Carlo Lanza/Donde las dan las toman

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
Donde las dan las toman.

La salida de Anita no se habia producido sin inconvenientes.

Doña Emilia se hallaba ya levantada y la pelea y los arañazos se habian reproducido aunque en una forma mas leve, porqué al fin era de dia y un escándalo sério á aquellas horas no estaba en la conveniencia de ninguna de las dos.

Doña Emilia no pensó que Anita se iria en aquel dia, porqué no tenia donde ir.

Pero esta le declaró que se iba con Lanza, que la esperaba en una pieza tomada hacia mucho tiempo con aquel objeto.

Y esto fué lo que motivó las nuevas iras de la vieja y produjo los últimos moquetes que se cambiáron.

Al principio se negó á dar dinero alguno á Anita, pero como ésta la amenazara con un escándalo en que tuviera que intervenir la policía, transigió al fin y le arregló su cuenta, á su modo, por supuesto, pero se la arregló al fin.

Quiso desquitarse en la ropa ó algunos objetos cuya propiedad podia alegar, y fué entónces que pudo convencerse que todo habia sido hecho de acuerdo con Lanza, quien debia tenerle alojamiento, adonde le habia trasportado cuanto faltaba de allí.

No podia convencerse de una manera mas palpable.

Al ver que cuanto le habia dicho Anita la noche anterior era rigurosamente exacto, y que ella habia estado siendo víctima de ambos, no pudo contener su ira y le soltó un par de moquetes que le descompusiéron la gorra y demas prendas de su traje.

—No importa, ¡perra vieja! le gritó Anita, no pudiendo devolverle los puñetazos, porqué doña Emilia ganó su cuarto; no importa, porqué mas te duele el hecho de que yo ahora me voy con mi Lanza, que nunca te ha querido para otra cosa que para burlarse de ti como mereces.

Y salió del Casino dirigiéndose adonde sabia que la esperaba su amante.

Este lo tenia todo preparado cuando ella llegó; todo estaba en el mayor órden, los baules, la ropa y los pocos muebles que compró en los dias anteriores.

Lanza era feliz, todo lo feliz que podia ser un hombre en su situacion un poco falsa.

Tenia dinero, un alojamiento suyo y el amor de una mujer hermosa que habia demostrado quererlo con idolatría.

No había que dormirse sobre aquellos laureles, bien lo sabía Lanza; tenia que buscarse una nueva ocupacion, pero ¡que diablo! por el momento nada lo corria y podia hacerlo con el mayor descanso.

Por el momento no tenia que aflijirse¡ harto tendria en que entretenerse con el amor de Anita que, apénas entró, se precipitó á sus brazos diciendo:

—Gracias á Dios que al fin estoy en mi casa, que puedo decir mi casa, que nadie puede venir á molestarme ni á insultarme ni tratarme como á su sirvienta.

¡Libre, libre y pudiendo llamarme dueña de mi casa, dueña absoluta aunque sea de un rincon miserable! ¡así comprendo yo que pueda estimarse en algo la vida!

¡Me parece un sueño que pueda verme yo libre y dueña de una casa!

—No solo dueña de la casa sinó de un hombre que vivirá por ti y para ti.

Yo he de hacer todo lo que esté al alcance de mi mano para hacerte feliz la existencia, agregó Lanza con acento enamorado.

No tengo nada en el mundo que me preocupe mas que tu felicidad.

Por ti y para tí vivo, Anita, y no te daré motivo, yo te lo juro, sinó para bendecir el momento en que me has conocido.

Aquel primer dia se pasó entre mil caricias y proyectos de todo género, en burlarse de las tragaderas de doña Emilia que habia creido en el amor de Lanza, y en lamentar éste la precipitacion con que habia procedido Anita.

—¿Y cómo le iba á permitir á esa perra vieja que viniera á abrazarte en mis narices, decia esta, y hacerse prodigar caricias que, aunque falsas, siempre eran caricias?

Esto era mas fuerte que mi buena voluntad y todos los buenos propósitos que me animaban.

—En fin, la cosa está hecha y no hay mas que conformarse con ella; pero es una lástima que por no haber tenido un poco mas de paciencia no le hayamos sacado á la vieja una buena cantidad de dinero.

—Bueno, como no tiene remedio, pensemos en nosotros no mas, dijo Anita; pensemos en nosotros que ya tenemos ganado lo principal viéndonos libres y dueños de nosotros mismos.

Lanza curó los arañazos y golpes que tenia Anita en la cara y que la imposibilitaban para salir á la calle, y se recogiéron esperando al dia siguiente para hacer lo mas urgente, que era buscar casa, porqué en aquel alojamiento de hombres solos no les habian de permitir pasar mucho tiempo.

Ocho dias felices pasáron así, entregados á sus frenéticos amores, sin pensar en otra cosa.

Ya curados los moretones y arañazos, Anita podia salir á la calle sin temor de excitar la curiosidad y la risa de los que la veian, y juntos salian á comer y á almorzar á los cafés de la ciudad ó á los hoteles de los mas inmediatos pueblos de campaña.

Pero aquello no podia durar así, y era preciso pensar un momento en el porvenir y preocuparse en buscar nuevas entradas; pronto darian fin con sus recursos y volverian á encontrarse en el desamparo.

Por él poco le importaba, puesto que ya estaba habituado á los grandes apretones.

Pero ahora tenia que pensar en que no estaba solo, que tenia una mujer á quien atender y proporcionarle todo cuanto le hiciera falta.

Era urgente pensar en lo que habia de hacer para poder conservar aquel modo de vivir, y a esto tendiéron sus cuidados.

Lanza dió un balance á lo que tenia, y se encontró con una docena de miles de pesos, que si no le servian para emprender negocio alguno, eran suficientes para ayudarse con ellos y asegurarse en cualquier mal tropiezo que pudiera sucederle.

Aquellos doce mil pesos eran lo único que le quedaba á él, despues de lo mucho que habian gastado aquella primera semana, sin contar con lo que pudiera tener Anita, que era dinero sagrado para él y en el que ni siquiera debia pensar.

Era preciso entónces renunciar á toda idea de establecerse, porqué aquel dinero no alcanzaba para tales gastos.

—Es preciso que yo piense en buscar trabajo, dijo á Anita, para que nuestra felicidad sea duradera; el dinero que actualmente tengo no nos alcanza para abrir una casa como pensábamos, pero con lo que yo pueda ganar en adelante ya es distinto, y mucho de bueno podremos hacer.

—Pero es que yo tambien tengo dinero, respondió ella, y juntando lo tuyo con lo mio tal vez haya suficiente.

Se juntó lo que Anita tenia, que eran unos seis mil pesos, pero el resultado fué negativo; aquello no les servia sinó para base de un capital mayor.

Si Anita hubiese sido una mujer de trabajo y de arreglo, aquello era un buen principio de fortuna.

Pero desgraciadamente para Lanza la jóven no era así.

Acostumbrada á llenar todos sus deseos con desahogo y á una vida desarreglada y haragana, hablarle de arreglos y de economías, de trabajo y de órden, era hablarle en un idioma completamente desconocido para ella.

El pobre Lanza se habia hecho ilusiones desgraciadas á este respecto, y su desengaño iba á ser doloroso.

Anita tambien habia creido que venia á continuar su vida habitual, que nada le faltaria y que podria pasear y divertirse á su gusto, puesto que era completamente libre.

Así es que la primer palabra de trabajo que pronunció Lanza fué para ella el primer desencanto.

Y eso que no se habia tratado sino de que Lanza trabajaria para aumentar aquel capital y poder entónces establecer el negocio.

Cuando la jóven supo que aquel dinero que ella creia destinado á paseos y diversiones debia guardarse como capital futuro, no pudo disimular una expresion de descontento que no pasó desapercibida para Lanza, pero que este no pudo atribuir á la verdadera causa.

Pensó que Anita sentia verlo dedicado al trabajo.

Así es que le dijo cariñosamente; no temas, que esto es pasajero.

Con ese dinero y el crédito que yo puedo tener, verás como salimos de apuros y nos establecemos como tú quieres.

Estas palabras consoláron á Anita y le devolviéron toda su alegría perdida un momento.

—Toma ese dinero que de todos modos es tuyo, porqué para tí lo he atesorado yo, y ya verás que felices hemos de ser.

Lanza empezó á salir á la calle durante el dia para buscar trabajo en cualquier cosa.

El jóven solo estaba preocupado del porvenir de Anita y solo pensaba en la manera de tener dinero para halagarle sus gustos y sus inclinaciones.

Lo demas poco podia importarle y su persona era lo último en que pensaba.

Pero por mas que daba vuelta la ciudad y su pensamiento, por mas que se iba á la Cruz de Malta á hablar con sus antiguas relaciones, no hallaba trabajo alguno.

Y los dias pasaban y el capital fundamental para el porvenir disminuia, porqué á él tenian que acudir para llenar sus gastos mas imperiosos.

Acostumbrada á gastar sin mirar para atrás ni consultar para nada su haber, Anita no se privaba de nada.

Ella queria comer en el hotel, queria pasear y queria ir al teatro.

Y Lanza le hacia el gusto en todo, mirando con terror como disminuia el dinero, á medida que crecian las aspiraciones de Anita.

¿Qué haria cuando se les acabara aquel dinero y tuviese que negar por primera vez á Anita cualquiera de sus caprichos?

¿Cómo podia decirle que no tenia mas dinero ni de dónde sacarlo?

La situacion era un poco apurada y era preciso evitar de tener que llegar á un extremo enojoso.

Era preciso para conjurar todo entorpecimiento á la felicidad que gozaban, buscar dinero, dinero que proporcionara á Anita todos sus caprichos.

Muchas veces se le ocurrió á Lanza meterse en una casa de juego y probar fortuna.

Pero para esto tendria que faltar una noche de su casa y Anita podia desconfiar, tener celos y armarle alguna escena violenta á la que viniera aparejado un rompimiento.

Esta consideracion por una parte, y por otra el miedo de perder lo que tenia, le hizo abandonar bien pronto esta idea, creciendo su desesperacion.

Como Anita poco se preocupaba de las finanzas, como ella confiaba en que Lanza las repondria una vez agotadas, seguia no privándose de sus caprichos, y entregaba á Lanza lo que este le pedia para cubrir sus gastos, sin preocuparse absolutamente de la cantidad que le quedaba.

Durante el dia y miéntras el jóven andaba en sus diligencias para encontrar que hacer, ella paseaba por todas partes, eligiendo, como es natural, las calles mas concurridas.

Jóven, muy hermosa y bien puesta, Anita llamaba la atencion de cuanto calavera hallaba al paso, así que la seguian muchos de ellos hasta su casa, ávidos de saber donde vivia la bella Anita, que al fin y al cabo miraba con íntimo placer aquellos galanteos callejeros que estaban en su modo de ser; no creyendo con esto ofender el amor propio de Lanza, y mas de una vez se detuvo en la puerta á entablar con su seguidor animarlo diálogo.

Aunque por el momento nada le faltaba, ella veia que Lanza no tenia dinero, que cada dia se volvia mas triste y hasta llegó á sospechar que anduviera entretenido en algunos otros amores.

¿Qué tendria esto de particular en un hombre jóven y buen mozo como su amante?

Ella no habia tenido por el jóven una pasion verdadera, de aquellas que hacen arrostrar á una mujer toda clase de sinsabores por el amor del hombre que quieren.

Su cariño para el jóven habia tenido mucho de especulativo, pues á su lado pensó mejorar de posicion y pasar una vida mas cómoda y regalada.

Así es que cuando se convenció que el jóven no tenia mas dinero que aquel que estaba en su poder, que disminuia siempre sin reserva, empezó á sentir que su amor se enfriaba rápidamente.

Y así en el dia, cuando Lanza se ausentaba á lo que él llamaba sus negocios, léjos de desear verlo volver, deseaba que tardase lo mas posible, para tener tiempo de entregarse á sus galanterias y sus paseos.

Ya tenia un buen número de pretendientes que no solo la asediaban en todas partes, sinó que le regalaban con insistencia.

Eran conocedores del género, y sabian que con dádivas conseguirian mas que con amores.

Lanza, que no podia sospecharse lo que pasaba en el espiritu de Anita, y que positivamente estaba enamorado de ella, andaba cada vez mas aflijido.

El estado de su capital, disminuido hasta la miserable suma de mil pesos, lo habia sumido en la mayor desesperacion y desconsuelo.

Era imposible seguir viviendo de aquella manera y era forzoso hacer algo para conseguir dinero.

Desesperado y viendo que el momento fatal se le venia encima, Lanza acudió á los avisos de los diarios.

Y los recorrió todos con inmensa avidéz, pero no encontró nada que pudiera convenirle.

Solo habia un aviso pidiendo un cochero en una casa de familia, donde se ofrecia un buen sueldo, pero donde tambien se exigian recomendaciones.

—Peor es nada, pensó Lanza con infinito dolor, siquiera con esto aseguro la materialidad de la vida de Anita, y despues Dios dirá.

Y se soltó á la casa indicada en el aviso, que era la de la opulenta familia de Lima.

Lanza miró con agrado el aspecto de la casa, porqué una familia que vivia así, debia pagar muy bien á sus servidores.

Como el aspecto de Lanza no podia ser mejor, ni mas decente, en el acto tratáron de tomarlo, y mas cuando él declaraba que era un cochero de primer órden y prometia las mejores recomendaciones.

El sueldo que se le ofrecia era el de mil doscientos pesos, suma soberbia para su situacion, librea y comida.

La dificultad por el momento era la recomendacion comprometida.

¿De dónde diablo podia sacarla?

Lanza acudió á su ingenio y bien pronto salió del paso.

Aquella misma tarde se fue á la Cruz de Malta en busca de sus amigos mas conocidos y les sopló la siguiente píldora:

—Me ha venido un hombre sumamente recomendado, que ha sido cochero de mi padre y á quien conozco a fondo.

El pobre ha encontrado una colocacion de cochero en casa de una familia del país, pero le piden recomendaciones y esta es la gran dificultad.

Yo no puedo darle una eficaz, porqué nadie me conoce y le seria inútil.

Si alguno de ustedes quiere dármela, le quedaré grato; yo me hago en un todo responsable de su conducta.

¿Qué dificultad podian tener en una cosa tan sencilla?

En el acto, los mas conocidos, Caporale y aquel inteligente ingeniero Miguel Bianchi, diéron la recomendacion pedida, certificando que el portador César Parodi era un hombre de entera confianza y un cochero de primer órden, pues lo habian visto servir en las mejores casas de Turin.

Lanza salió feliz de la Cruz de Malta; hacia mucho tiempo que no se sentia de tan buen humor.

Aquella recomendacion le aseguraba la posesion de Anita, puesto que le aseguraba la materialidad de la vida.

Con mil doscientos pesos se podia vivir con cierta holgura, aunque seria preciso hacer una vida mas arreglada.

Lleno de placer, Lanza anunció aquella noche á su amante que habia encontrado un buen empleo, aunque no se atrevió á decirle la clase de empleo que era.

La suerte empieza á sonreirme y pronto veremos colmadas nuestras aspiraciones.

El me retendrá mucho tiempo léjos de tu lado, pero esto no importa, puesto que nos asegura la felicidad.

Anita recibió aquella noticia con la mayor frialdad.

¿Qué podia hacer Lanza con un empleo, por bueno que este fuera?

Lo que mas le agradó de la noticia, ó mejor dicho lo único que le agradó, fué la noticia de que permaneceria mucho tiempo ausente de su lado.

Es que Anita comprendia que Lanza la amaba con pasion y le tenia miedo, un miedo tremendo porqué creia que seria capaz de matarla.

Y como durante las ausencias de este, había hecho muchas relaciones que le convenia conservar, la presencia de Lanza en su casa le habria sido de un estorbo aterrador.

¿Qué seria de ella si Lanza llegaba á imponerse de su conducta?

Desde que Lanza se convirtió para ella en una dificultad peligrosa, Anita empezó á cobrarle fastidio, pero no se atrevió á dejárselo entender.

Así, le significó que aquella noticia de su nueva ocupacion la hacia feliz y que lo único que sentia era que fuese á demorarlo mucho tiempo ausente de su lado.

Al dia siguiente y lleno de las mayores ilusiunes, Lanza se fué á casa de la familia de Lima, donde exhibió sus cartas de recomendacion, que siendo del agrado de la familia, fuéron aceptadas en el acto y tomado sin mas trámite el cochero César Parodi, cuyo aspecto señoril y agradable la habia contentado mucho.

Aquel mismo dia se le entregó la volanta con todos sus accesorios y se le pidió para la tarde.

Lanza ató, vistió una elegante librea que le daba un magnífico aspecto, y á la tarde estaba con la volanta parada á la puerta de sus nuevos patrones.

La familia paseó aquella tarde por la calle Florida y por Palermo, quedando sumamente satisfecha del nuevo cochero.

Nunca habia tenido uno tan práctico y de educacion tan esmerada.

Felizmente para Lanza, la familia no le pidió la volanta para la noche, sabiendo con verdadera alegría que sus patrones no salian de noche con frecuencia.

Solo lo hacian para ir al teatro y esto mismo no siempre.

Despues que acomodó caballos y arreos con la mayor prolijidad, se vistió el elegante traje con que se habia presentado en la casa, y despues de pedir órdenes para el dia siguiente, se fué al lado de Anita á la que no habia visto todo el día.

Esta habia pasado todo el dia ocupada en sus paseos y aventuras galantes, pero Lanza no podia sospechar nada de esto, pues lo que mas léjos estaba de su espíritu, era que Anita pudiera serle infiel.

La acarició con toda su alma y se entretuvo en contarle las exigencias del escritorio donde habia entrado.

Ella lo escuchaba atentamente para no darle que sospechar y aplaudiendo cuanto le decia.

—Tendremos que vivir con ménos holgura un poco de tiempo, pero como esto es en beneficio del porvenir, nada debe importarte.

Yo te prometo que en dos meses de mi nuevo trabajo habremos logrado establecernos.

Lanza queria engañar así el espíritu de su bella, contando con que en dos meses su buena estrella le deparase alguna fortuna imprevista.

Contrató con el hotel donde siempre habia comido que mandaran una pension á su casa y entregado por completo al amor de Anita, se consideró completamente feliz.

Una de las relaciones que Anita habia contraido, era la de un jóven rico que la conocia desde el casino y que sabia la manera como vivia.

—Déjate de ese tipo, le habia dicho muchas veces, que sin duda te ha hecho el amor para explotarte, y vente conmigo, que á mi lado nada te ha de faltar.

Pero Anita no se atrevia porqué temia á Lanza y al fin y al cabo este no le habia dado ningun motivo para obrar de aquella manera.

El jóven le hacia muchos regalos de dinero y alhajas que ella ocultaba siempre á Lanza con sumo cuidado, porqué si este llegaba á apercibirse de la cosa, sabe Dios lo que hubiera hecho.

El pobre Lanza, por su parte, trabajaba con mas esmero que nunca.

La familia que lo tenia estaba cada vez mas contenta de él, al extremo de haberle aumentado el sueldo, lo que fué para él un nuevo motivo de felicidad.

Pero aquello no podia ser eterno, y tanto su engaño como el de Anita, mas ó ménos tarde habian de descubrirse.

Lo extraño es que no se hubiera descubierto el suyo ya, desde que andaba en el pescante de su volanta precisamente en los parajes mas concurridos y llamando la atencion con su airosa presencia.

El jóven que cortejaba á Anita y á quien no hay para que nombrar, llevábala á pasear á los pueblos cercanos de la campaña y á Palermo, donde pasaban juntos los dias.

Así creia Anita que nunca sería vista por Lanza acompañada de otro hombre.

A pesar de todas las caricias que le hacia, á pesar de todas sus demostraciones de amor, á Lanza se le habia metido una mala espina.

Habia pasado mas de un mes que era cochero en lo de Lima, y Anita no le habia hecho ningun pedido que importara dinero.

Sin embargo, Lanza suponia que aquello no era mas que una nueva manifestacion del amor de la jóven.

Ella sabia que su situacion era apurada y ocultaba todos sus deseos y caprichos por no mortificarlo.

Lanza pensó en que Anita podia serle infiel y le tembláron las carnes, desechando ese pensamiento maldito, porqué nada habia notado que pudiera autorizar una sospecha semejante.

Sin embargo, desde que la tuvo, no pudo dormir tranquilo; parecia que el corazon le anunciaba una nueva desventura.

El jóven enamorado de Anita conocia á Lanza, porqué lo habia visto muchas veces en que acechaba su salida para entrar él.

Y se habia explicado que Anita no quisiera abandonarlo, pues al fin y al cabo era aquel todo un buen mozo.

Sin embargo, no habia perdido la esperanza de desbancarlo, porqué con aquellas mujeres el dinero es el arma principal.

Una tarde de verano en que los dos jóvenes venian de Belgrano en un cupé, halláron á la entrada de Palermo el carruaje de la familia de Lima, manejado por Lanza.

Los dos jóvenes viéron al cochero, y los dos se miráron asombrados.

Habian reconocido á Carlo Lanza y habian comprendido en el acto la verdad de lo que pasaba, porqué aquel jóven, por Anita, estaba al corriente de la historia de Lanza.

Y á pesar de haberlo visto tan de cerca, dudáron, mandando el jóven á su cochero entrase á Palermo para poder asegurarse de la verdad de lo que habian visto.

Anita iba en el fondo del cupé y apénas podia ser vista por las personas que pasaran frente á los cristales.

Ménos podria ser vista por Lanza, que iba sobre el alto pescante de un landó.

El coche del jóven volvió á encontrarse en el paseo, y ya no le cupo duda.

Aquel era Carla Lanza vestido con su librea de cochero, pero siempre buen mozo y siempre distinguido.

—Mira á tu amante, míralo que bien le sienta la librea de cochero, dijo á Anita su jóven compañero, tratando de herirla en su amor propio.

Anita apénas se inclinó para mirar.

Estaba pálida y conmovida, porqué se sentia humillada ante el jóven.

Ahora se explicaba muchas cosas que ántes no habia sabido apreciar.

Recordaba que Lanza varias veces que se lo habia pedido, se habia negado á llevarla al teatro, protestando tener que hacer en el escritorio.

Es claro que era porqué tenia que llevar á sus patrones, puesto que era cochero de familia rica.

Humillada con las bromas pesadas del jóven, Anita se puso á llorar, no teniendo otra defensa y le pidió la llevase á su casa.

—Ahora convendrás conmigo que no es digno, ni justo, ni decoroso, que una persona como tú, bella y jóven, sea la amante de un cochero, cuyos cariños tendrán siempre olor á pesebre y que solo te pertenece el tiempo que sus señores no lo necesitan.

Es preciso que no seas necia y que te vengas conmigo, para que tengas la posicion que te corresponde.

Si yo no te atendiera, ¿qué seria de tí, teniendo que vivir del sueldo de un cochero?

Ya ves que apénas podrias llenar las necesidades del estómago.

Anita gimió llena de vergüenza.

Ella no pensó que Lanza habia descendido á aquella posicion solo por su amor, no pensó en lo que hacia estimable el sacrificio de aquel.

Solo pensó en ella, se sintió herida en su amor propio, degradada en ser la amante de un cochero, y lloró amargamente.

El jóven se mostraba sumamente complacido con aquel llanto porqué él era la prueba de que habia herido á Anita en la llaga.

Y como quien dá un golpe de gracia, al dejar á Anita en la puerta de su casa, le dijo:

Como tú comprendes, yo no puedo estar ocupando un sitio inferior al de un cochero y estar espiando siempre para aprovechar sus descuidos.

Por mas que te quiero, no puedo seguir ocupando un rol que rebaja mi dignidad ante tus propios ojos, y es preciso que te resuelvas cuanto antes sobre lo que has de hacer.

Mañana yo vendré á buscarte á la hora habitual, teniendo ya tomada una pieza en algun hotel de campaña, en Belgrado ó Flores, miéntras te arreglo un apartamento en la ciudad.

Si has de darme la preferencia y te has de venir conmigo, tienes todas las cosas arregladas que has de llevarte.

Si has de seguir siendo la amante de un señor cochero, me haces una seña y todo quedará concluido entre nosotros.

Yo te quiero mucho y demasiado te lo prueba mi conducta, pero mi cariño no puede llevarme nunca á hacerme despreciar de tí misma, por lo mismo que te quiero.

—Ahora no quiero decidir nada, respondió Anita sollozando, porqué estoy aturdida como nunca lo he estado.

Mañana cuando vengas te contestaré.

Ahora necesito llorar, necesito desahogarme, porqué lo que me pasa es demasiado duro.

Anita se quedó en su casa llena de tristeza, miéntras el jóven se retiraba contento y feliz.

Comprendia que habia triunfado de una manera definitiva en el corazon de la jóven, no solo por el lado del amor sinó por el lado de las conveniencias tambien.

A pesar del amor que Lanza podia tener sobre Anita, á pesar de su físico hermoso, ¿qué cariño podria quedar á Anita por un pobre cochero que no tenia mas que un sueldo miserable, miéntras que él era rico y lleno de ventajas para la jóven, que hacia ya como un mes que era feliz gozando de comodidades porqué él podia proporcionárselas?

Tan no tuvo duda respecto á su triunfo, que aquella misma noche compró una porcion de aquellas chucherías que son tan agradables á una mujer jóven y coqueta.

Y á la mañana siguiente se fué al hotel Watson en Belgrano, y tomó un apartamento que llenó de flores y perfumes.

Allí podria estar Anita régiamente alojada, hasta que él le arreglase en la ciudad una casita á propósito.

Entre tanto, como era natural que Lanza en los primeros momentos buscara á su amante en la ciudad, en Belgrano estarian ocultos y léjos de sus sospechas.

Porqué el jóven tenia miedo de vérse envuelto en un escándalo, provocado por un cochero en demanda de su amante robada por él.

Era preciso evitar el escándalo á toda costa y no habia otro medio de evitarlo que ocultándose donde Lanza no pudiera dar con ellos en los primeros momentos.

Pasados estos pasaria tambien la impresion y no habria que temer ya un acto de violencia.

Entre tanto Anita, con el espiritu atribulado, esperaba la vuelta de Lanza para tener con él una explicacion.

Ella deseaba ahora mas que nunca quebrar con su amante, pero no sabia como hacerlo, porqué le tenia miedo y lo creía capaz de vengarse de una manera sangriénta, cegado por los celos.

Al fin, por ella, él habia roto sus relaciones productivas con doña Emilia y no aceptaria así no mas el ser engañado.

En cuanto al oficio de cochero, Anita para nada se preocupaba de las razones que podian haber influido en Lanza para aceptarlo.

Ella no veia mas que el hecho desnudo de ser su amante un cochero, hecho que tan amargamente le habia reprochado su otro amante.

Cuando Lanza llegó á su casa, fatigado del trabajo y buscando como siempre su descanso en el amor de Anita, encontró á esta llorando amargamente.

La presencia de Lanza habia avivado y renovado su dolor, así es que su llanto arreció cuando este se acercó á hacerle sus habituales caricias.

Lanza quedó sorprendido al ver á Anita presa de aquel dolor evidente, y con ansiosa precipitacion le preguntó qué tenia.

Ageno á lo que sucedia, Lanza pensó en el primer momento que Anita habia sido víctima de una venganza de doña Emilia y la apuró á que dijera qué era lo que tenia.

Pero la jóven lloraba cada vez mas, sin poder articular una palabra.

—Pero es preciso que me digas qué tienes, exclamaba él desesperado, y empezando á perder la paciencia.

Yo ya no puedo soportar esta horrible duda.

¿Ha estado aquí doña Emilia? ¿te ha mandado insultar por álguien?

Dímelo, dímelo pronto para poder vengarte inmediatamente.

Pero la jóven seguia disimulando con el llanto, porqué no se atrevía á decir.

—¡Vamos, Anita! exclamó por fin Lanza, perdiendo ya toda paciencia; es preciso que me digas pronto lo que ha pasado aquí, yo no puedo soportar mas la duda.

—No te aflijas que nada ha pasado, respondió al fin Anita enjugando su llanto.

—Y entónces ¿qué tienes, por qué lloras?

—Espera un momento, dejame tranquilizar y te lo explicaré todo; no te aflijas que nada me ha sucedido.

Lanza se sentó al lado de Anita y ella le dió sus quejas del siguiente modo y aparentando un dolor que estaba muy léjos de sentir.

Esta tarde salí á pasear un poco para distraerme de la soledad en que vivo.

No queriendo andar por parajes muy concurridos, tomé Esmeralda y me paré al desembocar la plaza del Retiro.

De allí podia mirar la gente que pasaba en los carruajes en direccion á Palermo, sin ser vista de nadie.

La música de los batallones me distraeria tambien de mi tristeza, porqué yo, sin saber por qué, estaba triste como si me hubiera sucedido una gran desgracia.

Parecia que una mano inmensa me hubiese agarrado del medio del pecho y me apretase el corazon con gran fuerza.

Hacia un rato que estaba allí, cuando de pronto y sin pensarlo vine á darme cuenta de mi tristeza, causada por un presentimiento.

Y Anita rompió á llorar amargamente, costando á Lanza gran trabajo el consolarla.

Este estaba pálido y conmovido, porqué presentia ya adonde iba á parar la relacion de Anita.

—Pero, vamos á ver, balbuceó, ¿por qué estabas triste? ¿por qué lloras ahora?

—En uno de aquellos carruajes lujosos que se dirijian á Palermo, alcancé á verte, pero en el pescante, vestido de librea y como cualquiera de los otros cocheros que habia visto pasar.

No sé de donde saqué fuerzas para tenerme en pié y correr para verte mas de cerca, porqué no podia dar crédito á mis propios ojos; me parecia una ilusion aquello, creia que sería un cochero que fatalmente se te parecia.

Corrí mas á la esquina y entónces pude verte mas de cerca y no tuve ya duda de que eras tú mismo, tú mismo convertido en cochero de una familia rica.

Si no hubieras ido de librea, hubiera pensado cualquier cosa.

¡Eran tantos los jóvenes ricos que pasaban manejando sus carruajes!

Pero aquella librea maldita era la explicacion de todo; ¡tú eras el cochero de aquella familia que iba en el carruaje!

No pude dominar mi dolor, me volví á casa y me puse á llorar amargamente como me has encontrado! tenia ganas de morirme!

Y Anita siguió llorando cada vez con mas desconsuelo.

Lanza estaba contrariado, pero nada mas que contrariado.

Se habia figurado una cosa mas grave, y ademas, en su conducta, léjos de haber algo de vituperable, habia para Anita una prueba de amor, que debia halagarla profundamente.

—Voy á explicártelo todo, le dijo, y no te aflijas, que en ello solo verás todo lo que yo te amo, y todo lo que soy capaz de hacer por ti.

Nosotros estábamos en una posicion difícil, mas que dificil imposible de sostener.

Estábamos gastando lo que teníamos y yo no encontraba ninguna ocupacion en que poder ganar ni siquiera lo estrictamente necesario para la subsistencia.

Iba á llegar el momento en que el fondero no habria querido enviarnos mas de comer, y en que el dueño de casa nos habria puesto en la calle.

¿Cómo querias que yo afrontara situacion semejante y te dijera: Anita, el hombre á quien amas es incapaz de ganar ni siquiera el pan que necesitas para no morirte de hambre?

Tuve vergüenza, tuve miedo y acepté lleno de reconocimiento el empleo de cochero que se me proporcionaba, y te aseguro que lo mismo hubiera aceptado otro mas degradante si se me hubiese proporcionado.

Por no mortificar tu amor propio, hice todo lo posible para ocultarte mi empleo, te lo oculté cuanto pude y te lo hubiera ocultado siempre.

Pero ya que la casualidad te ha hecho conocer la verdad, no me queda mas remedio que confesarla.

En ello no hay nada de vituperable para mí; lo he hecho por el amor que te tengo, y nada mas.

Ahora no hay mas que tener paciencia y sufrir un poco mas.

Tengo en la cabeza proyectos que me harán rico de un momento á otro, no lo dudes.

En mí hay la tela de un millonario y tengo mas fé en mi porvenir que en la vida eterna.

Cualquiera otra mujer se hubiera sentido conmovida ante aquella confesion de Lanza.

Pero en Anita no podia producirse esta impresion, porqué ella, ántes que su amor, amor que ya no sentia por Lanza, miraba sus intereses.

Aquella confesion, para ella, importaba lo siguiente:

Por ahora y en mucho tiempo, es preciso que te resuelvas á vivir del sueldo miserable de un cochero, porqué mis fuerzas no alcanzan para mas.

Tendrás que llenar tú misma las mas incómodas necesidades de la vida, porqué aquel sueldo apénas alcanza para la casa y la comida, en la esperanza que algun dia podamos mejorar la situacion.

Del otro lado, librándose de Lanza, tenia dinero y todos los placeres que hacen grata la vida.

La eleccion no era pues dudosa para una mujer como Anita.

Adoptó su resolucion interiormente y siguió fingiendo un llanto amargo y una conformidad que estaba muy léjos de sentir.

—En situaciones peores que esta me he visto en mi vida, decia Lanza buscando de consolar á su amante, y he llegado á la fortuna cuando ménos lo esperaba.

La vida sin luchas y sin alternativas no tiene aliciente, porqué la absoluta felicidad no permite experimentar las impresiones que la embellecen.

Así, el que nunca ha pasado necesidades y pobrezas, no puede apreciar las inmensas ventajas del dinero y lo que su posesion importa.

Tú no sabes esto, Anita, porqué todavía no has sentido una necesidad que no hayas podido llenar.

Ya verás como en medio de la opulencia vienes á bendecir tu miseria y á recordar con supremo placer esta misma posicion de cochero que hoy tanto te ha hecho llorar.

Anita habia secado sus lágrimas y parecia escuchar con placer la palabra de Lanza.

Es que en aquel momento pensaba en su amante, en la fortuna y placeres que esta podia proporcionarle y que comparaba en su pensamiento con el mezquino salario de un cochero.

Hoy soy cochero, dijo Lanza con inmenso aplomo y acariciando la bella cabeza de Anita; y mañana tendremos cochero y carruaje.

Esta es la vida, Anita, y yo que me he visto en el pescante, experimentaré mayor emocion que nadie, al verme en el interior, paseando plácidamente.

Asi estuviéron los jóvenes conversando largamente, hasta que llegó la hora de recogerse.

Lanza estaba mas alegre, porqué al fin con aquella confesion ganaba el no tener que andar haciendo misterio de su profesion.

Ya Anita sabia lo que pasaba y se arreglaria de manera á poder vivir con los recursos que tenian.

Y tan hábilmente, tan maestramente procedia la jóven, que Lanza jamas tuvo por que sospechar que pudiera mantener otra relacion que la suya.

Lanza no ataba nunca la volanta por la mañana, así es que al otro dia pudo permanecer hasta despues de las doce al lado de su amada, buscando siempre de consolarla con sus caricias y de hacerla pensar en tiempos mejores que aquellos, que no habian de tardar en presentarse.

Anita estaba contenta y parecia sumamente feliz.

¿Y cómo no habia de estarlo, si pensaba en que aquella misma tarde concluirian para ella todas sus miserias y que saldria de aquellas pobres piecitas para ir á ocupar una casa exclusivamente suya y donde tendria toda especie de comodidades?

Lanza se despidió de la jóven mas cariñoso que nunca.

Ya no habia de volver hasta muy entrada la noche, porqué sus señores iban á Palermo despues de comer y no regresaban hasta tarde.

Y al salir dijo á Anita que saliese á pasear y á distraerse, con eso á la vuelta lo recibiria feliz y contenta.

Lo mas ageno que el pobrete tenia era lo que le iba á suceder á la vuelta.

Desde que Lanza salió, Anita empezó á hacer todos sus preparativos de marcha.

Sus ropas de uso eran lo que ménos podia preocuparla, porqué sabia que con su nuevo amante nada le habia de faltar.

Acomodó en el baúl mas chico sus alhajas y toda aquella ropa que podia importarle algo, dejando afuera para vestirse á la tarde sus mejores trapos, pues tenia interés en parecer al nuevo amante lo mas bella que le fuera posible.

Aquel dia Anita no almorzó; estaba llena de todas sus ilusiones y halagos.

De cuando en cuando una ráfaga de miedo la hacia pensar en Lanza.

Pero ¿qué podria hacerle Lanza si ni siquiera sabria donde estaba?

Con estarse un mes sin salir á la calle, todo estaba concluido.

Cuando saliese, tal vez ya Lanza ni siquiera pensaria mas en ella.

Todo cuanto podia interesarle lo encerró en el baúl que habia preparado de antemano, donde tambien guardaba su dinero.

Aburrida y no teniendo ya que hacer, se vistió con la ropa que habia dejado fuera del baúl con ese objeto, y esperó tranquila que llegase la hora de la partida.

Así cuando su amante vino á la tarde, no tuvo necesidad de preguntarle nada, pues su traje compuesto era un aviso de que estaba dispuesta á irse con él.

—Pronto, le dijo ella, si nos hemos de ir, vámonos pronto, porqué tengo miedo de estar mas aquí.

No sé qué presentimiento tengo en el corazon de que puede venir ese hombre y sorprenderme.

—Yo estoy á tus órdenes, cuando tú quieras vámonos no mas; ¿qué es lo que vas á llevar?

Sería mejor que no llevaras nada, porqué nada necesitas á mi lado y así andaríamos mas livianos.

—Voy á llevarme mi baúl, donde tengo lo que me interesa conservar, y nada mas; vamos, vamos pronto.

Anita apénas podia dominar su miedo.

Se le habia puesto que Lanza podia llegar de un momento á otro y su miedo aumentaba cada vez mas á medida que pasaba el tiempo.

Y miéntras el jóven hacia poner con el cochero el baúl en el pescante, ella escribió con lápiz y con una ortografía imposible, un papel que dejó sobre la mesa de luz.

En él prevenia á Lanza que no la buscara, porqué se iba á Montevideo, convencida de que no era para él sinó una odiosa carga y porqué no se sentia con fuerzas para sobrellevar la vida en las condiciones en que se habian colocado.

—Con esto no tendrá mas remedio que conformarse, dijo, y tener paciencia.

Y subió en el cupé del jóven, cuya portezuela éste tenia abierta.

Al doblar la plaza del Retiro para tomar la calle de Santa-Fé, viéron á Lanza que, guiando el landó de sus patrones, iba con estos en direccion á Palermo.

Anita, aterrada, se hizo atras en un movimiento nervioso.

—¡Por Dios! dijo, yo quiero ir por otro lado, puede vernos y echarse todo á perder.

—Pero, no seas tonta, ¿no vés que él no tiene ninguna razon para sospecharse lo que pasa?

Para estar mas seguros de lo que hace, lo mejor es precisamente no perderlo de vista.

Aunque pasáramos á su lado, él desde el pescante no puede ver el interior del cupé.

Sigámoslo no mas, que ellos han de ir á Palermo y nosotros vamos mas léjos, á Belgrano donde he tomado apartamento para tí.

Y el jóven, que llevaba en el cupé una soberbia yunta, dió órden á su cochero de no pasar adelante del landó, pensando que Lanza tal vez pudiera conocer el baúl que iba en el pescante, teniendo buen cuidado de no comunicar á Anita este pensamiento para que no se asustara mas.

Así siguiéron siempre el cupé detras del landó hasta que llegáron á Palermo.

El landó dobló hácia Palermo y el cupé siguió por el camino de Belgrano, imprimiendo entónces el cochero á los caballos, toda la rapidez de trote de que eran susceptibles.

—Miéntras él anda haciendo dar vueltas por Palermo á sus patrones, nosotros estaremos ya plácidamente instalados en nuestro alojamiento, dijo el jóven.

Diez minutos despues, la amante pareja llegaba al hotel Watson, desde donde el jóven despachaba á su cochero con las siguientes palabras:

—Puedes irte no mas, Juan, y cuidado con que ni Cristo sepa lo que hemos hecho esta tarde.

Atraido por el título de nuestro folletin, este jóven ha de leerlo indudablemente, y grande será su maravilla al vernos poseedores del mas íntimo secreto de su aventura con Anita, echando tal vez la culpa á su cochero Juan.

Una vez instalados en las piezas que habia tomado, lo primero que hizo fué pedir de comer lo mejor que pudiera servírsele á aquella hora, de lo que se encargó agradablemente el mozo, que habia tomado olor á buena propina.

Nada distrae el espíritu como la buena mesa en buena compañía, y con esto habia contado el jóven para hacer olvidar á Anita su miedo.

Un cuarto de hora despues, la jóven no pensaba en Lanza para nada.

El buen vino le habia entonado el espíritu de una manera fabulosa.

Conversaba alegremente con su jóven amante, refiriéndole con sus mas minuciosos detalles la graciosa historia de sus amores con Lanza, y la manera como habian salido del casino, creyendo ella que iria á gozar de una vida independiente sin que nada le faltara, y sin sospechar la miserable esclavitud y pobreza á que habria quedado entregada, si no hubieran sido los amores del jóven.

Cuando llegáron al champagne, Anita habia reaccionado en su miedo de tal manera, que era la primera en hacer farsa de las debilidades y pretensiones de fortuna de Lanza.

Era el justo pago á los verdaderos sacrificios que por su amor indudablemente habia hecho Carlo.

Dejemos gozar de su luna de vino á esta pareja que no volveremos á hallar mas en el curso de nuestro relato, y volvamos á Lanza, que no tenia la menor sospecha de su desventura.