Cartas a Lucilio - Carta 35

Carta XXXV Séneca reclama la presencia de Lucilio Cuando tan encarecidamente te ruego que estudies, obro en interés propio. Quiero poseer tu amistad, y este bien no me podría corresponder, si no continuabas perfeccionándote como cuando comenzares. Porque ahora tu me aprecias, pero no eres amigo mío. ¿Pero qué? ¿Son distintas estas dos cosas? Distintas, y aún más: son diferentes. Quien es amigo, ama; quien ama, no siempre es amigo. Por eso la amistad siempre es provechosa; el amor a veces incluso es nocivo. Si no por otra cosa, progresa por tal de saber amar. Interésate, pues, no sea caso que siendo perfecto para mí, se beneficie otro. Cierto que recojo el fruto, cuando imagino que formamos una sola alma, y que todo el vigor que mi edad ha perdido, la tuya me la devolverá, si bien que no demasiado lejana de la mía; pero, así mismo, quisiera disfrutar de la realidad. Nos proviene gozo de aquellos a quienes estimamos, aunque estén ausentes, pero es un gozo leve y evanescente ; el aspecto, la presencia, la conversación, ofrecen un deleite vivo, siempre, es claro, que el amigo que ves no solamente sea el que quieres, sino tal como lo quieres. Tráeme, pues, el gran presente de ti mismo, y por tal de vigilar más, piensa que tú eres mortal y que yo soy viejo. Adelántate hacia mí, pero antes hacia ti; progresa por el buen camino, pero antes que nada, esfuérzate a ser coherente contigo mismo. Siempre que quieras probar si has progresado algo, mira si quieres hoy lo mismo que ayer; la mudanza de la voluntad traiciona al alma fluctuante que aparece ahora aquí ahora allí, siguiendo al viento. No es ocioso lo que es firme y bien fundamentado; pero esta firmeza es do del sabio y del perfecto, y, en alguna medida, de aquí avanza y ya tiene hecho mucho camino. ¿Qué diferencia hay? Este se conmueve, pero no se mueve del lugar, si bien que balancea; el sabio, ni si quiera se conmueve-