De la felicidad/Capítulo 10

“Desvirtúas lo que digo –se replicará-. Yo niego que nadie pueda vivir agradablemente si no vive a la vez virtuosamente; lo cual no puede suceder a los mudos animales, ni a los que miden el bien por la comida. Clara y abiertamente declaro que esa vida que llamo agradable no puede existir sin compañía de la virtud”. Pero ¿quién ignora que hasta los más estúpidos están saturados de vuestros placeres, que la maldad abunda en goces, y que el alma no sólo sugiere placeres viciosos, sino muchos?. En primer lugar la insolencia y la excesiva estimación de sí propio, y una hinchazón orgullosa que os eleva sobre los demás, y el apego ciego e irreflexivo a las cosas propias; delicias muelles, y transportes por causas mínimas y pueriles; además la causticidad y la soberbia que se complace en los insultos, la desidia y la flojedad de un alma indolente que se duerme sobre sí misma. Todas estas cosas las disipa la virtud, nos pone sobre aviso y estima los placeres antes de aceptarlos; si algunos aprueba, no los aprecia en mucho (pues sólo los acepta), y no goza con su uso, sino con su templanza; pero la templanza, que disminuye los placeres, es un atentado al sumo bien. Tú abrazas el placer, yo lo reprimo¸ tú gozas del placer, yo lo uso; tú lo consideras el bien supremo, yo ni siquiera un bien; tú haces todo por el placer, yo nada.



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