Cartas a Lucilio - Carta 51

Carta LI De la estancia digna del sabio Cada uno hace lo que puede, querido Lucilio; tú tienes aquí el Etna, aquella alta y famosísima montaña de Sicilia, que no sé por qué Messala o Valgi (dos amigos en la vida política y literaria, conocidos por las Odas de Horacio), pues en los dos lo he leído llaman único (al Etna, siendo muchos los lugares que vomitan fuego, y no solamente lugares elevados, que es lo más frecuente, por tal que el fuego es lanzado a las alturas, sino también en lugares planos; nosotros, tanto como podemos, nos contentamos con Baies (ciudad de placer, no muy lejos de Nápoles, a lo largo de la bahía de Particols) , que dejé el día siguiente de haber llegado, lugar que hay que evitar, todo y teniendo ciertas ventajas naturales, por que la distracción se la ha tomado para sus fiestas. ¿Pues qué? ¿Hay que declarar odio a un lugar? De ninguna manera, pero así como un vestido determinado cae más bien al barón sabio y honesto que a otro , y así como él no odia ningún color, pero tiene algunos por improcedentes del hombre que hace profesión de frugalidad, así hay países que el barón sabio o el que tiende a la sabiduría evitará no procedentes e incomportables con las buenas costumbres. Así, por ejemplo, meditando el retiro, nunca escogerá Canopus (ciudad situada en la embocadura del brazo más occidental del Nilo, y proverbial entre los latinos por su moral libertina), bien que Canopus no prohíba a nadie ser ebrio, ni tampoco Baies, pues han devenido hostal de los vicios. Allí se permite mucho más la lujuria, como radicada totalmente legal, no solamente hace, sino que aun rumbea? Hemos de hacer lo posible para huir muy lejos de los excitantes del vicio; nos conviene endurecer el espíritu y apartarnos bien lejos de las seducciones del placer. Un solo invierno relajó a Aníbal; aquél hombre al que no habían domado las nieves ni los Alpes, enervaban las delicias de la Campania: vencedor por las armas, fue vencido por los vicios. También nosotros hemos de luchar, y ciertamente con una milicia en la cual en la cual no hay nunca reposo, no hay nunca ocio; hay que abatir primeramente los placeres que, como ves, arrasan con ellos los más fuertes espíritus. Aquél que considerase la grandeza de la obra que ha empezado, vería que no ha de permitir ninguna delicadeza ni blandura. ¿Qué tengo que ver con estos lagos de aguas caldas, ni con los sudatorios, en los cuales se inyecta aire seco que enerva los cuerpos? Todo sudor, sea con el trabajo que ha de salir. Si hacíamos lo que hizo Aníbal, sí, interrumpiendo el curso de las cosas y dejando la guerra, nos dedicásemos a engordar el cuerpo, todos criticarían con razón la desidia mal avenida incluso después de la victoria, cuanto más en el curso de ella, todos la reñirían de peligrosa; pues menos aún nos afecta a nosotros que aquellos seguidores de las banderas púnicas; mayor peligro corresponde a los que ceden, mayor trabajo a los que perseveran. La fortuna guerrea conmigo; yo no he de obedecer las órdenes, ni aceptar su yugo; es más, y esto exige mayor coraje, yo me la expulso. Cabe no remojar el espíritu; si cedo el placer, me tendré que ceder al dolor, a la fatiga, y a la pobreza; e igual poder querrán sobre mí la ambición y la ira; entre tantas pasiones, habré de ser estirado, mejor dicho, roto. En nuestro trabajo se nos propone como premio la libertad. ¿Pides que es la libertad? No ser servidor de cosa alguna, de ninguna necesidad, de ningún hecho fortuito, reducir la fortuna a límites de justicia. El día que conoceré que puedo más que ella, ya no podré nada. ¿Podría yo soportarla, si tengo la muerte al alcance de la mano? El hombre dado a estos pensamientos, ha de elegir un lugar serio y honesto, ya que una amenidad excesiva afemina los espíritus, y no hay ninguna duda que el país contribuye más o menos a quebrantar el vigor. Resisten cualquier camino los animales que tienen las pezuñas endurecidas en caminos ásperos; los engordados en blandos pastos marginales pronto las tienes estropeadas. Los soldados más fuertes provienen de los países montañosos, el flojo es el nacido y criado en Roma. No rehúsan ningún trabajo las manos que pasan del arma a la arada, pero el perfumado y pulido desfallece ya ante el primer polvo. Un país adusto da firmeza al carácter y lo convierte en apto para las grandes empresas. Era más convenientes a Escipión el ser exiliado a Liternum (pequeña ciudad de la Campania) que no a Baies (idem.)en su hundimiento no correspondía un descanso tan afeminado. Ya que aquellos a los que la fortuna dio primero el poder público del pueblo de Roma, C. Mari y Gneu Ponpeyo y César, construyeron tales villas en la región de Baies, pero las colocaron en las cimas de las montañas, pues les parecía más militar de contemplar desde un punto más elevado los largos y amplios dominios. Fíjate qué posición eligieron, en qué lugares levantaron edificios, y cuales, y verás que más que villas, eran fortalezas. ¿Crees tú que Catón habría habitado nunca bajo brillantes (lugares) para contar las parejas de adúlteros paseando en barcas, y toda clase de laudes pintados de diversos colores, y el lago todo salpicado de hojas rosa, para oír los murmullos nocturnos de los cantantes? ¿No habría, acaso, preferido quedar entre valles que por una noche se habría elevado de su mano? ¿Quién que sea hombre, no preferirá que su sueño sea roto por el clarín ya que no por la sinfonía? Pero ya hemos pleiteado bastante tiempo contra Baies, nunca suficiente contra los vicios, que yo te ruego, oh Lucilio, que persigas sin fin ni medida, pues que ellos tampoco tiene ni fin ni medida. Tira todas aquellas cosas que deshacen tul corazón, y si de otra manera no se pueden quitar, arráncate con ellas el corazón y todo. A manera de los ladrones, que los egipcios llaman “bergant” no nos abrazan sino para ahogarnos.