Carta de Madrid
El acontecimiento artístico de esta última quincena, ha sido la exposición de joyas artísticas organizada por el artista catalán Enrique Muñoz Murató, joven brioso y culto, en los salones de la Librería Matheu que abriendo sus puertas lo mismo a los escritores que a los cultivadores de las artes plásticas, da tina prueba de su exquisito buen gusto y de su amplitud de criterio.
Los amateurs del arte del camafeo y del esmalte, de las joyas pulidas en que se ejercitara el supremo genio artístico de Benvenuto Cellini, han tenido ocasión de congratularse con esta presentación del artista catalán, desconocido hasta hoy de nuestro público.
El tallado de la piedra y del bronce tiene en este artista un `cultivador experto, que domina su arte. De los primores ejecutados darán idea a los lectores de VIDA ARTÍSTICA las fotografías que acompañan a esta crónica.
José Más, es uno de los más intensos y laboriosos cultivadores de la literatura, que despuntan en la generación joven. Casi adolescente se dió a conocer por su novela Soledad, que yo prologué, y que encerraba los gérmenes de un futuro novelista, hoy ya cuajado. Había allí descripciones hechas con maestría insuperable y si todavía no estaba lograda la personalidad, se acusaba ya un costumbrista andaluz de la cepa de los Estévanez, Calderón y los Fernán Caballero, pero más adecuado al espíritu de los tiempos. «De casta le viene al galgo...» y José Más descendía de progenie de artistas, pues su padre fué aquel olvidado y gloriado don Benito Más y Prat, costumbrista magistral que se mostró como un gran espíritu en La tierra de María Santísima y autor de algunas poesías, sobre todo, en los Nocturnos que revelaban una alma gemela de la de Gustavo A. Becquer con su misma genialidad elegíaca.
Hizo luego José Más una incursión al terreno de la novela del misterio, cultivada en Inglaterra por Hugo Conway, y en Norte América por Edgar Poe, y publicó El baile de los espectros, que tiene atisbos de maestro y escenas interesantísimas que sobrecogen y cautivan al lector.
Y luego de esta incursión, se adentró francamente en el terreno de la novela sevillana, queriendo revivir las costumbres, los caracteres, las escenas de su tierra natal y pintando, no una Andalucía banal y frívola de pandereta, sino una Andalucía trágica y adolorida, cantando y bailando en sus zambras y juergas, pero con toda la espantosa tragedia clavada dentro del corazón, como un puñal...
A esta serie de novelas pertenece La Bruja, publicada el año pasado, donde hay escenas andaluzas tan pintorescas como la de las azoteas, en el capítulo primero. Recientemente acaba de publicar La Estrella de la Giralda, donde ya la pluma tiene relieves magistrales y se muestran en todo su esplendor las facultades de novelista que le asisten. La descripción de los personajes, la visión artística de la Catedral «por dentro», la procesión del Corpus, son páginas memorables que no olvidan los que lean esta novela. El tipo de la muchacha mística tiene una fuerza y una plasticidad inconfundibles y el canónigo tiene la sensación de realidad de los clérigos, pintados de mano maestra por Eça de Queiroz en O crime do Padre Ganaro y los abates fijados para siempre en la novela por Ferdinand Faores en L`Abbè Frigane. Es esta última novela la más cuajada y madura de las que hasta ahora ha publicado José Más.
Ultimamente ha publicado también en la Biblioteca Patria, meritísima para los amantes de las letras, una novelita, con escenas muy fuertes y vigorosas de pueblo castellano, titulada Sacrificio, que añade una cuerda más a la lira ya policorde de este novelista, cultivador del más puro realismo español, sin mescolanzas de naturalismo de escuela.
Acabo de presenciar dentro del género de varietés, un espectáculo nuevo, el más artístico y refinado que he visto hace años en este género. Se trata de la gran artista y bellísima mujer que ha actuado en estos últimos días en el teatro Lara, constituyendo su número el fin de la fiesta. Una fusión harmónica de tres artes coordinadas:—la música, el baile, y la pintura. Como en la estrofa célebre de Baudelaire:
les parfums, les coleurs et les sous se repordent...
La artista, esta gentil y original artista que se llama Mary Luziny, ha combinado estos tres elementos y realizando plásticamente con su cuerpo escultural las figuras inmortalizadas en cuadros famosos, nos da la sensación de lo viviente y nos hace pensar cómo las adoraríamos, si reviviesen, de rodillas... Y así es sucesivamente María de Magdala, del cuadro de Angélica Kaufmann, pecadora arrepentida, sugestiva en sus líneas estatuarias, de hebrea; o ya es la reina María Antonieta, del cuadro de Mme. Vigee Lebrun, que desfila por el escenario al son de un minueto de Haydn; o bien es la misma Angélica Kaufmann, según el autoretrato de la Galería degli Uffizi de
Florencia, y muestra su elegante perfil mientras la orquesta ataca la vibrante marcha Casse Noisette de Asehai Rowsky; o ya es la castiza y bien española actriz Consuelo del Madro, de nuestro formidable Zuloaga—ahora aquí, entre nosotros, para embeberse más de la esencia española que tiene su pintura— y entonces suenan los acordes jacarandosos de La Calesera, del maestro Barbieri; o ya se nos muestra en una maravillosa reencarnación de la reina María Luisa, apud Goya, y entonces los redobles alegres y valerosos de Pan y Toros, llenan de españolismo el escenario; es la Naranjera andaluza de Cardona y siguen entonces las notas dulces y nostálgica de la Danza española, de Granados, el no bien llorado...
Y esta mujer fina, esbelta, espiritual y sobre todo, artista, restaura y vivifica el decaído género de varietés y lo hace amable aún a los que lo execramos con esa maravillosa visión polícroma de arte...