Carlo Lanza/Excursiones y estudios
Caracio acompañaba á Lanza simplemente á visitar la ciudad, porqué en aquellas horas de ocupacion para todos, no se podia hacer otra cosa mejor.
Lo trajo al centro, mostrándole los mejores edificios y establecimientos públicos y los barrios comerciales, que era lo que mayor interés despertaba en Lanza.
Aquellas vidrieras de las casas de cambio donde habia una fortuna en monedas de oro, tenian positivamente fascinado á Lanza.
Una ciudad donde el simple cambio de dinero constituia un negocio, debia ser una ciudad sumamente rica.
Y Caracio completaba los datos con informes preciosos para Lanza.
Aquellas vidrieras donde se anunciaba que se daban giros sobre Europa, llenas de monedas de todos los cuños, le hacian abrir tamaño ojo, mas cuando Caracio le daba la explicacion siguiente:
—Estos son escritorios por cuyo intermedio se puede mandar á Europa dinero en letras de cambio.
Son hombres de entera confianza, que se encargan de enviar dinero y de todo género de comisiones.
Esto es muy cómodo y muy útil, pues no hay comision de que no se encarguen.
Supóngase que uno de estos infelices que no tiene ningun género de relaciones ni sabe siquiera escribir una carta y tiene necesidad de hacer pagos ó mandar traer á su familia.
Pues no tiene mas que venir á uno de estos escritorios de crédito y hacer el encargo.
Aquí encuentra todas las comodidades posibles, mediante una moderada retribucion.
Carlo Lanza escuchaba todos estos datos con un placer infinito.
Lo estaban hiriendo sobre la llaga, y dándole precisamente datos que no habia querido pedir todavía.
—¿Pero estas casas tendrán capitales enormes? preguntaba fingiendo indiferencia.
—Capital de relaciones y crédito, nada mas.
¿Para que necesitan capital, si el dinero que mandan es el mismo que reciben?
No hay mas que tener buen crédito y basta, y así mismo hay muchos de estos diablos á quienes yo no les fiaria cien pesos papel.
Carlo Lanza estaba sobre espinas.
Ya le parecia que se hallaba al frente de una de aquellas grandes casas de giros, embolsando gruesas sumas de dinero.
Pero para llegar á aquel pináculo de felicidad era necesario conocer admirablemente la gente con que habia de maniobrar y explotar.
—Pero ¿aquí no hay bancos que giren? preguntaba asombrado de que en un país tan rico no hubiera bancos de giros.
—Sí hay bancos, respondia Caraccio, pero estas casas son mas cómodas y familiares.
No se necesita tanta formalidad, y luego que ningun banco quiere encargarse de escribir una carta á la mujer y á los hijos.
Entre tanto hay casas de crédito como la de Caprile y Picasso, donde se encargan de todo, sin el menor trabajo para el cliente.
Casi todos los compatriotas prefieren depositar su dinero aquí, que llevarlo al Banco, porqué ademas de las comodidades que he mencionado, hay la ventaja de que se paga mayor interés.
Y como toda esta es gente de trabajo que no piensa mas que en sacar el mayor provecho á trabajo y dinero, tiene el suyo aquí con preferencia á cualquier banco.
Carlo Lanza quedó deslumbrado ante tan fabuloso negocio.
Habia tropezado precisamente con lo que buscaba.
Conocido el negocio, no faltaba mas que conocer los clientes y ponerse en situacion de plantearlo.
Pero esto no podia ser sinó obra del tiempo y del conocimiento de las personas y del país.
Aquel primer paseo que llamaremos paseo sério, duró hasta el entrar de la noche, hora en que regresáron á comer, pero no al hotel Marítimo, sinó á una guarida de gente alegre que conocia Caraccio.
Esta guarida era el famoso café de la Cruz de Malta, sitio de reunion de aquella célebre sociedad de la Maledicenza, compuesta de gente alegre y jóven, perteneciente al comercio, á las bellas artes y á las letras.
A la hora que llegáron Caraccio y Lanza, estaba el cenáculo en plena y formidable reunion.
El pintor escenógrafo Ferrari, aquel gran diablo de tanto talento, tenia la palabra, sosteniendo con un elocuente discurso que los curas no eran tales ministros de Dios, porqué Dios no los habia nombrado ni les pagaba sueldo.
Luego, que todos eran ministros en el mismo ramo, lo que probaba que en los ministerios celestes habia mas ministros que asuntos y que todos los asuntos se referian á una sola cartera.
Los oyentes aplaudian de una manera espantable el discurso de Ferrari, pues en el colmo del entusiasmo habia tratado de simple Federico á monseñor Aneiros.
Caraccio se detuvo en la puerta por no interrumpir el discurso de Ferrari y solo cuando este gran travieso dejó de hablar, entró y presentó á la reunion á su protegido Carlo Lanza, de quien se decia padrino.
Bastaba que fuera presentado por Caraccio para que Lanza fuera recibido con todos los honores requeridos.
Ferrari se paró sobre la silla y echó un nuevo discurso saludando al recien llegado, miéntras el bueno y noble Strazza lo bautizaba mojándole el pelo con un poco de oporto.
Lanza estaba en su elemento.
Aquella gente le parecia la revelacion de un mundo desconocido pero presentido por él.
Y tomó asiento al lado del venerable presidente de la Maledicenza, que encontró en Lanza un neófito de primera fuerza.
Allí se encontraba el jóven en contacto con gente buena que podia ayudarlo de todas maneras, pues allí habia personas bien colocadas en el comercio rico italiano.
Y bendijo desde el fondo de su alma al changador que lo habia llevado al Hotel Marítimo, y á la señora Nina que lo habia puesto en contacto con aquel diablo de capitan Caraccio que, sin saberlo, se habia erigido en su providencia.
Como era natural, entre aquella gente y en festejo del recien presentado, la comida fué mas borrascosa de lo acostumbrado.
Algunos de los maldicentes se fuéron un poco al otro lado de la alforja, miéntras la mayoria saludaba á Lanza con un trigésimo brindis.
Aquella comida no terminó hasta las diez de la noche, y sabe Dios hasta que hora se hubiera prolongado, si Caraccio no hubiera hecho mocion de levantar campamento, porqué queria mostrar á su protegido lo que en Buenos Aires asombra.
¿A dónde ir á aquellas horas y en el estado en que se hallaba la mayoría?
Fué Lanza quien dió el derrotero con esta simple pregunta:
—¿Y en Buenos Aires no hay Alcázar?
Allí se dirigiéron todos aquellos cachafaces.
Si los maldicentes habian sido simpáticos al jóven desde el primer momento, este les habia caido en gracia sobre tablas, porqué habian visto en él un jóven alegre y despreocupado, que sería con el tiempo un digno maldicente.
Con dinero, como aparecia, y dueño exclusivo de su voluntad, aquel jóven podria seguirlos en todas sus aventuras y ayudarlos con su alegria y buen humor.
El Alcázar de Buenos Aires que él habia juzgado igual desde Montevideo, fué la revelacion de un mundo nuevo para él.
Nuestros lectores no habrán olvidado aun lo que era el Alcázar de Buenos Aires en aquellas épocas inolvidables.
Allí iba toda la juventud alegre y bulliciosa de Buenos Aires, armando cada jaleo que parecia una revolucion.
Habia un círculo de jóvenes que se habia impuesto á concurrencia y artistas, de tal manera, que era su voluntad la que allí imperaba, sin la menor contradiccion de una y otros.
Los programas de la funcion se alteraban por aquel público bullicioso con una facilidad tal, que el mismo Colombet habia concluido por aparecer en las tablas preguntando qué querian que cantara.
Aquella era una concurrencia de hombres solos, que iban á matar la noche del modo que á cada cual le diera la gana; no habia que hacer.
A veces las opiniones andaban encontradas entre el «público espectador» y el público actor, y era entónces que se armaban aquellos memorables escándalos que requerian la mediacion del mismo jefe de policía.
La Gooz no habia querido alterar el programa cantando lo que se le pedia, y era recibida con una tormenta tal de silbidos, que aquello parecia un concurso de locomotoras.
El público espectador aplaudía porqué la artista le gustaba y él nada tenia que hacer con los cambios de programa, y aquí se armaba la grande á los gritos de «¡afuera Gooz!» «¡bravo la Gooz!»
Los jarros de chop cruzaban de un extremo á otro buscando cabezas donde estrellarse; las sillas crugian al ser azotadas contra las mesas, y las piedras de mármol que á estas cubrian, saltaban bajo todo género de golpes.
El teatro se convertia en una lluvia de verduras, pedazos de sillas, botellas vacías y puchos encendidos.
Y el telon caia rápidamente en medio de un tumulto fabuloso.
Los artistas, aterrados, ganaban á sus camarines ó se escondian entre las bambolinas, creyendo que el final lógico de aquel bochinche monstruoso sería que pegarian fuego al teatro.
Y este temor se acentuaba mas, porqué en la sala se hacia la proposicion á grandes voces.
Los concurrentes á las mesas de la platea eran los que salian peor parados, porqué de los palcos les llovia toda clase de proyéctiles de grueso calibre, que caian no solo con su propio peso, sinó impulsados por toda la fuerza de los que los lanzaban.
Aquí mediaba siempre la Policía, pero obteniendo un resultado negativo.
Tratándose de los jóvenes mas distinguidos de Buenos Aires, los vigilantes no se atrevian á proceder con toda la severidad necesaria.
El oficial ó el comisario de servicio temia se produjese un conflicto sangriento, y la presencia del jefe de Policía se hacia inevitable.
El señor O'Gorman, con aquel tino y aquella suavidad que le era característica, se presentaba en el sitio del conflicto y el tumulto cesaba como por encanto.
La concurrencia se calmaba, los contusos enfilaban á la botica mas cercana, el telon se alzaba, y la representacion continuaba como si nada hubiera sucedido.
Así seguia la funcion en medio de aplausos, silbidos y papas arrojadas á la escena, quedando siempre triunfante y airoso aquel grupo de traviesos jóvenes que lo habían producido, por no querer alterar el programa.
Noche llegó en que los artistas tuviéron que salir en corporacion al escenario y pedir disculpa á aquellos traviesos por no haber hecho caso de sus pedidos, prometiendo la mayor sumision para en lo futuro.
Aunque los artistas se esmeraran en complacerlos, desobedeciendo ciegamente á sus órdenes y alterando los programas á satisfaccion de todos, no por esto se lograba una representacion en órden.
Nunca faltaba un motivo para provocar un conflicto ni dejaba de haber su tormenta.
Es que aquella concurrencia especial iba con el espíritu preparado á tormenta, y era preciso que la tormenta se produjera.
Un mozo de café que servia mal y obtenia en retribucion un tazazo; un artista que no representaba con el comedimiento exigido; algun espectador á quien el punch ó la limonada se le subia á la cabeza; todos estos eran motivos para que se renovara el escándalo, cuyas proporciones solian alarmar á la Policia, que creia que aquellos diablos llegaran hasta desacatar las órdenes del señor O'Gorman.
Pero esto no sucedia jamas.
En cuanto O'Gorman se presentaba en el Alcázar, el escándalo cesaba como por encanto y aquellos de cabeza mas pesada consentian en retirarse á sus casas á dormir los bríos que les hubiera comunicado el alcohol.
Es que el señor O'Gorman tenia un tino único, que nacia en el profundo conocimiento de aquella juventud borrascosa.
Sabia que los que no hubieran cedido ante todos los machetes de la Policia, no se resistirian á una súplica bondadosa, y era este el medio que siempre empleaba con éxito para obtener cuanto queria.
El escándalo de la funcion continuaba despues en el café, donde iban á cenar público y artistas, juntos ó separados.
Porqué allí se dirigian las recriminaciones á qué habian dado lugar las escenas de la noche, recriminaciones que solo servian para provocar nuevos conflictos.
Y como estos mismos conflictos corregidos y aumentados se reproducian de dia durante los ensayos, con ménos concurrencia porqué á ellos solo entraban los preferidos, resultaba que el Alcázar era un teatro de público bochinche, donde el telon no se bajaba jamas, y donde la Policía tenia que hacer perpétuo servicio.
Carlo Lanza quedó maravillado ante esta descripcion del Alcázar de Buenos Aires, que se le hacia sobre el mismo teatro de los sucesos y miéntras se desarrollaba el cuarto ó quinto conflicto de aquella noche.
Y veia que allí no habia la menor exageracion, puesto que él presenciaba las mismas ó parecidas escenas á las que se le describian.
Caraccio y los cuatro ó cinco amigos que lo acompañaban se habian colocado en puntos estratégicos, desde donde podian presenciarlo todo, sin quedar expuestos á un golpe por equivocacion.
Así es que Carlo Lanza podia mirarlo todo á su entera satisfaccion, exclamando de cuando en cuando:
—¡Por Dios! ¡que este espectáculo es único en el mundo!
No existe ningun otro teatro igual á este, porqué es imposible encontrar otra sociedad tan vivaz y tan ardiente en todas sus manifestaciones.
—Ya verá usted, amigo, lo que es esta mozada! le decia el ingeniero Caporale, que estaba muy bien relacionado entre ella.
Yo le voy á presentar unos cuantos de los cabecillas que lo pondrán en contacto con los demas y verá entónces lo que valen esos muchachos!
Alternar con aquellos jóvenes, ser su amigo, importaba para él grandes ventajas para el futuro, porqué aquellos jóvenes le harian alternar con la mejor sociedad en general, así es que tomó á Caporale la palabra, haciéndole presente que la cumpliera á la brevedad posible.
A la una de la madrugada Lanza y sus protectores salian del Alcázar, tomaban su último café en el Restaurant de Bonheur, de feliz memoria, y se dirijian, Caraccio y Lanza, al hotel Maritimo, y Caporale y comparsa á seguir la farra probablemente.
Cuando padrino y ahijado llegáron al hotel Maritimo, apénas estaba en pié el mozo que debia abrirles la puerta.
Lanza se acostó aquella noche y se durmió mecido por las mas gratas ilusiones.
En Caraccio habia encontrado al hombre imprescindible en su situacion, y en los amigos que este le habia presentado, la gente que necesitaba.
Estos le proporcionarian nuevas é importantes relaciones para él y le ayudarian á estudiar el pais y sus costumbres.
Una cosa sola afligia á Lanza enormemente: la falta de dinero y de medios para proporcionárselo.
Era necesario buscar en qué ocuparse, en qué ganar algo, bajo cualquier pretexto que no le faltaria.
De otro modo iba á naufragar bien pronto, por mejores que fuesen las mentiras que echara para salir del paso.
Por lo tanto la falta de su equipage, segun la historia que contó á la señora Nina, era una historia perfectamente lógica, cuyo final no era dudoso.
El paquete habia regresado llevándose de nuevo su equipage, de modo que hasta dentro de tres meses, por lo ménos, no podria contar con él.
En tres meses podian suceder tantas cosas, que cuando el paquete regresara, tal vez ya no lo necesitaria para nada.
Asi, mecido por mil esperanzas de pronta fortuna, Lanza se durmió plácidamente.
Tenia asegurado lo principal, casa y comida, lo demás vendria por si solo.
Al dia siguiente la señora Nina se le presentó en su cuarto, regañandolo cariñosamente por la hora avanzada á qué habia vuelto.
—Veo que Caraccio ha sabido entretenerlo de manera que no se ha acordado ni siquiera de venir á comer.
—¡Oh! el capitan Caraccio es un excelente compañero, respondió Lanza: con él no se pasan momentos tristes.
Comimos con unos amigos suyos y de allí nos fuimos al Alcázar donde hemos estado hasta la hora en que volvimos.
—Este Caraccio es una calavera incurable, ahora que tiene compañero no va á parar un momento en casa.
Así sucedió en efecto.
Aquella mañana en cuanto se levantáron, ya Caraccio lo vino á invitar á caminar para abrir el apetito, saliendo juntos á pasear la ciudad, pero regresando á almorzar al Marítimo, de donde saliéron en seguida á continuar la parranda del dia anterior, con el mismo itinerario: la Croce di Malta y el Alcázar.
Todo el dia lo habian empleado en pasear la ciudad, de la que Lanza empezaba ya á darse cuenta y á conocer bien.
En dos dias mas ya podia salir solo, que era cuanto necesitaba para inventar su historia del equipaje.
Y esto lo preparó al pasar por la calle de Cuyo, diciendo á Caraccio: allí vive la persona que ha recogido mi equipage; mañana lo he de venir á ver.
Lanza estaba encantado con Buenos Aires, su comercio y sus negocios, cuya mayor parte pertenecian á Italianos.
Todo lo que era vendedor ambulante, naranjeros, merceros y hasta los changadores eran italianos, de quienes Caraccio le daba los siguientes informes:
—Todos esos que usted vé ahí son gente rica, trabajan de sol á sol con una constancia y una fé asombrosa.
Viven con una miseria, lo necesario para no morirse de hambre, así es que cuanto ganan lo guardan, y al cabo de diez años se encuentran con una suma reunida que para ellos es una fortuna.
—Y ese dinero ¿no lo emplean en algo para sacarle un buen interés? preguntaba Lanza asombrado.
—Ellos no exponen su dinero por nada de este mundo.
Conforme lo ganan lo depositan en las casas de crédito italianas que les pagan intéres ó lo mandan á Italia por intermedio de las mismas.
Muchos se han quedado aquí y son dueños hoy de grandes fortunas que tienen empleadas en buenas fincas de renta.
Si en algun país puede decirse que la economía es riqueza, es fuera de duda en Buenos Aires.
Lanza estaba extasiado ante estos datos que concordaban admirablemente con sus proyectos.
Si todos aquellos pequeños negociantes, depositaban su dinero en una sola casa, esta podía llegar á tener un capital fabuloso y hacer operaciones en grandisima escala, nada mas que girando el dinero quele depositaban.
No habia mas que establecerla y atraerse toda aquella clientela con la promesa de un buen interés.
Pero para establecer la casa necesitaba empaparse bien en los hábitos de las otras casas del mismo género y tener algun dinero para los primeros tiempos.
¿De dónde sacar este dinero? ¿cómo conservarse hasta tenerlo, sin que su conducta hiciera descubrir que no era mas que un aventurero sin mas capital que su audacia y su inteligencia?
La tarea era improba, pero para Carlo Lanza, teniendo voluntad, no habia nada imposible ni nada difícil.
Las relaciones eran la base de todo, y empezó á hacerlas con verdadera pasion é interés.
Haciéndose conocer como capitalista tendria siempre andada la mitad del camino.
Aquellos diablos de maldicentes, tambien relacionados entre sus compatriotas podian serle de una utilidad inmensa, y trató de ganárselos por medio de la amistad y siéndoles agradable de todos modos.
Era esa una excelente base de operaciones, á no dudarlo. Todos aquellos almaceneros y tenderos enviaban fuertes letras á Italia, por medio de casas como la de Caprile y Picasso, y esto solo representaba una fortuna que, bien manejada, podia dar resultados de primer órden.
Entre tanto él trataba por todos los medios posibles de ser agradable á sus nuevos amigos, base de la posicion que pensaba formarse.
Imitando con gran talento á su patron en Génova, se habia asimilado á él de tal manera, que parecia un hombre nacido entre la riqueza y habituado á despreciar el dinero.
A lo primero que habia que atender era la cuestion de su equipage, pues sentaba muy mal en la clase de hombre que el queria aparentar vestir siempre el mismo trage y no tener dinero que gastar.
Era preciso apurar la inventiva para salir del pantano y Lanza puso en prensa su rica imaginacion.
Aquel dia y el siguiente comió en la Cruz de Malta, en el sagrado recinto de la sociedad Maledicenza y asistió al Alcázar, el teatro de las grandes calaveradas.
Y como habia paseado gran parte de la ciudad, ya pudo salir del hotel Marítimo sin miedo de perderse.
Caraccio estaba encantado con su protegido y no hacia sinó hablar de él y ponderar sus condiciones de carácter.
—Es el mejor pensionista que usted habrá tenido en su vida, decia á la señora Nina, que se encontraba cada vez mas orgullosa del jóven.
Me vá á costar gran trabajo dejarlo cuando yo me vaya, ya me he acostumbrado á andar con él como podia haber me acostumbrado con un hijo.
Es un muchacho que vale lo que pesa y que hará una gran fortuna, porqué tiene una cabeza de primer órden.
A fuerza de oir tantos elogios, los demas capitanes que vivian en el Hotel Maritimo, se habian encariñado con Lanza, invitándolo á todos sus paseos.
La señora Nina le habia tomado un gran cariño, cariño que Lanza hacia aumentar continuamente, porqué como hemos dicho le habia ganado el lado débil, y sabia contentarla y hacerle el gusto en todo.
Nina no se preocupó jamas ni un momento por el pago de su pension, y si alguna vez le preguntó si no hacia diligencias por su equipaje, fué únicamente por el interés que el jóven le inspiraba.
Conocedor de la ciudad, como para lanzarse solo en el laberinto de sus calles, una mañana muy temprano nuestro héroe salió del Hotel Marítimo, diciendo á la señora Nina:
—Hoy salgo únicamente en busca de mi equipaje: ya no puedo estar mas tiempo con esta ropa.
—¡Al fin se acordó de sus asuntos! respondió sonriendo la buena patrona.
Ya empezaba á arrepentirme de haberlo puesto en contacto con Caraccio, porqué veia que todo lo olvidaba por sus paseos.
—Ya vé que no me olvido del todo, contestó.
Y salió del hotel fingiendo gran prisa.
Cuando Caraccio fué al cuarto de Lanza creyendo agarrarlo en la cama, se encontró con que su amigo habia volado y segun la señora Nina, no lo veria hasta la hora de almorzar.