Carta de Don Carlos a Cándido Nocedal
Mi querido Nocedal: Días pasados os escribí a Orgaz y a ti aprobando plenamente, y aplaudiendo con todo mi corazón, vuestra campaña parlamentaria, en la cual, los diputados que representáis las tradiciones, los principios constitutivos y los deseos de España, mi causa, en fin, lográis verdaderas y útiles victorias.
En tu último discurso has planteado la cuestión en sus verdaderos términos. No hay más remedio que escoger, o los principios católico-monárquicos que sólo yo represento, únicos que pueden salvar a España y al mundo del total cataclismo que amenaza, o el socialismo y las llamas, no bien apagadas, que hace poco ponían espanto, y aún han de surgir pavorosas, si Dios no lo remedia en la Babilonia moderna.
Tienes razón; más principios, antes o después, han de triunfar, si no es que ha sonado ya la última hora del mundo. Tienes razón; es evidente que a mi me convendría triunfar, después del completo castigo: sobre las ruinas, sobre las lágrimas, sobre los remordimientos que abrirían los ojos a los ciegos y sacudirían el frío egoísmo de los apáticos, mi empresa, aunque menos salvadora, sería más fácil y más justiciera.
Pero mi España querida es antes que yo; yo no quiero un Trono asentado sobre el cadáver de mi Patria; por librarla de tanta desolación y tan espantosos horrores, le ofrecí desde niño el sacrificio de mi vida; hoy, que los instantes son supremos, yo la daré, si es preciso, mi sangre toda, la sangre de mi mujer, la sangre de mis hijos.
¡Quiera Dios premiar nuestros esfuerzos coronando nuestra victoria!
Para conseguirla, levantada tengo la bandera nacional. No hay español honrado que no quepa bajo su sombra. Yo los llamo y los espero sin excepción, y sé que vendrán. Unidos y llenos de esperanza, cumplamos nuestro deber de combatir sin tregua ni descanso al enemigo común en todos los terrenos, por todos los medios lícitos. Cada uno tiene su día: hoy es el vuestro, mañana será el de otros; pero todos conspiran al mismo fin, y ,no sólo no se rechaza, sino que se prestan, y se prestarán, esfuerzos y energía.
Tú y tus compañeros del Senado y del Congreso sois hoy la representación de mi España; y ese hidalgo pueblo sabe cumplir siempre su deber, como yo sé cumplir el mío.
Tu afectísimo
Fuente
editar- Ferrer, Melchor: Historia del Tradicionalismo Español, tomo XXIII, vol. 2. Página 173.