Cardos y lirios/Silencio santo

Silencio santo

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Trepaba el dulce Redentor, la cumbre

del Gólgota, agobiado por el peso

de la infamante cruz.

La muchedumbre

le cercaba.

De pronto, sonó un beso

en el semblante lívido del justo,

y el que le dio aquel beso, así le dijo

al Nazareno: «augusto

Señor, si está en tu mano,

(pues eres de dios hijo)

secar el océano

y convertir la tierra en humo vano

¿por qué no calmas tu pesar prolijo?


¿En donde están tus rayos y tus truenos,

que sobre tántos míseros sayones

no arrojas? Sus malvados corazones

más que de ira, de ignorancia llenos,

¿por qué no arrancas ó los tornas buenos?

¿A qué el dolor que enerva y asesina?»

Y el Cristo, esa blancura ensangrentada,

que todas nuestras almas ilumina,

como un muerto calló:

No dijo nada augusto