Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo XLVII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo XLVII - Donde se ve si le faltaban aventuras al bravo don Quijote
de Juan Montalvo
Capítulo XLVII

Capítulo XLVII

Andado habían hasta las doce, sin encontrar alma viviente, hora en que desembocaban en el camino real. Los primeros con quienes toparon fueron una vieja, dos muchachas y un mozo hercúleo, muy listo y despierto. No hubiera sido posible que don Quijote dejara de preguntarles quiénes eran y adónde iban. La vieja respondió que la necesidad de sus negocios la llevaba con su hijo y sus sobrinas a un pueblo a cuatro leguas de allí. Mientras don Quijote estaba hablando con las mujeres, Sancho se había desmontado sin decir palabra, y arremetiendo con el mozo le asió por el pescuezo y se echó a gritar:

-¡Favor al rey! ¡Aquí de la Justicia!.

El hombre, que se vio tratar así de un bonachón como ése, le tomó por los fondillos, y volteándolo patas arriba holgadamente, dio con él de cabeza en el suelo. Como don Quijote embistiese lanza en ristre al enemigo de su escudero, mostró el perillán las herraduras con tal presteza, que ni sobre hipogrifo le alcanzara el valeroso manchego. Con todo, apretó el caballero las espuelas, y se iba tras el fugitivo, cuando sus pecados, o los de Rocinante, hicieron que éste se fuese de bruces, dando con el jinete por las orejas en el polvo. Como el barragán no anduviese a gran distancia, volvió sobre el caído y se puso a darle mil vueltas sobre el mismo, poniéndole, cuándo boca arriba, cuándo boca abajo, en rotación asaz curiosa y divertida, y se alejó sin gran miedo de esos valerosos señores. Don Quijote le estaba llamando y desafiando en muy fuertes razones:

-¡Non fuyas nin te escondas, cautivo! ¡Conoce tu pecado, malandrín!.

Alcanzó a ponerse en pie, después de mucho trabajo, montó como pudo, y con gentil continente, lleno de valor y poderío, se fue para donde habían quedado la vieja, su comparsa y su buen escudero. Hallolos asidos a una maleta, mochila o fardel, bregando las mujeres por defender esa quisicosa, y Sancho por arrancársela, con la más extraña porfía.

-Sepamos de lo que se trata y lo que significa este concurso de manos -dijo.

-Este hombre -respondió la vieja-, o más bien este demonio, quiere hacerse pago con nuestro ajuar de no sé qué alforjas que le han robado el año de cuarenta.

-«Ningún home -dijo don Quijote, con los estatutos de la caballería- faga algravio a viuda, dueña ni doncella fijodalgo, aunque ellas estén contra él; ca non es de los fuertes el fascer sentir su poder a esos seres débiles y para poco. Las hay que son a las veces ariscas; mas por ende non ha el caballero de tornar en tiranía lo crescido de sus fuerzas». ¿De qué proviene, Sancho, que a un Panza en gloria como tú, le halle yo tan belicoso? ¿Es batalla campal? ¿Es asalto de ladrones?

-No es sino rendevicación de mi hacienda -respondió Sancho.

-La justicia -replicó don Quijote- es siempre muy buena cosa en sí, e de que debe el rey siembre usar. Admírame que tan en olvido pongas las Siete Partidas de nuestro sabio don Alfonso. No reivindicas, sino rendevincas tu hacienda: vaya en gracia; mas no es justo que lo que te robó el gitano paguen las gitanas. Suelta esa joya y vente luego adonde tendrás en abondo objetos harto más preciosos que éste por el cual suspiras.

-Deme vuesa merced licencia -volvió Sancho a decir- para hacer cala y cata del contenido, o aquí me caigo muerto de resentimiento.

-Si tanto puede la curiosidad contigo, haz lo que deseas; ni será tan egoísta esta buena señora que se rehúse a satisfacerte a costa de tan poco.

-Primero me han de ver el cuerpo que registrar mi argamandijo -respondió la vieja-. Bonita soy yo; y ¡montas!, que el caballero nos lo manda.

-¿Esas tenemos? -dijo don Quijote-: manifestad al punto las entrañas de ese mueble, señora vieja, so pena de ir cortadas las faldas por vergonzoso lugar.

Una de las muchachas tuvo miedo al ver cómo se enojaba esa estantigua de don Quijote, y con mucho despejo y desenvoltura intervino diciendo:

-Por amor a este caballero, hágase lo que él manda. Ese gesto es de persona de mucho modo. Ni será dicho que nosotras en vida o en muerte negamos el gusto que nos piden, o que llevamos cosas robadas dentro de esta maletilla.

-En un corazón estamos, agregó la vieja; eso pido, y que estos señores vayan contentos. Abre, hija, abre; no tengas vergüenza de nuestros bienes de fortuna; que ama las hadas, malas bragas.

Abierta aquella bolsa, lo primero con que dio Sancho fue un mazo de barbas que le admiraron, así por la longitud como por el color.

-A las barbas con dineros, honra hacen los caballeros -dijo-. ¿Cuánto le producen a vuesa merced estas barbas, señora madre?

-¿Producir? -respondió la vieja-; me cuestan un ojo de la cara.

-¿Pagáis por ellas? -preguntó don Quijote-. ¿A qué género de contribución o pontazgo están sujetas?

-Qué más pontazgo que las lágrimas que me hacen derramar cada vez que las miro, señor caballero. A falta de tierras, títulos ni bienes de otra clase, mi marido, que en Dios descanse, el rato de morirse las arrancó a posta por que no se dijera que nada me había dejado.

-¿Son benditas estas barbas? -preguntó Sancho a su vez.

-Lo serán, hermano -respondió la gitana-, tan luego como topemos un sacerdote que nos las bendiga.

-Nada menos merecen -repuso el escudero- que bendición episcopal.

Y echándoselas a las quijadas vio que le sentaban de perlas; y sin más averiguación se las guardó en el bolsillo.

-Ahora veamos -dijo- lo que contiene este bote.

-Son mudas o afeite de rostro, buen hombre. Afeita un cepo y parecerá un mancebo. No seréis vos quien meta la mano en este sagrado; yo iré sacando cosa por cosa, y vuestra curiosidad será satisfecha. Peines, pinzas para los vellos impertinentes, cejas de repuesto, carmín para los labios, espejo de camino. Este cajetín es de lunares, para cuando convengan: leche de vieja, agua de perfecto amor, enjundia de avestruz, sebillos, vinagrillos...

-La hermosura de estas doncellas -dijo don Quijote interrumpiéndola- bien merece estos adminículos: ten qué ocasión los benefician, señora madre?

-Esto es lo que sobra, señor; a lo menos ellas no pueden decir que por mí falta para que vivan contentas.

-Ya comprendo -volvió a decir don Quijote-: vos sois la aguja que las guía en el maremágnum de sus bailes, sus donaires y aun embustes. ¿Qué otra cosa contiene esta caja de Pandora?.

Sancho Panza metió los cinco dedos y sacó un frasquito rojo.

-Sangre de drago -dijo la vieja.

-De murciélago -corrigió Sancho, y siguió haciendo la revista-: un jeme de soga de ahorcado; un cabo de cera verde; un envoltorio de ceniza de romero, ¿o son los polvos de la madre Celestina?

-¡Jesús! -respondió la vieja-, ¡yo polvos de la madre Celestina!... Esa muñequilla es el cisquero de mis hijas, de la cual se sirven para sus dibujos. No se hagan malos juicios, y déjennos estos señores con nuestras chilindrinas.

Diciendo esto echó la llave a la que don Quijote había llamado caja de Pandora, y le pidió su bendición para seguir adelante.

-Buena manderecha -dijo el caballero-: mirad como no topéis con el Santo Oficio, y haced que os llame Dios, buena mujer.

-Como él me venga a ver, la puerta estará franca -respondió la vieja; y haciendo una cortesía, así ella como las muchachas, se alejaron a paso menudo y aprisa. No habían andado quince varas cuando la señora mayor volvió al mismo trotecillo a don Quijote, y dijo:

-Si vuesa merced fuere curioso de saber su porvenir, mis hijas se lo dirán de pe a pa: en la uña tienen el arte de leer lo futuro, y por Dios que no se yerran.

-Vengan luego -respondió don Quijote-: ¿cuál es el ramo de adivinación que profesan?.

Llegáronse las muchachas, y la vieja prosiguió de este modo:

-Supongo que vuesa merced tiene una mano; que esta mano tiene líneas, que estas líneas ocultan un secreto: pues ahí está el quid, señor caballero.

-¿Mediante qué suma o cantidad? -preguntó don Quijote.

-Veinte reales -respondió la vieja.

-Oiga, señora madre, las doncellitas profesan la quiromancia... ¿No entienden también de onirocrítica, de metoposcopia y especulatoria? Mira, Sancho, cómo das a esta buena madre diez reales de los veinte que necesita. Yo no he menester que nadie me diga la buena ni la mala ventura, porque tengo creído que más presta para la tranquilidad la ignorancia que el conocimiento de lo venidero. Id con Dios, buenas mujeres, y no busquéis al diablo con estas trapacerías que harto huelen a Zugarramurdi.

De mala gana, pero obedeció Sancho; ni había poner dificultades cuando las órdenes de su señor eran perentorias. Tomaron las aventureras la limosna de don Quijote, y entre cuitadas y agradecidas siguieron su camino. Hizo lo propio don Quijote, a la voluntad de Rocinante, por donde y al paso que a este su buen amigo se le antojase. Mientras iba andando dijo el caballero:

-Estas bolinas y pendencias, Sancho, dejan conocer la poca elevación de tu alma; ni es de valientes el buscar mujeres para sus hechos de armas. Si en todo caso quieres combatirte con gente femenina, ahí está Pentesilea, reina de las amazonas; ahí Alastrajérea, ahí Pintiquiniestra, ahí la joven Marfisa. Pero como quien hace gala de su villanía, huyes de una triste giganta Andandona, y buscas alcahuetas o adivinas para tus zipizapes, y aun de ellas te dejas pelar las barbas.

-¿Las barbas? -respondió Sancho, sacando las que había hecho olvidar a la hechicera-; éstas son las que me pelan, señor don Quijote.

-¿A qué título te has quedado con ellas? -preguntó el caballero-: ¿compra, fideicomiso, donación entre vivos? Ahora veamos de qué te sirve este vellón de lana, a menos que tengas resuelto dar en ermitaño.

-¿De qué me sirven, señor don Quijote? Me las encajo, quedo que no me conoce la madre que me parió, llego de improviso a mi casa, como quien pide posada para una noche... Vuesa merced adivina lo demás.

-Reinaldos de Montalbán -respondió don Quijote- se negó a llevar a los labios la copa encantada cuya virtud era descubrir los secretos más íntimos de la mujer del que la apurase. Reinaldos procedió con gran cordura. La prueba del agua amarga, amigo Sancho, puede causar inmenso daño, si es adversa, en el hombre inconsulto que la hace; si es favorable, nada ha ganado y se ha expuesto sin necesidad al mayor disgusto de la vida. ¿Por qué vas a buscar secretos peligrosos atrás de la honestidad de tu mujer? Si los hay, deja que se pierdan en tu ignorancia, y vive satisfecho de tu virtud presente. Ya un celebérrimo poeta expresó este concepto en lengua cuando dijo que esa prueba potria giovar poco e nocer molto. Sírvete de esas barbas para otra cosa, y no para labrar tu desventura. Lo mejor sería que volvieses hacia la hechicera y se las entregases como hombre de bien. No porque una cosa se llame barbas, te has de apoderar de ella a mano armada. No vayas todavía y dime lo que te movió a embestir con el malandrín que te puso patas arriba.

-¡Oxte! -respondió Sancho-: ¿vuesa merced tuvo el alma dormida que no reconoció al cien de las alforjas?

-¡Conque era el bellaco del ciego! -volvió a decir don Quijote-; avísamelo con tiempo, y allí me las pagaba todas. Ahora mismo estoy por irme sobre él y sacarle del santasantórum, si allí se hubiere metido. Pero no se dirá que don Quijote de la Mancha se tomó con un perillán de su ralea, por el triste objeto que tú sabes.