Canciones Surianas/Nupcias de águilas
La tarde.
Es un mar de oro el horizonte
y un selvático templo la montaña;
el Sol finge en la gloria del crepúsculo
un gran escudo azteca entre las llamas,
que deja ver, al coruscar, el rostro
de un viejo emperador.
De pronto, raudas
—impuros pensamientos dentro el cráneo
de una impúbera virgen—la incendiada
y transparente atmósfera atraviesan
—aves apocalípticas—dos águilas.
¿De dónde vienen? De las agrias cumbres
de las sierras surianas.
¿A qué han llegado? A celebrar sus bodas
en el fondo sin luz de la hondonada.
Vedlas: El moño de su testa altiva,
triunfal penacho de guerrero iguala;
sus ojos bajo el arco de las cejas,
en el paisaje vesperal se espacian.
Corvos sus picos son y también corvas
las asesinas garras,
que hunden en el ijar de los jaguares
y rompen de la boa las escamas.
Ambas ciñen collar como unas reinas,
collar de plumas blancas
que en el flexible cuello sobresale
entre plumas leonadas.
Vedlas: Acaban de posar el vuelo,
y ya los abanicos de las alas
nerviosamente agitan....
A un aprisco
de pronto aleves bajan,
y el tímido rebaño al presentirlas
acobardado se alborota y bala.
Y se perpetra el crimen. Alevosas
suspenden en los garfios de sus garras,
la una, un cabrito negro;
la otra, una oveja blanca.
Y el pastor, á los trémulos balidos
que las víctimas lanzan,
vuelve la faz al cielo, ve en el aire
con la rapiña á las malditas águilas,
y con el dorso de la diestra enjuga
en su rostro de Pan, algunas lágrimas.
Entretanto, la noche—esclava nubia—
tras de su largo viaje por el Sahara
planta su tienda en el agreste Oasis
de la más rica flora americana.
Y al sacudir el polvo del camino
de su veste enlutada
enjoya el dombo azul del firmamento
con estrellas muy pálidas.
La noche.
Hay un olímpico banquete
en el fondo sin luz de la hondonada;
hay fruiciones y espasmos y aleteos
en el nido de amores de las águilas....
Y toca el viento un himno epitalámico
en su clarín de plata.