Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo LVII

Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo LVII - De las razones que mediaron entre don Quijote y su criado, hasta cuando al primero se le ofreció hacer una aventura muy ridícula de dos notables sucesos antiguos
de Juan Montalvo
Capítulo LVII

Capítulo LVII

La historia presenta aquí una laguna, pues no dice por donde anduvieron ni lo que hicieron los dos héroes durante los quince días transcurridos desde su salida de la venta del Moro hasta cuando una tarde se asomaban por las goteras de una ciudad insigne del Guadalquivir.

-¿Vuesa merced cree en conciencia -decía Sancho como venían asomándose por una ondulación del camino- que el caballero a quien mató en el castillo del señor de Montugtusa no resucitará jamás?

-El día del juicio -respondió don Quijote-. El que se muere, se muere del todo y muy de veras: es lo único en que los hombres usan de buena fe. ¿Qué es lo que te mueve a hacerme esa pregunta?

-Muéveme, señor, el haber visto yo con estos ojos, que se han de volver tierra, levantarse el bachiller bonitamente, sacudirse el polvo y desaparecer, cuando vuesa merced hubo salido al patio.

-Mejor te ayude Dios, amigo Sancho Panza -dijo don Quijote.

-Se levantó, señor, y se fue, diciendo que si al loco de vuesa merced le cargaba el diablo mil veces, a él nada se le daría.

-¿Qué hay de reparable -replicó don Quijote- en que ese caballero hubiese desaparecido? ¿No le viste que le protegía la sabia Linigobria, hija del soldán del Cairo, la cual habrá cargado con el por un medio maravilloso, a ver si le era posible volverle a la vida? A ser tú para juzgar de éstas cosas, lo que remueve tu socarronería te diera asunto a la admiración, y no anduvieras poniéndome dudas acerca de un hecho pasado en autoridad de cosa juzgada, no apelada y consentida, nada más que por no perder la oportunidad de mostrarte irrespetuoso y bellaco.

Sancho Panza se medio resintió al ver que con tanta dureza se le trataba por uno que no era caso de inquisición, y como intentando hacer pucheritos, respondió en voz un tanto sobreaguada:

-Yo digo lo que veo, señor don Quijote, sin ánimo de pedir albricias ni hallazgo. Mas el perro flaco todo es pulgas: si digo algo, miento; si no digo nada, soy un asno: como tragamallas; bebo, borracho. Y tírese por estos derrumbaderos, y rompa estas marañas, y cierre con esos gigantes, y mate esos leones, y pele esos yangüeses. Dormirá vuesa merced, señor Panza, comerá, beberá, cuando el obispo sea chantre. Pues ni de la flor de marzo, ni de la mujer sin empacho, señor, ni del amo sin conciencia.

-¿Despeñarte llamas -replicó don Quijote- el ir por estos floridos campos?, ¿romper marañas el deslizarte por esta blanda superficie? Sábete que nos hallamos en la Bética, donde los antiguos pusieron los Campos Elíseos, y que los que te parecen derrumbaderos son verdes campiñas, y los que juzgas matorrales salvajes son grupos de flores y plantas civilizadas y cultas. Ahora vas a ver si tomo por una áspera sierra, donde no comamos sino tueras, cúrcuma, nebrina y otras cosas amargas, para que pagues el vicio de quejarte.

Sancho hizo cuanto pudo por desembravecer a su amo, pues de su cólera sacaba menos que de sus promesas.

-Tome vuesa merced mi palabra -dijo- de ser el más callado y agradecido de cuanto Sancho Panza hay en el mundo, y disponga dé mí y de mi rucio como de cosa propia.

En tanto que don Quijote iba dando esta fraterna a su escudero, se le desencapotaban los ojos, y concluyó por obligarle en términos del todo bondadosos a pedirle merced.

-Por ahora -respondió Sancho- me contentaría con unos doscientos reales de contado, dejando el reino para después.

-¿De dónde diablos quieres que te los dé? -replicó don Quijote-: álzate con lo que tienes en tu poder, y si llegan a cincuenta, buena pro te hagan.

-Mi padre es Dios -dijo Sancho-: si llegan a quince, diga vuesa merced que no le pedimos favor al rey. ¿Cómo han de ser cincuenta, desdichado de mí, cuando el zanguango del ventero nos extorsionó más de veinte?

-Un tantico de paciencia, hermano Sancho Panza -respondió don Quijote-, y habrá para hacer muchos ingratos. Esto es en tanto grado verdad, que ahora mismo van a ser coronados tus deseos con la hazaña que toda entera dedico a tu engrandecimiento.

Sin más preámbulos ni disposiciones bélicas, se disparó por una costanilla, diciendo:

-¡Dominus cum fortibus! -y embistió con un redil de ovejas, que él tuvo por plaza fuerte, y aun vio los guerreros que sobre las murallas le estaban desafiando y tirando sobre él con sacres y falconetes. Sin rendir el ánimo a las amenazas de tan fieros enemigos, y esforzándose por hacer caracolear a su caballo al pie de las murallas, empezó a decir en alta voz:

-E por ende riéptolos a todos, tan bien al grande como al chico, e al muerto como al vivo, e ansi al nascido como al que es por nascer. E riepto las aguas que bebieren, que corrieren por los ríos; e riéptoles el pan, e riéptoles el vino.

Echó luego pie a tierra, y con el ronzal de su caballo le ató a la cola un borreguito muerto que a dicha estaba fuera del aprisco; montó de nuevo y se puso a dar vueltas alrededor del corralejo, hasta cuando la mala voluntad de Rocinante y las voces de Sancho le detuvieron en actitud de héroe victorioso. Del reto de don Diego Ordóñez de Lara a los habitantes de Zamora, y la acción de Aquiles, a quien vemos arrastrar el cadáver de Héctor alrededor de Troya, formó don Quijote una de las aventuras que más satisfecho le dejaron y más le acreditaron de loco para con su escudero Sancho Panza.

Sin más averiguación siguió adelante don Quijote, y Sancho, andando tras él, dijo:

-Recapacite vuesa merced antes de acometer empresas, señor don Quijote: los que le ven hacer estas locuras pueden creer que no está en sus cinco sentidos, y vuesa merced ha oído el piorverbio que dice: Vivir, obrar bien, que Dios es Dios.

-Miedo a payo que reza -contestó don Quijote-: ¡qué harías si te vieses en el asalto de Lubania! Si tanto sabes de refranes como de piorverbios, habrás oído a tu vez el que dice: Al que de miedo se muere, de cagajones le hacen la sepultura. Piorverbio dijiste: ¡ah, bendito!, ¿cuándo será que yo te eche el bautismo de la lengua castellana? En orden al punto principal, no andes siempre tan sobre aviso, que venga tu prudencia aparecer temor. Prometo a ley de caballero poner fin a nuestras a venturas con dos o tres que serán de las más famosas. Habilitado así, me presentaré a la sin par Dulcinea en demanda del premio de mis hazañas. Cuida, Sancho, de no interrumpir la primera entrevista que yo tenga con esa señora. Te hago esta advertencia, porque tú sueles ser muy indiscreto.

-Vuesa merced me dispense -respondió Sancho-; no pienso renunciar mi parte de esa entrevista.

-Eso será tan a solas -replicó don Quijote-, tan de mí a ella, que hisopearé su camarín, no esté allí algún espíritu entrometido y envidioso.

-Vuesa merced hisopeará cuanto quiera -volvió Sancho a decir-; yo he de entrar.

-Pasaré por el sentimiento de darte con las puertas en la cara.

-Me bastará una rendija para seguir adelante -dijo el escudero.

-¡Pues te pondré taragallo, y veremos cómo entras! -respondió don Quijote con naciente cólera.

-Pero no será por incomodar a vuesa merced -tornó Sancho a decir-, sino por hacerle una consulta respecto del asunto que me han reducido a la memoria las ovejas que acaba de vencer vuesa merced. Hace dos años tengo un rebañito, y lléveme judas si pasan de nueve cabezas.

-Eso debe de provenir -respondió don Quijote- de que la oveja es unípara; y no dando sino una cría en cada parto, su multiplicación va muy a pausas. No sucede lo propio con los animales que producen lechigadas de cinco, siete y hasta nueve cachorros, cual sucede con la marrana. Si mal no me acuerdo, la de la Eneida tiene quince.

-¿Qué es unípara, señor? -preguntó Sancho.

-Unípara, buen Sancho, es la que no da sino una cría, la cual, en ciertas especies, te lo digo de paso, suele admitir un nombre diminutivo fuera de las reglas comunes. La del gamo, verbigracia, se llama gamezno; la del lobo, lobezno; la del pavo, pavezno, y hasta la del perro se puede llamar perrezno.

-¿A esta cuenta -replicó Sancho-, la del burro será burrezno, la del puerco, puerquezno, y la de la yegua, yegüezno?

-Bien puede ser -dijo don Quijote-; así como la del Sancho será sanchezno, y la del Panza, pancezno. Achispado es vuesa merced, señor escudero. ¿No insinué, truhán, que eso no sucedía sino con algunas especies? ¿Pues cómo vienes a generalizar el principio y sentarlo por regla sin excepción? La cría de la yegua no puede ser yegüezno en ningún caso, ni la de la vaca vaquezno, o me desquicias y revuelves todo el sistema gramatical, nada más que por ejercitar la tontería y poner en juego la malicia. Para que quedes del todo instruido, has de saber que la que pare dos se llama bípara, lo que sucede más con la mujer que con los cuadrúpedos, entre los cuales no suele haber sino uníparas o multíparas.

-¿Y la que pare tres? -preguntó Sancho.

-Esa será trípara -respondió don Quijote.

-¿Y las que paren cuatro, cinco, siete, señor?

-Llevas las cosas tan por los extremos, que das en la necedad o en la bellaquería. Pues sabe de una vez que la que pare ciento será centípara, y la que pare mil, milípara; así como el que lleva doce palos de un rato a otro será docípalo, según lo puedes ver por tus ojos y sentir por tus costillas.

-No es eso, señor don Quijote -volvió Sancho a decir-, sino que mi rebaño no tiene morrueco. A veces me inclino a pensar que mis ovejas no son bíparas ni tríparas a esa causa.

-Bellaco eres como sandio -respondió don Quijote-; si no tenías morrueco, bien sabías por qué no multiplicaban tus ovejas.

No habían andado media hora cuando a la entrada de una aldehuela se detuvieron ante un grupo de gente que entre curiosa y aterrada parecía estar contemplando un espectáculo extraordinario. Eran dos cuerpos humanos colgados en sendas horcas, vestidos hasta la cintura y de allí para arriba desnudos. El uno de esos miserables ha recibido algunos golpes en la cabeza antes que le ahorcasen: de las narices a la boca, enredados en los bigotes, le sirven de ornamento dos cuajarones de sangraza podrida; cárdenos los labios, están prevaleciendo por una hinchazón monstruosa: la lengua ancha, ennegrecida, sale y se cuelga sobre la quijada, mientras los ojos, en ademán de saltar, semejando papas tiernas en su amortiguada amarillez. El ejecutor le esquiló laidamente a este reo: aquí y allí tijeretazos que dejan ver el blanco de la testa; acá y allá mechones de pelo sucio. Don Quijote estuvo mirando una buena pieza los dos cuerpos, y dijo:

-¿Qué delitos los han traído a estos desdichados al caso en que los vemos?

-Libelo y difamación -respondió uno de los circunstantes-. Dos veces condenados, dos veces perdonados por su majestad, volvieron a las andadas con más fuerza, y el rey mandó acomodarles con los ciento de costumbre y ahorcarlos en seguida.

-Este, señor -dijo otro de los mirones-, fue un poetastro para quien no había cosa respetable ni en el santasantórum. Hombres, mujeres, niños, oculto en sus letrinas, a todos les echa sus rociadas de lo que no se puede nombrar. Cofrade de Monipodio, son de su competencia los untos de miera en la casa y la clavazón de sambenitos. Una vez descubierto, niega su crimen; aún no bien le perdonan, vuelve al libelo. Con esto de particular, que no hay hombre inicuo o infame que no merezca sus laudatorias. Virtudes, él no sufre: pundonor en el varón, recato en la mujer, desvalimiento en el niño, campo son de sus proezas. Fin merecido el del perverso; nadie le llora.

El otro cadáver manifiesta una flacura lamentable: las costillas, sobresalientes, por poco no resuenan como las de un esqueleto; la cabeza, calva; las orejas, largas, secas, transparentes; la barba, dura, erizada; los ojos, chiquitos; el cuello, todo cuerdas. Uno y otro de estos malhechores han recibido algunas docenas de azotes primero que se les suspendiese en la picota, según las huellas moradas, casi negras, que se cruzan a lo ancho de sus espaldas.

-Este, señor -volvió a decir el mismo que ya había dado señas del otro malhechor-, fue un viejo devoto lleno de hipocresía y perversidad. Metido en la iglesia de día y de noche, confiesa y comulga, y piensa que con esto descuenta infamias y picardías. Su oficio fue ganar la vida con la difamación pagada. Por algún dinero, poco dinero, dinerillo, él se encarga de publicar toda clase de mentiras, injurias y calumnias; y piensa que con oír misa y ayunar no deja de ser buen cristiano. Y no se contenta con su oficio, su trabajo personal, sino que ha fundado una comunidad o cofradía que él dirige o gobierna, sirviendo de centro al mundo de maldades e infamias que son el comercio de su establecimiento.

-Ellos lo han querido -repuso don Quijote-, el rey lo ha dispuesto, Dios les haya perdonado. A Él quedad, honrada gente, y válgaos el ejemplar.

Con estas palabras se alejó el andante, seguido de su buen escudero Sancho Panza, a quien la sorpresa o la falta de coyuntura hizo guardar silencio, para gran maravilla de su historiador o coronista.