Carlo Lanza/De cochero á tendero

Nota: Se respeta la ortografía original de la época
De cochero á tendero.

Despues de un sueño enorme que duró hasta las doce del dia siguiente, y disipados los humos de la tranquita, Lanza pensó en sus patrones y en su acomodo con profunda pena.

Como hacia ya tantos dias que no habia vuelto á la casa y no habia mandado el menor aviso, era seguro que no lo habian de estar esperando y que ya habrian tomado otro.

Sin embargo, era preciso ir á pedir disculpa para no perder la recomendacion que pudieran darle, y sobre todo á cobrar los dias que le debian, lo que le vendria de perilla en su situacion tirante y privada de recursos.

Se compuso lo mejor que le fué posible, y se fué á ver á sus patrones, los que, como ya lo suponia, habian tomado otro cochero.

Lanza les dijo que aquella última tarde que habia salido con ellos, se habia dado un gran golpe que lo habia obligado á guardar cama, no habiendo tenido ni siquiera con quien mandar avisar.

La familia creyó la fábula que Lanza referia y como él se habia portado bien, al extremo de no haber tenido nunca que dirigirle la menor observacion, no solo le pagáron con largueza los dias que le debian, sinó que diéron al supuesto César Parodi la mas cumplida recomendacion.

Lanza volvió á encontrarse en media calle, sin empleo y sin esperanza de tenerlo, sin dinero mas que para pasar algunos dias y con el desencanto natural de tanta desventura.

No se encontraba por lo visto en Buenos Aires el dinero con la facilidad que decian en Europa.

La vida era fácil, sumamente fácil, pero la fortuna no se hallaba así no mas á dos tirones.

Lanza acudió á los diarios como la vez anterior, y empezó á buscar una colocacion.

Pero solo halló colocacion de cochero ó mozo de hotel, colocaciones que lo halagaban muy poco.

La servidumbre tenia el peligro de hacerse conocer como tal y perderse por consiguiénte para otros negocios provechosos que podian venir.

Lanza, ántes que volver á conchabarse, resolvió esperar.

Las francesas no eran para él una carga, porqué eran gente de trabajo habituada á todo y que no pretendian ni el lujo ni la holganza.

Si no hubiera sido así, Lanza las hubiera echado con la música á otra parte.

Con una ó dos invitaciones por semana al teatro francés, quedaban tan reconocidas como si les hubiera dado una fortuna.

Lanza habia aprovechado aquellos dias de holganza y de libertad, en frecuentar sus antiguas relaciones, por lo que pudiera suceder en el porvenir.

Su ropa se encontraba en perfecto estado, y queria aprovechar bien esta circunstancia.

Si alguna vez llegaba á realizar sus sueños de negociante en gran escala, aquellas relaciones debian serle muy útiles y era preciso conservarlas á toda costa.

Y aunque tratando de gastar poco y conservar en lo posible su apariencia de riqueza, con ellas comia y con ellas parrandeaba noche á noche.

En la esperanza de hallar alguna otra desventurada doña Emilia, él recorria los casinos que tanto abundaban entónces en Buenos Aires y hacia á sus dueñas el amor por lo fino.

Pero para esta clase de empresas de seduccion se necesitaba un capital que Lanza no tenia y que permitiese siquiera pagar todas las noches un par de botellas de vino de champagne.

¿Qué dueña de casino se iba á dejar seducir así á dos tirones, nada mas que por las buenas apariencias y mejores intenciones?

Y Lanza se convenció que, sin cierto capital para cubrir las apariencias, no hallaria una doña Emilia como él la buscaba.

Y sus recursos se iban agotando rápidamente sin haber conseguido nada.

Fué entónces que recurrió á los avisos de los diarios, en completo estado de desesperacion.

Lanza empezó á disfrutar así del poco dinero que tenia.

Habia trabajado mucho aquel último tiempo y su espíritu necesitaba descanso.

Lanza acudió, en sus paseos y andanzas, á todos los parajes donde podia hallar á Anita, pero no la volvió á ver mas.

Varias veces alquiló un matungo y se fué á pasear á Belgrano, dando vuelta por todo el pueblo, pero inútilmente tambien.

Ni la halló en parte alguna, ni Anita mandó nunca, como podia haberlo hecho, por la ropa que él le tenia, ropa que algun valor representaba.

Agotados sus recursos por completo, tomó un diario, y apuntó dos ó tres casas donde se pedia cochero.

Con la sola recomendacion de la de Lima, estaba seguro de ser tomado en la casa mas exijente.

La colocacion no le fué difícil, entrando esta vez al servicio del doctor Benitez.

Hubiera podido obtener colocacion con un corredor de Bolsa, servicio muy descansado, porqué se reducia á las horas hábiles del dia.

Pero siempre en sus ideas de fortuna, no queria hacerse conocer como cochero por los lados de la Bolsa.

El nombre se cambia muy fácilmente, pero la cara no.

La noche la pasaba no ya en su casa como ántes, sinó que recorria los cafés donde iban sus conocidos, y el Alcázar, que era su diversion favorita.

A todos sus amigos habia encargado una colocacion de dependiente en cualquier parte, para un conocido suyo que andaba sin ocupacion.

En el comercio era preciso empezar por algo para llegar á mucho.

Así, poco á poco se van haciendo relaciones, se vá tomando práctica en el comercio, y se vá haciendo conocer.

Buscando en los avisos de los diarios, y encargándoles á todos, halló por fin una colocacion de mozo de tienda, en lo de Costa, tienda que le convenia por la clase de marchantes que allí compraban.

Practicar en el comercio es cosa muy aceptable, por mejor que sea la posicion del que practica.

En una tienda como la de Costa, muchos de sus conocidos lo veian detras del mostrador vendiendo géneros.

Pero con sus relaciones estaba disculpado, diciéndoles que estando próximo ya á abrir casa, queria ponerse bien práctico en los habitos comerciales del país.

Lanza se fué á la tienda de Costa, donde lo tomáron sin vacilacion alguna.

Su aspecto fino y dulce y su exterior bien cuidado predisponian en su favor.

El quehacer no era mucho, pero las horas de trabajo apénas le dejaban tiempo para ocuparse de otra cosa.

El sueldo era muy reducido, sumamente reducido, pero le habian prometido aumentárselo con arreglo a sus aptitudes y esto ya era algo.

De todos modos siempre aquella posicion era preferible á la de un cochero y no habia que vacilar en el cambio.

Lanza se despidió de su patron con gran sentimiento de este, porqué el servicio del jóven era correctísimo; arregló con él su cuenta y tomó su nueva colocacion de mozo de tienda, con pasion verdadera.

—He cambiado de empleo, dijo á las francesas sus amigas, con menor sueldo, pero con mejor posicion.

En la tienda de Costa donde voy, como tengo que trabajar desde muy temprano, me dan casa y comida, pues tendré que dormir allí.

Esto no perjudica nuestra relacion, pero entónces estas piezas están demas y son un gasto inútil.

Si ustedes quieren, yo no me llevaré mas que la ropa necesaria para mudarme una vez y dejaré el resto aquí.

Ustedes me cuidan la ropa y yo en cambio les daré la mayor parte de mi sueldo, que aumentaré pronto, á medida que yo vaya progresando en el arte de vender géneros.

Las francesas aceptáron en el acto la propuesta.

En cuanto á muebles, Lanza no llevaba mas que su cama; los demas los habia regalado á las francesas.

Lanza, durante un mes, se habia propuesto hacer en la tienda una vida de reclusion absoluta.

Era la manera de ganarles el lado á sus patrones y hacerse de buen crédito.

¿Quien sabe si allí mismo en la tienda, viendo sus disposiciones y su buena conducta, no le salia algo mejor y que le conviniera mas?

En casa de Costa habia inventado una nueva historia, siempre tendiente á probar que era un gran personage.

Allí dijo que habia venido de Europa á estudiar el comercio para establecerse, pero que de llegada no mas habia sido lastimosamente estafado y dejado sin un peso.

—Como mi ambicion era el trabajo, agregaba, poco me importa la pérdida del dinero, puesto que al fin puedo practicar al mismo tiempo que me gano la vida; aquella será la primer leccion que haya recibido, cara, eso sí, pero provechosa.

Como toda su ropa estaba en relacion con una posicion pecuniaria cómoda, aquella nueva historia coló como colaban todas las suyas, sin dificultad, siéndole al mismo tiempo muy ventajosa.

Sus patrones lo trataban con marcada consideracion, y los demas dependientes lo miraban con respeto, como á un hombre superior á ellos.

Siempre esto era una gran ventaja.

Aquellos primeros dias Lanza tomó la profesion de tendero como un pasatiempo cómodo y divertido.

El trabajo verdaderamente no existia, puesto que él se reducia á acomodar la tienda y los géneros que hacian desdoblar las señoras solamente para averiguar los precios.

Pero esta misma conversacion y trato con tanta señora, era para él una distraccion sumamente agradable y útil, pues no solo le servía de práctica en el comercio sinó en el idioma.

Hombre fino y astuto, que se complacia en ser agradable, de buenos modales y mejor figura, pronto se hizo de un gran prestigio entre las marchantas, que preferian siempre ser atendidas por él.

Porqué no solo tenia paciencia para atenderles las mayores impertinencias, sinó que, sin que ellas se las pidieran les iba mostrando todas las novedades de la tienda.

De donde resultaba siempre que algunas se tentaban y compraban lo que no habian ido á buscar.

Es que esto le servia al mismo tiempo para estar de jarana y de conversacion entretenídísima.

Los patrones, que observaban á Lanza para conocer su desempeño, estaban muy contentos de aquel dependiente que les habia caido como llovido del cielo.

—Si empezando recien tiene tanto buen tino para la venta al mostrador, decian, ¿qué será cuando adquiera práctica y entienda realmente las necesidades del negocio?

Era aquel un mozo impagable.

Ahora, entre la gente de poca monta, modistas que iban á comprar sus géneros, costureras y sirvientas enviadas por sus patrones, Lanza habia adquirido un prestigio de todos los diablos.

No compraban en otra parte por nada de este mundo, aunque allí les vendieran mas caro.

Es que Lanza les conocia á todas su lado flaco, y les tocaba, como él decia, la sonata de su preferencia.

Así es que el lado del mostrador donde despachaba Lanza, se veia siempre lleno de ramitos de flores, de otras tantas modistas y costureras que eran al mismo tiempo sus novias y marchantas.

Los otros dependientes miraban por esto á Lanza con una admiracion suprema y trataban de imitarlo en lo posible.

Pero Lanza no tenia imitacion.

El con todas tenia algo especial que conversar que no podia terminar nunca, porqué como tenia que conversar con todas sus marchantas y estas eran muchas, no podia atenderlas todas á la vez.

Apénas hacia un mes que Lanza estaba en lo de Costa, y tenia ya mas despacho que los viejos dependientes de la casa.

Solo en los precios de los géneros no tenia todavía la práctica necesaria, pero como tenia á quien preguntar, esto lo preocupaba poco, no siendo para él ningun inconveniente.

Tan contentos estaban de él los dueños de la tienda, que al pagarle su primer mes de sueldo, se lo aumentáron en una tercera parte mas para que á su vez estuviera mas contento y tomara cariño á la casa.

—Si usted sigue adelantando como hasta ahora y atendiendo los intereses de la casa, pronto tendrá en ella una buena posicion y mejor sueldo.

Lanza, mostrándose sumamente contento, y en consideracion á no haber salido durante aquel mes, pidió un dia entero de licencia, que le fué acordado sin vacilar.

Su primer visita, como era natural, fue para las dos francesas sus amigas, que se creian olvidadas por él y estaban hasta cierto punto resentidas.

Pero él las compuso fácilmente, demostrándoles que era la vez primera que salia á pasear desde que cambió de empleo.

—Si ántes hubiera salido, les dijo, ántes hubiera venido, porque siempre hubiera sido para ustedes mi primer visita.

Y como no queria venir á verlas de todos modos con las manos vacías, preferí esperar á que se venciera el primer mes.

Y Lanza entregó á la francesa todo el sueldo que habia recibido, con excepcion de cien pesos que reservó para pasear aquella noche.

Este último y elocuente lenguage aplacó todo resentimiento y Lanza fué tratado á cuerpo de rey, pues harto lo merecia un jóven que se conducia de aquella manera.

—Es el mio un empleo incómodo por ahora, por la esclavitud en que estoy, pero muy conveniente por el porvenir que allí tengo y la práctica que voy adquiriendo en el comercio.

En un par de meses mas me habré establecido por mi cuenta.

Y como pienso salir lo ménos posible, es preciso que ustedes, con algun pretexto de comprar, vayan á visitarme de cuando en cuando.

Todo el dia y toda la noche son mios hoy, pero no quiero abusar por ahora, y trataré de salir lo menos posible.

Lanza pasó todo aquel dia entregado al culto agradable de aquella amistad.

Se mudó todo perfectamente, y á la noche llevó á sus amigas al teatro, las dejó allí y empleó todo el resto de la noche en visitar á algunas de las modistas con quienes habia hecho relacion en la tienda.

A unas porqué le gustaban de alma y á otras porqué le convenia tener relacion con ellas, á todas visitó y á todas presentó sus cumplimientos, haciéndoles todo género de ofrecimientos.

Concluidas estas visitas que podemos llamar diplomáticas, Lanza regresó al teatro y desde aquel momento se entregó por completo á complacer á sus amigas.

Terminada la funcion regresáron á casa y las francesas, que tenian el hábito de cenar, obsequiáron á Lanza como mejor pudiéron, recogiéndose á dormir á una hora bastante avanzada.

A la mañana, bien de madrugada, ya Carlo Lanza estaba en pié, y listo para salir.

La vieja, que sabia que el jóven saldria temprano, lo esperaba con una buena taza de café que tomó con avidez y con gusto.

Y despues de recomendarles nuevamente que lo visitaran si él no venia, marchó á su conchabo, llegando á horas en que sus compañeros aun no habian abierto la tienda.

Lanza siguió trabajando cada vez con mas ahinco y mas entusiasmo, aunque ya aquella vida de encierro y de mostrador empezaba á fatigarlo.

Ya tenia bastante práctica para manejarse en la tienda por sí solo.

Sus patrones solian salir con frecuencia, y aunque era él el dependiente mas nuevo, á él dejaban confiada la tienda y era él quien la cerraba si aquellos no habian vuelto á la hora habitual de hacerlo.

Esta confianza vino á dar algun resuello á Lanza en su modo de ser.

Cuando podia hacerlo sin que nadie se apercibiera de ello, obsequiaba á sus amigas con tres ó cuatro varas mas en el género que compraban, ó tres ó cuatro varas ménos en el precio que les debia hacer pagar.

Por eso es que todas querian ser servidas por Lanza aunque tuvieran que esperar un buen rato, y sus patrones atribuian aquella preferencia á la habilidad que para el despacho tenia el nuevo dependiente.

Con las demas sucedia otro tanto, pues Lanza las trataba con un primor esquisito y una complaciencia ejemplar.

A la noche, cuando los patrones no estaban, sus obsequios solian asumir mayor proporcion, pues solian ascender á un corte de vestido que no entraba en cuenta, ó alguna pieza de cinta rica, ó un tapadito de poca monta.

Así no hubo jamas tienda alguna que tuviera un dependiente tan solicitado.

Los patrones de Lanza le notificáron que podia salir todos los quince dias, eligiendo siempre domingos, y este fué un nuevo desahogo que tuvo Lanza.

Para un hombre como él, salir á paseo sin un centavo en el bolsillo era poco agradable.

Así es que cargando la mano una vez á alguna marchanta rica que no se fijaba en los precios, y otra vez al cajon del mostrador, él se preparaba durante la quincena los elementos necesarios para su dia de paseo.

De modo que cuando este dia llegaba, siempre tenia para llevar al teatro á las francesas, invitándolas á cenar, y obsequiar de cualquier modo á sus amigas.

Y el cariño de todas ellas crecia para Lanza, á medida que crecian sus dádivas y obsequios.

Asi le eran mas soportables los quince dias que pasaba detras del mostrador, consagrado á vender y acomodar géneros.

Porqué no era nada la venta y el despacho al mostrador, sinó que cuando se cerraba la tienda ésta quedaba en tal estado, que tenian que emplear por lo ménos un par de horas en acomodarla.

Cada señora que entraba queria ver todos los géneros y habia que mostrárselos dando vuelta toda la tienda.

Esta era la parte fastidiosa del negocio, pues el despacho era todo conversacion y entretenimiento.

Entre las muchas relaciones que habia hecho Lanza en la tienda, se contaba la de un señor Cánepa, persona buena y de comercio, que se mostraba muy amigo del jóven, ofreciéndosele en todo aquello que pudiera serle útil.

Lanza se habia lamentado á Cánepa muchas veces de su situacion embromada.

—Aunque aquí no estoy mal y me tratan muy bien, le decia, no es esta la colocacion que me convenia.

Yo quisiera un empleo en el comercio, donde pudiera aprender y progresar, donde pudiera practicar en negocios de giros con Europa, que es como yo quiero establecerme.

Mi familia me ofrece siempre recursos con este fin, pero yo no quiero aceptar sin ántes estar bien al corriente de los negocios y emprender una cosa segura.

Cánepa le decia que tuviera paciencia, que él le buscaria una casa arreglada á su deseo, pero que era preciso esperar á que se presentara la oportunidad.

Esta esperanza hacia que Carlo estuviera mas conforme y aguantase mas las incomodidades de su empleo en el acomodo de los géneros.

Pero jamas sus patrones pudiéron observarle un mal modo ni siquiera un gesto de impaciencia.

El señor Cánepa tenia familia y era en su casa donde pasaba Lanza el mayor tiempo de sus dias de salida.

Habia un inconveniente para que el jóven pudiera colocarse en un escritorio como él deseaba, y era que Lanza no conocia la contabilidad sinó medianamente, y no tenia la menor nocion de teneduría de libros, cosa indispensable.

Cánepa habia hablado á Lanza muchas veces de la casa Caprile y Picasso y la clase de buenos negocios que ésta hacia.

—Los giros y remisiones de dinero, las comisiones y correspondencias dejan utilidades pingües, le decia.

Es cosa de enriquecerse en muy poco tiempo.

—Ese es mi bello ideal, respondia Lanza, ese es el negocio que yo quisiera emprender.

—Bueno, pero para ello falta la base principal que es la clientela; esto es lo difícil de obtener, porqué esa clintela no acude sinó á las casas de gran confianza.

—Pero se hace, decia Lanza, y la manera de hacerlo es estar en una casa de esas como dependiente.

—Pues para eso mismo se necesita preparacion, sobre todo en el manejo de los libros de escritorio, cosa indispensable.

—Pues como hay que empezar siempre por lo primero, empezaré por aprender algo de libros, y así ya podré entrar al escritorio.

Una vez en un escritorio yo me iré haciendo de relaciones y clientela poco á poco, y así cuando abra mi casa, tendré una base segura con que contar.

—Lo que es por ese lado, como yo sé bien todo lo que es necesario, yo mismo lo pondré al corriente de lo que necesite, y así cuando encontremos el empleo, tal vez en la misma casa de Caprile y Picasso, podrá tomarlo sin peligro de no poderse desempeñar.

Desde aquel dia Cánepa empezó á enseñar á Lanza el manejo de los libros que necesitaba para entrar á lo de Caprile.

Y no contento con lo que Cánepa le enseñaba, en la tienda de Costa y bajo el pretexto de poder ser mas útil, se hacia dar algunas lecciones por el mismo tenedor de libros de la casa.

Sus dias de salida los dedicaba expresamente en visitar á Cánepa, no solo por el agrado que tenia en la sociedad de su familia y el interés de aprender y aumentar aquella buena relacion, sinó por el de estar siempre presente en su pensamiento para que lo recordara el dia del empleo.

Ya iba abandonando su relacion con las francesas, limitándola á ligeras visitas.

Un día Cánepa le dió la estupenda y esperada noticia que fué para él un colmo de felicidad.

En la casa de Caprile y Picasso se habia producido la suspirada vacante, y Cánepa le prometió hacerle ocupar el empleo.

Todos sus martirios iban á concluir, gracias á aquel amigo.

Lanza casi se volvió loco de alegría.

Entrar de dependiente en la casa de Caprile y Picasso era el colmo de su fortuna, pues hacia ella se encaminaba.

Era necesario esperar unos dias, porqué Caprile no estaba aquí y Picasso no se ocupaba de eso.

Lanza abrazó efusivamente á su amigo Cánepa y le agradeció todo cuanto por él habia hecho.

—Si yo consígo enplearme en esa casa, aunque fuera de portero, le decia, despues de mi padre será usted el hombre á quien mas deba; usted es mi verdadero protector y amigo.

—No es difícil, no es difícil, respondia Cánepa; soy amigo de la casa; algo puedo, y estoy convencido de que si hago á usted un servicio, tambien se lo hago á ellos, porqué un dependiente como usted, de su conducta y condiciones, es un beneficio para una casa de comercio.

Aplicarse á los libros y nada mas, aplicarse á los libros que es lo que mas en la casa se necesita, y yo me encargo del resto, no hay cuidado.