Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo XL

Don Manuel Álvarez, el primer médico en 1601. -Doctor don Cosme Argerich. -Primer curso de anatomía por el doctor Fabre. -El protomedicato. -Médicos de policía de campaña. -Don Salvio Gafarot. -Anécdota. -Doctor Montufar.

I

En otra parte hemos hecho mención de algunos de los médicos que existieron aquí en tiempos pasados; vamos ahora a dar algunos detalles, mas sin invadir, sin embargo, demasiado este terreno, pues que todo lo relativo se hallará en orden cronológico hábilmente estudiado en la Historia de la Medicina, que se nos asegura pronto publicará nuestro inteligente amigo el doctor Albarellos.

Será curioso, no obstante, recordar que en 1601 apareció el primer médico que tuvo este vecindario; entonces Manuel Álvarez (que así se llamaba) se presentó al Cabildo ofreciendo exhibir carta de examen para acreditar que era hombre de ciencia en el arte de la cirugía y conocimientos de algunas enfermedades, pidiendo se le señalase un salario por asistir a los vecinos, quedando éstos obligados a pagarle el valor de las medicinas, ungüentos y demás cosas que precisare para las tales enfermedades y heridas.

Pero, como antes hemos dicho, no teniendo la intención de ocuparnos de la historia de la medicina desde su origen entre nosotros, daremos, por lo tanto, un salto mortal sobre dos siglos, para caer de pie en la época cuyos acontecimientos nos hemos propuesto referir.

Sin embargo, haremos un retroceso todavía de 10 años a fin de recordar un nombre ilustre. El doctor don Cosme Argerich. A él cupo la gloria de establecer en la ciudad de Buenos Aires una escuela de Medicina.

Por requisición de algunos médicos prácticos, hecha al Virrey del Pino, a fin de fundar una escuela en este virreinato, en agosto de 1801 se recibió en ésta, una real cédula que con intervención del Protomedicato de Madrid nombraba para la enseñanza de este ramo de la ciencia, a los doctores don Eusebio Fabre y al protomédico, don Miguel O'Gorman para fundar dicha escuela. El doctor O'Gorman renunció y fue reemplazado por el doctor don Cosme Argerich. La escuela se abrió con 14 alumnos.

En 1808 concluyó el primer curso, del que salieron jóvenes médicos muy aventajados, considerando las dificultades de la época.

En 1813 se dio a la enseñanza una forma regular, dotando 5 catedráticos, proveyendo un anfiteatro anatómico, y fue nombrado director del Instituto Médico el doctor Argerich.

Este hombre, que prestó tan buenos servicios a su país, falleció el 14 de febrero de 1820.

La creación de la Universidad cerró el segundo período. Las cátedras de Medicina fueron agregadas a ella, disuelto el Instituto y reunidos todos bajo la vigilancia del Rector.

Entre los primeros arreglos que meditó el Gobierno entró el de la Facultad de Medicina; y, por mucho que nos duela, necesario es confesar que hasta principios de 1822 ella se hallaba en un estado de completa anarquía; sus miembros en una hostilidad abierta y encarnizada, sin un reglamento que les rigiera, desatendidos los principales objetos de su Instituto y en un estado tal, que los efectos de este desorden eran transcendentales al público.

En estas circunstancias el Gobierno suprimió el tribunal del Protomedicato, que por su misma naturaleza había caducado; se erigió en su lugar el Tribunal de Medicina; hoy Consejo de Higiene.

Por aquel mismo año se sentó, en vano, establecer médicos de Policía en la campaña. No bien se hacía el nombramiento, cuando renunciaba el nombrado, como consta por publicaciones de esa época.


II

No pretendemos pasar en revista a todos los médicos que practicaron en aquellos tiempos, pero no podemos menos que citar uno que otro, debido a ciertas peculiaridades que llamaban la atención.

Conservamos, por ejemplo, un débil recuerdo de la figura y modales del entonces célebre cirujano catalán, doctor don Salvio Gafarot; era por el año 22, ya hombre cincuentón; muy esmerado en su traje; usaba corbata blanca; en invierno un sobretodo o levitón muy largo con una especie de esclavina semejante a la de la capa española; bota granadera charolada y con borla de seda, bastón con puño de oro y borlas de seda negra. Su porte arrogante; era bastante serio y mesurado, hombre de buena educación e instrucción, pero con un dejo catalán bastante pronunciado. En sociedad, agradable aunque algo excéntrico. Casó en el país y tuvo un hijo que lo fue el malogrado doctor José Gafarot, Catedrático de materia médica. Vivió don Salvio Gafarot por muchos años, en la calle hoy San Martín, en unos altos al lado casi de la familia de Escalada, y que se conservan en el mismísimo estado con sus balcones antiguos, etc. Algunos años después, edificó una buena casa con altos en la acera frente al Colegio. Estaba muy preocupado con esta construcción a que asistía en todos los momentos que su profesión le permitía. Esto dio origen a una anécdota que de él se refería.

Dicen que, requerido por un enfermo de gravedad que se había empeorado, salió de la obra, y al formular, recetó a su cliente 25.000 ladrillos de piso. ¡Es de suponer que el boticario quedaría atónito con semejante receta!

Probablemente esto no pasa de una de las mil y una bromas con que satirizan a los médicos, pues que para eso hay en el mundo más de un Moliére.

Otro personaje digno de mención era el doctor don Martín Montufar. Por los años 23 o 24, tendría, creemos, próximamente 68 o 70 años; tenía el cabello abultado y completamente blanco; vestía esmeradamente; su traje era generalmente negro; muy atento y constante admirador del bello sexo, hacía grandes esfuerzos por parecer joven.


III

No olvidaremos de entre los médicos antiguos a los doctores Justo García Valdés, O'Gorman, Fernández, Carlos Durand, que fue el primer médico de Policía que hubo en la ciudad de Buenos Aires, padre del actual doctor Carlos Durand, etc.

Los médicos de aquellos tiempos no gastaban el boato que ostentan, desde hace algunos años, los de la época presente. No lucían entonces hermosos carruajes con arrollantes caballos y apuestos cocheros; marchaban humildemente a pie y cuando más a caballo, dejándolo, como antes hemos dicho, en algún poste lejano, cuando algún pantano mediaba entre éste y la casa de su enfermo.


IV

Ya hemos tratado, currente cálamo, de los médicos; en lo poco que hemos dicho, sólo hemos querido no excluirlos del cuadro de una época ya remota. En cuanto al cambio de personal, progresos en la ciencia y mejoras llevadas a cabo honrosamente entre nosotros, el lector hallará cuanto apetezca a este respecto en la Historia de Medicina por el doctor Nicanor Albarellos.