Brenda/XLI
Pocos días después de esta escena, en una capilla solitaria de elegante arquitectura que se eleva con sus fugaces agujas enmedio de las nutridas arboledas del norte, nido de oraciones y de preces íntimas, se desposaban Brenda Delfor y Raúl Henares.
Un grupo reducido de personas asistía al acto, rodeando la interesante pareja con ese aire de profundo interés y simpatía que imprime en los semblantes el cuadro seductor de una dicha serena y luminosa.
Hacia el fondo de aquel pequeño templo ornado, con el mejor gusto artístico, junto a un reclinatorio de ébano, dos damas departían en voz baja sobre la ceremonia.
Una de ellas era Julieta Camandria, que no había podido sustraerse a la tentación de presenciarla, y que en los anteriores días había sufrido fuertes ataques nerviosos al tener conocimiento del feliz desenlace, del drama.
-Sabrás -decía inclinándose al oído de su compañera-, que la causa real de haberse embarcado ayer Areba Linares en viaje a Europa, no es otra que este matrimonio. ¡Su orgullo no ha podido resistir suceso de tal magnitud!...
-Se encontrará allí con Zelmar Bafil.
-¡Nunca le amó de veras!
Mira. Ya se apartan... Iremos detrás. No quiero que la novia se imagine que la envidio.
En ese instante, la encantadora desposada del brazo de Raúl, se adelantaba y salía radiante, esparciendo a su paso esa atmósfera deleitable, mezcla sutil de fluido luminoso, sonrisas inefables y perfumes de azahares que difunden siempre del altar al umbral de salida las novias de singular belleza, como últimas esencias de que se desprenden sin pena ni amargura, la castidad y el candor.
-¡Qué alma de criatura! -susurró Julieta bien cerca de su compañera. Ahora, aunque alguna vez hubiera podido olvidar a su padre, tendrá que recordarlo siempre!
La pareja pasó tranquila y risueña, leyéndose en sus rostros una promesa perdurable de paz y de ventura.
Fin