Cartas a Lucilio - Carta 24

Carta XXIV Del menosprecio de la muerte (Nota: esta es la carta que Séneca aprovecha para la preparación del suicidio al que le convidó Nerón) Me escribes que estás nervioso del resultado de un proceso que un enemigo furioso intenta contra ti, y ya cuentas que yo persuadiré de prometerte el éxito más agradable y de reposar en esta blanda esperanza. Porque ¿qué necesidad hay de llamar a los males, que pronto vendrán a hacernos padecer, de pasarlos antes y de desperdiciar el tiempo presente por miedo del futuro? Es sin duda cosa necia sr ya desgraciado por que dentro de poso has de serlo. Yo, no obstante, te llevaré a la seguridad por otro camino. Si quieres deshacerte de toda angustia, cualquier mal que puedas temer, imagínatelo que va a venir, y sea lo que sea, sospesa en tu consideración y mide el temor, y bien pronto entenderás que no es cosa grave aquello que temes, o no es cosa larga. Los ejemplos para fortalecerte pronto son escogidos pues se han producido en toda época. Cualquier edad de la historia romana o extranjera que reclames a tu memoria, encontrarás caracteres de gran sabiduría o de gran energía. Si pierdes el proceso, ¿por qué tal vez te llegará nada más duro que ser enviado al exilio (Nota: como le sucedió al propio Séneca en su exilio a Córcega) o encerrado en la prisión. ¿Puede temer nada más fuerte que ser quemado o muerto violentamente? Represéntate cada una de estas pruebas, y evoca quien las ha despreciado, los cuales, más que buscar, habrás de escoger. Rutilio recibió su condena sabiéndole grave solamente la injusticia de la sentencia. Metel soportó varonilmente el exilio.; Rutilio, incluso voluntariamente; el uno hizo a la República la concesión de regresar, el otro denegó su regreso a Sul•la,(Lucio Cornelio Sul•la, 138-78 a JC:político y general romano, dictador) al cual entonces nada se le negaba. Sócrates disertó dentro de la prisión, y habiendo quien le ofrecía la fuga, no quiso salir, antes que se quedó por tal de hacer perder a los hombres el miedo de dos cosas gravísimas: la muerte y la prisión. Mucio puso la mano en el fuego. Grave suplicio es el del fuego; cuanto más lo ha de ser si uno se lo aplica a sí mismo! Aquí tienes un hombre no instruido, ni fortalecido con ningún precepto contra la muerte y el dolor, armado solamente de su valor militar, aplicándose a sí mismo la pena de un intento fallido; él se mantuvo de pié contemplando su mano derecha fundiéndose en gotas sobre un brasero enemigo y no retiró los huesos descarnados de la mano fundida antes que el enemigo apartara el fuego. Podía en aquél campamento hacerse cosa más afortunada, pero no más corajosa. Veas como es valiente la virtud para afrontar los peligros que no la crueldad para infligirlos.; más fácilmente perdonó Porcena a Mucio Mucio Escélola, 140-82 aJC héroe legendario romano que intentó asesina a Porssena rey de Clusium) de haberlo querido matar, que no Mucio a sí mismo de no haber muerto. <<Todo esto, dices, son fábulas repetidas en todas las escuelas; ya veo venir que cuando seremos ante el menosprecio de la muerte, me contarás la de Catón.>>¿Y por qué no contaría la última noche en que leía Platón con una espada en la cabecera de la cama? De estas dos cosas se había prevenido para la última hora, la una para querer morir, para poder (resistir). Ordenados, pues, todos los asuntos, tal como unos casos fallidos y ruinosos podían ordenarse, se creyó en el deber de procurar que a ninguno no fuera tiempo de matar a Catón, ni de salvarlo. Y desenvainando el puñal, virgen de toda sangre hasta entonces, dijo: <<Nada has conseguido, oh fortuna!, contrastándolo con todos mis esfuerzos. No he luchado por mi libertad,, sino por la de la patria, ni he trabajado con tanta constancia para verme vivir libre, sino para vivir entre libres. Ahora, desesperanzados todos los asuntos del género humano, Catón ha de irse seguro>> Entonces infligió al cuerpo la herida mortal. Ligada después por los médicos tenía menos sangre y fuerzas, pero igual coraje, airado, no solamente contra el César, sino contra él mismo, se abrió la herida con las manos desnudas, y expulsó, más que no exhaló, aquél generoso espíritu despreciador de toda prepotencia. Si multiplico los ejemplos, no para ejercitar el ingenio, sino para fortalecerme contra aquello que parecía terrible. Y reincidiré más fácilmente, si te hago ver que no solo los barones fuertes han despreciado este momento de exhalar el espíritu, sino que hasta algunos, cobardes, han igualado en esto a los más valientes, como Escipión ( Q. Cecili Metel Escipión, descendiente de los grandes Escipiones vencedores en España y África. Luchó al lado de su yerno en Farsalia y después en Thapsus, y se quitó la vida después de estas derrotas) suegro de Cneo Pompeio, el cual, empujado al África por un viento contrario, y viendo su nave apresada por los enemigos, se suicidó por la espada, y respondió a los que le preguntaban dónde estaba el general: <<El general está seguro>> Esta palabra igualó a los mayores, y evitó que sufriera interrupción la gloria de los Escisiones pronosticada a África. Mucho fue vencer Cartago, pero más fue vencer a la muerte. <<El general, dijo, es en (lugar) seguro>> ¡Es que debía morir de otra manera un general, y un general de Catón? No te remito a las historias, y recogeré de entre todos los siglos a los que menospreciaron la muerte, que son muchísimos. Fíjate en nuestra época, de lo larga y blandura de la cual nos lamentamos, y nos ofrecerá hombres de todo orden, de toda condición, de toda edad, que han puesto fin con la muerte a sus desgracias. (Séneca: reitera su sentido de admirar del suicidio) Créeme, Lucilio, así la muerte no es temible, que gracias a ella, no hemos de temer ningún mal anterior. Escucha, pues, tranquilamente las amenazas de tu enemigo, y aunque tu consciencia te dé confianza, asimismo, siendo tantos los elementos que influyen, incluso la justicia, espera la sentencia más justa, pero también prepárate para la más injusta-Antes que todo, pero, acuérdate de quitar a las cosas todo ruido y de ver en cada cosa que (es lo que) hay. Entonces sabrás que no hay nada de terrible fuera del mismo temor. Aquello que ves que pasa a los niños, nos pasa también a nosotros, niños crecidos; ellos, a las personas que quieren, al cuidado de los cuales se han hecho, con los cuales juegan, se espantan de verlas disfrazadas. No solo a las personas, sino también a las cosas y hace falta quitar la máscara y restituir nuestro propio rostro. ¿Por qué me muestras las espadas y las llamas y la turba de verdugos bramando alrededor tuyo? Saca este espantajo bajo el cual te escondes y entierras a los necios: eres la muerte, que no hace mucho despreciaba mi esclavo, mi sirvienta. ¿Por qué extiendes delante mio el gran aparato de azotes y de caballetes, , y las máquinas de tortura adaptadas a cada miembro y mil instrumentos más para descarnar al hombre a pequeños trozos? Retira estas cosas que nos espantan, haz callar los gemidos y los gritos y clamores de tortura arrancados por los suplicios: no eres sino el dolor que aquél (dolido por la gota) tiene por poca cosa, que aquél dispéptico aguanta incluso en medio de las delicias, que aquella muchacha ha sufrido en el parto. Piensa dentro de de tu espíritu estas cosas que tantas veces has sufrido, tantas veces has dicho, pero haz la prueba de si las has sufrido y dicho de verdad. Car es cosa de lo más vergonzoso, y que nos suele ser atribuida, hacer filosofía de palabra pero no de obra. Cómo ¿hasta ahora no e apercibes que te amenazan la muerte, el exilio, el dolor? Para estas cosas has nacido; todo aquello que puede ser tengámoslo como a futuro. Sé ciertamente que has hecho lo que te aconsejo que hagas. Ahora te advierto que no hundas tu alma en el miedo del proceso (que ha anunciado al principio de la carta), se me dormirían y se encontraría con una disminución de vigor cuando necesitara levantarse. Transpórtala de tu causa a la de todo el mundo: di que tienes un cuerpo mortal y sin vigor, al cual, no solamente de la injusticia y del poder de los más fuertes puede provenirle el dolor, antes lis mismos placeres le llevan al tormento, pues las grandes comilonas reportan la indigestión, las embriagueces, el ensoñamiento y temblor de nervios, los delirios sensuales, los arañazos de las manos y de todos los miembros. Si me vuelvo pobre, me encontraré entre el gran número. Si voy al exilio, me imaginaré haber nacido allí donde estaré- Seré atado ¿I qué? ¿Es que ahora estoy desligado? He aquí que la naturaleza me ató a mi pesado cuerpo. Moriré. Con esto no dices que acabaré de poder estar enfermo. De poder estar atado, de poder morir. (Nota: se reiteran los motivos a favor de la muerte propia y cuando quiera) No soy tan payesol de seguir ahora la cantinela de Epicuro, y decir que los temores del infierno son vanos, que ni Ixió rueda con la rueda, ni Sísifo empuja hacia arriba la piedra con sus músculos, ni es posible que unas entrañas renazcan continuamente para ser devoradas. No hay nadie tan infantil que tema el Cerber , y las tinieblas, y los fantasmas que no constan sino de huesos descarnados. La muerte, o nos aniquila, o nos desnuda. Si salimos del cuerpo, aparta del peso, nos queda la parte mejor; si somos aniquilados, no nos queda nada, bienes y males, todo junto desaparece. Permíteme retraer en este lugar un verso tuyo, advirtiéndote antes que no lo escribas para otros, sino también para ti. Es deshonroso decir una cosa y pensar en otra, y mucho más escribir una cosa y sentir otra.! Recuerdo que tratabas de éste tópico. Que no caemos por sorpresa en la muerte, sino que caminamos hacia ella. Cada día morimos; cada día se nos disminuye una parte de la vida, y mientras crecemos, la vida decrece. Perdimos la infancia, después la niñez, después la juventud. Hasta el día de ayer, todo el tiempo pasado está muerto y este mismo día de hoy, nos lo repartimos con la muerte. Así como no es la última gota la que detiene el reloj de agua, sino todas las que habían caído antes, así la última hora en la que dejaremos de existir no es ella sola la que produce la muerte, sino que la consuma; entonces llegamos, pero tiempo hace que vamos. Exponiendo esta idea con tu elocuencia acostumbrada, siempre grande, pero nunca tan aguda como cuando tomando las palabras a la verdad, dijiste: <<La muerte no viene toda a la vez: la que se nos lleva es la última muerte.>> Prefiero que leas esto mejor que mi carta, pues entonces verás claro que la muerte que tememos es la última, pero no la única. Veo hacia donde miras: buscas que es lo que he colocado en mi carta, qué dicho válido, que precepto útil. Te enviaré alguna cosa sobre esta materia que hemos tratado. Desaprueba Epicuro tanto a los que de desean la muerte como a los que la temen, y dice: <<Es ridículo correr hacia la muerte por tedio de la vida, cuando es la manera de vivir la que hace correr hacia la muerte.>> Así mismo dice (Epicuro) en otro lugar <<¿Qué ridículo es desear la muerte cuando el miedo a la muerte te ha hecho la vida angustiosa?>> Puedes aquí añadir esta otra sentencia del mismo estilo, esto es, que es tanta la imprudencia, y más, la demencia de los hombres, que algunos se ven forzados a morir por el temor a la muerte. Cualquiera de estas sentencias que medites, cogerás fuerza para sufrir la muerte, o para soportar la vida, pues nos conviene consejo y coraje para ambas cosas, para no amar demasiado ni odiar demasiado a la vida- Hasta cuando la razón nos persuade que hemos de poner fin a nuestra vida, no se ha de coger la decisión temerariamente, ni de un golpe. El hombre fuerte y sabio no ha de huir de la vida, sino salirse. (Séneca hace unas consideraciones menos drásticas hacia la posibilidad del suicidio) Antes que nada ha de evitarse aquella pasión que se hace dueña de tantos: el deseo intenso de la muerte. Porque, querido Lucilio, existe también, como para otras cosas, una inclinación irracional hacia la muerte, que a menudo ha afectado a barones generosos e incorruptibles, a menudo también a algunos cobardes y deprimidos; aquellos menosprecian la vida, estos la encuentran pesada. A algunos les coge el tedio de hacer y de ver siempre lo mismo; no un odio, sino un asco de la vida, en el que caemos empujados por los misma filosofía, cuando decimos <<¿Hasta cuando las mismas cosas?>> Despertarse y dormirse, tener gana y saciarse, tener frio y tener calor. No hay nada que se acabe, sino que todas las cosas de la naturaleza están ligadas, huyen y se atrapan. La noche empuja al día, el día a la noche, el verano acaba en el otoño, el otoño es empujado hacia el invierno, el cual es empujado por la primavera; así todo pasa para volver. Ni hago nada nuevo; al final, también esto da náusea.>> Hay muchos que no encuentran la vida amarga, sino que sobra.