Cartas de Samuel B. Johnston: Séptima Carta

Séptima Carta. Libertad de los ciudadanos americanos apresados en el Potrillo y La Perla.


Callao, primero de setiembre de 1813 Cárcel de las Casamatas

Querido amigo:

Escribí a usted precedente en el supuesto de que el Hope se haría a la vela unos cuantos días después de aquella fecha. La orden para su despacho se revocó; pero como el capitán Chase confía en que el cabo ha de ser puesto en libertad, proseguiré mi diario hasta que se haga a la vela.

2 de septiembre

Hacia la oración oímos frente a nuestro calabozo un desusado sonar de cadenas, y al asomarnos a la ventana vimos un gran grupo del pueblo que se dirigía hacia nosotros y soldados que conducían considerable número de presos con pesadas cadenas. ¡Oh, Dios mío! ¿Cuáles fueron nuestras sensaciones al saber que éstos eran los oficiales y tripulantes de la Nueva Limeña apresados por el Potrillo en el momento de entrar al puerto de Coquimbo? Las expectativas que habíamos tan intensamente acariciado de que llegaría en salvo a Chile, de que contaría al Gobierno de aquel país la historia de nuestras desgracias, y de que pronto recibiríamos algún socorro que mitigase nuestros sufrimientos, se desvanecieron en un instante. No podíamos distinguir las vociferaciones del populacho, hasta que al aproximarse los presos a donde nos hallábamos fueron reconocidos por nuestros compañeros de La Perla. Esos presos fueron encerrados en el calabozo vecino al nuestro, habiendo sabido que habían sido capturados por causa de propia incuria, pues durante tres días estuvieron de tal modo ebrios, que no hubo hombre que pudiera manejar el timón.

5 de septiembre

Hemos sabido que los oficiales de La Perla que estaban en el hospital, de Bellavista, ya convalecientes, han obtenido permiso del Virrey para recorrer el pueblo bajo la custodia de un centinela.

10 de septiembre

Hemos redactado un memorial para ser presentado al Virrey por uno de nuestros hombres aherrojados en solicitud de que se les alivie su situación; pues hemos tenido noticias que vendrá mañana al Callao en gran pompa para asistir a un soberbio espectáculo, cual es, el de botar al agua un buque fabricado para el uso de la aduana... Supimos que tiene por costumbre visitar una o dos veces en el año las cárceles y que generalmente con tal motivo concede libertad a algunos presos.

11 de septiembre

El pueblo del Callao estuvo en pie esta mañana antes de que el sol saliese y todo el mundo den la cárcel anda atareada en los preparativos para la recepción del Virrey. La plaza situada al frente de nuestra prisión estaba atestada de gente a la salida del sol, y antes de las diez ya se hallaban todos por extremo impacientes. A eso de las once, la multitud abrió calle y pudimos disfrutar de la vista de cuerpo entero de su excelencia don Fernando de Abascal y Sousa, Virrey del Perú, marqués de la Concordia, etc., acompañado de numerosos oficiales y servidores, y de dos bellísimas jóvenes, una de las cuales se nos dijo que era su hija y la otra una protegida suya. Representaba unos setenta años, de unos seis pies de alto, de contextura fuerte y, al parecer, en perfecto estado de salud. Vestía una casaca de diario, y dos grandes charreteras, con entorchados que le caían casi hasta el codo. Deseoso, como cualquier mortal, de ser visto y admirado, su Excelencia graciosamente se sirvió pasar por dos veces muy cerca de nuestra cárcel, a intento de recibir las súplicas y homenajes de los presos. Pero en esto se equivocó, según presumo, pues ni uno solo de los de nuestro calabozo lanzó palabra alguna para desearle salud y prosperidad; nuestro confesor el capellán de La Perla murmuró por lo bajo, “Hijo de una grandísima p...”.

12 de setiembre

Nuestra tripulación presentó al Virrey una solicitud manifestándole el desigual castigo que sufrían los que se daban como culpables de un mismo delito; expresando que no sólo los marineros, pero aun oficiales que ocupaban situación expectable en sociedad, ciudadanos de los Estados Unidos, habían sido condenados a trabajos forzados en las obras públicas, con desprecio de su reputación y daño de su salud; al paso que simples marineros, súbditos de su Majestad Británica, andaban sueltos, sin exigírseles trabajo alguno, ni tampoco al contramaestre de La Perla, aunque de rango inferior a algunos de los peticionarios, solicitando la intervención de su Excelencia para que se les hiciese justicia.

En respuesta, dispuso el Virrey que un oficial de ingenieros se acercase a los peticionarios, autorizándole para concederles el alivio que estimase conveniente. Ese caballero vino al siguiente día a la cárcel, y ordenó que se quitase los grillos a nuestra gente y se la colocase en el mismo calabozo con los ingleses. En este punto, el ayudante, que es nuestro más inveterado enemigo, intervino para decir que si se les quitaban los grillos, no habría en el Callao cárcel suficientemente fuerte para tenerlos en seguridad, y que, en tal caso, no se hacía responsable de su custodia. Fue inútil que hiciesen presente la miserable situación en que se veían, en país extraño, sin amigos ni recursos, y que, así, aunque se les ofreciera ocasión, no podrían disponer de medios para escaparse, etc. El oficial hubo de revocar su orden, pero expresó que daría cuenta al Virrey y que en seis u ocho días volvería.

13 de septiembre

Esperamos que nuestros sinsabores han de terminar pronto. Hoy día recibimos una carta de nuestro amigo Mr. Curson, en la que incluía el siguiente decreto

Después de oído el parecer de nuestra Real Audiencia de este virreinato por lo relativo al expediente de los prisioneros tomados en el buque La Perla y en el bergantín Potrillo, cuyas naves salieron de Valparaíso con el propósito de atacar el corsario Real llamado el Warren, y teniendo presente que el actual estado de las cosas no permite se siga un juicio en forma conforme a lo dispuesto por las leyes, en vista de no constar hasta dónde llegan los delitos que han cometido, y considerando que con la remisión de los oficiales y tripulaciones de los dichos buques La Perla y el Potrillo al puerto de donde se hicieron a la vela, este virreinato se excusará de los gastos y molestias que su más dilatada permanencia aquí ha de ocasionar; hemos resuelto y en consecuencia decretamos, que deben ser remitidos al lugar de donde partieron, en los buques que al presente se alistan para dirigirse a la costa de Chile, y desembarcados en ese país a efecto de que sean devueltos a sus hogares; previo juramento que cada uno de ellos prestará de no tomar otra vez armas, ni enrolarse en expedición, ni ejecutar hostilidad alguna en contra de este virreinato. El corregidor de la ciudad se encargará de que se embarquen en corto número en cada nave, y hasta entonces permanecerán en su prisión.


Concordia.

Hemos sabido que este decreto se dictó a consecuencia de la pérdida del buque Thomas, que salió de este puerto con cerca de treinta oficiales y algunos soldados y llevando una fuerte suma de dinero, con dirección a Concepción, antes que la noticia de la rendición de aquella plaza a los patriotas llegase aquí. Sin saber el cambio que se había verificado, y engañado por haber visto flamear en el puerto la bandera española, echó anclas, y cayó así por entero en poder de los patriotas. Se rindió sin hacer resistencia alguna.

El primero se dejaron ver varias naves del lado afuera del puerto Callao, que se creyó serían de alguna expedición chilena. Se trató de armar cuatro o cinco buques mercantes, para que saliesen a atacarlas en unión con la corbeta de guerra el Mercurio; pero tan luego como la gente que había sido reclutada para el objeto llegó a bordo, se desertó, y esto a la luz del día, en los botes de los mismos buques.

21 de septiembre

He vuelto a estar enfermo atacado de calenturas intermitentes durante algún tiempo. Solicité varias veces permiso para que se me permitiera trasladarme al hospital, lo que sólo se me concedió hoy.

23 de septiembre

La escuadrilla bloqueadora ha desaparecido. Mientras permaneció a la vista, fuimos tratados con mucho vigor, y se nos registró para descubrir los papeles que guardásemos por si resultase que estábamos en comunicación con ella. Yo tenía mi diario, y el capitán Barnewall la carta que había escrito al Gobierno de Chile, escondidos dentro de un cántaro, que así logramos escapar afortunadamente. Los buques en los que esperábamos embarcarnos para Chile han salido. Nuestra esperanza todas se han desvanecido. Me siento ahora muy deprimido, y como nuevo motivo de pesar he encontrado aquí a nuestro amigo García, quien me contó que durante la travesía habían hallado un buque, que les dio la noticia de la toma de Concepción, y que al punto destruyó las cartas de que era portador, temiendo que pudiera pasar por sospechoso, y que al desembarcar le metieron a la cárcel. Agrega que cuenta en Lima con tan influyentes amigos, que espera que en un día o dos más será puesto en libertad.

6 de octubre

Nuestro amigo García ha sido puesto en libertad, mejorado ya de su enfermedad. Hoy estuvo en el Callao para ver al capitán Barnewall, de quien me trajo una carta, en la que me informaba que le había ido a visitar Mr. Curson, llevándole una orden del Virrey autorizándonos para poder pasearnos por el patio del castillo desde la salida hasta la puesta del sol. Este permiso fue otorgado en vista de una petición hecha por Mr. Curson en nuestro favor. Y como este documento dará a usted una idea de las benévolas y desinteresadas gestiones de este caballero, lo copio aquí, pues nuestra gratitud pide que se haga público.

A su Excelencia don Fernando de Abascal, Virrey del Perú, etc.
Mr. Samuel Curson, con el más profundo respeto ruega se le permita dirigirse a Vuestra Excelencia, y dice:
Que ayer ha visitado en la cárcel llamada de Casamatas, ante sus reiteradas instancias, a Mr. E. Barnewall, ciudadano de los Estados Unidos, que me ha dicho hallarse allí preso y gravemente enfermo, como también a Mr. S. B. Johnston, de la misma nacionalidad, a intento de prestarles alguna asistencia médica, y cooperar, a medida de mis fuerzas, a los benignos propósitos de V. E. para procurar el restablecimiento de la salud de ambos.
Encontré en las Casamatas únicamente al primero, quien me pidió hiciese saber en su nombre a Vuestra Excelencia la deplorable situación en que se veían, tanto él como muchos compatriotas suyos presos en aquella fortaleza; que al presente se sentía muy enfermo, después de haber sufrido varios ataques de fiebre, como también su compañero Johnston, que se hallaba por entonces en el hospital de Bellavista, y que, a no permitírsele un cambio de aires y de clima, perderían por completo su salud y probablemente sus vidas. Por tanto, ruega a V. E. que a ambos se les permita ser trasladados a la ciudad de Lima para cambiar de temperamento, con condición de quedar sujetos a la vigilancia del corregidor y de no presentarse en público, ni mantener comunicación política o correspondencia con persona alguna, bajo apercibimiento de ser otra vez devueltos a la prisión en que se hallan.
Pidióme, asimismo, que pusiese en conocimiento de V. E. que todos sus compatriotas apresados junto con él, fueron aherrojados el nueve de junio último y condenados a trabajar en las obras públicas en compañía de reos penados, sin que se les hubiese notificado orden o decreto alguno de V. E., para ello rogando a V. E. que tenga a bien relevarlos de semejante degradante castigo, considerando, además, que lo sufren desde hace ya ciento dieciocho días y la pena que ha de causar a sus familias y amigos, algunos de los cuales son personas de las más respetables de los Estados Unidos.
Por mi parte, puedo asegurar a V. E. que esta exposición es perfectamente exacta; que ambos, Barnewall y Johnston, se hallan gravemente enfermos, y que sus compatriotas están con grillos, como se asegura; y es igualmente cierto que el comandante del fuerte, a quien interrogué sobre el particular, me declaró que no había recibido orden alguna de V. E. a este efecto.
Por tanto, en nombre del dicho Barnewall, suplico con todo rendimiento a V. E. que se sirva ordenar su traslado y el de su compañero y disponer que se alivien los sufrimientos de sus demás compatriotas, ofreciendo responder con su persona y bienes respecto al aislamiento y conducta que deben observar los dichos Barnewall y Johnston mientras permanezcan en el país y hacer cuanto estuviere de mi parte para procurarles a ellos y al resto de sus demás compatriotas pasajes para Estados Unidos. Espero confiadamente una decisión favorable a esta súplica de la bien conocida justicia y generosidad de Vuestra Excelencia.
Samuel Curson

13 de octubre

Vino un oficial al hospital a decirme que me preparara para embarcarme inmediatamente para los Estados Unidos.

¿Cómo podré hallar palabras con que pintar el placer que experimenté al oír que volvía de nuevo a la libertad y a la vida? Mi corazón, que comenzaba a enfermarse con calamidades que se iban aumentando día por día, recobró de nuevo su energía y sensibilidad perdidas ya de tiempo atrás, y me erguí como si hubiese salido del sepulcro. La idea de volver a ver a mi patria y de abrazar a mis parientes y amigos, cosa de que a menudo había desesperado durante mi prisión, fue como la irrupción de un torrente en mi ánimo y me hizo derramar lágrimas de alegría. Al principio dudé de la realidad de lo que oía, atribuyéndolo a espejismo de la fantasía, que de antes tan a menudo me otorgaba la libertad en sueños, y creía que al despertar iba a hallarme otra vez prisionero; para oír el estridente chillido y terrorífico sonar de las cadenas; para ver los pálidos destellos de un mísero candil, que parecía apagarse con el aire viciado y fétido del calabozo tan débilmente alumbrado, y oír de nuevo la voz del “ceñudo centinela”, que tantas veces turbó el sueño que apenas podía conciliar. Pero no ¡eso era verdad!

Nos pusimos en marcha inmediatamente para el Callao hasta llegar al puesto de la guardia, donde hallé al capitán Barnewall con mis demás compatriotas, y una vez todos reunidos, se nos tomó juramento de que no volveríamos a empuñar armas contra el Virrey del Perú, y enseguida continuamos nuestro camino para el muelle. En diez minutos, el Hope estaba en marcha, dando por nuestra parte repetidos adioses a nuestros calabozos y cadenas. Tal fue como, después de un encierro de cinco meses y trece días, fuimos libertados de manera tan inesperada y extraordinaria. Cierto es que se nos despachaba para los Estados Unidos, pero tenían de sobra motivos para creer que debíamos tocar en Valparaíso (pues el Hope partió del Callao con más de cincuenta personas a bordo y con provisiones que no alcanzarían ni para dos meses), en cuya eventualidad, sus enemigos habrían de obtener, sin duda alguna, abundantes informaciones acerca del estado de los negocios públicos en Lima.

Estamos por extremo obligados a Mr. Samuel Curson, comerciante establecido en Lima, por los muchos servicios que nos prestó durante nuestra prisión, y por haber sido el autor de nuestra libertad. No tenía amistad con ninguno de nosotros antes de nuestra llegada; supo entonces que algunos norteamericanos estaban en apuros y, al punto, su alma generosa se apresuró a tendernos una mano compasiva; se valió de letrados para abogar por nosotros y abrió su bolsa para socorrer nuestras necesidades, sin cuyo auxilio habríamos visto aumentarse nuestro sufrimiento con el hambre, y esto, en circunstancias que se estimaba que sólo con nuestras vidas podríamos pagar lo aborrecible de nuestros delitos ; pero supo que estábamos en peligro, que sufríamos por una buena causa, y esto bastó.

A Mr. Gambini, que actuó como intérprete en nuestro proceso, somos deudores de servicios que la prudencia me obliga a silenciar, salvo que algún imprevisto accidente los lleve a conocimientos del Virrey para su daño. Empero, deben siempre ser recordados con gratitud.

A don Manuel García y a otros chilenos somos también deudores de los servicios ya indicados, y a algunos señores militares de los que solían montar la guardia del castillo les quedamos reconocidos por los pequeñas concesiones que solían otorgarnos, que por no haber sido solicitadas, deben estimarse en más.

14 de octubre

Levantéme temprano; el tiempo casi en calma, el cielo sereno y los suaves céfiros jugueteando a nuestro alrededor, todo se juntaba a mi silenciosa gratitud al Todopoderoso, que dispone de las cosas, para hacerme comparar esta consoladora escena con aquellos de miseria y degradación de las que acababa de salir; la comparación era por extremo grata, mas, ¿quién ha disfrutado jamás una felicidad tan entera para no sentir algún desagrado? Acordábame de mis compañeros que dejaba atrás, sintiendo en el alma que no se hallaran con nosotros; que, de haber sido así, mi felicidad habría sido completa.

De usted, etc.