Carlo Lanza/La última esperanza

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

La última esperanza.

Así Lanza se habia concretado á seguir haciendo méritos en la casa Caprile, por lo que convenia á sus intereses del momento y los del futuro, convencido de que un capital era cosa imposible de conseguir para él.

Su única esperanza habia sido la modista, pero esta esperanza se habia desvanecido al fin.

Era la modista, tocante á intereses, el sér mas raro y mas práctico con que habia tropezado Lanza en su vida.

Lanza, convencido íntimamente de que sus negocios tenian que darle un resultado brillante, no habia pensado en estafar á la modista en su dinero; hagámosle justicia.

El se proponia emplear ese dinero en establecerse de una manera sólida y tenerlo en su poder haciéndolo ganar intereses bárbaros.

¿Para qué cometer una estafa que podia perjudicar enormemente su crédito, cuando por el buen camino podia llegar al mismo fin, la fortuna?

Resuelto á tantear todos los medios á su alcance ántes que darse por vencido, una vez que se convenció que la modista no le aflojaria la mosca por nada de este mundo, se resolvió á herirla en la parte que creyó vulnerable á todas luces, el único medio posible y seguro de agarrar la plata de la modista: el matrimonio.

¿Qué vieja de este mundo resiste á una proposicion de matrimonio hecha por un hombre jóven y buen mozo?

El medio era caro, pero en cambio, de una seguridad indudable.

Si la vieja lo queria al extremo de haber sido su amante, arrostrando hasta la crítica silenciosa pero dolorosa de sus oficialas, ¿cómo no habia de quererlo como marido?

Lanza estaba seguro que con la sola proposicion la vieja se volveria loca de alegría.

Una noche en que habian cenado opíparamente despues del teatro, Lanza, en seguida de haber hecho á la vieja una poética manifestacion de su cariño, que aquella escuchó en un verdadero éxtasis, le dijo que habia resuelto casarse, porqué aquella vida no convenia en manera alguna á un hombre sério como él, que tenia entre mano negocios de cierta magnitud, y que pensaba establecerse como banquero.

La pobre vieja, que estaba lo mas agena de este mundo á los proyectos del jóven, rompió á llorar de una manera conmovedora.

Una noticia como esa, dada así á quema ropa, tenia que producirle un efecto desastroso.

Porqué, como era natural, se figuró que Lanza le daba parte de su casamiento con alguna otra mujer cuya edad armonizaba con la de él y por eso habia tratado de endulzarle la píldora con aquella manifestacion de cariño que acababa de hacerle.

—Pero, ¿por qué lloras? preguntó Lanza afligido, sin comprender en el primer momento la causa de aquel dolor.

¿Por qué lloras, mi alma, cuando mi noticia debia haberte producido un placer inmenso?

¿O acaso no me quieres, y todos tus cariños habian sido fingidos?

¿Amas acaso á otro que vale para tí mas que yo?

Y le echó una mano al cuello abrazándola tiernamente.

—¡Ingrato, ingrato y bárbaro! exclamó la vieja soltando toda la fuerza de su llanto.

¡Me vienes á dar la noticia de que te casas, y no quieres que llore!

¿Me crees acaso una persona sin corazon, ó crees que mi edad madura me impide tener sentimientos y amor propio?

¿Quieres acaso que de puro placer me cemprometa á hacer el ajuar de tu novia?

—¡Tonta! ¡tonta celosa! exclamó Lanza al fin, comprendiendo la causa de aquella desesperacion y aquel llanto.

¿Cómo te figuras, despues de lo que te he dicho, que habia de venir á darte la noticia de que me caso con otra?

Es contigo, tonta, contigo con quien he resuelto casarme, porqué he comprendido que nadie ha de tener por mí el cariño que me profesas, y de que todas las cosas deben tener su compensacion en esta vida.

Es á tí, querida mia, á quien pienso hacer mi esposa, la compañera tierna y apasionada de mi existencia.

Al oir aquella manifestacion que no esperaba y que venia á ser un contraste tan poderoso con el dolor sentido un momento ántes, la pobre muger quedó aturdida, al extremo de no saber lo que le pasaba.

Su mirada se dilató como la de un loco en la contemplacion del jóven, se pasó la mano por la cabeza en ademan violento y como si dudara de su juicio, no supo que responder.

—¡Tú casarte conmigo, tú mi marido! exclamó al fin con voz entrecortada por la emocion; y se echó en los brazos del jóven, dominada completamente por la emocion que sentia.

—¿Y qué tiene de asombroso? preguntaba Lanza emocionado á su vez al ver que su tiro habia dado en el blanco.

Estoy persuadido de la fuerza de tu cariño, que vengo observando desde el dia en que me lo demostraste por vez primera; vez que nadie ha de quererme como tu y de que yo no puedo querer á nadie como á tí y me caso contigo.

¿Qué cosa mas natural y mas lógica?

Es la compensacion á tu cariño y á tus bondades, y si algo siento es no poder elevarte a una posicion mas elevada.

La pobre mujer estaba como idiotizada, no podia darse cuenta de lo que pasaba por su espíritu y miraba á Lanza de una manera suprema, preguntándose si el vino podia haber influido algo en aquella extraña é inesperada resolucion.

—No me engañes, le dijo, no me engañes, te lo pido por lo que mas quieras en el mundo, porqué no sé hasta donde me llevaria el desencanto de una desilusion tamaña.

—¿Y con qué objeto habia de engañarte? ¿con qué interés habia de decirte semejante cosa si ella no fuera una resolucion inmutable?

¿No te he dado ya las razones que me impulsan á hacerlo?

Me caso contigo porqué debo hacerlo, porqué te quiero con toda mi alma y porqué no me conviene la clase de vida que llevo así, vida que puede perjudicarme en mis negocios.

La modista quedó como abismada en sus pensamientos.

La impresion del momento empezó á ceder el campo á su buen juicio y pensó que aquello no era ni natural ni lógico.

Un hombre jóven y hermoso como Lanza, de talento y en vísperas de tener una posicion importante, no podia casarse con una mujer vieja relativamente para él, y sin ningun atractivo que sirviese de disculpa á una resolucion de aquella magnitud en la vida de un hombre.

Solo el deseo de poseerla en absoluto, el temor de verse pospuesto y hecho á un lado por otro, podia hacerle tomar una resolucion semejante.

Pero el jóven, que reinaba en su espíritu de una manera absoluta, que sabía que ella lo amaba de una manera suprema y que no podia temer una competencia ventajosa, no estaba en aquellas condiciones.

No tenia necesidad de sacrificar su libertad y su porvenir para obtener una cosa que sin necesidad de aquel sacrificio poseia incuestionablemente.

Ninguna ventaja podia reportar de aquel desigual matrimonio, y era esto lo que la obligaba á pensar de aquella manera y buscar la causa de un proceder tan extraño é inesperado.

Y pensando con cierto criterio, no encontró mas explicacion á aquel matrimonio que su dinero, su fortuna, que era lo único de que Lanza no disponia y de lo que solo sería dueño casándose con ella.

Desde que encontró aquella explicacion perfectamente lógica, la modista se puso en guardia, y sin disminuir la manifestacion del agrado que le causaba aquella noticia, dijo á Lanza que era feliz, feliz como nunca habia creido serlo, pero sin darle una contestacion precisa.

Esto lo atribuyó Lanza al aturdimiento de la noticia misma y no quiso exigir una contestacion perentoria que creia no necesitar, pues esto podia dar á sospechar su apuro.

Y siguió hablando en el mismo sentido y haciendo planes de felicidad inmensa, hasta que se fuéron á recoger y se durmiéron, él mecido por la satisfaccion de haber logrado al fin su objeto, ella abrumada por sus cálculos y sus deducciones mortificantes.

La modista era una mujer de un criterio sumamente claro, sumamente razonable, é interesada como una judía.

Escarmentada en su propio pasado, tal vez por aventuras análogas, desde que sospechó el objeto positivo de aquel matrimonio, decidió no consentir en él.

Sin romper con Lanza ni darle á entender que habia penetrado en la causa de su proceder, podia muy bien renunciar al matrimonio, haciéndole creer que la misma pureza del amor que le tenia le hacia rechazar lo que era un verdadero sacrificio para él.

Así, cuando Lanza insistió al otro dia en su matrimonio, empezó ella á hacerle reflexiones en este sentido, concluyendo de esta manera:

—Para poseerme por completo no tienes necesidad de casarte, porqué es imposible quererte mas.

Necesitaria tener un corazon doble.

Por mi, para asegurar mi cariño, pora compensarlo, no tienes necesidad de casarte con una mujer que dentro de diez años podria ser tu abuela.

Esto es lo que me aterra, Lanza, haciéndome tener un miedo justo y razonable por mi porvenir.

Si ahora puedes quererme como lo dices y no lo dudo, no sucederá lo mismo en adelante, porqué no es natural, y es esto precisamente lo que me aterra.

Jóven y lleno de vida, dentro de diez años, te fastidiarias al lado de una vieja.

Otras mujeres jóvenes y bellas me disputarian tu amor, que tú les darias sin vacilar.

Yo entónces me convertiria para tí en un obstáculo insuperable y llegarias á odiarme y á desearme la muerte.

Esto es lo que me aterra, Lanza, de una manera invencible.

Así, en la situacion en que nos hallamos, yo nunca seré para tí un obstáculo insuperable y no podrás alimentar ódio para mí ni deseo de muerte.

De lástima tratarias de engañarme, y en último caso yo tendria un desencanto doloroso aunque previsto, pero como no sería nunca una carga odiosa para tí, no trocarias para mí tu amor en ódio.

No me caso pues, Lanza, en la seguridad de que así soy mas feliz.

Ese matrimonio que me rejuvenece de placer y de satisfaccion, sería el precio de mi felicidad futura.

Lanza quedó helado ante esta manera de raciocinar, convencido de que aquello no era mas que el disfraz de sus pensamientos verdaderos.

Indudablemente la mujer habia penetrado su intencion, comprendia todo el alcance de sus cálculos y se ponia en guardia hábilmente, velando su pensamiento con razones de conveniencia para él, cosa que no habria pensado ninguna otra mujer que hubiese pensado en situacion igual.

No podia quedarle pues la menor duda de que la modista era invulnerable por el lado del dinero y que era preciso renunciar á tal esperanza al respecto.

En vano quiso convencerla de la pureza de sus intenciones, en vano intentó darle todo género de seguridades, la vieja lo dejaba helado con esta pregunta:

—¿Qué será de mí dentro de diez años, cuando tú estés en la plenitud de la vida?

No quiero padecer yo por cualquier mocosuela que te revuelva los sesos y hasta se burle de mí.

Así, siempre seremos amigos, el desenlace vendrá naturalmente y siempre podré ser tu amiga sin menoscabo de mi amor propio, propio, nadie se podrá reir de mí y de tí mísmo.

Lanza no volvió mas á hablar de amor á la vieja, ni de casamiento.

Y si no hubiese sido porqué algo le sacaba, hubiera roto con ella para siempre.

No podia conformarse con haber sido derrotado en todos los terrenos por la prevision de aquella mujer empeñada en guardar su dinero.

Resuelto á no contar mas con aquella esperanza, se abrió una fuente de recursos nueva en el escritorio.

Los clientes nuevos de facha mas infeliz que caian al escritorio con algun apuro, despues de seductores discursos, pagaban una comision de cinco por ciento, comprendida la remesa de dinero y la carta que les escribia para la familia ó sus apoderados.

La comision que cobraba la casa era de tres por ciento, que era la cantidad que Lanza apuntaba en los libros, ganándose un dos por ciento sobre sumas que, reunidas, hacian una cantidad respetable.

Este dos por ciento de diferencia proporcionaba á Lanza una buena suma.

Para que nadie pudiera apercibirse de la cosa y asegurar de paso al cliente, dentro de la carta que se hacia escribir, Lanza ponia un sobre ya preparado para que remitieran la contestacion.

Y este sobre decia: Señor Carlo Lanza, calle Tacuarí 81, para entregar á don Fulamo de tal, el nombre del nuevo cliente.

Así todas las contestaciones tendrian que venir á su poder, quedando asi el cliente arraigado con él, que era con quien se entendia.

Lanza prevenia que tal vez él tuviera que salir de la casa ántes que las contestaciones vinieran, y como estas llegarian rotuladas á él, no podia perjudicarse en nada.

Y ya lo sabian los clientes mismos, porqué él se lo habia dicho:

—Si no me encuentras aquí, me encontrarás en mi otro escritorio, calle de Tacuarí 81.

Así se habia preparado Lanza su retirada, porqué su último modo de proporcionarse recursos era sumamente peligroso.

La menor indiscrecion de un cliente, una pregunta casual podia muy bien hacer descubrir aquella difencia de comisiones y echarse todo á perder, á pesar de la prevision inmensa con que procedia.

Así, si por cualquier indiscrecion salia de la casa, aquella clientela quedaba amarrada á él por las contestaciones.

Su exterior era cada vez mas rumboso y mas importante, lo que ayudaba mas á sus planes, porqué un infeliz de aquellos no podia sospecharse nunca que una persona tan espléndidamente vestida los explotase en un miserable dos por ciento de comision.

Concretado á una vida juiciosa, habia dejado de ir á casa de sus planchadoras, aunque sin dejar de atenderlas en sus necesidades, por lo que pudiera acontecer.

Y su noche la dividia en partes iguales entre la familia de Cánepa, donde lo arrastraban inclinaciones de corazon, y su vieja modista donde algo mordia.

Semejante á esos leones que estan encerrados en la jaula y por mas años que pasen siempre andan dando vueltas alrededor de las rejas en la esperanza de poderse evadir, así Lanza giraba siempre alrededor de los bolsillos de la vieja, buscando el modo de entrarles.

Pero como los leones de la jaula, era para convencerse mas de su impotencia.

La vieja, siempre en su deseo de verlo vestido con elegancia y riqueza, le hacia regalos de ropas y joyas, lo que para él era una gran economía, pues no tenia nada que gastar en el exterior de sus persona.

Su sueldo en mas que suficiente para sus gastos, de modo que el producto de sus especulaciones podia guardarlo íntegramente.

Ya no comia en casa de sus planchadoras, sinó en la Cruz de Malta ó en casa de la modista, donde era recibido con el mayor agrado.

Así sus amigos de la Cruz de Malta, juzgando por el exterior de su traje, tenian que creerlo un hombre de grandes negocios y de magnífica posicion financiera, puesto que por antiguas referencias sabian que Lanza era hijo de una familia rica y él un futuro banquero.

Comia bien y bebía mejor, invitando siempre á sus amigos con notable rumbo.

¿Quién se hubiera figurado que aquel hombre no era mas que un pelagatos, que lo único que tenia era su sueldo y lo que podia adquirir con sus malos manejos?

Aun diciéndolo, nadie lo hubiera creido.

Lanza buscaba con preferencia la amistad de los corredores de Bolsa, previendo que con ellos tendria mucho que hacer en adelante, y que le convenia estar bien acreditado.

Y ya instándolos á unos, ya aceptando invitaciones que ellos le hacian siempre, estaba en contacto con ellos, hablándoles de negocios y de transacciones por crecidas sumas.

Ya Lanza tenia toda la confianza en la casa de Caprile; ocupaba en ella una buena posicion y muchos habia que hasta lo creian interesado en ella.

Así es que esto mismo venia á favorecer sus planes ulteríores, porqué Caprile no podía tener en aquel puesto sinó á una persona de conducta y honradez intachables.

Su posicion en la casa de Caprile, puede decirse que era una carta de crédito en blanco fuera de ella.

Lanza se creia pues completamente á cubierto de cualquier fracaso y perfectamente seguro de su porvenir, en el caso que tuviera que salir del escritorio.