Pereza
​Cadena​ de José Zorrilla
del tomo octavo de las Poesías.


- I -

Nace la rosa, y su botón despliega
Orlada en torno de punzante espina,
Y sobre el agua que los pies la riega,
Fresca se inclina.

Más altanera cuanto más hermosa,
Su imagen mira en el tranquilo espejo,
Y el sol, del agua sobre el haz dudosa,
Pinta el reflejo.

El aura errante que al pasar murmura,
El dulce aroma de su cáliz bebe;
La sorda abeja que su esencia apura,
Néctar la debe.

Reina del huerto y de la selva gala,
Del césped brilla sobre el verde manto;
Libre a su sombra, el colorín exhala
Rústico canto.

No hay flor más bella… Mas ¿a qué su orgullo,
Si el cierzo helado su botón despoja,
Y el agua arrastra su infeliz capullo
Hoja tras hoja?


- II -

Huye la fuente al manantial ingrata,
El verde musgo en derredor lamiendo,
Y el agua limpia en su cristal retrata
Cuanto va viendo.

El césped mece y las arenas moja,
Do mil caprichos al pasar dibuja,
Y ola tras ola murmurando arroja,
Riza y empuja.

Lecho mullido la presenta el valle,
Fresco abanico el abedul pomposo,
Cañas y juncos retirada calle,
Sombra y reposo.

Brota en la altura la fecunda fuente:
Y ¿a qué su empeño, si al bajar la cuesta
Halla del río en el raudal rugiente
Tumba funesta?


- III -

Lánzase el río en el desierto mudo,
La orilla orlando de revuelta espuma,
Y al eco evoca, cuyo acento rudo
Hierve en su bruma.

Su imagen ciñe pabellón espeso
De áspera zarza y poderoso pino,
Y entre las rocas divididas preso,
Busca camino.

Lecho sombrío, el rústico ramaje
Que riega en torno, misterioso ofrece;
Y el pardo lobo y el chacal salvaje,
Dél se guarece.

La tribu errante, el viajador perdido,
La sed apaga en su raudal corriente,
Y el arco cierra que sobre él partido
Cuelga del puente.

Mas ¿qué la sombra, el ruido y el perfume
Valen del cauce que recorre extenso,
Si el mar le cava, cuando en él se sume,
Túmulo inmenso?



- IV -

¡El mar, el mar! Remedo tenebroso
De la insondable eternidad, espera
De la trompa final el son medroso
Para romper hambriento su barrera.

Abismo cuyos senos insaciables
Jamás encuentra su avaricia llenos;
De misterios conserva inmensurables
Siempre preñados sus gigantes senos.

¡Eso es el mar! Gemelo de la nada,
Cinto que el globo por doquier rodea,
Centinela fatal, que encadenada,
La tierra guarda que sorber desea.

¡El mar! Como él, hondísimo y obscuro
El misterioso porvenir se extiende,
Y tras su negro impenetrable muro,
Nada, mezquina, la razón comprende.

El cerco de un sepulcro es su portada;
Tras él, se baja un escalón de tierra;
Pasado el escalón, la puerta hollada
Se abre, sorbe la víctima y se cierra.

Y allá van sin cesar, conforme nacen,
A morir uno y otro pensamiento;
Brotan unos donde otros se deshacen,
Bullen, caen y se hunden al momento.



- V -

Rosas la fuente en la montaña brota,
Sécanse, caen y bajan con la fuente
Al río, que se va gota tras gota
Al hondo mar, que sorbe su corriente.