Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XXIV

Cafés y hoteles. -Cafés Catalanes; sus varios dueños. -Cómo se servía el café con leche. -Los mozos, sus trajes. -Hoteles de hoy y hoteles de entonces. -Banquetes en ellos. -Residentes escoceses. -Ministros norteamericanos. -Banquete del 23 de abril de 1823; concurrentes a él. -Brindis. -Cordialidad entre nativos y extranjeros. -Banquete a César Augusto Rodney; su inesperado fallecimiento; honores fúnebres decretados por el Gobierno.

I

Como nuestros lectores saben, tenemos hoy gran número de cafés y hoteles de primer orden, montados a la europea; no nos detendremos, pues, mucho en ellos, y trataremos de dar una ligera reseña de lo que fueron éstos, en tiempos pasados.

Los cafés más lujosos y mejor atendidos, eran el Café de Marcos y el de la Victoria; seguía el de Catalanes, Martín, Santo Domingo y varios otros de segundo orden. El de Catalanes como se sabe, existió hasta hace muy poco, sufriendo repetidas transformaciones, exigidas imperiosamente por el progreso general. Los actuales habitantes de la ciudad de Buenos Aires, lo han conocido en manos de los señores Perdriel; muchos en las del simpático Migoni, y un número desgraciadamente hoy más limitado, en las de su director, y creemos que fundador, don José Bares.

Después de algunos años, llegó a ser uno de los más importantes por su proximidad al Teatro Argentino, por sus espaciosas salas y hermoso patio, siempre muy concurrido en las noches de verano; y el Café Catalanes, por el año 70, se contrató por un largo período a razón de 15.000 pesos mensuales.


II

En aquellos tiempos de Dios, no se conocían los helados (por lo menos en la forma que en el día se expenden); solían fabricarse en las casas de familia, allá a su modo; ni la grosella, la soda, el tamarindo, ni tanta otra cosa que hoy se encuentra en establecimientos de esta clase y en las confiterías. No se daba de almorzar en los cafés; el despacho quedaba reducido a café, té, chocolate, candial, horchata, naranjada y algunas copitas.

Servíase entonces el café con leche; o como muchos decían, café y leche, en inmensas tazas que desbordaban hasta llenar el platillo; jamás se veía azúcar en azucarera; se servía una pequeña medida de lata llena de azúcar, generalmente no refinada; venía colocada en el centro del platillo y cubierta con la taza; el parroquiano daba vuelta a la taza, volcaba en ella el azúcar, y el mozo echaba el café y la leche hasta llenar la taza y el plato.

Las tostadas con manteca, siempre traían azúcar por encima.

El chocolate que se servía era, por lo general, bueno, acompañado, invariablemente, de su correspondiente vaso de agua.

Los mozos respetaban poco a los concurrentes, presentándose en verano en mangas de camisa, y esa, no siempre de una limpieza intachable, y muchas veces, fumando su cigarrillo.


III

Una mirada a nuestros innumerables hoteles de hoy, bastará para comprender cuánto hemos adelantado a este respecto.

Allá por los años (creemos que entre 22 y 25), existían dos hoteles ingleses, uno de Faunch, el otro de Keen; el de Faunch, era de primer orden y satisfacía por completo el gusto inglés; de manera que allí celebraban sus suntuosos banquetes, sus días de festividad nacional, el cumpleaños del Soberano reinante, etc.

A estas espléndidas comidas asistían siempre los miembros del Gobierno argentino.

Los residentes escoceses festejaban también en aquellos años, el día de San Andrés (30 de noviembre), en este mismo célebre hotel, con presencia, casi siempre, del gobernador y sus ministros.

Los norte-americanos en Buenos Aires, han acostumbrado siempre celebrar su independencia (4 de julio), en aquellos tiempos, en los hoteles de mayor rango, y después, con banquetes dados por sus ministros residentes.

Como un justo recuerdo de las personas y de los sentimientos dominantes en aquella remota época, transcribiremos aquí algunas palabras relativas a uno de estos banquetes, el 23 de abril de 1823.

En conformidad con la práctica seguida en esta ciudad, el comercio británico celebró el aniversario de su Rey Jorge IV, en el hotel inglés, situado en la plaza de 25 de Mayo, dando un banquete, a que asistieron 62 individuos de dicha nacionalidad, y 10 de Buenos Aires.

«Según la descripción que se nos ha pasado, observa El Centinela, no es fácil decir lo que más se ha distinguido en aquel acto; si el adorno brillante, si la decoración expresiva de la sala, si la circunspección en todas las acciones de los concurrentes, si el espíritu patriótico que se desenvolvió en dicho acto, o si la reciprocidad afectuosa que se notó entre extranjeros y nacionales. Las armas británicas estaban colocadas a la cabeza del presidente, y las de Buenos Aires a la del vice-presidente.»

En este banquete se pronunciaron, entre otros, los siguientes brindis:

El Rey.

El Ejército y Marina.

La Constitución británica.

Su Excelencia el gobernador de Buenos Aires, y buen éxito en su empresa actual.

El Gobierno representativo y ejecutivo de Buenos Aires, que ha demostrado prácticamente a los demás Estados de Sud América las ventajas sólidas de las buenas leyes, sabiamente administradas.

El presidente de los Estados Unidos.

El ilustrado estadista de Sud América S. E. don Bernardino Rivadavia.


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El señor don Bernardino Rivadavia. -Después de manifestar, en idioma inglés, su reconocimiento a las expresiones con que era favorecido, y de excusarse por no poder expresar en dicho idioma, con más extensión, los sentimientos que lo ocupaban en aquel momento, se contrajo a pedir se le acompañara a beber: por el gobierno más hábil: el inglés; y por la nación más moral e ilustrada; la Inglaterra. El interés comercial y agrícola de la Gran Bretaña; y que el tiempo extienda y consolide su unión con los individuos de Sud América.


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Unanimidad y prosperidad de los Gobiernos independientes de Sud América.


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Don Manuel García.


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Don Manuel García. -Que al fin de la gran lucha de la razón humana contra los privilegios y preocupaciones, se muestre la Inglaterra, bajo Jorge IV, tan gloriosa como se mostró al principio de esta lid, bajo la Reina Isabel.


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El doctor don Valentín Gómez, y buen éxito en su misión.


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Don Valentín Gómez. - La nación inglesa se ha hecho digna de la admiración del mundo entero por su poder, su política y su moral. Los ciudadanos ingleses, llevan por todas partes el distinguido carácter que ella les inspira. En Buenos Aires han sido siempre buenos padres de familia, buenos huéspedes. La provincia debe toda la protección a que se han hecho acreedores. Sobre estos principios, brindo por la prosperidad del comercio británico en este país; y que él reciba nuevo incremento por el resultado de la misión a la Corte del Janeiro, del que tengo el honor de hallarme encargado.


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Las bellas británicas.


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El progreso de la libertad civil y religioso por el mundo.


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La señora de S. E. el gobernador de Buenos Aires, y sus bellas paisanas.


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Don Juan Cruz Varela. -El complemento de la libertad civil, perfectamente garantida por la Constitución inglesa: -el juicio por jurados. -¡Pueda cuanto antes hacérsele lugar en mi país!


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La rosa, el cardo y el trébol.


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El Ministerio inglés.


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Don Ignacio Núñez. -Al honor que resulta a la diplomacia inglesa de haber ella sola neutralizado la influencia total, que la santa alianza se preparaba a derramar por el mundo civilizado.


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Don Manuel Sarratea. -Los ingleses residentes en Buenos Aires. -Que nuestras mutuas relaciones se estrechen más y más cada día; y que esta conexión sea tan útil a nuestra independencia política y libertad civil, como lo ha sido para el comercio de nuestro país.


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Don Carlos Alvear. -A la memoria de Nelson, héroe de Trafalgar.


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Don Valentín Gómez. -El duque de Wellington, tan grande en Waterloo como en Verona.


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La libertad de la prensa y juicio por jurados.


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Estos brindis se interpolaron con músicas alusivas y con cantos repetidos, que se entonaron por varios de los concurrentes al banquete.

Lo citado basta para demostrar la cordialidad y buena inteligencia que reinaba en aquellos tiempos, entre nativos y extranjeros; sentimiento que, como nuestros lectores saben, lejos de debilitarse, se ha fortificado más y más.

IV

El 25 de mayo de 1824, hubo también un gran banquete oficial dado a César Augusto Rodney, primer ministro plenipotenciario de los E. U., que vino al país, al que asistieron 127 personas.

El señor Rodney fue uno de los primeros en brindar; su palabra animada y patriótica, su jovialidad y desenvoltura no indicaban, ciertamente, su próximo fin, y, sin embargo, quince días después ¡no existía! La mención de este suceso inesperado, nos conduce a una triste, pero inevitable digresión.

El 10 de junio de 1824, a las seis de la mañana, murió, casi repentinamente, este hombre tan generalmente querido.

El Argos, al citar este lamentable acontecimiento, se expresa en estos términos: -«Es nuestro deber manifestar, como lo ha hecho toda la ciudad, el sentimiento que nos ha causado este triste, suceso, y agradecer, por lo que a nosotros toca, el modo cómo lo ha testificado el Gobierno por su decreto.»

El decreto a que se refiere, fue el siguiente:


Buenos Aires, junio 10 de 1824

«El fallecimiento del señor César Augusto Rodney, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, ha producido en el ánimo del Gobierno de Buenos Aires, todo el sentimiento que inspira la pérdida para su país de un ciudadano distinguido; y para la América, de un celoso defensor de sus derechos, muy especialmente adherido a las Provincias Unidas del Río de la Plata. En su virtud, deseoso el Gobierno de dar un testimonio público de este sentimiento y del reconocimiento en que lo queda, ha acordado y decreta:

»1.º Se elevará un monumento sepulcral costeado por el Gobierno, donde se depositen los restos del honorable César Augusto Rodney, como una memoria de gratitud.

»2.º El costo del monumento será cubierto de los fondos destinados a gastos discrecionales del Gobierno.

»3.º Líbrense las órdenes que el cumplimiento de este decreto manda, e insértese en el Registro Oficial.

»Heras.

»Manuel J. García.»


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Los ministros secretarios con toda la plana mayor del Ejército, y Jefes de los departamentos, asistieron a las exequias del señor Rodney, en el Cementerio inglés, y el Gobierno decretó los siguientes honores:

A la salida del cuerpo, de la casa mortuoria, una salva nacional en la Fortaleza.

Al entrar el cuerpo al Cementerio, otra salva igual, por la artillería volante que había formado fuera del Cementerio.

Al depositar el cuerpo en el sepulcro, una descarga por un batallón de infantería.


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Se estrenó con su cuerpo el carruaje fúnebre de primera clase, en el cual iban cruzadas las banderas de los Estados Unidos y de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

El señor Rodney, habiendo desembarcado en Buenos Aires el 16 de noviembre del 23, sólo residió entre nosotros seis meses y 26 días. En tan corto tiempo supo captarse la estimación y aprecio de todos. Hecha esta pequeña digresión, que, hemos creído del caso, continuaremos en el siguiente capítulo nuestra pincelada sobre los hoteles.