Canto Hebreo
Spiritus autem Domini recessit a
Saul et exagitabat eum spiritus
nequam, a Domino.
I SAÚL ¿Quién me ha de llamar rey? Librad mi pecho Del peso de la bélica armadura Que me oprime esta vez; volvedme al lecho O dejadme morder la tierra impura. Registrad con cuidado mi loriga, Una sierpe infernal allí se aferra: Me picó el corazón furia enemiga Y me falta el valor para la guerra. ¿Dónde estoy? ¡Ved las tiendas orgullosas Del filisteo vil...! En sus furores Me persigue con lanzas ominosas... ¿Y me quitáis las armas? Sois traidores. Ved a Goliad de Geth con su coraza: Ya contempla el bastardo mi rüina; Álzase como un monte que amenaza, Como monte de hierro que camina. Sonrisa amarga, de mi oprobio llena, En sus labios brilló. ¡Ven, inhumano! Ocultad mi baldón, callad mi pena Los que me llamáis rey, siendo un gusano. Escuchad, escuchad su voz maldita: «Los cuervos multiplican su graznido »Y aguzaron sus picos, israelita; »Tienen hambre y tus carnes me han pedido. »Cuando alumbre el combate el sol naciente, »Día para vosotros de desvelos, »El tigre beberá sangre caliente »Y comerán del buitre los polluelos.» ¡Oh voz cruel...! ¿Por qué en su demasía Armas quiere fraguar el hombre ciego, Si hay palabras de muerte y agonía Que saltan de la boca y matan luego? Se disipó cual humo su figura, Su enorme escudo y ponderosa lanza; Tres veces me maldijo en su locura Y rechinó en los dientes su venganza. ¿Quién me ha de llamar rey? Llamad hermoso Al féretro también, delicia al llanto, Al lento agonizar dulce reposo Y región del placer la del quebranto. Llamad a los cuidados que devoran Mi triste corazón, grato embeleso: ¡Insensatos! ¿Lo veis? Mis ojos lloran: Libradme de una vez del duro peso. ¡Ah! ¿Qué mano me hirió? Dardo terreno Deja un seno de sangre cuando hiere, Pica el áspid y vierte su veneno: Nadie dañó a Saúl, y Saúl muere. El ángel de recuerdos deliciosos No halaga mi memoria cual solía: Huyó como mis sueños amorosos Y solo me dejó en la tumba fría. Me atormenta Belial; su cetro impío Tocó mi frente impura y me avasalla; Él su trono perdió y abrasa el mío... ¿Dónde estará mi Dios? ¡Ah! Mi Dios calla. ¡Si la maga de Endor pudiera un tanto Aliviar este afán! ¡Habrá quien vea El origen cruel de mi quebranto Entre los adivinos de Caldea! ¡Abner! ¡tú también gimes! ¡te arrodillas Implorando el perdón del alto cielo...! ¿Quién es el que ha besado mis mejillas? ¿Es el ángel feliz de mi consuelo? JONATÁS Es un hijo que os adora, Compartir quiere el dolor; Es un fruto del amor, Que si lloráis, también llora. No juzguéis recto camino Que a Dios agradable sea, Consultar al de Caldea Por mago, por adivino. Hay un joven betlemita Que con melodioso canto Dará fin a vuestro llanto Si el espíritu os agita. Con himnos puros de Edén, Del arpa dorada al son, Hüirá la maldición Que arrugara vuestra sien. Porque aquel lucero mismo De la aurora rutilante, De su silla de diamante Arrojado al hondo abismo Detesta el sagrado tono De la célica armonía Que él también cantó algún día Antes de perder su trono. Llamad, jefes de Judá, Al hijo fiel de Isaí: Su cítara suene aquí Con las glorias de Jehová. II ¡Vírgenes de Salem! pintadas flores Adornen el Thaled... ¿oís el coro? «Huyó Belial: el cántico de amores »Ha dado al rey Saúl un sueño de oro. »El arco de Saúl lanza la muerte, »Silban sus dardos y retiembla el suelo; »El dolor asaltaba al hombre fuerte »Y el arpa de David bajó del Cielo.»