Carta de Diego Portales a Nicolás Pradel, redactor de El Crisol (18 de julio de 1829)


Señor Redactor de El Crisol:

En el número 76 del Verdadero Liberal se lee una carta suscrita por mí y que se ha insertado acaso con el principal objeto de especular a costa del descrédito de los profesores del Colegio de Santiago. Yo despreciaría el objeto que se ha pretendido darme con esta publicación, si de ella no resultare la ofensa de los profesores y mi obligación de satisfacerles.

En principios del mes de Enero, se me presentó don Pedro Chapuis pidiéndome la aceptación de una letra que la comisión de suscriptores giraba en su favor, por la cantidad de dos mil pesos para el transporte de, los profesores de esta ciudad a la de Santiago; le fue entregado el dinero y no volví a verle hasta el día siguiente que se me apareció a decirme: que le habían amotinada los profesores, y que halagados por las propuestas de don José Joaquín de Mora, y por las sugestiones de un agente suyo, querían romper la contrata celebrada en París, que los había animado a tamaña falta con la influencia de Mora en el Gobierno y con que los vecinos que se habían prestado a auxiliar la empresa de Chapuis eran del desagrado del Vice-Presidente de la República, circunstancia bastante trastornada; que los profesores reclamaban los mil pesos como obsequio que les hacían los suscriptores, y que él miraba tal reclamo como un pretexto de los reclamantes para evadirse de sus obligaciones; que, habiendo contratado cierto número de carruajes para el transporte de todos, se habían resistida a cumplir el contrato, porque les parecía excesivo el precio, y que pedían se les diese el dinero para hacer su viaje a caballo, o de otro modo que produjese un ahorro miserable, dando que sospechar de la oscuridad de sus principios con un manejo tan mezquino e indecoroso; y, en fin, que estas y otras muchas ocurrencias que me refirió le persuadían de que resortes poderosos habían minado y destruido ya su obra.

Yo creí cuanto me dijo el señor Chapuis, porque no conocía a los profesores, y porque el mismo señor Mora me había manifestado antes de entonces su interés por proporcionarse algunos de ellos para el Liceo, cuyo antecedente justifica mi confianza en la palabra del señor Chapuis, y el concepto desfavorable de los profesores a que me indujeron las inculpaciones que les hizo.

El señor Chapuis me propuso una entrevista con ellos, y la acepté de buena voluntad, esperando conseguir el feliz avenimiento que produjo por resultado.

El señor Chapuis, presentándome a los profesores, no les hizo ver al jefe de la aristocracia de Chile, como ridículamente quiere el señor Mora, sino a uno de los buenos chilenos que se habían empeñado en evitar al crédito e ilustración de su país el golpe mortal que se le preparaba con la primera y más útil empresa de este género; y continuó dirigiéndoles invectivas, que contestaron los profesores con una moderación muy recomendable y manifestando con la misma el disgusto que les causaba la exaltación del señor Chapuis, y el ocuparse de los cargos que se les hacía; concluyeron absolviéndolos con decir que ellos tenían su único origen en la falta de espera y mala inteligencia del señor Chapuis, y que jamás habían pensado faltar a sus deberes.

Confieso que la conducta que observé en los profesores me hizo dudar de la verdad de cuanto se les había imputado; y tomando la palabra, les hablé de esta manera: Señores: creo que ya puedo felicitarme y felicitar a la juventud chilena, por el término de unas diferencias que le habrían sido muy funestas, y suplico a ustedes me permitan la libertad de encargarles el más profundo silencio y absoluto olvido de una ocurrencia que, aunque en sí es nada, algunas personas harían caudal de ella para interpretarla en desaire de ustedes y en perjuicio de la empresa. Porque a ésta se haya anticipado otra de igual naturaleza, no deben ustedes desatentarse. Se nota casi generalmente en los padres de familias un vehemente deseo de dar a sus hijos la mejor educación; y hay juventud bastante para poblar muchos colegios. Por otra parte (¡ojalá yo me engañe!), no podemos lisonjearnos con la duración del Liceo de Chile. Su falta de profesores, llevada hasta el extremo de valerse de invenciones extrañas para prodigarle rentas, van a influir a mi juicio en su decadencia, lo mismo que otras circunstancias personales de su director. La opinion publica se ha pronunciado contra esa prodiga protección al Liceo, al mismo tiempo que se niegan al Instituto Nacional, en que se encuentra la enseñanza gratuita, las rentas que se le deben de justicia, y se desatienden los enérgicos reclamos de una junta encargada del fomento de este colegio. No es difícil presagiar el fin de una empresa que principia suscitando celos, agravios y disgustos; pero aun cuando se conserve y marche con toda la felicidad que debernos desearle, el lugar que se ha elegido para el Liceo que concilia los intereses de un director con los de ustedes; la distancia que le separa del centro de la poblacion excluye a los jóvenes que la ternura de sus padres, la escasez de fortuna u otras causas no les permiten entrar a pupilaje; y ustedes se aprovechan de esta clase de educandos, que a mi entender es la mas numerosa. El proyecto benéfico que movió a ustedes a dejar su patria, va a ser protegido por personas de concepto, de relaciones y propiedades; y con tal apoyo no debe temerse el éxito mientras la conducta de ustedes no desmerezca sus confianzas. Mucha circunspección, unión y el mas alto desprecio de los frívolos ataques que han comenzado a dirigirse contra ustedes, es lo que mas conviene.

Esto es, con una corta diferencia, cuanto hable a los profesores en aquella entrevista. Se retiraron, y me quede envuelto en dudas, y sintiendo cierta resistencia a creer tan mal manejo en unos sujetos que por su moderación, y por las apariencias, daban mejor idea de sus principios y de su rectitud.

Se fue el señor Chapuis con ellos a Santiago, y no ceso de escribirme quejándose de su comportacion y asegurándome que el señor Mora seguía empeñado en cruzar su plan mirando a los profesores, y que era de esperar que los esfuerzos de aquel no quedasen sin fruto. En la carta que dio lugar a la contestación inserta en el numero 78 de El Verdadero Liberal, me dice que había llegado a tal grado la mala conducta de la canalla francesa que se había visto en la precision de dar a uno de ellos de chicotazos en casa y me pide se aconseje lo que debía hacer para superar los inconvenientes y contradicciones que se opongan a cada paso a la realizacion del proyecto.

Dio la casualidad que en el mismo día recibí dos cartas de Santiago en que se me afirmaba que uno de los profesores había demandado a Chapuis ante el consul frances por haberle hurtado unos cajones de cigarros; y que otro lo había maltratado con fuertes golpes en la calle publica.

Una acusacion de tal naturaleza contra un hombre a quien todavía no juzgaba yo capaz de todo, y un hecho tan indecoroso como el de llegar a las manos en la calle publica, me obligaron a fijar el juicio desfavorable a los profesores que expreso en aquella carta, olvidándome de las cualidades del corresponsal a quien la dirigía. Y después de lo expuesto, ¿que se encuentra en ella de reprensible? Es cierto que cometí una injusticia contra los profesores; pero no nació del corazón, sino de un error de concepto en que el mas justificado y reflexivo habría incurrido con antecedentes semejantes. Posteriores y desapasionados informes me han instruido extensamente de aquellas ocurrencias, y me han dado a conocer a los profesores como ellos son en realidad. Los sucesos los han justificado, y su marcha honrosa los ha puesto en el buen lugar de que quieren arrojarles el egoísmo y la mezquindad: En la publicación de mi carta se divisa también el intento de hacerme aparecer inconsecuente; porque los editores del Verdadero Liberal, me atribuyen sin duda, como otros muchos, casi todos o todos los artículos que se han publicado en el Avisador, de Valparaíso. Dejaré que estos diestros conocedores crean lo que quieran a este respecto; pero, por contrariar el designio de desacreditar a los profesores del Colegio de Santiago, debo declarar: que después de aquella entrevista no he vuelto a saludar a ninguno de ellos y que, por consiguiente, no tuve ocasión de examinar sus aptitudes científicas, no soy capaz de juzgarlos; no puede, por esto, darse a aquéllas palabras de mi carta, <aunque yo los creo bien incapaces de ese bien>, un sentido que contradiga sus talentos y saber, de que ya tienen dadas pruebas inequívocas. Mal informado, los juzgué entonces incapaces de llevar adelante el colegio por la versatilidad, desunión y otros defectos que se les imputaban y que han desmentido completamente.

Soy de Ud. atento servidor.

Diego Portales.


Valparaíso, 18 de Julio de 1829.


Ver También