Todo en broma
Cartitas​
 de Vital Aza


CARTITAS

«La mitad de las cartas que se pierden
         se deben de perder.»
                E. BLASCO.

                         I

«Mi querido Manuel: Sabrás que he estado
a punto de caer
en las redes que, astuta, me tendía
tu amiguita Isabel.
Tres meses han durado mis amores,
¡no han sido más que tres!,
pero lo que he gastado en ese tiempo
tan sólo yo lo sé.
Mas, al fin, el dinero, no me importa;
lo que me importa es
haber sido la burla y el juguete,
de esa infame mujer.
Yo la quería, sí, no he de negarlo;
¡con delirio la amé!
Pero he sabido de ella tantas cosas...
¡ay qué cosas, Manuel!
Tanta es la infamia que en su pecho esconde,
es tanta su doblez,
que hoy –¡te lo juro!– la desprecio tanto
como la quise ayer.
¡Yo, inocente, mi boda preparaba
para fines de mes!
¡Pero ya no me caso! ¡El compromiso
lo acabo de romper!
Quiero, Manuel, que tú, que la conoces,
me digas si hice bien.
Contéstame y recibe un fuerte abrazo
de tu amigo
                          JOSÉ.»

                          II

«Querido Pepe: Al recibir tu carta
tranquilo respiré;
me habían anunciado ya tu boda
con mi amiga Isabel;
y yo, por discreción o por prudencia,
o por estupidez,
no me atrevía a hablarte del peligro
en que ibas a caer.
Pues sabes algo ya, puedo decirte
lo mucho que yo sé.
Desde luego, de un hombre tan honrado
no es digna esa mujer.
La tal Isabelita es una alhaja.
¡La conozco muy bien!
Al desdichado que con ella cargue
le ha caído que hacer.
Su padre un pillo, su mamá una arpía,
y la niña Isabel,
aun siendo así sus padres, es, sin duda,
la peor de los tres.
Se fugó, siendo niña, de un colegio,
no recuerdo con quién,
y luego tuvo yo no sé qué líos
con uno de Jerez.
¡De buena te has librado, amigo Pepe!
Recibe el parabién,
y con él un abrazo cariñoso
de tu amigo
                          MANUEL.»

                          III

«Mi querido Manolo: Te suplico
que a mi carta de ayer
no le des importancia. ¡Estaba loco!
Juzgué mal a Isabel.
Su madre, acongojada, vino a verme
y con ella lloré,
pues la infame calumnia me robaba
todo mi amor, mi bien.
Isabel es un ángel. ¡Te lo juro!
Y en prueba de honradez,
esta misma mañana me he casado
con la que tanto amé.
¡Soy feliz, muy feliz! Por Dios, perdona
mi locura de ayer.
Recibe en estas líneas un abrazo
de tu amigo
                          JOSÉ.»

                          IV

En su santa ignorancia, el pobre Pepe
dichoso puede ser;
que, por fortuna no llegó a sus manos
la carta de Manuel.
Se extravió en el correo. ¡Dios lo quiso!
Blasco dice muy bien:
las cartas que se pierden es, sin duda,
que se deben perder.