Campestre (1897)
de Florentino Alcorta

Á CÉSAR A. LÓEZ


Me gusta ver los campos y sembrados

de lozanía y de verdor henchidos;

contemplar los gañanes desgreñados

labrar la tierra, de calor rendidos.

Todos trabajan con ardor creciente:

mientras uno amontona la gavilla,

otro en la siembra, bajo un sol ardiente.

distribuye en el surco la semilla.

Acá la negra, sudorosa y brusca,

segando espigas con segura mano;

allá el rebaño que triscando busca

suave pendiente que termine al llano.

Tras el buey de mirada pensativa,

que el surco ahonda con humilde paso,

el campesino en su tarea activa

guía el arado con potente brazo.

El hosco negro de mirada ardiente,

en su carro á las eras caminando,

se reclina en los haces, indolente,

pastoriles canciones entonando.

Allá en las trillas el gañán jadeante

al yeguarizo sin cesar hostiga,

que galopando con ardor constante

separa el grano de la rubia espiga.

Y silbando y seguido de su perro

el campesino se dirige al prado,

y á los sones del típico cencerro

se refunde en los pastos el ganado.

Allá en las chozas de inclinado techo

los pompones del humo culebrean,

y en la inclinada falda de un repecho

los pollos en la hierba picotean.

Ostentando sus plumas y colores,

tras las gallinas corretea el gallo,

orgulloso cantor de sus amores,

engreído sultán de su serrallo...

El fuerte potro, de impaciencia lleno,

resopla atado á la segura estaca,

mientras la moza de abultado seno

ordeña la ubre de paciente vaca.

De las espigas en el mar dorado,

que tiene por confín agrestes lomas,

levántanse en tropel desordenado

las tórtolas, gorriones y palomas.

Allá en las tapias de verdor escuetas,

con su nudoso ramazón se agarra,

haciendo estribo en las profundas grietas,

alguna verde y trepadora parra.

En el distante claro de un camino

los álamos sus ramas balancean;

los brazos descarnados de un molino

á los besos del aire voltejean.

A la verde extensión de los maizales

los pájaros descienden en bandadas,

y lanzando chirridos desiguales,

desgranan la mazorca á picotadas.

El campo es luz y movimiento y vida:

y hermanado lo grande con lo abyecto,

la culebra en el sol está dormida

y en la copa del árbol el insecto...

Del verde campo bajo el puro cielo

todo se agita de revuelto modo:

el cóndor á la altura tiende el vuelo,

los cerdos chapotean en el lodo.

Por todas partes se perciben ruidos:

silban los vientos y las cañas crujen,

cantan las aves en sus altos nidos,

los perros ladran y los toros mujen.

Lanza Natura sus cantares broncos;

por todas partes el rumor se escucha;

chocan las hachas en los rudos troncos,

gime el arado con la tierra en lucha.

Rechina el carro de la carga al peso:

se oye crujir el verde gramalote

al roce de la sierpe, y con el beso

del fecundante sol estalla el brote.

Como cantan las aves junto al nido,

todo en el campo á su manera canta,

y hasta el menudo césped hace ruido

del herrado corcel bajo la planta.

La tierra es madre que fecunda y crea;

en su entraña los gérmenes palpitan;

el sol la cubre y con su luz caldea

y los seres orgánicos se agitan.

La tierra es madre y su caliente seno

se fecundiza con la diaria siembra,

y busca el grano de simiente lleno

como busca, ardoroso, el macho á la hembra...

Vibro mi canto con acento rudo

en la campiña de verdor henchida,

y te saludo, ¡oh campo!, y te saludo,

porque eres luz y movimiento y vida...