Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo V
I
Dijimos en el capítulo anterior que la Cárcel de entonces era un foco de inmundicia y de inmoralidad y que aun cuando hasta hace muy poco tiempo continuó siendo para nosotros un reproche, mejoró indudablemente de condición en todo sentido, y que nos ocuparíamos de ella separadamente. Vamos a hacerlo en breves palabras.
Al hablar de la Cárcel, no queremos referirnos a la época nefanda de Rosas, en que se aplicaban allí los mayores tormentos y se fusilaba dentro de sus muros en las altas horas de la noche: queremos hablar de ella en tiempos que podemos llamar normales, y hacer notar que los defectos, algunos de los cuales vamos a citar, emanaban más bien de la ignorancia en que nos hallábamos, que dictados por espíritu de maldad.
II
La parte baja del edilicio era ocupada por las mujeres. Por la reja de las ventanas que daban a la calle de la Victoria, en las piezas que más tarde y hasta hace poco fueron escribanías y hoy oficinas de la 1.ª Sala de Operaciones en lo Civil, se veían estas desgraciadas, muchas de ellas medio desnudas, hablando descaradamente entre sí o con los que pasaban por la calle, oyendo y dirigiendo chanzonetas y otras veces pidiendo limosna.
Diariamente presenciaba el pueblo el triste y degradante espectáculo de una cuadrilla de presidiarios andrajosos y desgreñados, arrastrando pesadas cadenas, custodiados por suficiente número de soldados, cruzar las calles, dirigiéndose a los trabajos forzados, pidiendo limosna a los transeúntes, e inspirando compasión y repugnancia a la vez.
A todas horas del día veíanse presos escoltados cada dos de ellos conduciendo en palancas que llevaban sobre los hombros, pesados barriles de agua que traían para el servicio de la Cárcel; de manera que, por una causa o por otra, continuamente se encontraban los presos en contacto con el pueblo.
Espectáculo más desagradable y repugnante aún era el que ofrecían cuando salían en grupos a la matanza de perros. Esto lo efectuaban al romper el día en los meses de mayor calor en verano, pero muchas veces no se retiraban antes de las ocho de la mañana, hora en que todos podían presenciar la brutal operación, haciendo todavía más repelente la escena con sus gritos, risotadas y chistes groseros. Unos llevaban lazo y otros iban armados de gruesos garrotes; una vez enlazado el perro, lo mataban a garrotazos, que, cuando no se veían dar, se oían aun dentro de las casas, entre aullidos lastimeros.
¡Gracias a Dios, hace años que nos vemos libres de tan degradantes escenas!
III
Es indudable que en las cárceles sólo debe procurarse la seguridad de los detenidos, tratándolos del mejor modo posible, habiendo muchos de entre ellos que al fin resultan inocentes.
En nuestra Cárcel pública, sin embargo, eran tratados indistintamente los unos y los otros. Hasta hace muy poco, remitíanse allí también a los acusados y aun sospechosos políticos.
¿A qué conducía, no estando esclarecido el delito, tener de día y de noche con grillos a los infelices presos?...
Demasiado se ha repetido y se sabe que las Cárceles no son depósitos de delincuentes, sino de hombres acusados o aun sospechosos de crimen; pero cuya criminalidad no está todavía averiguada. En esto se diferencian de los Presidios y Penitenciarías, donde son remitidos los convictos y que van a sufrir una pena.
Sabido es también, que el año 23 existía ya un Gobierno paternal, ilustrado e iniciador de importantes mejoras en todos los ramos conducentes al bienestar del pueblo, y la Cárcel participó de sus benéficos cuidados.
Las mejoras desde aquella época fueron efectuándose bajo Gobiernos ilustrados, aunque lentamente, hasta la creación de la Penitenciaria que hace honor a Buenos Aires.