Carta de Carlos Ibáñez del Campo a Arturo Alessandri Palma (9 de marzo de 1925)


Carta de Carlos Ibáñez del Campo a Arturo Alessandri Palma

Santiago, 9 de Marzo de 1925

Excelentísimo Señor: Don Arturo Alessandri

Buenos Aires

Excelencia:

En este día en que su Excelencia acaba de ganar en Washington una gloria más para nuestra Patria, no puedo sustraerme al impulso de enviarle mis saludos de soldado lleno de orgullo y amigo adicto a la persona y los ideales con que S.E. viene a presidir la renovación política de la República. No podría en esta carta todo el calor de mi afección ni creería cumplir este deber honroso con la solvencia moral que mi actual cargo exige, si al darle la bienvenida no hiciera algún aporte útil a la claridad de visión para nuestro momento social. De aquí porque voy a complementar con informaciones mi ardiente saludo.

La oficialidad del Ejército, Excmo. Señor, va a recibiros con la disciplina y su fraternidad definitivamente consolidadas. Ha restablecido ya su fraternal unión con la marina, unión que momentáneamente lograron perturbar los elementos interesados. Siente hoy que sus aspiraciones descansan sobre una base inconmovible que los pueblos serios requieren para fundar con grandeza su porvenir y que se llama opinión pública. Todos los elementos vitales y que realmente representan el trabajo y la producción de Chile son nuestros aliados y cooperadores. Pero es menester no desatender circunstancias y factores que han hecho cambiar en nuestra tierra la conciencia nacional, hasta el punto de renovarla por completo.

Desde luego, es un hecho indiscutible que las viejas entidades políticas Unión Nacional y Alianza Liberal han fenecido como fuerzas militantes de eficacia. Sólo existe hoy, con verdadero vigor, un pueblo que exige ser gobernado con honradez, energía, resolución y salud política, y anhela hacer de Chile un Estado digno de sus glorias y de figurar entre los pueblos cultos y vigorosos que saben reaccionar virilmente sobre sus males. Los viejos profesionales de la política no sólo han dejado de ser necesarios, sino que están repudiados y condenados de hecho al asilamiento; a nadie arrastran, nadie los oye, todo el mundo desconfía aquí, ahora, hasta de aquellos que intentan defenderlos por cualquier aspecto. Ellos, sin embargo, inconsolables de su desplazamiento, siempre ambiciosos de gobierno e influencias, tratan de mover resortes, apelan a la audacia que antes les dio situación y siguen soñando, en su inconsciencia, con las combinaciones de partidos, con las situaciones revueltas en las cuales saben medrar por el gastado medio de la transacción y, lo que es más repugnante, han llegado a la conspiración con el Gobierno que espera al presidente constitucional, mezclándose para ello elementos reaccionarios con hombres a quienes el interés individual ciega y hace olvidar sus antagonismos doctrinarios. Se ha visto aquí que señores ufanos de su amistad con Su Excelencia, han entrado en concomitancia con los enemigos, a trueque de influir todos juntos en una vana ilusión: la re apertura del clausurado parlamento, en el cual tenían sillones. A juicio de la oficialidad del Ejército, contra estos últimos es preciso precaverse de forma especial y decidido. Ni los militares ni los civiles desean ya tolerar los manejos mañosos. Ambicionamos todos la política de la franqueza y del valor que S.E. supo tan bien proclamar, y no hay chileno que no sepa distinguir quienes son nuestros hombres y quienes nuestros parásitos, como asimismo que las prácticas caducas del antiguo régimen sólo conducen a una política que hizo su crisis definitiva y con cuya reaparición revivirían los poderes públicos irresponsables o de responsabilidad fugaz y diluida. Todo ciudadano que piensa quiere ver hoy robustecido el principio de autoridad, y consagrado el de la honradez política y administrativa.

Pero hay más: la oficialidad revolucionaria que el 5 de Septiembre no tuvo para S.E. la intención torcida con que maliciosamente se le hizo aparecer; la oficialidad que el 23 de Enero rectificó ese mal rumbo y devolvió al Generalísimo su poder legítimo, se halla hoy inquebrantable en el deseo de que en la depuración que S.E. viene a realizar sean eliminados todos los hombres que por su inconsistencia moral, o por haber hecho impúdicamente una profesión de las intrigas políticas, la opinión los señala con el dedo como inhabilitados para actuar en el escenario del Gobierno y de la política. Ellos fueron arrastrando al país a una situación que el ejército hubo de remediar aun a riesgo de manchar su tradición de obediencia, y este Ejército no quiere que su esfuerzo, su sacrificio resulte estéril. Así, repudia con toda entereza a personas como Carlos Alberto Ruiz, Pedro Rivas Vicuña, Hector Arancibia Lazo, Eduardo Grez Padilla, Luis Salas Romo, Eulogio Rojas Mery, Lautaro Bonhan, Oscar Chanks, Abraham Leckie, anual O’Ryan, Guillermo Bañados y otros. Vería la vuelta de estos señores a las tareas de gobierno con la misma cólera con que vería la intromisión de los similares del bando opuesto como los hermanos Huneeus, Rafael Urrejola, Francisco Bulnes, los Claro Solar, Claro Lastarria, Manuel Rivas Vicuña, Rafael Luis Gumucio, Elias y Ladislao Errazuriz, Carlos Larrain Claro y demás semejantes, de los cuales S.E. por laraga que sea su generosidad y su amor por la concordia, sólo deslealtad y daño podrá recibir.

Apartadas definitivamente estas gentes, la esperanza del país se vuelve ilusionada a la constitución que ha de ser fundamentalmente reformada. Se considera indispensable que el fatal vicio de contemplar siempre en las leyes institucionales la expectativa electoral para el futuro sea eliminado, y se estima que para ello es condición primera y esencial evitar la intromisión del espíritu corrompido en la Constituyente.

El manifiesto del 11 de septiembre, que de simple programa se ha convertido en una especie de Constitución transitoria, establece bien claramente el ideal del ejército; y como en ese mismo programa se ha depositado ya toda la fe pública, estoy cierto que ese documento habrá merecido a S.E. la consideración debida. Pero hay algo mas, algo tal vez nuevo para S.E., o cuya gravedad se ha revelado mas recientemente. Anoche, la sesión inaugural de una asamblea en la cual obreros y asalariados piensan discutir características para la próxima Constituyente, ha dejado de manifiesto el incremento de las doctrinas comunistas en el pueblo. Un subido porcentaje de asistentes a esa asamblea mantuvo una actitud violenta de odios a las instituciones armadas, a la burguesía (grande y chica) y aun a la persona del presidente de la República. Luchó enconadamente contra los votos de bienvenida que para S.E. se proponían y pidió, por último, la disolución de las fuerzas armadas y voceó la revolución social. Este síntoma revela la necesidad de tino y energía frente a ciertos elementos y, si otras consideraciones aconsejan reprimir con mano de hierro la obra de odio desarrollada por la oligarquía, esta otra manifiesta idéntica necesidad para con aquella parte del pueblo que desearía atentar contra el orden social que a todos garantiza iguales derechos. A mi juicio, la clase media que trabaja con sensatez, persigue finalidades de orden y equilibrio y hace patria con su trabajo y producción tesonera y cuerda en unión con la parte del pueblo que conserva el instinto de la justicia y del bien patrio, constituye la fuerza sana que ayudará a la creación del régimen constitucional nuevo y acorde con la realidad social existente.

Por lo demás, sobrados son los medios con que se cuenta para mantener el orden público. Se dispone de un gran pueblo, la disciplina del ejército se haya tonificada como en sus mejores días y la moral de todo su personal intacta; la armada estrecha mas y mas, hora tras hora su adhesión a la causa y a la persona de S.E., y el ambiente todo, saturado con el éxito de Washington, ha venido a caldearse de fe en tal grado, que vuelve a todos los corazones la honda y enorgullecedora emoción de cuando se afirman las raíces de un pueblo vivo y exaltado de amor patrio consciente.

S.E. se servirá excusar a este servidor que se ha permitido añadir a su saludo muy cordial, muy afectuoso y muy sincero, disgresiones de franqueza, y querría viera en ello tan sólo el anhelo de ser útil a la Patria y de secundar con inalterable tesón a la nueva obra ya próxima a iniciarse por S.E.

Por lo demás, el Señor General Navarrete, Inspector General del Ejército, le informará ampliamente sobre los detalles de la situación político-militar. Con profundo respeto y cariño le reitero mis saludos y lo espero seguro de su feliz arribo.

(Fdo.) C.Ibañez

Ministro de Guerra

P.D. Se nos ha informado que fuera de las personas nombradas existe una lista numerosa y completa de ex políticos de todos los partidos, cuyos acercamiento al gobierno es repudiado por la opinión sana del país y las fuerzas armadas.