Cancionero de Manuelita Rosas/A Manuela Rosas (J. M. Gutiérrez)

A MANUELA ROSAS


Tu vis...? de quelle vie, ô ciel...!

Dans le cuivre et le plomb diamant enchâssé,
Qui Dieu laissa tomber sur la route des anges

Et qui l'impie a ramassé!

Ay! infeliz de la mujer que ignora
la misión que en sus manos puso Dios,
y con ojos enjutos considera
las víctimas que lloran de dolor.

Y en torno a los escombros y ceniza
que un hombre con su cólera sembró,

hace crujir la seda de su veste
danzando arrebatada con calor.

Y las risas que son en la hermosura,
rosas fragantes que la brisa abrió,
derrama entre los cráneos blanquecinos
que mudos piden la venganza a Dios.

Y en medio a los esbirros sanguinosos,
como ángel que al infierno descendió,
su bella y nacarada dulce mano
con las manos malditas enlazó.

Y deja que sus senas emponzoñe,
en salvajes festines el licor,
que se mezcla en los vasos con la sangre
del que al dintel por la virtud murió.

Ay! infeliz! nacieras en la tierra
con las gracias y el ambar de una flor;
mas la maleza que cercó tu tallo,
la gracia y la bellcza te robó.

Naciste como el ángel que acompaña,
la vida del humano pecador;
pero el vicio a tu cuello se enlazara
y las puertas del cielo te cerró.

Ay! infeliz! Cansada de la orgía
te halla en el pecho una secreta voz,
y al destejer la trenza de tu frente
la juzgas áspid y te dá temblor.

Depones sobre el mármol los joyeles
que dieron a tus gracias seducción.
y fuegos del infierno te parecen
las luces que el diamante reflejó.

Arrojas sobre el blando taburete,
el lino que tus formas envolvió.
y créeslo en la pavura de tu pecho
fantasma que te mira con horror.

Y en tanto que en los brazos del esposo
gozan las madres de solaz y amor,
tú te vuelves mil veces en el lecho
anegada en el mar de la aflicción.

Y en horas tan amargas el oído
toda voz del consuelo te negó,
la luz que sonó en el aire fué el graznido
de nocturno lechuzo que pasó.

Desgraciada criatura!
el que torció tu sendero
es ese bárbaro fiero
a quien le debes la hechura.

El, que cuanto toca ensucia
que cuanto mira mancilla
que odia a la virtud sencilla,
y hasta con oro la astucia.

Y le llamas Padre, a el!
no ves mujer que te engañas,

no ves que no tiene entrañas
esa imagen de luzbel!

Lleva la mano a su pecho,
y no hallarás un latido,
que tiene ya empedernido
el corazón y deshecho

Tu dices que te acaricia...
se acaricia contra tí;
los gatos hacen así
y él es gato en la malicia.

Mujer, si el ciclo condenó tus días,
a acariciar cual hija a un inhumano,
no le pidas el premio que un tirano
dió el amor y las gracias de Herodías.

No exijas de él que al gesto de su diestra,
caiga del tronco la cabeza altiva;
que el lauro femenil jamás estriba
en el cruento vencer de la palestra.

Harto natura prodigara a su alma
sed insaciable de la sangre ajena,
harto es sagaz en descubrir la sena
de mas humor para verterlo en calma.

Harto se place en contemplar sañudo,
con sonrisa satánica en la boca,
el congojoso afán con que sofoca,
la víctima el dolor que le da él nudo.

Harto se place en ser mecido el viento,
en los tristes andamios de la afrenta,
el hombre que cual hoja en la tormenta
le arrebata la vida al plomo cruento.

Harto le sabe como miel dorada,
el cáliz que rebosa en puro lloro
de la madre a quien roba su tesoro
y condena a vivir siempre enlutada.

No, no le incites al mal,
que él para dañar nació
con apetito infernal,
y nunca le complació
sino canto funeral.

Y tu viniste a la vida,
bajo forma de mujer,
que es la forma bendecida,
para bálsamo verter
sobre toda humana herida.

Y a la mujer, blando amor
púsole Dios en el seno,
como el azul y el albor
puso en día sereno
para ahuyentar el dolor.

Mujer, amor, caridad,
son flores que Dios mezcló
con su infinita bondad;
rico perfume les dió
y dijo al mundo "gozad".

Derrama, vierte aroma deliciosa
en las entrañas que tu padre hirió;
derrama, vierte lágrima ardorosa
para lavar la sangre que corrió.

Perla que pende de una joya de oro
es la lágrima en ojos de mujer,
préciala en más que altísimo tesoro
el hombre nació para querer.
Y si brota cual lluvia de la nube,
de un pecho arrepentido ya del mal,
la perfuman y los ángeles y sube
en prenda de expiación al inmortal (3).

1841