vanse.)

(Salen LISARDO y DON FÉLIX.)

DON FÉLIX:

Mucho me he holgado de oíros
por ser la novela extraña.

LISARDO:

Esto es por mayor; que dejo
de decir mil circunstancias,
por no cansaros, don Félix,
y pues sabéis que me aguarda,
idos con Dios, que ya es hora.

DON FÉLIX:

Decirme a mí que una dama
vais a ver, y haberme dicho
que tuvistis en su casa
riesgo, y decir que me quede,
son dos cosas muy contrarias;
pues no soy de los amigos
yo, con quien solo se hablan
las cosas; que precio más
las obras que las palabras.
Id a lograr vuestro amor
norabuena, que hasta el alba
yo sabré estar en la calle.

LISARDO:

A amistad, don Félix, tanta,
mal hiciera en resistirme.

(Sale CALABAZAS como acechando.)

CALABAZAS:

[Aparte.]
Si cual veo lo que andan,
lo que hablan viera, yo viera
lo que andan y lo que hablan,
llegarme quiero.

LISARDO:

¿Qué es esto?

DON FÉLIX:

Un hombre, si no me engaña
la vista, que tras nosotros
viene.

LISARDO:

Pues sacad la espada.

DON FÉLIX:

¿Quién va?

CALABAZAS:

Naide va, porque
no diz que va el que se para.

DON FÉLIX:

¿Quién sois?

CALABAZAS:

Un hombre de bien.

LISARDO:

Pues pase, si acaso pasa.

CALABAZAS:

No paso, que me hago hombre.

DON FÉLIX:

Pues jugaré yo de espadas.

LISARDO:

Dalde la muerte.

CALABAZAS:

¡Detente!
¡Ay, ay señor, que me matas;
que soy Calabazas!

DON FÉLIX:

¿Quién?

CALABAZAS:

Calabazas.

LISARDO:

Calabazas,
¿qué es esto?

CALABAZAS:

Es venir a ver
dónde vais.
(Danle los dos.)

DON FÉLIX:

¡Por Dios...!

LISARDO:

Ya basta,
dejalde, no alborotéis,
porque está cerca la casa
que buscamos.

DON FÉLIX:

¿Hacia aquí
vive, Lisardo, la dama
que venís a ver?

LISARDO:

Sí, Félix.

DON FÉLIX:

¿Y es bizarra?

LISARDO:

Muy bizarra.

DON FÉLIX:

¿Tiene padre?

LISARDO:

Sí.

DON FÉLIX:

¿Y aquí
os cerrastis en la cuadra?

LISARDO:

Sí.

DON FÉLIX:

¿Y estando ella con vós
entró la que me buscaba?

LISARDO:

Sí.

DON FÉLIX:

Ved que como la noche
llena está de sombras pardas,
más obscura que otras veces,
pues aún la luna le falta,
podrá ser que os engañéis.

LISARDO:

No me engaño. A esta ventana
he de llamar y esta puerta
han de abrir.

CALABAZAS:

[Aparte.]
Ya sé la casa.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
¿Esta ventana?, ¿esta puerta?
¡Ay de mí! El cielo me valga,
que estas las de Laura son,
para mí dos veces falsas.

LISARDO:

Retiraos, porque yo
la seña, que es esta, haga.
 (Hace señas a la reja.)

DON FÉLIX:

Si mal no me acuerdo, ¡ay triste!,
en la relación pasada
dijistis que la mujer
que para hablaros aguarda,
es la que hoy escondida
dentro de mi cuarto estaba.

LISARDO:

Es verdad.

DON FÉLIX:

Y que la otra
que vino...
(Sale CELIA a la ventana.)

CELIA:

Ce.

LISARDO:

Ya me llaman.

CELIA:

¿Es Lisardo?

LISARDO:

Sí, yo soy.

DON FÉLIX:

(Aparte.)
Celia es esta.

CELIA:

Pues aguarda
abriré la puerta.

LISARDO:

Ya
conmigo habló la criada,
y dice que viene a abrirme
la puerta.

DON FÉLIX:

Antes que la abra,
decid...

(Abre la puerta CELIA.)

LISARDO:

No puede ser antes.

DON FÉLIX:

Si es...

LISARDO:

Adiós, porque me aguarda.

DON FÉLIX:

La dama...

CELIA:

Entrad presto.

LISARDO:

Luego
hablaremos.
(Vanse.)
(Al entrar LISARDO quiere entrar DON FÉLIX, y dale con la puerta CELIA.)

DON FÉLIX:

¡Y en la cara
con la puerta me dio Celia!

CALABAZAS:

Con cerradura no agravia
una puerta, aunque es de palo;
que el tener hierro le salva.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
¿Qué es lo que pasa por mí?
¿Quién vio confusiones tantas?
¿En casa de Laura? ¡Cielos!
Viene buscando la dama
que hoy de mi cuarto salió,
cuando entró en mi cuarto Laura
luego ella no puede ser.
¿Quién puede ser en su casa?
¡Ah, quién no le hubiera dicho
a Marcela que dejara
para mañana el venir
aquí, que ella lo apurara!
Pero mientras más discurro,
más lugar doy a mi infamia.
Pues no discurramos, celos,
sino a ver la verdad clara
caminemos más aprisa;
pues ella es Laura, o no es Laura
si no es ella, ¿qué se pierde
en desengañar mis ansias?
¿Y qué se pierde, si es ella,
en perder la vida, el alma,
después de Laura perdida?
La puerta en el suelo caiga.
Pero ¿cómo a esto me atrevo,
si a Lisardo la palabra
le he dado? Pero ¿qué importa
la amistad, la confianza,
el respeto, ni el decoro?
Que donde hay celos se acaba
todo, porque no hay honor
ni amistad que tanto valga.

(Da golpes a la puerta como para derribarla, y a este tiempo como más lejos dan también golpes dentro.)

CALABAZAS:

¿Qué haces, señor?

DON FÉLIX:

Darte muerte...

CALABAZAS:

Si es posible, no lo hagas.

DON FÉLIX:

Mas ¿qué golpes son aquellos?

CALABAZAS:

¿De qué te admiras y espantas?
Otro será en otra parte
que le habrá dado otra rabia,
y da golpes a otra puerta.

FABIO:

(Dentro.)
Abre aquí, Celia; abre Laura.

CELIA:

(Dentro.)
¡Ay de mí!, mi señor es.

DON FÉLIX:

Fabio es aquel.

(Cuchilladas dentro.)

FABIO:

¡Esta infamia
llego a ver!

CALABAZAS:

Por Dios, que allá
ya han llegado a las espadas.

DON FÉLIX:

¡Mal haya la puerta! amén.
(Sale LISARDO con MARCELA en los brazos como a escuras.)

LISARDO:

No temáis, señora, nada,
que aunque llaman a esta puerta,
seguro es quien a ella llama.

MARCELA:

Con vós Lisardo he de ir;
que como yo a vuestra casa
llegue, nada hay que temer,
si es que ella una vez me ampara.

LISARDO:

Venid, y no os receléis
de un hombre que me acompaña.

MARCELA:

¿Es Félix?

LISARDO:

Sí.

MARCELA:

Pues mirad
que es Félix...

LISARDO:

¿En qué reparas?
Ya no es tiempo de recatos.
¿Félix?

DON FÉLIX:

¿Quién va?

LISARDO:

Mis desgracias.

DON FÉLIX:

¿Qué ha sido aquesto?

LISARDO:

Que estando
hablando con esta dama,
vino su padre de fuera,
llamó, y viendo que tardaban
en abrirle, derribó
la puerta y sacó la espada.
Porque se apagó la luz,
tuve lugar de librarla.
Llevalda, que yo me quedo
a guardaros las espaldas,
porque no os siga ninguno,
que conmigo Calabazas
quedará.

CALABAZAS:

No quedará.

DON FÉLIX:

Mejor es con ella vaya,
y nos quedemos los dos.

LISARDO:

¿Tan sola hemos de dejarla?
No es razón; pues la primera
obligación es la dama
en todo trance; así, Félix,
vós solo habéis de llevarla
y ponerla en salvo.

DON FÉLIX:

Es justo.
En fin, ha venido Laura
a mi poder.

MARCELA:

[Aparte.]
Ay de mí.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Yo estoy muerto.

MARCELA:

 [Aparte.]
Estoy turbada.

DON FÉLIX:

Ven conmigo; que aunque no
mereces finezas tantas,
soy quien soy, y he de librarte.

MARCELA:

¿Hay mujer más desdichada?

DON FÉLIX:

¿Hay hombre más infelice?
(Vanse.)
(Sale FABIO con luz, y criados con espadas.)
 

FABIO:

Aunque las fuerzas me faltan,
no las fuerzas del honor
para tomar mil venganzas.

LISARDO:

Deteneos, que ninguno
de aquí ha de pasar.

FABIO:

Mi espada
hará paso por el pecho
vuestro.
(Riñen todos.)
 

CALABAZAS:

¡Infeliz Calabazas!
¿Quién te metió en acechar?

LISARDO:

[Aparte.]
Pues que ya Félix se alarga,
antes que aquí me conozcan
mejor es volver la espalda;
esto es valor, no temor.
 (Vase.)

FABIO:

Espera cobarde, aguarda.

CALABAZAS:

[Aparte.]
¿Quién creyera, que Lisardo
en la ocasión me dejara?

CRIADO:

Aquí se quedó uno dellos.

FABIO:

Pues muera, Lelio. ¿Qué aguardas?

CALABAZAS:

¡Deteneos, por Dios!

FABIO:

¿Quién sois?

CALABAZAS:

Si es que el miedo no me engaña
un curioso impertinente.

FABIO:

Dejad la espada.

CALABAZAS:

La espada
es poca cosa; el sombrero,
la daga, el broquel, la capa,
la ropilla y los calzones.

FABIO:

¿Sois criado del que agravia
esta casa?

CALABAZAS:

Sí señor,
porque es un agravia casas,
que no se puede sufrir.

FABIO:

¿Quién es, y cómo se llama?

CALABAZAS:

Lisardo se llama, y es
un soldado, camarada
de Félix.

FABIO:

Porque no empiece
por lo menos mi venganza,
no te doy muerte.

CALABAZAS:

Haces bien.
 (Vase.)

FABIO:

Y pues alguna luz hallan
mis desdichas, a buscar
iré a Félix. ¡Oh, mal haya
casa con dos puertas, pues
tan mal el honor se guarda.
(Sale DON FÉLIX con MARCELA, como a escuras, diciendo antes dentro los primeros versos, y luego abren la puerta, ha de ir cubierta, y salen a ella LAURA y SILVIA.)

DON FÉLIX:

¡Hola! Traed aquí una luz.

ESCUDERO:

(Dentro.)
Ya la llevo, si es que hallan
luz unos ojos dormidos.

LAURA:

Ya dentro del cuarto andan,
escuchemos desde aquí.

DON FÉLIX:

Ya por lo menos ingrata,
ya por lo menos no puedes
negarme...

LAURA:

[Aparte.]
Con mujer habla.

DON FÉLIX:

En este lance, que eres
mudable, inconstante, falsa,
cruel, aleve y engañosa;
pues a nadie desengañan
más cara a cara sus celos.

MARCELA:

[Aparte.]
Aquí mi vida se acaba.

DON FÉLIX:

¿Para esto veniste hoy
a mi casa?

LAURA:

[Aparte.]
La que estaba
tapada, oyes pues la dice
que hoy ha venido a su casa.

DON FÉLIX:

En mi poder estás, mira
si había disculpa. ¡Mal haya
cuanto tiempo te he querido,
cuantas penas, cuantas ansias
padecí, y cuantas finezas
hizo mi amor por tu causa!

LAURA:

¿No escuchas cómo confiesa
que la ha querido?, ¿qué aguarda
mi paciencia?

SILVIA:

¿Dónde vas?

LAURA:

No sé, ¡ay Silvia, estoy turbada!
A escucharle de más cerca.

DON FÉLIX:

¡Oh cuánto con la luz tardas!

ESCUDERO:

(Dentro.)
Ya va la luz.

MARCELA:

[Aparte.]
¿Qué he de hacer
si la trae?

DON FÉLIX:

¿No dices nada?
Pero si estás convencida,
¿qué has de decir?
(Vase apartando MARCELA, y LAURA atravesándose entre los dos; de suerte, que viene a tomar DON FÉLIX de la mano a LAURA, y tenella cuando sale la luz, MARCELA se va, y cierra la puerta tras sí.)

MARCELA:

[Aparte.]
¡Oh, si hallara
por donde irme; que a lo menos
la vida así asegurara!

DON FÉLIX:

Detente, no huyas, no huyas;
que no quiero más venganza
de ti, que sepas que sé
esto.

LAURA:

[Aparte.]
Por otra me habla,
y he de callar mis agravios,
hasta que las luces traigan,
y ver que soy yo con quien
está.

MARCELA:

[Aparte.]
Confusa y turbada
la puerta hallé de mi cuarto;
este sagrado me valga,
pues fue dicha estar abierta.

SILVIA:

¿Eres Laura?

MARCELA:

No soy Laura,
¿eres [tú] Silvia?

SILVIA:

Yo soy,
¿qué es esto?

MARCELA:

Fortunas varias.
Cierra esa puerta, y conmigo
ven, Silvia, aprisa. ¿Qué aguardas?
(Vanse, y sale la luz.)

ESCUDERO:

Ya están las luces aquí.

DON FÉLIX:

Déjalas, y afuera aguarda.
(Vase el ESCUDERO, y va a cerrar la puerta DON FÉLIX.)

LAURA:

[Aparte.]
¡Aquí es ello, cuando vuelva
a verme!

DON FÉLIX:

En efeto, Laura,
yo soy quien solo guardó
a sus celos las espaldas.

LAURA:

[Aparte.]
¿Qué es esto?, ¿cómo de verme
no se turba ni embaraza?

DON FÉLIX:

Solo yo en el mundo trujo
para otro galán su dama,
di agora que yo te ofendo.

LAURA:

¡No está la deshecha mala!
¡Bien te alientas a fingir
la razón con que me agravias;
pues viéndote convencido,
cuando en tus brazos me hallas,
de haberme hablado por otra
a quien traes a tu casa,
prosigues las quejas della
conmigo!

DON FÉLIX:

Solo eso falta
a mi paciencia ofendida,
que tú agora creer me hagas,
que hablaba con otra yo.

LAURA:

Pues ¿de qué, Félix, te espantas,
si es verdad?

DON FÉLIX:

Pues ¿dónde está
la mujer con quien yo hablaba?

LAURA:

Si una casa con dos puertas
mala es de guardar, repara
que peor de guardar será
con dos puertas una sala.
Y se fue.

DON FÉLIX:

Laura, por Dios,
que me dejes. Vete, Laura,
que me harás perder el juicio,
si quieres, que yo no haya
traídote aquí, porque
estando, la voz me falta,
tu padre fuera, Lisardo,
no puedo hablar.

LAURA:

Tú te engañas;
que yo escondida esta noche
en el cuarto de tu hermana
he estado, por solo ver
esto que a mis ojos pasa;
y ella...

DON FÉLIX:

Detente, que agora
lo veré. Marcela, ¡hermana!
(Sale MARCELA.)

MARCELA:

¿Qué quieres?
 (Aparte.)
Disimular
importa, pues informada
estoy de todo.

DON FÉLIX:

Di ¿ha estado
contigo esta noche Laura?

MARCELA:

¿Laura conmigo, señor,
a qué efeto? Yo mañana
había de ir a estar con ella,
¿mas, ella conmigo?

LAURA:

Aguarda,
¿no vine esta tarde yo
a pedirte que en tu casa
me tuvieras? ¿Y a la mía
tú...?

MARCELA:

No prosigas, que nada
deso es verdad.

DON FÉLIX:

Laura, ves,
mal te ha salido la traza:
¿estase esotra en su cuarto
recogida y retirada,
y dices que estás con ella?

LAURA:

¿Pues tú, Marcela, me agravias?

MARCELA:

Sí, que soy primero yo.

LAURA:

Pues tanto me apuras, salgan
verdades a luz, Marcela
ha sido...

SILVIA:

A la puerta llaman.
(Dentro LISARDO.)

LISARDO:

Abrid don Félix.

DON FÉLIX:

Agora
verás que todo se acaba;
pues tu galán, Laura, viene.

LAURA:

Ahí tengo yo mi esperanza.

MARCELA:

[Aparte.]
Aquí se deshace todo.
¡Quién a Lisardo avisara
de mi peligro!
(Sale LISARDO.)

[LISARDO]:

Don Félix,
porque ninguno llegara
a seguirme, tardé. ¿Dónde
habéis puesto aquella dama?

DON FÉLIX:

Veisla aquí, pero primero
que acabe con mi esperanza
el verla en vuestro poder,
me habéis de sacar el alma.

LISARDO:

Hasta ahora no creí
que caballeros engañan
de vuestras obligaciones
a los que dellos se amparan.
La dama que os entregué
os pido.

DON FÉLIX:

¿No es esta dama
la que me entregastis?

LISARDO:

No.

DON FÉLIX:

Solo aquesto me faltaba
para acabar de perder
la paciencia.

MARCELA:

[Aparte.]
¡Ay desdichada!

LISARDO:

Si esta suponéis, don Félix,
porque os obliga otra causa,
hablad más claro conmigo.

LAURA:

Yo de confusiones tantas
os sacaré. Di, Lisardo,
¿es esta a quien buscas y amas?

LISARDO:

Esta es. Sí, aquí la tenéis,
¿qué os ha obligado a ocultarla?

LAURA:

[A DON FÉLIX.]
¡Mira si se está en su cuarto,
recogida y retirada!
Primero soy yo, Marcela.
  (Pónela detrás de sí.)

DON FÉLIX:

Corrido estoy; esta daga
dé a una vil hermana muerte.

MARCELA:

Lisardo, mi vida ampara.

LISARDO:

¿Hermana de Félix es?

DON FÉLIX:

Y en quien tomaré venganza.

LISARDO:

Sabéis quien soy, y es preciso
defenderla y ampararla
por mujer.

DON FÉLIX:

También sabéis
quién soy, y que de mi casa
menos que quien sea su esposo,
no ha de atreverse a mirarla.

LISARDO:

Luego con serlo quedamos
bien los dos.
(Sale FABIO y gente.)

FABIO:

Esta es la casa,
entrad.

DON FÉLIX:

¿Qué es esto?

FABIO:

Esto, Félix,
es honor.

CALABAZAS:

[Aparte.]
¡Qué linda danza
se va urdiendo!

FABIO:

¿Dónde está
un Lisardo, camarada
vuestro?

LISARDO:

Yo soy; porque nunca
a nadie escondí la cara.

CALABAZAS:

[Aparte.]
Nunca la cara escondió,
pero volvió las espaldas.

FABIO:

¡Oh traidor!

DON FÉLIX:

Fabio, teneos;
  (Pónense los dos a una parte.)
que la cólera os engaña.
El enojo que traéis,
si ha dado la causa Laura,
es conmigo, y me ha tocado
como a mi mujer guardarla.

FABIO:

No tengo qué responderos,
si Laura con vós se casa.

DON FÉLIX:

Pues para que veáis si es cierto,
aquesta es mi mano, Laura.
Y, pues el haber tenido
dos puertas esta, y tu casa,
causa fue de los engaños
que a mí y Lisardo nos pasan:
de la Casa con dos puertas,
aquí la comedia acaba.