Canto a la juventud
I-PRESENTACION
Guijarro de la montaña andina,
gota de sangre indígena,
ceniza de mis mayores muertos,
levanto yo mi canto para la Patria mía,
cal de mis propios huesos
y hierro de mi sangre.
El soplo de la Patria está delante, en las pupilas;
adentro, en los más hondos capilares
y cuando sale afuera,
es por la puerta sangrante de una herida
o por la ventana de luz de un nuevo himno.
El soplo de la Patria somos nosotros mismos
Como eslabón fugaz de una cadena intérmina.
Somos ayer
porque el caudillo indígena y el capitán hispano,
mezclados en ceniza y en pasado,
se asoman a mirar por nuestros ojos
como la raíz se asoma por los tallos.
Somos hoy
porque el hombre es a la tierra madre
como el feto a la placenta,
como el infante al seno,
como el polvo al camino.
Somos mañana
porque al cantar la Patria nueva
se asoma a la garganta.
Porque el rumor de nuestra voz
es ansia de nuestros propios hijos
y no sabemos cuándo termina el padre
y dónde empieza el hijo.
El corazón del hombre es camposanto
de sus esfuerzos y sus ansias,
y todo entierra, menos la esperanza.
Es que el mañana -sangre de nuestros hijos-
se llama la esperanza.
Ese soy yo,
guijarro de la montaña andina
que canta al Ande.
Gota de sangre indígena,
canto a la raza que es flor de historia.
Ceniza de mis mayores muertos,
hablan por mí, los que fueron
para aquellos que habrán de venir.
Canto a Bolivia
en su gloria mayor, en su mayor riqueza:
canto a la juventud.
II-CANTO
Lo dijo un viejo alcalde de una villa muy rancia:
Si Dios os hizo pilares
de muy altísimos techos
seréis firmes y derechos.
¿Qué Patria puede ser más alta que la nuestra,
que Dios la puso en pedestal de piedra
junto a la nube?
¿Y qué pilar mejor para esa Patria
que tú, su juventud?
Firme y derecho el boliviano joven:
Como hilo de plomada tu conciencia,
como acero templado tu firmeza.
Mira el alba montaña de los lares:
Es blancura de nieve sin mancilla,
sobre granito pétreo sin blandura.
Así serás, ¡Oh joven de mi Patria!:
Un corazón tan firme como roca
y un corazón tan puro como nieve.
Pon la mirada y el honor en alto:
Pero pisa muy firme sobre el suelo,
como el árbol umbroso de los valles
que se afirma en la tierra con denuedo,
para vencer los vientos que lo mueven;
pero eleva la savia hacia arriba
para mirar el cielo con sus flores.
Ama la lucha y el trabajo,
La piel del hombre no tiene más perfume ni rocío
Que el sudor o la sangre.
La leche que bebiste de tu madre,
la savia que bebiste de tu Patria,
devuelve en el sudor de la faena honrada
o en la sangre vertida por su nombre.
Desprecia la inercia y la molicie,
“quien no lucha no es digno de la vida”.
El agua cristalina se empantana,
si no corre o se agita en la cascada.
Toma un ideal y plántalo muy hondo,
pero muy hondo dentro de tu propia vida.
¡Es miserable el alma de algún hombre
cuyo torreón no ostenta una bandera!
Ama tu ideal más que tu propia vida.
No importa que la entraña se desgarre,
¡pero que nadie toque tu bandera!
Es más amargo el llanto de los hijos cuando cae, sin honra, sobre el nombre.
No te detengas nunca en el camino.
Avanza ¡siempre avanza!
No vaciles jamás en la jornada.
Avanza ¡siempre avanza!
Sé generoso con el débil.
Sé muy osado con el fuerte.
Ningún peligro te detenga el ánimo,
ningún halago te detenga el brazo.
El hombre puede superar al mundo hostil
y al enemigo bravo.
Nunca desmaye el ánimo y en la propia derrota
que surja la esperanza de victoria.
Si te sientes vencido, ¡ni un minuto descanses!
Si has caído ¡levántate otra vez!
La maldición de Hipócrates se cumpla en ti:
“Que tu fe no pueda morir nunca”.
¡Cuánto más duro el trance, más fuerte el alma!
Si el destino te es cruel: ¡vence al destino!
Si vacila tu fe y temes proseguir:
¡quema tus naves!.
¡Que nada te detenga!
Ni la promesa de una vida fácil,
ni la voz del cariño de los tuyos
que no quieren ideales que sean riesgos.
No olvides que los suyos fueron los mismos
que encadenaron al Quijote de la Mancha.
Sé más fuerte que la blandura que llevamos dentro
cuando se trata de los nuestros.
Y, sin embargo, lucha por ellos.
Por tus padres, cuya honra es la tuya.
Por tus hijos, que llevarán tu nombre.
Por ellos haz tu vida fecunda
en actos buenos y en hazañas nobles.
Por ellos lucha y por ellos muere,
para darles una Patria mejor.
Para los padres y los hijos todos los desvelos.
Menos un solo sacrificio: desertar.
Nunca desertes del deber.
¡Siempre en tu puesto!
No importa que maten a tu hijo como a Guzmán el bueno.
Cumple con tu deber sin que te importe
un ardite, la fama o el dinero.
No esperes recompensas, que el buen hombre
sólo cumple el deber por su conciencia.
Y en los puertos de escala de la vida
ancla tu corazón para el sosiego,
y no bajes a tierra
para buscar el oro, la codicia o el vicio,
sino para el deleite del espíritu
en la contemplación de la belleza
o en la creación magnífica del arte.
Desprecia a aquél que abandonó la ruta,
al hallar que es abrupta la montaña.
Capitán del navío de tu hazaña,
en la hora del naufragio, ¡que se salven los otros!
mas tú, debes hundirte con tus sueños.
Y si sientes fatiga en la dureza
de una vida entregada al sacrificio,
y el dolor te devora las entrañas,
¡es el destino superior del hombre!
Prometeo gigante que ha robado
el fuego de los dioses.
III-CONSAGRACION
¡Juventud de Bolivia!
Superada en la ansia de tus sueños,
entrégate a Bolivia.
Ella te necesita, te reclama.
Muchas generaciones traicionaron
el espíritu de la Patria.
¡Sólo la juventud puede salvarla!
¡Sólo tu santa rebeldía iconoclasta!
¡Sólo el valor indomable de tu brazo!
Juventud de mi Patria:
Toma tu adarga
y lucha hasta morir, que nuestra Patria
debe ser grande, respetada y fuerte.
Tu llevas la bandera boliviana
incrustada en tu vida:
roja como tu sangre redentora,
oro como la luz de tus ensueños,
verde como tus nobles esperanzas.
Que la santa bandera de la Patria,
humillada en la vergüenza y la derrota,
resurja como tú, rebelde y alta,
llevada hasta la gloria
por miles de bravos corazones
¡que son la juventud de nuestra Patria!
Oscar Unzaga de la Vega
Poema ganador del Primer Premio en la Banda del Gay Saber y medalla de oro en los Juegos Florales “Kurmistas”, en la ciudad de La Paz, año 1950.