Cantos populares
(Traducción del alemán)
Gilda se había clavado una espina en un pie saltando un seto.
Hacía un calor de todos los demonios.
Gilda, a la sombra de un camueso, con la punta de una navaja de Albacete, se sacaba la espina que se le clavó saltando el seto.
La cara de Gilda está cubierta por sus cabellos, mal amarrados sobre el cogote; su justillo, mal atado, deja al descubierto lo que un pañuelo de percal no alcanza a cubrir como debiera.
Cerca de Gilda, entre pardales, ortigas, juncias, mastranzos, posarmos, charcas y maleza, pastan cuadrúpedos, pían las gallinas, graznan los patos... y canta la chicharra.
Gilda, cuando no jura, pugnando con la espina, canta al uso de la tierra, requiere su justillo o sacude la melena.
-¡Qué hermosa está! -dice un carnero.
-¡Qué pezuña tan mona! -añade un buey.
-¡Qué ronquido tan dulce! -exclama un jumento.
-¡Qué voz tan envidiable! -canta la chicharra.
-¡Envidio su suavidad! -exclama el cardo.
-¡Y yo su tersura! -dijo la zarza.
-¡Y yo su esbeltez! -añadió la grana.
-¡Y yo su sal! -expuso el puerro.
-¡Y yo su poesía y su limpieza! -dijo una charca que estaba engullendo dos inocentes corderillos.
En fin, que Gilda era toda una moza, y tenía, además, el padre alcalde de toda la comarca.
Gildo partía leña en un corral inmediato, en la casa de Gilda.
Gildo no era del pueblo, pero servía al alcalde, no por el mezquino salario que ganaba, sino porque amaba a Gilda, y Gilda tenía de dote una pareja de novillos, dos cerdos, seis ovejas, un cobertizo y un huerto.
Pero Gildo era muy bruto; tenía mucha fuerza, y el alcalde no le quería para esposo de Gilda, quien estaba prometida a un guardabosques gran compinche del alcalde.
-Escucha, Gilda: tu padre no quiere que yo sea su hijo; pero yo quiero casarme contigo.
-Me consta, Gildo; pero mi padre no lo consentirá nunca.
-Lo sé; y por eso he ido a la villa y he comprado en un baratillo, con mis ahorros, un refajo de seda, un gorro con plumero, un collar de perlas de cristal y un abanico; además, una casaca azul, un sombrero de copa y unos guantes verdes. Tú te pondrás la saya de seda, el gorro con plumero, el collar de perlas, y te abanicarás; yo me pondré la casaca azul, el sombrero de copa y los guantes verdes. Después tomaremos el pollino que rebuzna ahora en el corral, yo le montaré, te pondré a las ancas y nos escaparemos a mi pueblo, hechos dos señores, y allí nos casaremos.
-¡Ay Gildo!, me cela mi padre, que tiene muy mal vino; me cela el guardabosques, que es un bárbaro; me celan los alguaciles del Concejo, que no me pierden de vista, y me celan todos los vecinos del barrio, que temen a mi padre.
-Gilda, para el vino de tu padre, para el bruto del guardabosques, para los alguaciles y para los vecinos de barrio que temen a tu padre tengo yo un garrote, que llevaremos a la grupa del pollino.
-Pues alza, moreno, y vamos andando.
Gildo coloca sobre el pollino dos sacos de paja; monta sobre el primero y sienta a Gilda sobre el segundo, antes que el gallo anuncie la venida de la aurora.
Hala, hala, hala, pasan unas praderas y llegan a un bosque cuando ya había amanecido, y encuentran a un segador que caminaba hacia el pueblo de Gilda.
«Yo no conozco ese vestido, ni ese gorro con plumero, ni ese collar, ni ese abanico, ni tampoco ese sombrero, ni ese futraque, ni esos guantes verdes; pero ese talle robusto, esa cara de noche, ese ojo bizco y ese otro llorón son los de Gilda, y esa cabeza tan gorda, esas greñas tan rudas, esa nariz chata y esa boca de mastín son las de Gildo, y ese que montan los dos es el pollino del alcalde. Estos la van a hacer; anda moscona, yo se lo diré a tu padre».
-Gildo, nos perdimos; este hombre canta de plano en cuanto llegue al pueblo.
-Gilda mía, yo le daré sebo para que llegue primero.
-Pues atiza y vámonos.
Gildo se escupe las manos, toma en ellas el garrote, y del primer golpe echa un hombro abajo al segador.
Mientras éste gime en el suelo, los dos fugitivos continúan caminando; pero el calor aprieta, y Gilda quiere agua con anisete.
Gildo también tiene sed y hambre, y quiere añadir al agua un par de huevos fritos y media azumbre de lo tinto en una taberna que hallan al paso.
-Gildo, Gildo, bebe con pulso, no te achispes, que nos persiguen. Mientras he estado en el huerto inmediato he oído los conjuros de mi padre, los ternos del guardabosques, el eco de su trabuco, el látigo de su perro y las voces de los alguaciles. Gildo, no bebas más, que nos persiguen.
-Pues firme con ellos, Gilda. Mete el burro en la cuadra, coge una estaca y unos morrillos y prepárate a la pelea, porque yo no me entrego.
-¡Ay Gildo!, yo sé arar, sé partir leña, sé rozar, sé armar un seto y correr tras el ganado; pego una bofetada al lucero del alba; pero no sé pelear contra mi padre.
Gildo sale al encuentro, empuña su garrote y de un solo golpe tumba al alguacil. Luego se enreda con los otros.
Gilda toma un morrillo y salta con él un ojo a su padre.
Gildo continúa en su empresa y derriba también al guardabosques.
-Basta, basta de leña, Gildo mio. Todos están por tierra, y el mastín escapa aullando y en tres pies hacia el lugar. Ven y huyamos.
Pero, ¡ay!, Gildo, al derribar al guardabosques, ha perdido de un trabucazo media quijada.
Gilda la encuentra, la limpia con el vestido de seda y se la guarda en el seno.
Llegan a la choza de los padres de Gildo, quien les presenta su prometida.
Gilda saca la quijada, se la ajusta a Gildo y pide una bizma de pez y trementina pa q'agarre.
Gildo se deja curar, y luego se recoge a la pajera; crecen sus dolores, pierde el poco juicio que tenía, sale al corral, salta la pared y se arroja al pozo de la noria.
Por la mañana Gildo no aparece, hasta que más tarde le saca la rueda hecho una lástima y aplastado el cráneo.
La desgraciada Gilda hunde la comarca a berridos.
Los padres de Gildo le echan la culpa de su muerte; paréceles mal que sobre ello, turbe la paz del vecindario, y la arrojan de casa a linternazos.
Y huyendo de pueblo en pueblo, llegó al suyo, donde no conoce a su padre, tuerto y cojo desde la refriega del bosque.
Conócela él, hincase ella de rodillas, pídele perdón y él se lo otorga si se casa con el guardabosques, que aún vive, pero sordo desde la paliza.
Gilda, suspirando por Gildo, se une al guardabosques.
-Hoy me las pagas, bribona; te voy a romper el bautismo. ¡Toma por tu padre, por mí y por toda tu arrastrada generación!
¡Infeliz Gilda! Murió de la tunda...
El alcalde, buscando un amparo para sus lágrimas, no halló más que el jarro del aguardiente; dióse a él y reventó de ahíto.
A la mañana siguiente se enterraron en el pueblo tres cadáveres, porque el del guardabosques apareció colgado del camueso que prestaba sombra a Gilda cuando se sacaba la espina que se clavó en el pie saltando un seto.
(De La Abeja Montañesa.)
11 de abril de 1861.