Carta de Marx a Friedrich Bolte (23 de noviembre de 1871)

​Carta de Marx a Friedrich Bolte (23 de noviembre de 1871)​ de Karl Marx

[Londres], 23 de noviembre de 1871

...La Internacional fue fundada para remplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera con vistas a la lucha. Los Estatutos iniciales y el Manifiesto Inaugural[1] lo muestran a simple vista. Por otra parte, la Internacional no hubiera podido afirmarse si el espíritu de secta no hubiese sido ya aplastado por la marcha de la historia. El desarrollo del sectarismo socialista y el desarrollo del movimiento obrero real se encuentran siempre en proporción inversa. Las sectas están justificadas (históricamente) mientras la clase obrera aún no ha madurado para un movimiento histórico independiente. Pero en cuanto ha alcanzado esa madurez, todas las sectas se hacen esencialmente reaccionarias. Por cierto, en la historia de la Internacional se ha repetido lo que la historia general nos muestra en todas partes. Lo caduco tiende a restablecerse y a mantener sus posiciones dentro de las formas recién alcanzadas.

La historia de la Internacional también ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas y los experimentos de diletantes que tendían a echar raíces en la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera. Esta lucha se ha librado en los congresos y, mucho más aún, en las reuniones especiales del Consejo General con las distintas secciones.

Como en París los proudhonistas (los mutualistas[2] figuraban entre los fundadores de la Asociación, tuvieron, naturalmente, las riendas en sus manos durante los primeros años. Posteriormente surgieron allí, como era lógico, grupos colectivistas, positivistas y otros que se opusieron a ellos.

En Alemania tuvimos la camarilla de Lassalle. Durante dos años yo mismo mantuve correspondencia con el famoso Schweitzer y le demostré irrefutablemente que la organización lassalleana era, simplemente, una organización sectaria y, como tal, hostil a la organización de un movimiento obrero efectivo, hacia el que tiende la Internacional. Pero él tenía sus «razones» para no comprenderlo.

A fines de 1868 ingresó en la Internacional el ruso Bakunin con el fin de crear en el seno de ella y bajo su propia dirección una segunda Internacional titulada «Alianza de la Democracia Socialista». Bakunin, hombre sin ningún conocimiento teórico, exigió que esta organización particular dirigiese la propaganda científica de la Internacional, propaganda que quería hacer especialidad de esta segunda Internacional en el seno de la Internacional.

Su programa estaba compuesto de retazos superficialmente hilvanados de ideas pequeñoburguesas arrebañadas de acá y de allá: igualdad de las clases(!), abolición del derecho de herencia como punto de partida del movimiento social (tontería saintsimonista), el ateísmo como dogma obligatorio para los miembros de la Internacional, etc., y en calidad de dogma principal la abstención (proudhonista) del movimiento político.

Esta fábula infantil fue acogida con simpatía (y hasta cierto punto es apoyada aún hoy) en Italia y en España, donde las condiciones reales del movimiento obrero están aún poco desarrolladas, y también entre algunos fatuos, ambiciosos y hueros doctrinarios en la Suiza Latina y en Bélgica.

Para el señor Bakunin su doctrina (bazofia de trozos tomados de Proudhon, Saint-Simon, y otros) era y es un asunto secundario, un simple medio para su encumbramiento personal. Como teórico es un cero a la izquierda, pero las intrigas son su elemento.

El Consejo General ha tenido que luchar durante años contra este complot (apoyado hasta cierto punto por los proudhonistas franceses, sobre todo en el Mediodía de Francia). Finalmente, valiéndose de las resoluciones 1, 2 y 3, IX, XVI y XVII de la Conferencia[3], descargó el golpe que tanto tiempo llevaba preparando.

Como es lógico, el Consejo General no va a apoyar en América lo que combate en Europa. Las resoluciones 1, 2, 3 y IX dan ahora al Comité de Nueva York armas legales para terminar con todo sectarismo y con todos los grupos diletantes, expulsándolos si llega el caso...

...El movimiento político de la clase obrera tiene como último objetivo, claro está, la conquista del poder político para la clase obrera y a este fin es necesario, naturalmente, que la organización previa de la clase obrera, nacida en su propia lucha económica, haya alcanzado cierto grado de desarrollo.

Pero, por otra parte, todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes y trata de forzarlas «presionando desde fuera», es un movimiento político. Por ejemplo, la tentativa de obligar mediante huelgas a capitalistas aislados a reducir la jornada de trabajo en determinada fábrica o rama de la industria es un movimiento puramente económico; por el contrario, el movimiento con vistas a obligar a que se decrete la ley de la jornada de ocho horas, etc., es un movimiento político. Así pues, de los movimientos económicos separados de los obreros nace en todas partes un movimiento político, es decir, un movimiento de la clase, cuyo objeto es que se dé satisfacción a sus intereses en forma general, es decir, en forma que sea compulsoria para toda la sociedad. Si bien es cierto que estos movimientos presuponen cierta organización previa, no es menos cierto que representan un medio para desarrollar esta organización.

Allí donde la clase obrera no ha desarrollado su organización lo bastante para emprender una ofensiva resuelta contra el poder colectivo, es decir, contra el poder político de las clases dominantes, se debe, por lo menos, prepararla para ello mediante una agitación constante contra la política de las clases dominantes y adoptando una actitud hostil hacia ese poder. En caso contrario, la clase obrera será un juguete en sus manos, como lo ha demostrado la revolución de septiembre en Francia[4] y como lo está, hasta cierto punto, demostrando el juego que aún hoy llevan con éxito en Inglaterra Gladstone y Cía.


  1. Véase el presente tomo, págs. 5-13. (N. de la Edit.)
  2. En los años 60 del siglo XIX, los proudhonistas se llamaban a sí mismos «mutualistas» y planteaban el plan reformista pequeñoburgués de liberación de los trabajadores mediante la organización de cooperativas, sociedades de ayuda mutua, etc.
  3. Trátase de las resoluciones adoptadas por la Conferencia de Londres de 1871 «Sobre las denominaciones de los consejos nacionales, etc.» (resolución II, puntos 1, 2 y 3), «Sobre la acción política de la clase obrera» (resolución IX), «Sobre la Alianza de la Democracia Socialista» (resolución XVI) y «Sobre la escisión en la Suiza Francesa» (resolución XVII).
  4. El 4 de septiembre de 1870, al tenerse noticia de la derrota de las fuerzas francesas en Sedán, se produjo una sublevación revolucionaria de las masas populares que desembocó en la caída del Segundo Imperio y la proclamación de la república. No obstante, en el Gobierno Provisional entraron monárquicos, además de republicanos moderados. Este Gobierno, presidido por Trochu, gobernador militar de París, y su auténtico inspirador Thiers, reflejando los ánimos capituladores de los medios terratenientes y burgueses de Francia y su miedo ante las masas populares, tomó el camino de la traición nacional y la componenda con el enemigo exterior.

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