Cantar de los cantares: Capítulo 8 declaración

Cantar de los cantares de Fray Luis de León
Capítulo 8 declaración
Indice

1. "¿Quién te me dará, como hermano?"

Una de las cosas que hay en el verdadero amor es el crecimiento suyo, que mientras más de él se goza, más se precia y más se desea; al contrario es el amor falso y vil, que es fastidioso y pone una aborrecible hartura.

Hemos visto bien los procesos de este gentil amor, que aquí se trata; cómo al principio, la Esposa, careciendo de su Esposo, deseaba siquiera algunos besos de su boca; después de haber alcanzado la presencia y regalos suyos, deseó tenerle en el campo consigo; y ya que le tiene en el campo, gozando de él a sus solas sin que nadie le estorbase, desea agora tener más licencia de nunca se apartar de él, sino en el campo y en el pueblo andar siempre a su lado y gozar de sus besos en todo lugar y todo tiempo. Y para mostrar este deseo la Esposa y la manera como quería cumplillo, comienza como en forma de pregunta diciendo: "¿Quién me dará?" La cual en la lengua hebrea es oración que decimos deseo y vale tanto como ¡ojalá pluguiese a Dios! Y así es aquello que dice Jeremías, 7: "«¿Quién dará agua a mi cabeza?»". Y David dice: "«¿Quién me dará alas como a paloma, y volaré?»".

Pues la Esposa, estando a sus solas y sin conversación de gentes, ella goza de los besos de su Esposo, y se alegra y se huelga mucho con él; mas cuando está delante de gentes, tiene vergüenza, como la suelen tener las mujeres, y dice que es gran pérdida aquella, porque siempre querría estar colgada de sus hombros del Esposo, cogiendo sus dulces besos sin descansar un punto; y que pluguiese a Dios ella pudiese tenello y tratar con él, como con un niño pequeño, hermano suyo, hijo de su madre, que aún mamase; que, como ella lo hallase en la calle, arremetería con él y le daría mil besos delante de todos cuantos allí estuviesen. Porque esto es muy usado de las mujeres con los niños, y no son notadas por esto ni tienen empacho de hacer estos regalos, y mostrarles este amor públicamente. Esta facilidad usa la Esposa tener en los besos de su Esposo y gozar de él. Y durando aún en la semejanza que ha puesto del niño, prosigue con su deseo diciendo:

2. "En teniéndote yo en mi casa", con mil besos y abrazos te daría a beber vino dulce con miel y especias, y otras cosas que los antiguos usaban por que fuese más suave y menos dañoso; y esto era más género de regalo que de ordinaria bebida.

" Y darte ía también arrope de granadas"; porque con todas estas cosas dulces se huelgan los niños, y sus madres y hermanas tienen gran cuidado de les regalar así. Y lo que dice "enseñaríasme", es como si dijese (estando todavía en la figura del niño y comenzando a hablar): «Diríasme mil cosas de las que hubieses visto y oído por la calle, y mil cantarcicos»; porque los niños todo cuanto ven y oyen, lo parlan bien o mal, como aciertan, y de esto reciben gran regocijo las madres que los crían y aman.

Conforme al espíritu, se pone aquí el grado más alto y de más subido amor que hay entre Dios y entre los justos, que es llegarle a amalle y querelle bien, así que no se recelen ya ni se recaten de ninguna cosa de las del mundo, llenos de una santa libertad que no se sujeta a las leyes de los juicios y devaneos mundanos; antes rompe con todos y hace la ley sobre todos por sí, y sale con esto, porque al fin la verdad y la razón es la que vence. Pues los que llegan a este punto y a esta perfección de gracia, que son pocos y raros, que andan ya con espíritu de verdad y santidad, y que, viven vida espiritual y fiel, viven como viven los justos, no tienen respeto a cosa alguna, sino en público y en secreto gozan de la suavidad de sus amores, los tales entonces son hermanos de Cristo e hijos perfectos de Dios, como lo manifiesta el Apóstol (ad Romanos, capítulo 8): "«Los que son gobernados por el espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios»". Y él mismo dice que "«Cristo tiene muchos hermanos, y es el primogénito entre ellos»".

Pero es de advertir que, aunque los sobredichos por el gran extremo de su amor y gracia tienen ya cobrada licencia para amar y servir a Dios a ojos vistas del mundo, sin temor de sus juicios, estos mismos sienten un particular gusto y una libertad desembarazada cuando se ven a solas con Dios, sin compañeros ni testigos. Y por esto dice que te halle fuera; lo cual en todo amor es natural: los que bien se aman, aman la soledad y aborrecen cualesquiera estorbo de la compañía y conversación. Porque el que ama y tiene presente lo que ama, tiene llena su voluntad con la posesión de todo lo que desea; y así no le queda voluntad ni deseo, ni lugar para querer ni pensar otra cosa. Y de ahí nace que todo lo que le divierta algo de aquel su amor y gozo, poniéndose delante, le es enojoso y aborrecible como la muerte. Así que en toda la amistad pasa esto así; pero señaladamente más que en otra ninguna se ve en la que se enciende entre Dios y el alma del justo. Porque así como excede sin ninguna comparación el bien que hay en Dios al que se puede hallar y desear en las criaturas, por su acabada perfección y beldad infinita, así los que por gran don suyo, enamorados de este bien, comienzan a tener gusto de él, gustan de él incomparablemente más que de otro, cuando le tienen ausente él solo es su deseo; cuando por secretos favores, se les da presente, arden en vivo fuego; y, ricos en la posesión de un bien tamaño, juzgan por desventura y mala suerte todo lo que fuera de él se les ofrece.

Y en tanto grado aman a la soledad y se molestan de todo lo que les ocupa cualquiera parte de su voluntad, por pequeña que sea, que si en estado tan bienaventurado como es el suyo se compadece haber pena o falta, no se siente otra cosa si no es la de su entendimiento y voluntad, que por su natural flaqueza y limitación quedan atrás del amor que a tan excelente amor se debe. De aquí es que los tales, por la mayor parte, se apartan de los negocios y trabajos de esta vida, huyen el trato y conversación de los hombres, desterrándose de las ciudades y aman los desiertos y los montes, y viven entre los árboles, y a solas y solos, al parecer olvidados y pobres; pero a la verdad alegres y contentos, y tanto más cuanto en vivir así están más seguros de que cosa alguna les pueda cortar el hilo de su bienaventurado pensamiento y deseo, que de continuo en el corazón les avisa, y dicen con la Esposa: "¿Quién te dará, hermano mío, criado a los pechos de mi madre, que te halle fuera?"

En toda parte está Dios, y en todo lo bueno y hermoso que se nos ofrece a los ojos en el cielo y en la tierra y en todas las demás criaturas, hay un resplandor de su divinidad, que por oculto y secreto poder está presente en todas y se comunica con todas. Mas estar Dios así es estar encerrado; y lo que se ve de él, aunque por ser de él es bien perfecto, por parte de los medios, que son bien limitados y angostos, vese más imperfectamente y ámase más peligrosamente. Y por eso quiere la Esposa tenelle fuera, que es gozalle así por sí sin miedo ni tercería de nadie, ni sin ir mendigando ni como barruntando su belleza por las criaturas; y visto así cual es y cuán grande y perfecto es, llegalle así consigo y abrazalle con un nuevo y entrañable amor; metello en su casa y en lo más secreto de su alma, hasta transformarse toda en él y hacerse una misma cosa con él, como dice el Apóstol: "«El que se ayunta a Dios hácese un mismo espíritu con Él»". Y entonces se verá la verdad de lo que añade, "y nadie me despreciará"; que, como dice San Pablo, "«todo lo que acá se vive es sujeto a vanidad y escarnio; pero aquel día será, que volverá por la honra de la virtud y descubrirá la gloria de los hijos de Dios»".

Mas tiempo es que volvamos al hilo de nuestro propósito. Dice la Esposa:

3. "Su izquierda debajo de mi cabeza, y su diestra me abrazará."

Es propio del corazón enternecido en la pasión del amor desear mucho, y viendo la imposibilidad o dificultad de su deseo, desfallece con las fuerzas y desmáyase luego. Estaba, como parece, la Esposa en el campo con su Esposo, y, aunque gozaba de él, deseaba gozarle con más libertad y sin estar obligada a recatarse de nada, como declaró en las palabras ya dichas; mas viendo que le faltaba aquella facilidad para gozar totalmente de su Amado, desmáyase con una amorosa congoja, como en semejantes afectos otras veces lo ha hecho. Y porque para todas sus pasiones tiene por único remedio a su Esposo, al tiempo de su desfallecimiento, demanda el regalado socorro del abrazo suyo, conforme a la demanda del otro desmayo, de que ya dijimos, donde declaramos esta letra, y parte de lo que se sigue. Sólo es de advertir un punto en lo que dice:

4. "Conjúroos, hijas de Jerusalén, ¿por qué despertaréis y alborotaréis a la Amada hasta que quiera?"

La pregunta por qué vale tanto como rogar vedando; y lo mismo quiere decir "por qué despertaréis", que no despertaréis. Y tal como esto es lo del salmo: "«¿Por qué te apartaste, Señor, tan lejos, por qué escondes tus faces?»". Que es decir: «Señor, no te alejes, no te ausentes»; salvo que, diciéndolo por pregunta, pone más compasión, como si dijera: «¿No habéis lástima de despertarla? Dejarle dormir y pasar su desmayo, hasta que torne de suyo a volver en sí».

5. "COMPAÑEROS: ¿Quién es esta que sube del desierto sustentada en su Amado?"

"ESPOSO: Debajo del manzano te desperté; allí te parió tu madre, allí estuvo de parto la que parió."

El primer verso es paréntesis o sentencia entretejida en las hablas de los dos, Esposo y Esposa, y son palabras de las personas que veían cómo los dos amantes se iban del campo a la ciudad, y la Esposa venía muy pegada y abrazada a su Esposo. Porque, después que ella tornó en sí del desmayo sobredicho, se finge subir a la ciudad, y ella, con más atrevimiento que antes, se iba muy junta y abrazada a su Esposo, sin tener el respeto del temor que primero tenía, y como señora ya que fuera de aquella libertad, que poco antes deseaba y pedía, como habemos dicho. Porque el amor suyo, que había ya llegado a lo sumo, le daba alientos para vencer todo esto; y parte fue aquel desmayo que tuvo. Y esta es cosa muy aguda en este caso de amor, y punto de notar mucho; que cada vez que sobre algún negocio que le daba pasión, de escándalo o de otra manera se desmaya uno y pierde el juicio, cuando torna en sí, tiene nuevo ánimo y nuevo atrevimiento en aquel negocio. Y esto es muy probado en los que han estado sin seso, que después tornan otros hombres diferentes de lo de antes; y vemos que el que enloqueció por algún caso de honra, después que torna en su libre poder, no estima aquello; y de esto hay cada día muchas experiencias. Y la causa de ello es lo que acaece por ley de naturaleza en todos los demás sentidos, que eso mismo que sienten y que apetecen naturalmente, cuando acaece, que viene a ser excesivo, los corrompe y los destruye; como vemos que una claridad muy clara ciega a las veces, y un sonido desmedido ensordece, el sentido de tocar se torna insensible con el frío o calor que es extremado. Y por la misma razón un afecto de pena o pasión, que llegó a este extremo de torcer el juicio o desmayar el corazón, deja como amortiguados los sentidos para sentir jamás cosa semejante. Así la Esposa, que poco antes se congojaba por no osar públicamente gozar de sus amores con su Esposo, de sentir mucho esta vergüenza, viene agora a no sentilla, y viene delante de todos tan asida y tan afirmada en él, que todas las otras con admiración preguntan: "¿Quién es esta que sube del desierto, tan asida y junto a su Esposo, que viene como sustentada toda sobre él?"

Desierto en este lugar significa tanto como campo; porque así se ve que ellos no tornan del desierto a la ciudad, sino del campo, donde había huertas, viñas y árboles y granjas. Y también porque este vocablo desierto no siempre significa entre los hebreos lugares yermos, y que carecen de habitación y de pastos y verduras; antes muchas veces significa lugares anchos y llanos en el campo, adonde, aunque no hay tan espesas moradas de gentes, no faltan a lo menos algunas, y juntamente hay pastos y bebederos. Porque en la Escritura muchos pueblos y ciudades se cuentan estar asentadas en desierto, que quiere decir en el campo llano; y así leemos en Josué que a los del tribu de Judá les cupieron seis ciudades del desierto, y de Moisén se dice en el Éxodo que llevó el ganado de su suegro, que apacentaba, al desierto, más adentro de lo que antes estaba.

Debajo del manzano te desperté; allí te parió.


Esto es trasladado a la letra del original hebreo, que el trasunto latino dice de otra manera, así: "Allí fue corrompida tu madre, allí fue violada la que te parió." El sentido a la letra de estas palabras parece ser que la Esposa, viéndose tornada en sí del desmayo pasado, y con mayor atrevimiento, comenzando a gozar de su Esposo (al cual en la mayor parte de esta Canción se pinta rústico pastor, conforme a la imaginación que el autor de ella tomó), viniendo agora con él muy junta y abrazada, acuérdase del principio de sus amores, de los cuales ella agora tan dulcemente goza; y, acordándose, cuéntalo con gran alegría. Porque una de las condiciones del amor es que a los enamorados hace de gran memoria, que sin olvidarse jamás de cosa, por pequeña y liviana que sea, siempre les parece tener delante un retablo de toda la historia de sus amores, acordándose del tiempo, del lugar y del punto de cada cosa. Y así en sus dichos y secretos usan muchas veces de las cosas pasadas para su propósito; unas veces contándolas, sin parecer que hay para qué; y otras, que se ve claro el fin de su intención. Y como la retórica de los enamorados consiste más en lo que hablan dentro de sí que en lo que por la lengua publican, muchas veces traen lo primero a la postre, y lo último al principio; como vemos en este lugar, que la Esposa dice el principio de sus amores tan al fin de la Canción, que parece que lo debía haber contado antes, si de ello quería hacer mención. Mas, como habemos dicho, en ellos no hay antes ni después en estas cosas, que todo lo tienen presente en su fantasía; y agora, embebecida en la suavidad del amor que delante tenía, pensando unas cosas y callando otras, dice otras. Lo que dice es esto: "«¡Esposo mío!, que me parece que agora te desposaron conmigo; y esto era estando yo y tú debajo de un árbol en las huertas, debajo de aquel árbol que te parió tu madre»".

" Y allí estuvo de parto la que te parió": repite la sentencia, como suele, quiere decir: "«No eres extranjero, porque de allí eres natural, y allí te parió la tu madre, y allí te desperté y encendí en mi amor; y porque este amor me ha hecho tan dichosa, gozando del bien que por él gozo, bendigo aquel día y aquella hora y el lugar donde tú me amaste»". Lo cual es dicho, como otras cosas que arriba hemos dicho, conforme a lo que mejor dice y asienta y suele acontecer más comúnmente a los pastores y labradores que viven en el campo, cuyas personas y propiedades imita Salomón en este su Canto; a los cuales, así como andan lo más del tiempo en el campo, así les es muy natural en el campo el concertar sus amores los zagales con las zagalas por las florestas y arboledas, donde se topan. Esta es la sentencia de esta letra, cuanto podemos alcanzar, y va más conforme a las otras razones que, en este caso, suelen decir los enamorados.

6. "Ponme como sello en tu corazón y como sello en tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte, dura como el infierno, la emulación de sus carbones [son] como carbones de llamas de Dios".

7. "Las muchas aguas no pueden apagar el amor y los ríos no lo pueden anegar. Y si diere el hombre todos los haberes de su casa por el amor, los despreciaría."

El gran misterio de este lugar es muy digno de consideración; que hasta aquí mostrado ha el Esposo a la Esposa el amor que le tiene, mas no del todo abiertamente, que unas veces la regalaba antes de agora, y otras la loaba, y algunas se mostraba esquivo y airado, porque ella fuese poco a poco conociendo la falta que sin él tenía; agora, después que ella ha venido a amalle perfectamente del todo y que él siente ser así, muéstrale y dale a entender por claras palabras, sin fingimiento ni rodeos, lo mucho que le ama, como si dijera: «Agora es tiempo de avisar a esta mi Esposa de mi amor, para que no pierda ni disminuya el amor que me tiene». Y dícele estas palabras, las cuales pronuncia con grande y vehemente afecto en esta sentencia: "«Ten cuenta, Esposa carísima, cuánto te amo y cuánto he penado por tus amores, y nunca me dejes de tu corazón, ni ceses de amarme, de manera que tu corazón tenga esculpida en sí mi imagen y no la de otro ninguno. Haz que yo esté en él tan firme como está la figura en el sello, que está siempre en él sin mudarse, y todo cuanto se imprime con él sale de una misma imagen; así quiero yo que en tu corazón no haya otra imagen más de la mía, ni que tus pensamientos impriman en él más de a mí, y primero le hagan pedazos que le puedan hacer mudar el retrato que en sí tiene mío. Y no sólo deseo que me traigas en tu corazón y pensamiento, mas también de fuera quiero que no mires, ni oigas otra cosa sino a tu Esposo, y que todo te parezca que soy yo y que allí estoy yo; y esto hacerlo has trayéndome siempre delante de tus ojos, como los que usan sellar sus secretos y sus escrituras, que porque nadie les hurte o falsee el sello, le traen siempre consigo en alguna sortija en la mano, de manera que siempre ven su sello, porque la parte que más presto se muestra y más a menudo vemos, son las manos. Y sabe, Esposa, que tengo razón de pedirte esto, por lo que he hecho por ti, por causa del amor tuyo que está en mi pecho, el cual es tan fuerte y me ha forzado tanto sin podello resistir, que la muerte (contra quien no se ve defensa humana) no es más fuerte que el amor que yo te tengo. Ha hecho esto mismo de mí lo que ha querido este mi amor, como la muerte hace su voluntad con los hombres, sin ser ellos parte para defenderse de ella. Deseo también, Esposa, que me ames solo, sin amar a otro; así porque mi amor lo merece, como por el tormento que reciben con los celos los que aman como yo; que te certifico que no les es menos dura y grave la imaginación celosa que la vista de la sepultura, y más fácilmente sufrirán que les digan: "En este sepulcro que está abierto te han de echar agora", que si les dijesen: "La que tú amas tiene otro amado". Por esto ten cuenta de amarme solo, así como yo solo lo merezco por el encendido amor que te tengo»".

Y tornando el Esposo a hablar y recordar su amor debajo de esta figura de fuego amoroso que arde en el corazón, dice que "son brasas de llamas de Dios"; quiere decir, son brasas vivas y de fuerte llama. Mayor y más ardiente fuego es éste que el que acá se usa, porque el fuego de acá, con echarle un poco de agua, se amata, mas el fuego del amor vence a todas las aguas; echándole agua, arde más y se embravece más, aunque se desarramasen sobre él los ríos enteros. Así que tan fuerte es el amor, que no basta todo el poder de la tierra para lo vencer. Ni tampoco se quiere dejar vencer por dádivas ni sobornos, porque no se abate a nada de esto el amor, por su gran majestad. Así dice: "«afirmo que, si el hombre se quiere rescatar del amor, cuando él cautiva a uno y le diese cuantas riquezas y haberes en su casa tiene, aunque fuese el más rico, no curaría el amor de ellas, y despreciaría al que se las ofrecía con gran desprecio y le haría servir por fuerza. De manera que el amor es un señor muy fuerte e implacable, cuando ha tomado posesión en el corazón de alguno. Pues, siendo tal mi amor contigo, justo es que tú me respondas amándome en igual fuerza y grado»".

Este es el sentido. Declaremos agora algunas particularidades de la letra.

Como sello en tu brazo; quiere decir, en tu mano y dedo, donde está tu anillo, y significa por el todo la parte.

Por el vocablo infierno entendemos sepulcro. Porque así lo significa aquí y en otros lugares de la Escritura, como en aquello de Jacob (Génesis, 35): "«Descenderé al infierno»", que quiere decir: «Esta desgracia de la muerte de mi hijo Joseph me ha de acabar y llevar a la sepultura».

Donde dice llamas de Dios, quiere decir «vehementísimas»; como montes de Dios, quiere decir «altísimos»; cedros de Dios, «crecidísimos cedros», como aquello de David (salmo 35): "«Es, Señor, tu justicia como los montes de Dios»". Y de semejante manera de decir usamos los españoles y otras naciones en sublimar y engrandecer una cosa, que usamos de este nombre, divino, diciendo: "«Es un hombre divino, tiene una divina elocuencia»".

8. "Hermana es a nos pequeña y tetas no tiene: ¿qué la haremos a nuestra hermana el día que de ella se habla?"

Después que las mujeres están casadas y por su parte contentas con sus nuevos esposos, suelen acudir nuevos cuidados de remediar y poner en cobro las hermanas menores que en casa de sus padres quedan, y comienzan desde entonces a mirar por ellas y por su honra, y sus esposos las ayudan, tomando por suyo el negocio de las amadas cuñadas. Este mismo cuidado se le mueve agora a esta contentísima Esposa, y cuenta a su Esposo cómo ellos tienen una hermana tan pequeña, que aún no le han nacido los pechos, y que es hermosa, y que, por ser así, no le faltarán nuevos enamorados; y siendo como es niña y simple y sencilla no tendrá valor para recatarse y mirar por sí; por tanto que es menester mirar cómo la guardarán, y qué harán de ella, hasta que venga el tiempo de casalla; que eso es quiere decir el día que se hablará de ella.

A esto responden ellos mismos, diciendo que será bien tenella encerrada en un lugar que esté muy fuerte, y que si se ha de hacer algún edificio de paredes para ello, que sea tan fuerte, tan macizo, tan liso por de fuera como si fuera de plata que no le puedan quebrantar minándolo, ni por él trepando. Y las puertas de tal edificio, guarnezcámoslas de muy fuertes y durables tablas de cedro, para que de esta manera esté bien guardada nuestra hermana.

Estas palabras parecen ser dichas burlando, como si dijesen: «Si por vía de guarda lo habemos de hacer, hagámosle un palacio fortísimo, que no baste nadie a entrar donde ella está». Mas, en fin, dice, todo esto no es menester, y la causa es por lo que añade:

10. "Yo soy muro".

Que es decir: Si yo no estuviera casada con tal Esposo como el que tengo, tuviéramos necesidad de tratar de esos negocios para la guarda de mi hermana; mas agora, estando yo tan amparada con la sombra de mi Esposo, tan honrada por su nobleza y tan acatada por su causa, yo sola basto a hacer segura a mi hermana; no hay para qué tenella encerrada de esa manera; sino traella conmigo junto a mí y abrazada a mis pechos, que no haya quien la ose a ofender; porque no hay muro tan fuerte como yo, ni hay torres tan fuertes como mis pechos y la sombra de mi seno; y esta fortaleza tengo yo desde el tiempo que comencé a agradar a mi Esposo y le parecí bien a sus ojos, y él comenzó a comunicarme su amor.

Esto es dicho siguiendo el parecer de algunos; mas a mi juicio todo este lugar se puede entender de otra manera más llana y mejor, diciendo que la Esposa, movida del natural cuidado del bien de su hermana (conforme a lo que dijimos acontece comúnmente a una doncella cuando se ve casada, desear luego el remedio de sus hermanas las demás), así que, movida de esto, pregunta a su Esposo la manera que tendrán, no en guardar ni encerrar a la pequeña hermana, sino en aderezalla y atavialla bien el día de las bodas, al tiempo de casalla, de manera que parezca bien; porque, como dicen, la pobrecilla por la edad y por su propia composición, no tenía pechos y era menudilla y de no muy buena disposición. A esto responde que el remedio será vencer la naturaleza con el arte, y cubrir el defecto natural con la gentileza y precio de los vestidos y arreos; como quien hermosea a un muro, pintándole las almenas de plata, y aforrándole una puerta con tablones y entalladuras de cedro por el mismo fin. Y diciendo y oyendo esto la Esposa, viénele a la memoria acordarse de sí y de su gentileza, y de la poca necesidad que tiene de semejantes artificios para agradar a su Esposo; y agradándose consigo misma y saboreándose consigo misma de ello, dice: "Yo soy muro". Como si dijera: «Dios loado, que yo no me vi en esta necesidad de buscar artificios y afeites postizos para agradar al mi Amado; que yo sin ayuda de hermosura ajena me soy el muro y las almenas y las torres de plata, y todo lo demás que dices». Por lo cual, como he dicho, se significa toda la hermosura advenediza, y toda la gentileza añadida por arte.

Prosigue:

11. "Una viña fue a Salomón en Baal-Hamon; entregó la viña a los guardas, cada uno trae por el fruto de ella mil monedas de plata."

12. "La viña mía, que es a mí, delante de mí; mil para ti, Salomón, y doscientos para los que guardan su fruto."

Después que las mujeres se hallan con buenos y honrados maridos, para la sustentación de su familia es necesario que entiendan en allegar y guardar la hacienda; y cuanto más honrada es y más ama a su marido, más cuenta tiene en esto, como parece claro en las parábolas o Proverbios de Salomón. Y así, luego que esta Esposa se casa tan a su contento, comienza a tener cuidado de la hacienda y esperar de haber gran provecho. Porque ella tiene una muy buena viña, como arriba la oímos decir; y como agora está favorecida con su Esposo, ella tendrá gran cuidado de la guardar hasta que se coja el fruto, y no habrá quien ose apartarla de guardar su viña, como antes hacían sus hermanos. Y así guardándola ella, como persona a quien le duele, estará más entero el fruto de la viña y rentará más. Y para decir esto, usa de un argumento entre sí de esta manera: Salomón, el rey de Jerusalén, tiene una viña en aquel lugar, que llaman Baal-Hamon, que quiere decir «señorío de muchos», como si dijésemos en el pago de muchas viñas, y esta viña arriéndala Salomón a unos hombres para que la labren y guarden, y le traigan mil monedas de plata del valor cierto de aquel tiempo por el fruto de ella, y que ellos se ganen lo demás; y de aquí concluye la Esposa que por fuerza su viña habrá de rentar más que no la de Salomón, porque la guarda ella, que es propia señora, y por la misma causa estaba mejor labrada que no la otra. Y dice: "«Pues si la tuya, Salomón, te renta mil a ti, y los que la arriendan y guardan ganan por lo menos la quinta parte, que son doscientos, ¿qué me rentará a mí la mía, de quien yo tendré tanto cuidado?»."

Dicho esto, habla el Esposo y dice:

13. "¡Oh, tú que estás en los huertos, los compañeros escuchan, haz que yo oiga tu voz!"

La viña de la Esposa no estaba muy lejos de los huertos, como podemos colegir de lo que ella en el capítulo antecedente decía, convidando a su Amado al campo: Levantarémonos de mañana, veremos las viñas y los huertos. De manera que, estando en los huertos, podría ver y guardar su viña. Y como el Esposo es pastor, conviénele andar entre día con su ganado; y así se ocupaba el uno con el pasto, y el otro en la guarda de las viñas, y en aderezar también alguna cosa del huerto, y que esto competía a la Esposa; mas como se amaban tanto, no se quisieran estar apartados uno de otro. Demás de esto suele acaecer que, cuando dos están en grande conformidad de estrecho amor, nunca faltan envidiosos que les pese de ello, porque ellos no tienen semejantes amores, o porque naturalmente son envidiosos del bien ajeno, y cualesquiera señas o cosas que ven pasar entre los buenos amantes les es enojosa y grave. Y de esto reciben gran gusto los que mucho se aman, porque no solamente con estas muestras hacen pesar a los émulos, mas acreciéntase también su amor; que parece que el atizar del contrario les enciende más el amoroso fuego de sus corazones. Esto es lo que pasa en la letra presente, que el Esposo dice a su Amada: "«Cuando tú estuvieses en los huertos, guardando tus viñas, y yo anduviere por el campo, apacentando el ganado, canta alguna canción que pertenezca a nuestro amor, de manera que yo la oiga y me goce mucho por ser tu voz, que yo tanto amo; y los pastores que estuvieren escuchando revienten de envidia»".

La canción que la Esposa dice para estos propósitos de mostrar el amor suyo y de su Esposo y hacer rabiar a los émulos, es la que está luego a la letra que dice:

14. "Corre, Amado mío, que parezcas a la cabra montés, y al ciervecito sobre los montes de los olores."

Como si dijese: «Esposo mío, amado mío, gran deseo tengo de verte; no estés sin venir a visitar a tu Esposa; acude de cuando en cuando a verla, y cuando vinieres, no estés en el camino, sino muestra el amor que me tienes, no sólo en visitarme a menudo, sino en venir más ligero que la cabra montés, y más que el ciervecito que anda en los montes espesos, donde hay cedros, terebintos y otras plantas olorosas; porque bien sabes tú que corren con gran ligereza. No tardes en correr, amor mío verdadero, pues no puedo hallarme sin ti. Con gran presteza acude a verme».

Y podríase trovar esta canción en pocos versos, que dijese de esta manera:

Amado, pasearás los frescos montes
más presto que el cabrito
de la cabra montés y que el gamito.


La virtud siempre fue y es envidiada de muchos, y para muchas gentes no hay dolor que más les llegue al alma que ver a otros que tratan de amar y ser amados de Dios; y si pueden muy a costa suya deshacer esta santa liga, y desterrar la piedad del mundo y poner perpetuos bandos y disensión entre el divino Esposo y los hombres, y sacalle de entre los brazos, lo harían; y así lo intentan y procuran cuanto en sí es. Para contra estos le pide Dios la voz de su cantar y confesión, en que publique lo mucho que le quiere; que es un amargo y mortal tósigo para el gusto de sus envidiosos contrarios, los cuales son falsos y los sembradores de cizañas del demonio y sus bandoleros.

A esto obedece la Esposa, y el cantar de que usa para el gozo del Esposo y rabia de sus enemigos es pedille que se apresure y que venga; que es una voz secreta que, aguzada por el movimiento del Espíritu Santo, suena de continuo en los pechos y corazones de los ánimos justos y amadores de Cristo. Como lo certifica San Juan en el Apocalipsi, capítulo último, diciendo: "«El Esposo y la Esposa dicen: Ven, Señor»". Y poco después dice él mismo en persona suya, como uno de los más justos: "«Ven presto, Señor Jesú»"; la cual voz y petición es una muestra de amor muy agradable y muy preciada de Dios. Porque pedille que se apresure y venga, es pedille lo que se demanda en la oración que él nos enseñó, "que santifique su nombre"; que lo ponga todo debajo de su poder y de sus leyes; que reine enteramente y perfectamente en nosotros; y que vuelva por sí y por su honra, y ponga fin a los desacatos de los rebeldes contra la majestad de su nombre; que dé su asiento a la virtud y, usando de riguroso castigo, ponga en la mala reputación que merecen a los vicios y a los viciosos.

Que todas ellas son cosas que, como dicen, le atañen y pertenecen, y tiene a su cargo de hacellas al tiempo que Él sabe y tiene señalado, que es el día del juicio universal, que con particular razón suele en la Escritura Sacra llamalle "día suyo", porque es el propio día de su honra y gloria. Por donde el pedille que se acelere presto y que venga, a Él le es por extremo agradable, y por el contrario les es triste y aborrecible a sus enemigos; porque en descubrir ya Cristo su luz y resplandecer enteramente por el juicio en el mundo, está el remate de todo su mando usurpado y tiranizado, y el principio de su abatimiento y mal perpetuo.

Pues este aceleramiento de la honra de Dios es el que pide en esta letra la Esposa como perfecta ya en el amor suyo; y el que cada cual de nosotros, si somos miembros de Cristo y si nos cabe parte de su divino Espíritu, debemos continuamente pedille; que le plega, aunque sea a costa de asolar las provincias y trocar los reinos y poner a fuego y sangre todo lo poblado y de trastornar el mundo, rompiendo sus más antiguas y firmes leyes, y allanando por el suelo los cerros y los montes, venir volando a deshacer las afrentas y baldones que cada día recibe su honra, y a volver por su honor, y a quien propia y solamente se debe toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.