Cantar de los cantares: Capítulo 6 declaración
1. "El mi Amado descendió al su huerto."
Si de cierto sabía que estaba en el huerto su Esposo, por demás era el haberle andado a buscarle por la ciudad y en otras partes. Por lo cual estas palabras, que en el sentido parecen ciertas, se han de entender con alguna duda de haber sido dichas, como si la Esposa, respondiendo a aquellas dueñas de Jerusalén, dijese: «Buscado le he por mil partes, y pues no le hallo, sin falta debió de ir a ver su huerto, adonde suele apacentar». O digamos que ésta no es respuesta de la Esposa a la pregunta que hicieron aquellas dueñas, sino que, luego que acabó de hablarlas, se dio a buscar a su Esposo, y saliendo de la ciudad a buscalle al campo hacia el huerto suyo, que estaba en lo bajo, sintió la voz u otras señales manifiestas de su Esposo; y arrebatada de alegría, de improviso comenzó a decir: «¡Ay!, veisle aquí al mi Amado y al que me trae perdida buscándole, que al su huerto descendió». Porque ella lo buscaba en Jerusalén, que era ciudad puesta en lo alto de un monte, y en los arrabales o aldeas, que están al pie, se finge estar el huerto de esta rústica Esposa y otros de sus vecinos, como es uso. Y dice que anda entre las eras de las plantas olorosas, y que es venido a holgarse y recrearse entre los lilios y violetas. Dice:
2. "Yo al mi Amado, y el mi Amado a mí."
Lo cual, como ya he dicho, es forma de llamar a voces como si dijese: «¡Hola, Amado mío! ¿Oísme? ¿entendeisme?»; De donde se entiende que salió a buscallo al campo hacia el lugar a do estaba el huerto, y sintiéndole estar en él llámale como he dicho, para que le responda. A la cual voz sale el Esposo, y viendo a su Esposa, y la aflicción grande con que le busca, enciéndese en un nuevo y vivo amor, y recíbele con mayores y más encendidos regalos que antes y más encarecidos requiebros, diciendole:
3. "Hermosa, hermosa eres, así como Tirsá."
Encarece grandemente los loores de su Esposa, porque en los capítulos de arriba, para loar la variedad de su gentileza y hermosura, la apoda a un huerto; y agora la hace semejante a dos ciudades, la más hermosas que había en aquella tierra, Tirsá y Jerusalén. Tirsá es nombrada una ciudad de Israel noble y populosa, donde los reyes tenían su asiento antes que se edificase Samaria. San Jerónimo, donde dice "Tirsá", traslada cosa suave; y los Setenta Intérpretes ponen "contento, sosiego", diciendo: "Hermosa eres como el contento y deleite"; y es porque miraron a la derivación y etimología del vocablo, y no lo que de hecho significa, que es aquella ciudad así dicha por el contento y descanso que daba al que la moraba, por ser su asiento y habitación de ella descansado y apacible.
Jerusalén era la más principal ciudad y la más hermosa que había en toda Palestina, y aún en toda Palestina, y aún en todo el Oriente, según sabemos por las escrituras hebreas y gentiles, tanto que David hizo un salmo loando a la letra la grandeza, beldad y fortaleza de Jerusalén.
Pues a estas dos dice el Esposo que es semejante el parecer bello y hermoso, lleno de majestad y grandeza, de la Esposa, diciendo: "«Tan grande maravilla es verte cuán hermosa eres en todo y por todo, cuanto lo es ver estas dos ciudades, en las cuales la fortaleza de sus sitios, la magnificencia de sus edificios y la grandeza y hermosura de sus riquezas, la variedad de sus artes y oficios, pone gran admiración»". A la verdad es muy a propósito para declarar el mucho espanto que pone al amor del Esposo la vista de su Esposa, y cuán grande y cuán incomparable y fuera de toda medida le parece su hermosura; pues, para explicar lo que sentía, no le venían a la boca menores cosas que ciudades, y ciudades tan populosas, esto es, cosas cuya hermosura consiste en ser de mucha variedad y grandeza.
Dice más: "Espantable como ejército, con banderas tendidas". No espanta menos un extremo de bien, que lo que hace un extremado mal; y así para mayor encarecimiento dice a la Esposa que le pone espanto, y que así le saca de sí el excesivo extremo de su belleza que está ya a punto de romper. Que también es decir que de la misma manera que un ejército así bien ordenado lo vence todo y lo allana, sin ponérsele cosa delante que no la rinda y sujete, así ni más ni menos, no había poder, ni resistencia alguna contra la fuerza y hermosura extremada de la Esposa.
Y por esta causa añade luego:
4. "Vuelve los ojos tuyos, que me hacen fuerza."
Como si levantando la mano en alto y poniéndola delante del rostro, y torciendo los ojos a otra parte, dijese: «Esposa mía; no me mires, que me robas con tus ojos y me traspasas el corazón». En lo cual habiendo el Esposo loado en suma la belleza de la Esposa, y queriendo agora loalla otra vez por sus partes, comienza lo primero de los ojos, y para loallos usa de una manera elegantísima, que no dice la hermosura de ellos, sino ruega que los aparte y los vuelva a otra parte mirando, porque le hacen fuerza. En lo cual la loa más encarecidamente que si los antepusiera a las dos más claras y relucientes estrellas del cielo.
Donde dice "que me hacen fuerza", o "me vencieron", hay diferencia entre los intérpretes; porque los Setenta, y San Jerónimo con ellos, traducen: "Aparta tus ojos, que me hicieron volar". Otros ponen: "Aparta tus ojos, que me ensoberbecieron". Y los unos y los otros traducen, no lo que hallaron en la lengua hebrea, sino lo que le pareció a cada uno que quería decir, porque daba ocasión al uno y al otro sentido el sonido y propia significación de ella, que es ésta al pie de la letra: "Aparta tus ojos, que hicieron sobrepujarme". Porque la palabra hirjibuni, de que usa aquí el original, propiamente quiere decir sobrepujar. Esto a San Jerónimo le parece que sería volar, porque los que vuelan se levantan así en alto y como que se sobrepujan en cierta manera. Conforme a lo cual quiere decir el Esposo que aparte la Esposa sus ojos y no le mire, porque, viéndolos, no está en su mano no irse a ella; que arrebata y lleva tras sí el corazón, como volando, sin poder hacer otra cosa; que es requiebro usado.
Los que traducen "que me hicieron ensoberbecer", tuvieron el mismo motivo de parecerles, que el ser soberbio era un sobrepujarse en alto; que conforme a esto pedía el Esposo a su Esposa que no le hiciese aquel favor de mirarle, por no desvanecerse con él.
Lo uno y lo otro fuera bien excusado, pues está claro que decir "hicieron sobrepujarme" es rodeo de hablar poético, que vale lo mismo que si dijera sobrepujáronme o venciéronme; y el propósito e hilo de lo que va diciendo pedía que dijese esto. Porque en esto dice: "«Deseo contar otra vez de tus ojos; mas ellos son tan bellos y tan resplandecientes, y tienes en ellos tanta fuerza, que al tiempo que los miro para alaballos, contemplándolos y queriendo recoger una a una sus propiedades y sus gracias, ellos me arrebatan el sentido, y con su luz me encandilan de tal manera que, por la fuerza que el amor me hace en esto, estoy como excusado; por tanto, Esposa dulcísima, vuélvelos, no me miréis, que no puedo resistirles»".
Y demandando esto el Esposo, demanda lo que no quiere, que es que su Esposa no le mire, porque es gran placer el que siente en su vista; mas con tal demanda dice más en su loor que si dijera muy por extenso todas las partes de belleza que en ellos se encierran. Y éstas son cosas que mejor se entienden que se pueden declarar.
Habiendo loado los ojos el Esposo tan altamente por este delicado artificio, enhila tras esto las otras partes del rostro, dientes, labios y mejillas, diciendo las mismas palabras que arriba dijo, porque aquellas semejanzas son tan excelentes, que no se pueden aventajar. Dice:
5. "Tus dientes como hatajo de ovejas".
Esto dice por la blancura, por la igualdad de los dientes, y por el color y gracia y buen asiento de las mejillas, como vimos en el capítulo 4, donde se declara esto muy a la larga.
7. "Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas."
8. "Mas única es la mi paloma, la mi alindada; única es a su madre; ella escogida es a la que la parió."
Muestra el Esposo cuán excesivamente y con cuánta razón ame a su Esposa, diciendo en persona suya, como si declarase que es Salomón, rey, este pastor que aquí se representa: "Sesenta son las reinas". No está la fuerza ni la prueba del amor en amar a una persona a solas sin compañía de otras; antes el verdadero amor y mayor punto de él es cuando, extendiéndose y abrazándose con muchos entre todos se señala, y se diferencia, y aventaja claramente con uno; lo cual declara bien el Esposo en estas palabras, en las cuales, queriendo bien y teniendo afición a otras mujeres, confiesa amar a su Esposa más que a todas, con un amor así particular y diferente de todas las demás, que las demás en su comparación no merecen este nombre de amor; y, aunque quiere a muchas, empero la su Esposa es de él querida por una singular manera.
Sábese del Libro de los Reyes que Salomón usó de muchas mujeres, que, según la diferencia del estado y tratamiento que tuvieron en la casa de Salomón, la Escritura les pone diferentes nombres. Las unas nombraban reinas, porque su servicio y casa era como de tales, éstas eran sesenta. Otras de ellas, que no eran tratadas con tanta ceremonia, se llamaban concubinas. Y no se ha de entender que eran mancebas, como algunos engañándose creen y piensan; antes, cerca de los hebreos, eran también mujeres legítimas, pero mujeres de esta manera, que habían sido antes y primero esclavas o criadas, y su amo las tomó por mujeres; mas no se celebraban en el casamiento las bodas por escrito, ni con las ceremonias legítimas que se usaban en el casamiento de las otras, que eran libres. Y éstas se añadían a las mujeres principales, y los hijos que de éstas concubinas nacían, no sucedían en los mayorazgos ni herencias capitales, pero podía bien el padre hacelles algunas mandas y donaciones para su sustentamiento, como parece claramente en el Génesis 25 y 35, de Cetura y Agar, mujeres de Abraham, que la Escritura llamaba allí concubinas. Pues de éstas tenía ochenta Salomón, entendiendo por este número muchas y muchas más, según el uso hebreo.
Las demás y bien queridas de Salomón hacían el tercero orden, y de éstas no había numero. Pues dice agora que, entre tanto número de mujeres, la que en amor y servicio y preeminencia se aventaja a todas es la una, que es la hija de Faraón, de quien se habla en este Cantar en persona de pastora.
8. "Una", dice, "es mi paloma."
Y es así, que el amor, como es unidad y no apetece otras cosas sino unidad, y así no es firme ni verdadero cuando se pone en igual grado por muchas y diferentes cosas. El que bien ama, a sola una cosa tiene particular amor. Y por esta causa, y el que quiere juntamente amar de veras y no limitar su amor a una sola cosa, debe emplear en Dios su voluntad, que es bien general que lo abraza y comprende todo; como, por el contrario, todas las criaturas son limitadas y diferentes entre sí, y a las veces unas son contrarias de otras, de arte que el querer bien a una es querer mal y aborrecer a otras.
Dice "mi paloma y mi alindada", y no mi Esposa, para hacer mostrar en la manera de nombrarla, la razón que tenía de amarla con tan particular amor, y de hacelle tan grandes ventajas.
" Única es a la su madre, y escogida a la que la engendró". Remeda en esto la común y vulgar manera de hablar, que es decir: «Como la hija amada es todo el regalo y amor de su madre, así es probada y querida mi Esposa, con la misma singularidad y diferencia de amor».
" Viéronla las reinas". Grande y nueva cosa es reconocer y no envidiar tanto bien las demás mujeres de Salomón a la Esposa, porque lo son de su natural envidiosas todas las mujeres entre sí extremadamente; mas en las cosas muy aventajadas la envidia desfallece la envidia. Y muestra en esto el Esposo que no es afición ciega la que le mueve a querella, sino razón tan clara y de tanta fuerza, que las otras mujeres, que de su natural la habían de tener envidia, confiesan llanamente que es así, reconociéndola por tal la loan a boca llena. Y así, refiriendo las palabras de las otras mujeres, dice:
9. "¿Quién es esta que se descubre de arriba como el alba, hermosa como la luna, escogida como el sol?"
Que, aunque son breves, son de gran loor, porque juntan tres cosas: la mañana, la luna y el sol, que son toda la alegría, y la belleza del mundo. Pues es como si dijese: «¿Quién es ésta que viene por allí mirando hacia nosotros, que no parece sino al alba cuando asoma rosada y hermosa, y es tan hermosa entre las mujeres como la luna entre las menores estrellas; antes, por mejor decir, es resplandeciente y escogida entre todas las luces, como el sol entre todas las lumbres del cielo?».
Que así como el sol es el príncipe entre todas las luces soberanas, y escogido de tal manera que todos se aprovechan y participan de su lumbre, así ésta es todo dechado de toda beldad, y la que a ella pareciere, más bella será; y, juntamente con su hermosura, tiene una majestad y gravedad que no parece sino un escuadrón que a todos pone reverencia y temor.
Y en decir "escogida como el sol", alude a la gran belleza de ella y a la gran estimación en que su Esposo la tiene más que a las otras. Y es muy gentil manera de loar ésta, diciendo primero alba, que es hermosa y resplandeciente; y luego luna, que es más; y luego sol, que es lo sumo en este género. Y los artífices del bien hablar loan mucho este modo de decir, y lo llaman encarecimiento acrecentado.
10. "Al huerto de los nogales descendí a ver los frutos de los valles, y si florecía la vid, y si florecían los granados."
11. "No sé: la mi alma se puso como los carros de los príncipes del mi pueblo."
Estas palabras los más atribuyen a la Esposa, en que respondiendo al Esposo da cuenta de cómo vino a aquel huerto donde él estaba, que llama del nogal por alguno que en él había, a ver los frutales si brotaban; y que esto lo dice por uno de dos fines: el uno, que sea como una excusa y un color de ser venida por aquella parte; que aunque en realidad de verdad la traía el amor y deseo que tenía de verse con su Esposo, pero es muy propio al natural ingenio de las mujeres dar muestras muy diferentes de sus deseos y fingirse como olvidadas de los que más buscan. Así que, como respondiendo a lo que el Esposo le pudiera preguntar de su venida, diga: «Vine a ver este mi huerto y a ver si los árboles echaban ya flor».
Pero un amor tan descubierto, según lo que hemos visto era éste, no da lugar a semejante disimulación. Y así es mejor entender que estas palabras se dicen por otro fin, que es que sepa el Esposo la causa de su cansancio de la Esposa, que, como se verá en las palabras que dice: No sé, mi alma, etc., había venido corriendo y estaba de la priesa sin fuerza y sin aliento, de lo cual juntamente da cuenta y se queja a su Esposo. Que es cosa natural, las personas que bien se quieren, y mayormente las mujeres, con lástima regalada contar luego sus cuitas. Y es como si dijese: «¡Ay, Esposo mío, tan deseado y tan bien buscado de mí! ¡Y qué cansada estoy y qué muerta de la prisa que he traído! Que luego como sentí que andábades en el huerto, en el cual hay grandes nogales, y parras y otros frutales, luego en ese punto descendí aguijando, y he venido tan presto, que no sé cómo vine ni cómo no; mas de que mi amor me aguijó tanto y me puso en el corazón tanta fuerza y ligereza, que no me parece sino que he venido en un ligerísimo carro de los que usan los principales y poderosos de mi tierra o pueblo».
Parece mejor que estas palabras, "descendí al huerto", las diga el Esposo, y que en ellas corresponde a la secreta queja que verosímilmente se presupone tener su Esposa de él, por haber llegado a su puerta y llamádola y después pasádose de largo, de donde nació andar ella perdida, buscándolo. A lo cual, ganándola por la mano, responde que, como se tardó en abrirle, quiso ver el estado de su huerto entretanto y proveer a lo que fuere necesario. Y con esta disculpa del Esposo vienen muy a pelo las palabras que se siguen, a que le responde la Esposa:
11. "No sé; la mi alma, etc."
Mi alma es muchas veces lo mismo que "mi afición y deseo". "Los carros de aminadab": entiéndese cosa ligera y que vuela corriendo; que aminadab no es nombre propio de alguna persona o lugar, como algunos piensan, mas son dos nombres que quieren decir de mi pueblo príncipe. Y esto dice porque, como en tierra de Judea había pocos caballos, toda la demás gente usaba ir cabalgando en asnos, si no eran los príncipes y poderosos de ella, que hacían traer de Egipto caballos muy buenos y muy ligeros, y andaban en carros de cuatro ruedas que traían aquellos caballos.
Pues dice: "«No sé lo que ha sido, ni lo que has hecho en dejarme así, ni la causa que te movió a ello, si no fue querer ver tu huerto, o alguna otra cosa; en fin, no sé nada: esto sé, que el deseo mío y el amor entrañable que te tengo, que posee mi alma y la rige a su voluntad, me ha traído en tu busca, luego que como te sentí, volando como en posta»". Y, contando esto, dícele lo que pasó con las mujeres que la acompañaban, viéndola ir con tanta presteza, que la decían:
12. "Torna, torna, Solimitana."
Y no se ha de entender, como lo avisan los que tienen mejor entendimiento en estas cosas, que son las dueñas las que dicen agora estas palabras, sino hase de entender que las dijeron antes, esto es, cuando vieron que se les partía así apresuradamente; y que la Esposa las refiere agora al Esposo, contándole esto y todo lo demás que con ellas pasó.
Pues acaba de decir que se vino volando en busca del Esposo, dice que sus compañeras, viendo que se apartaba de ellas y con apresuramiento, la comenzaron a llamar y a pedilla que se volviese y no se diese tanta priesa, como que no la habían visto bien del todo, ni gozado enteramente, ni considerado bien su beldad. Y así la dicen: "Tórnate, tórnate". El redoblar unas mismas palabras es propio de todo lo que se dice y pide con afición.
Solimitana es como jerosolimitana o mujer de Jerusalén, como llamamos romana a la mujer de Roma; y esto porque Jerusalén antiguamente se llamó Salem, como la Escritura la llama donde dice Melchisedech, rex Salem; y David la llama también así en el salmo 76.
Pues a este ruego de las dueñas responde la Esposa, diciendo:
14. "¿Qué miráis en la Sulimitana, en coros de escuadrones?"
Lo cual se declara diferentemente. Algunos ponen demanda y respuesta; de manera que, volviéndose hacia las dueñas que la llamaban con tanta instancia, les diga: "«¿Qué es lo que queréis en mí?»". Responden ellas: "«Miramos en ti un coro de escuadrones»", esto es, una cosa que de buen parecer y tan poderosa para vencer a los que te miran y sujetarlos a tu mandato, como lo es un escuadrón puesto en concierto y ordenanza.
Lo que tengo por más acertado es hacer todo una cláusula y aún sentencia, en que diga la Esposa de esta manera: "«Como me llamaron, volvime hacia ellas, las cuales, por mirarme mejor, divididas de la una y de la otra parte, se pusieron en dos hileras, como coros, yo entonces díjeles: ¿A qué me miráis así, puestas una de una banda y otras de la otra, como escuadrón que está puesto por sus hileras?»". De arte que se presupone que se volvió a ellas y que se dividieron en dos partes para vella mejor. Y llámalas escuadrón porque eran muchas, y coro por estar así divididas.
Lo que cuenta habelles respondido se pone en el capítulo que se sigue, que es la mayor parte de él.