Bosquejo histórico de Manuel Belgrano

'Bosquejo Histórico' de Manuel Belgrano
de Ignacio Álvarez Thomas

Bosquejo Histórico del General Don Manuel Belgrano escrito en el año 1839, por un contemporáneo

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Belgrano no esciste! Y este nombre Venerable a todo corazón Argentino reclama a los ojos de sus conciudadanos algunos rasgos que recogerá la historia para adornarse con el recuerdo de uno de los hombres más ilustres que han figurado en la grande escena del continente Americano. La familia Belgrano una de las más distinguidas y acomodadas en Buenos Aires, tiene origen en su padre, natural de Italia, casado con una Señora oriunda de Santiago del Estero, cuyo afortunado enlace produjo una numerosa prole de que Don Manuel es el tercer hijo nacido en 1770, baja el dominio de la Corona de España. Como en el sistema co­lonial de aquel tiempo, la educación elemental era prohibida, te­nían los jóvenes americanos que atravesar el Océano para adqui­rirla en las Universidades de la Península. Allí fue en donde Bel­grano completó sus estudios hasta el grado de Bachiller, y regreso a su Patria con el empleo de Secretario del Tribunal de Comercio. Su talento ya perfeccionado, la dulzura de su carácter, sus co­nocimientos en la música, y su bella figura le dieron en La So­ciedad un lugar muy distinguido, y las mejores relaciones. El fue uno de los promovedores y colaboradores del Semanario Científico, que la mezquina política del Gobierno Español, mandó suspender después.

Cuando en 1806 la Guerra con los Ingleses se hizo sentir en el Río de la Plata, voló al llamamiento de la Autoridad que formó Cuerpos de Voluntarios para la defensa, enrolándose en el más numeroso que llevaba el nombre de Patricios, condecorado con el rango de Mayor, en cuya clase asistió a la espléndida Victoria­ alcanzada sobre el Ejercito Británico al mando del general Waitelock (sic) en 807. Los varios acontecimientos de aquella época, empezaron a despertar en los naturales del país el espíritu guerrero; y el conocimiento de sus fuerzas, que los disponía para entrar después en una lucha que a costa de sangre y sacrificios generosos. los elevaría a la condición de hombres Libres.

Belgrano hacía parte del movimiento popular que se agitaba en las sociedades patrióticas, aunque secretas, en el tiempo en que derribada del trono la dinastía reinante de España por el poder de Napole6n, empezaba la Nación a armarse para resistir al Conquistador de media Europa. Un bastago (sic) de aquella (la Señora Carlota Joaquina de Borbón) que los mismos sucesos habían trasplantado con la Corte de Portugal a sus dominios del Brasil, entablo relaciones privadas para abrirse un camino a la Regencia de los países de su cautivo hermano; y fue entonces que así Belgrano, como muchos otros patriotas estimables, juzgaron oportuno el alimentar tales esperanzas, para comenzar por este medio, la grande obra de la regeneración Americana. Algunos sin buen criterio, han pretendido hallar poco Republicanos estos primeros pasos de la infancia revolucionaria.

No tardaron los sucesos políticos en amontonarse para poner en acción al partido demócrata. La dispersión del Gobierno Cen­tral por los franceses en principios de 810 que se trasladó eléctricamente al Nuevo Mundo, dió la señal del Combate. En Buenos Aires, la Asamblea de notables declaró caduca la representación del Virrey Cisneros, asociándole en el mando dos ciudadanos, en cuya forma mixta de Gobierno ocupó Belgrano la Secretaría General. Mas la desconfianza de los patriotas era inmensa y esta armazón gubernativa, solo contó horas de existencia, y tuvo que ceder el puesto el memorable 25 de Mayo, a una Junta de nueve individuos, presidida por Saavedra, entre cuyos Vocales fue contado Belgrano. Las tareas de este Cuerpo, aunque llevando por escudo el nombre del Monarca destronado, eran encaminadas a uniformar la opinión de todas las provincias comprendidas en la demarcación del Virreinato, hacia un punto de vista de que bien pronto se apercibieron los mandatarios españoles, oponiéndose al reconocimiento del nuevo Gobierno.

Entonces fue que empezaron a tomarse medidas enérgicas para sofocar la resistencia, que consagran los actos públicos de aquella época. Los más marcados son: el cambio de tropas auxiliares para favorecer el libre pronunciamiento de los pueblos, tanto al Oeste, como al Norte de la Capital. Las que tomaron es­ta dirección eran mandadas por Belgrano, nombrado Coronel, y revestido del alto carácter de Representante. Su marcha fue triunfal hasta pisar el territorio del Paraguay en donde le espera­ban peligros y dificultades que vencer. El Jefe español puso sobre las armas un número prodigioso de hombres que Belgrano deshizo en los primeros encuentros con su pequeño Ejército de bravos, casi a las puertas de la misma Capital. Más forzado a reconcentrar sus recursos para acometer de nuevo, se halló cortado en su retirada, en el preciso paso del Río Tacuarí por fuerzas todavía mayores, y que se aumentaban por instantes. Tuvo que combatirse sin tardanza de un modo heroico para obtener el tratado que salvando al Ejército entero, cubrió su nombre de una gloria que lo asemeja a Carlos XII, no solo en valor y pericia, sino también en afrontar las duras privaciones de que dió repetidas pruebas en esta memorable Campaña, la primera en que se ensayaba un hombre acostumbrado a los goces de la vida pasival a quien sostenía el mas noble patriotismo. No fueron efímeras las ventajas que se reportaron, porque la sagacidad de Belgrano supo al tiempo de combatir, abrirse comunicaciones, con los jefes y personas influyentes del país, que más tarde derrocaron al Partido Europeo sirviendo así a la causa pública.

Llamado a la Capital, se le confirió el mando del Regimiento I de Línea, que era el antiguo Cuerpo de Patricios en que sirvió, y como el estado de su disciplina pidiese mejoras, Belgrano las emprendió con el tezón infatigable en llenar sus deberes que tanto le distinguía, más cuando se lisonjeaba de haberlas alcanzado, un tumulto inesperado en la mayor parte de estos valientes soldados, puso en alarma toda la población (Diciembre 811) que la autoridad, con acuerdo del mismo Jefe, reprimió pronto y severamente. Ya entonces, la forma de la Administración había cambiado en un Poder Ejecutivo de tres personas que se encontraba envuelto en dificultades para atender a la defensa común del territorio de la Unión. La plaza de Montevideo, enarbolaba el pendón de Castilla mientras que un Ejército portugués penetraba hasta la margen izquierda del Uruguay, en ademán hostil.

Las fuerzas enviadas al interior de las Provincias Peruanas habían arrollado al principio todas las resistencias que los jefes españoles le opusieron hasta situarse en los confines. Más las organizadas al otro lado del Desaguadero, las asaltaron alevosamente, y desbarataron. Los restos se concentraron en Tucumán, mientras que el enemigo ocupando hasta Salta amenazaba caer sobre ellos. Jamás el peligro de la Patria se mostró tan de cerca. La misma Capital inspiraba cuidados, en donde acababa de sofocarse una terrible conspiración de los Europeos domiciliados en ella.

En tan difíciles circunstancias, Belgrano fue mandado a hacerse cargo de las reliquias del Ejército en Tucumán, llevando consigo algunos destacamentos. Su ya restablecida reputación, su celo y constancia, reanimaron el espíritu marcial como por encanto, y cuando todos esperaban con temor el éxito de una acción tan desigual, la admiración sucedió al común abatimiento, al recibir la noticia del triunfo alcanzado sobre el enemigo el 24 de Septiembre de 812, en los arrabales de la misma Ciudad. Tan luego como remontó el Ejército llamado Auxiliar del Perú, bus­co al enemigo, que reforzado con nuevas tropas le aguardaba or­gulloso en Salta. A La vista de sus Torres se dió la famosa batalla que lleva aquel nombre, en donde el Mayor General Tristán, dobló el cuello a la espada de Belgrano, después de un combate sangriento (Febrero 20 de 813) a quien por respeto a su calidad de Americano, como lo eran la mayor parte de sus oficiales y tropa, concedió los honores militares para rendir las armas, y el restituirse a sus hogares, a condición expresa, de no tomarlas du­rante La Guerra de Independencia, promesa que violaron tan pronto como reentraron en Perú por mandato de las autorida­des Españolas, que reputaban no obligatorios los pactos con aque­llos a quienes denominaban “Insurgentes”. Desde que fue cono­cido este acto de perfidia, la rivalidad quiso asestar sus tiros contra el General Belgrano, acusándole de “imprevisión”, reproche que juzgaba por solo el resultado, una política que prometía al vencedor las más alagüeñas esperanzas, según los datos en cuya po­sesión estaba, y que otros incidentes vinieron a malograr por entonces. En el desenlace de la porfiada lucha con la España, se ha conocido cuanto influjo produjo en los Peruanos tal gene­rosidad.

Mientras que el General Belgrano se aparejaba para penetrar al Alto Perú (hoy Bolivia), con su victorioso Ejército, en Buenos Aires, se celebraban sus triunfos con entusiasmo. El Ejecutivo presentó al Congreso, en gran ceremonia, las Banderas y Estan­dartes arrancados L enemigo que hoy adornan los Templos para su eterna gloria. La Soberanía Nacional declaró que el General Belgrano había merecido la gratitud de la Patria, y le decretó un premio de “cuarenta” mil pesos sobre el Tesoro, además de los honores acordados al Ejército. Empero este, con un despren­dimiento sin ejemplo, a pesar de su escasa fortuna, los adjudicó por entero al establecimiento de Escuelas de educación en las Ciu­dades de Tarija, Jujuy, y Santiago del Estero, que llevan su nom­bre. La Municipalidad también le ofreció un magnifico bastón, y dos riquísimas pistolas con los emblemas e inscripciones que real­zan su mérito. La autoridad del General Belgrano era tan marcada era todos sus actos, que jamás quiso emplear su influjo para me­jorar la condición de sus deudos. Así fue que, despojados de sus empleos dos de sus cuñados, en consecuencia de la Ley que exigía a los Españoles la Carta de Naturaleza pan continuarlos, se negó a los clamores de ambas hermanas, aunque bien conven­cido del carácter pacífico y honrado de sus esposos.

Al emprender su nueva Campaña Belgrano, vióse con cuanto anhelo recibían los Peruanos a sus libertadores auxiliares. El ene­migo abandonó la mayor parte de las Provincias, concentrándose en Oruro, mientras que el Ejército patriota disciplinaba nume­rosos cuadros para atacarlo. El orden y la conducta de los Vencedores, era admirable. Belgrano incansable, velaba personalmente en todos los detalles. Era el ídolo del Soldado, y el amor de los Pueblos. Aún el fanatismo respetó su persona, porque supo aco­modar las prácticas religiosas con el deber de la espada. Quizá antes de tiempo se vio precisado a arriesgar un combate. La impaciencia democrática ha malogrado muchas empresas. Ce­diendo a ellas, el General Belgrano buscó y atacó a los Realistas en la Pampa de Vilcapujio (Octubre 1º 813). Había éste ya aban­donado el campo de batalla, cuando un accidente inútil de re­ferir, arrancoles el laurel de la victoria que empezaban a reco­ger, después de la más sangrienta pelea. impertérrito Belgrano tomó á dar frente al enemigo a los “43” días, en los altos de Vilhuma, en donde, aunque se combatió con el mismo denuedo, la fortuna le volvió a ser adversa. El elogio de ambas acciones lo consignaron en sus partes oficiales los Jefes realistas. Siendo impo­sible ya el mantenerse en el Alto Perú, sin arriesgar los restos y el material del Ejército, que había de contribuir algún día a sacarle de extraña dominación, fue necesario evacuarlo, trayendo en pos de sí una numerosa emigración comprometida, y dejando organi­zados Cuerpos francos que hostilizasen al enemigo. Las gargantas del Perú se guarnecieron debidamente, y para remontarse el Ejército, se estableció el cuartel general en Tucumán. El Poder Ejecutivo, a solicitud de Belgrano, nombró un nuevo General en Jefe, baja cuyas órdenes, tuvo la modestia de ponerse a la Ca­beza de su Regimiento de Patricios, y presidir á su instrucción como un simple Coronel.

Al año siguiente (814) fue llamado a la Capital, y enviado á Inglaterra con carácter público, en consorcio de Rivadavia, de donde regresó en principios de 816. Esta misión diplomática le causó grandes y penosos sinsabores.

Aún no había descansado en su Patria, de la que casi siempre estuvo ausente, cuando el Directorio le nombró General de las fuerzas de Observasión en Santa Fé, que en aquella sazón eran atacadas por instigación del Caudillo Artigas, que en disidencia del Gobierno Central, despotizaba las Provincias, al otro lado del Paraná.

La repugnancia de Belgrano en tomar parte en la guerra civil, se templó con la esperanza de contribuir a un advenimien­to que cortase este escándalo, que tantos males aparejaba á la causa del orden, y para lo que iba ampliamente autorizado. Cuando se ocupaba de esto, un cambio en la Administración Nacional y un desaire á su persona, retiraron sus benéficos oficios.

Por este mismo tiempo se reunía en la Ciudad del Tucumán, el Segundo Congreso de las Provincias Unidas, que firmó el 9 de Julio la siempre inmortal Acta de la Independencia de España y de todo poder extranjero, llenando así, los votos de los buenos patriotas que por un sentimiento uniforme habían ya adoptado las armas y colores, que los diferenciaban de sus antiguos Señores. Aun antes de este paso Varonil, los Diputados sentían la urgencia con que el bien público pedía que el General Belgrano reasu­miese de nuevo el mando en Jefe del Ejército Auxiliar, á que el Directorio subscribió convencido de su importancia. Tomaba á su cargo esta responsabilidad, en circunstancias de que en el año anterior, había sido dehecho aquél en la desgraciada jornada de Sipe-Sipe dirigido por otro General. Empeñado Belgrano en co­rresponder, á tal muestra de estimación, puso en ejercicio su celo para remontarlo, mientras que su nombre inspiraba temores al enemigo, y alentaba á las “montoneras” que le hostilizaban en el mismo país que ocupaba. A favor de la disposición de los naturales, Belgrano destacando Jefes hábiles con fuerzas volantes, y proclamaciones enérgicas, obligaba a los realistas á no desmembrar sus tropas para operaciones en que estaban empeñados por Chile, y el Ecuador; y aún hizo circular la idea de que se trataba de establecer una Monarquía en los vástagos dispersos de los Incas. Esto tendía, evidentemente á propagar la deserción en las filas enemigas, cuya gran mayoría era compuesta de infelices Indígenas arrancados con violencia de sus hogares.

En el año 819 estaba ya el Ejército en aptitud de empreender la restauración del Perú, por su moral y disciplina, más el gen­io del mal había renovado la discordia intestina, y la Provincia de Santa Fé era el teatro de nuevos escándalos. Para reprimirlos, el Directorio, quizá indiscretamente, mandó bajar un Ejército que tenía que llenar una misión más elevada. Verdad es que él sirvió para sofocar, aunque momentáneamente, la rebelión administrativa, Belgrano, incapaz de plegarse á ninguno de los parti­dos políticos, era poco favorecido de ellos. Así fué que, al contra­marchar se detuvo en la Cruz Alta para esperar los auxilios que la Autoridad Suprema le tenía prometidos. El tiempo pasaba sin re­cibirlos, y tan beneméritos Soldados, se encontraban desnudos, impagos, y muchas veces, sin alimento. En vano los reclamaba con instancia, y aún despachó para apresurarlos, á su Mayor General. Los padecimientos del Ejército que Belgrano miraba con el cariño de Padre, debilitaron su físico, harto delicado ya con las penurias de una existencia tan agitada, hasta el punto de postrarle. Los facultativos, sus oficiales, y desde la Capital, su familia, sus amigos, le rogaron para que viniese a reparar su salud, antes de que el mal tomase mayor incremento. Todo fue en vano. Miraba Belgrano como una fé de su creencia política, el no apartarse de sus Soldados en la hora de la común amargura. Este es el más bello episodio de una vida tan pura. En tal estado de cosas, el Congreso, y el Poder Ejecutivo, fueron disueltos por el vértigo revolucionario que extendió su maléfico influjo hasta el mismo Ejército, dechado de tantas virtudes. Los principales Jefes conspiraron para apropiar­se las tropas y parques, bajo pretextos especiosos (año 820). Así quedaron rotos los vínculos de la subordinación militar, mientras que la República ofrecía los fragmentos de un cuerpo despedazado. El espectáculo de tamaños males agravó los que ya sufría el General Belgrano, física y moralmente. Prefirió en tal desventura, hacerse transportar a la Ciudad del Tucumán, que presenciar la hu­millación en que estaba sumida su Patria. Más allí mismo, lugar de su fama, le esperaban disgustos preparados por hombres que lleva­ron después al sepulcro, la execración de sus Compatriotas. En fuerza de ellos, se arrastró al seno de su familia casi moribundo, en donde a pesar de los esfuerzos del Arte, y de los cuidados afano­sos de sus deudos y amigos, expiró con la serenidad del Justo, el 20 de Junio en la casa paterna que lo vio nacer, á los 50 años de edad.

Así desapareció de entre los mortales, un nombre inmacula­do que es la admiración del Suelo Argentino, y el ornamento de la República por sus virtudes cívicas, por su moral severa, y por el desinterés más patriótico. De Belgrano no queda sino un Vástago ilustre, en una virgen educada en el seno de su familia, que lleva sus facciones y que tanto recomendó en su agonía. Sus restos fueron depositados, sin pompa, baja sencilla loza, en el atrio de la Iglesia más cercana á su morada. Allí reposan como en depósito sagrado, hasta que llegue el día en que la gratitud de su patria los coloque en el Panteón destinado para los grandes hombres. Desde su celestial descanso. mira con ternura la suerte desastrosa de la Ciudad - Cautiva, que gime bajo el peso de la más brutal tiranía, e interpone sus ruegos para que sus buenos hijos la saquen de la desolación en que está sumergida por tan largo tiempo; y éstos entonan en sus fervorosos anhelos, la estrofa con que lloró la muerte del héroe, el malogrado Poeta Don Juan Cruz Varela, a quien recientemente ha arrebatado también la Parca.

“¡Ven ó grande Belgrano!”

“¡Ven ó Sombra Sublime!”

“Del llanto nos redime”

“Del luto y del dolor”

Ofrecido a la Señorita Doña Manuela Belgrano como presente de familia, su afectísimo Primo, el Redactor.

I.Az. (Ignacio Alvarez)

Quiritón, Setiembre 12/1839. En la República Oriental del Uruguay.