Canto secular (Horacio)

Obras completas (1909)
de Horacio
traducción de Germán Salinas
Canto secular
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CANTO SECULAR

¡Oh Febo, y tú, Diana, poderosa en las selvas, astros brillantes del cielo, siempre adorados y siempre dignos de adoración, escuchad nuestras preces en los días consagrados por los versos de la Sibila, para que las vírgenes escogidas y los castos mancebos eleven sus cánticos en loor de los dioses protectores de las siete colinas!

Sol resplandeciente que en tu carro de fuego nos traes y celas el día, y renaces siempre nuevo y siempre el mismo, así no puedas alumbrar nunca ciudad más poderosa que Roma.

Dulce Ilitia, que presides los alumbramientos felices, protege á las madres; y ya quieras ser llamada Lucina, ya Genital, favorece, ¡oh diosa!, su fecundidad, y haz que prosperen los decretos de los senadores sobre los matrimonios y la ley conyugal llamada á multiplicar nuestra prole; así, transcurridos otros ciento diez años, volverán á resonar estos cantos y celebrarse estos juegos tres veces á la luz radiante del sol, y otras tantas en la alegría de la noche.

Y vosotras, Parcas, siempre veraces al anunciar lo que el destino ha decretado, lo que guarda el orden estable de la Naturaleza, añadid nuevas dichas á las ya logradas. Que la tierra, fértil en granos y rica en rebaños, çiña con corona de espigas las sienes de Ceres, y fecundicen sus gérmenes vitales las. ondas cristalinas y las auras de Jove.

Depón los certeros dardos, Apolo, y escucha grato y benévolo á los jóvenes suplicantes.

¡Oh luna, creciente reina de los astros, dígnate oir á las doncellas!

Si Roma es obra vuestra, si obedientes á vuestros mandatos abandonaron sus Lares y su ciudad y emprendieron próspero viaje hacia las playas de Etruria los habitantes de Ilión, á quienes el piadoso Eneas, sobreviviendo á la catástrofe de su patria y fiel á sus promesas, abrió libre camino á través de la incendiada Troya para darles más de lo que abandonaban, ¡oh dioses!, conceded á la dócil juventud puras costumbres, plácido descanso á los ancianos, y al pueblo de Rómulo sucesión, riquezas y glorias envidiables.

Que el descendiente esclarecido de Anquises y Venus, que ahora os sacrifica los blancos toros, impere vencedor del enemigo belicoso, y clemente con el enemigo humillado á sus plantas.

Ya el medo reconoce su poder, tan grande en la tierra como en el mar, y tiembla ante las segures de Alba; ya los escitas y los indos, antes tan soberbios, aguardan sus soberanos decretos.

Ya se atreven á volver el honor, la buena fe, la paz, el antiguo pudor y la virtud tanto tiempo olvidada; ya aparece la feliz Abundancia con su cuerno henchido de frutos.

Y el profético Apolo, ornado de su aljaba rutilante, y siempre querido de las nueve hermanas, cuya ciencia saludable vigoriza los cuerpos que languidecèn enfermos, si contempla orgulloso los alcázares del Palatino, la grandeza de Roma y la tierra feliz del Lacio, prolongue nuestras dichas otro siglo con días siempre mejores.

Que Diana, tan reverenciada en el Aventino y el Algido, acepte los ruegos de los quince sacerdotes, y preste atento oído á los votos de los mancebos.

Nosotros, que aprendimos á cantar en coro las alabanzas de Febo y Diana, nos llevamos á casa la firme y consoladora esperanza de que han atendido nuestras súplicas Jove y todos los dioses.