Canción 3 (Herrera)
Cuando con resonante rayo, y furor del braço poderoso a Encélado arrogante Iúpiter gloriöso en Edna despeñó vitoriöso; y la vencida Tierra, a su imperio sugeta y condenada, desamparó la guerra, por la sangrienta espada de Marte, con mil muertes no domada; en la celeste cumbre es fama, que con dulce voz presente Febo, autor de la lumbre, cantó suävemente rebuelto en oro la encrespada frente. La sonora armonía suspende atento al inmortal senado; y el cielo, que movía su curso arrebatado, se reparava al canto consagrado. Halagava el sonido al alto y bravo mar y airado viento su furor encogido, y con divino aliento las Musas consonavan a su intento. Cantava la vitoria del cielo, y el orror y l' aspereza, que les dio mayor gloria, temiendo la crueza de la Titania estirpe y su bruteza. Cantava el rayo fiero, y de Minerva la vibrada lança, del rey del mar ligero la terrible pujança, y del Ercúleo braço la vengança. Mas del sangriento Marte las fuerças alabó y desnuda espada, y la braveza y arte d' aquella diestra armada, cuya furia fue en Flegra lamentada. A ti, dezía, escudo, a ti valor del cielo poderoso, poner temor no pudo el escuadrón dudoso, con enroscadas sierpes espantoso. Tú solo a Oromedonte diste bravo y feroz orrible muerte junto al doblado monte, y con dichosa suerte a Peloro abatió tu diestra fuerte. O hijo esclarecido de Iuno, ô duro y no cansado pecho, por quien Mimas vencido, y en peligroso estrecho el pavoroso Runco fue deshecho. Tú, ceñido d' azero, tú, estrago de los ombres rabiöso, con sangre órrido y fiero, y todo impetuöso, el grande muro rompes presuroso. Tú encendiste en aliento y amor de guerra y generosa gloria al sacro Ayuntamiento, dándole la vitoria, que hará siempre eterna su memoria. A ti Iúpiter deve, libre ya de peligro, qu' el profano linage, que s' atreve alçar armada mano, sugeto sienta ser su orgullo vano. Mas aunque resplandesca esta vitoria tuya esclarecida con fama, que meresca tener eterna vida, sin que d' oscuridad esté ofendida; vendrá tiempo, en que sea tu nombre, tu valor puesto en olvido; y la tierra posea valor tan escogido, qu' ante él, el tuyo quede oscurecido. Y el fértil Ocidente, en cuyo inmenso piélago se baña mi veloz carro ardiente, con claro onor d' España, te mostrará la luz desta hazaña. Que el cielo le concede de César sacro el ramo gloriöso, que su valor erede; para qu' al espantoso Turco quebrante el brío corajoso. Vêras' el impio vando en la fragosa, inacesible cumbre, que sube amenazando a la celeste lumbre, confiado en su osada muchedumbre. Y allí de miedo ageno corre, cual suelta cabra, y s' abalança con el fogoso trueno de su cubierta estança, y sigue de sus odios la vengança. Mas luego qu' aparece el joven d' Austria en la enriscada sierra, el temor entorpece a la enemiga tierra, y con ella acabó toda la guerra. Cual tempestad ondosa, con orrísono estruendo se levanta, y la nave, medrosa d' aquella furia tanta, entre peñascos ásperos quebranta. O cual del cerco estrecho el flamígero rayo se desata con largo sulco hecho, y rompe y desbarata, cuanto al encuentro su ímpetu arrebata. La Fama alçará luego, y con doradas alas, la Vitoria sobre el orbe del fuego, resonando su gloria con puro resplandor de su memoria. Y llevarán su nombre de los últimos soplos d' Ocidente con inmortal renombre al purpúreo Oriënte, y a do iela y abrasa el cielo ardiente. Si Peloro tuviera de su ecelso valor alguna parte, él solo te venciera, aunque tuvieras, Marte, doblado esfuerço y osadía y arte. Si éste valiera al cielo contra el profano exército arrogante, no tuvieras recelo, tú, Iúpiter tonante, ni arrojaras el rayo resonante. Traed pues ya bolando ô cielos, este tiempo espaciöso que fuerça dilatando, el curso gloriöso; hazed, que se adelante presuroso. Así la lira suena, y Iove el canto afirma, y s' estremece sacudido, y resuena el cielo, y resplandece, y Mavorte medroso s' oscurece.