Boca de fraile (1897) de José Feliú y Codina
ADMINISTRACION
LIRICO-DRAMATICA


BOCA DE FRAILE


PASO DE COMEDIA, EN PROSA


ORIGINAL DE
JOSÉ FELIU Y CODINA





MADRID
MAYOR, NÚM. 16, ENTRESUELO
1897

BOCA DE FRAILE

PASO DE COMEDIA, EN PROSA

ORIGINAL DE

JOSÉ FELIU Y CODINA

Estrenado en el TEATRO ESPAÑOL, de Madrid, la noche del 9 de Abril
de 1897, en la función á beneficio del primer actor Don Fernando
Díaz de Mendoza





MADRID
R. Velasco, impresor. Marqués de Santa Ana, 20
Teléfono número 551



1897

REPARTO

PERSONAJES ACTORES

PAULINA Sra. Guerrero.

ISABEL Revilla.

ARCADIO Sr. Díaz de Mendoza.

FELIPE Carsí.

ESCENA, DEL DÍA.

Derecha é izquierda las del actor ACTO ÚNICO' Sala comedor de un hotel en el campo. Vestíbulo al fondo, con per- sianas, y más al fondo camino y paisaje. A cada lado de la puerta del centro, que da al vestíbulo, una ventana con rejas y persia- nas. Puertas laterales.

ESCENA PRIMERA

PAULINA, bordando; ISABEL, dormitando

Paul. Tía... ¡Tía!

Isab. ¿Eh?... ¿Qué quieres?

Paul. ¿Descabezaba usted otro sueñecito?

Isab. A alguna hora he de dormir. Las noches me las paso en claro...

Paul. ¿Todavía dura eso?

Isab. ¡Anda!... Y lo que te rondaré.

Paul. Pues hay que curar ese insomnio.

Isab. No, si no es insomnio; es miedo. Te ha dado la ocurrencia de venir á veranear al de- sierto...

Paul. A media legua está el pueblo.

Isab. ¡Sí! La kabila de Mazuza.

Paul. Un Ayuntamiento con seis concejales.

Isab. Y ningún alguacil.

Paul. ¿Qué falta hace, ni quién se ha de acordar de este rincón del planeta para venir á ro- barnos?

Isab. No, que la tentación es floja. Dos mujeres solas, y viudas, para mejor adobo. ¡Si esta- mos diciendo, comedmel

Paul. Solas, no. ¿Y el criado?

611658 Isab. Ese echaría á correr en cuanto se presentase el primer enmascarado.

Paul. ¡Ay! No me hable usted de enmascarados. Si supiera usted que las máscaras tienen la culpa de que nos veamos aquí...

Isab. Volvámonos á nuestra calle del Almirante, tan vigiladita y tan acompañada.

Paul. Precisamente de eso he huido; de compañías y de vigilancia.

Isab. ¿"De veras?

Paul. Sí, señora; ¿no lo ha echado usted de ver? He huido del mundo; he venido á ocul- tarme.

Isab. ¡Ave María Parísima!... Pues ¿que has he- cho tú?

Paul. Una muy gorda, tía.

Isab. ¡Jesús! ¿Y cuál?

Paul. Una calaverada, un pecado muy verde. En este Carnaval pasado...

Isab. ¿Te disfrazaste?...

Paul. Sí, señora.

Isab. ¿Y fuiste á algún baile?

Paul. Pero, ¡á qué baile!

Isab. ¡Dios mío!

Paul. ¡A la Alhambra, al baile de las modistas, donde dan premio al mejor capuchón, y al mejor mantón y al tango mejor bailado!

Isab. ¿Cómo te atreviste?...

Paul. La picara curiosidad. Yo, que en todo el año no doy una puntada, en tal noche me sentí modista. ¡Figuróseme que aquello ha- bía de ser tan alegre y tan pintoresco!

Isab. Y tan escabroso.

Paul. Sí, señora; y tanto mayor motivo. Conque le dije á la doncella: «Anda, ponte un domi- nó.» Y nos fuimos.

Isab. ¡El Señor nos acuda! ¿Y qué te sucedió allí?

Paui,. Lo primerito que me sucedió fué que hice una conquista.

Isab. ¡Qué atrocidad!

Paul. En el mismísimo guardarropa.

Isab. ¿Y quién sería el conquistado?

Paul. Ya sabe usted; para una modista, un sastre. Pero un sastre que iba de incógnito.

Isab. Sin las tijeras.

Paul. Y disfrazado de clown.

Isab . ¿Guapo, á lo menos?

Paul. Con tres tupés así... puntiagudos, que se le encrespaban sobre la peluca, y el rostro em- badurnado de carmín y azul... ¡cualquiera sacaba en limpio si era guapo ó feo!... Pero muy impetuoso. ¡Qué desesperación de amor la que le entró al pobre! — Mascarita, yo estoy loco!... — ¡Mascarita, yo voy á perderme! — ¡Mascarita, tú no harás más sombreros, ó más vestidos... ó lo que hagas!... Quería elevarme á señorita.

Isab. O á pantalonera.

Paul. ¡Y qué mano, y qué pie, y qué talle!... Hasta el antifaz, que era de los grandotes, muy feo y muy chato, le parecía adorable.

Isab. 'Y te ríes!

Paul. Ahora, á distancia, sí. Como que aquello tenía muchísima gracia.

Isab. Mas tú no te descubriste. Paul. Tentaciones me dieron; como estaba el clown tan empeñado en que yo había de ser muy bonita... Pues la verdad... para que viese que no se equivocaba.

Isab. ¡Ah, vanidosa!

Paul. Vanidosa... y mártir, porque al cabo no me descubrí.

Isab. Buena la habrías hecho mostrándote en aquel sitio cuando aun no habías concluido tu luto de viuda.

Paul. ¡Qué horror!

Isab. ¡Si lo averiguan los parientes y los amigos!...

Paul. Cuando vi que la persecución de aquel hombre se hacía más furiosa, me entró un miedo terrible de verme comprometida. Aprovechando un momento en que él se distrajo para comprarme flores, eché á co- rrer desalada, remolcando á mi doncella. Yo no sabía por donde andaba. Me metí en el restaurant... ¡qué se yo!... tropiezo con un camarero, que traía una gran bandeja de platos, copas, botellas y... ¡patatús! ¡todo al santo suelo! .. una cena de veinte cubiertos... ó más. no sé, todo un festín. (Riéndose á car- cajadas.)

Isab. ¡Santa Bárbara bendita!

Paul. Bien hubo por qué invocar á la patrona de la Artillería, pues empezó una de caño- nazos...

Isab. Claro; con el estropicio.

Paul. ¡Quiá! Treinta duros de platos rotos. Aquello no valió nada. El trueno gordo fué el que me armó una señora... en rama, de las que allí estaban aguardando la cena malograda.

Isab. Alguna chula.

Paul. De las que riegan con la mano abierta y barren con el soplo. La cena le había caído encima, dejándole perdido un pañolón de Manila riquísimo. ¡Ay, qué voces!... [Y y qué mímica!. . ¡Que el pañolón le costaba tres mil reales! ¡Que quería sus tres mil reales!... ¡Que iba á arrancarme la careta!... Y luego habría seguido arrancando. Conque... más muerta que viva, me dirigí al cafetero, le prometí pagarlo todo, y dejé en garantía una prenda... vamos, una prenda que me compromete.

Isab. ¿Cuál?

Paul. Eso no se lo digo.

Isab. Pero al día siguiente, ¿no rescataste la prenda?

Paul. Al día siguiente mandé á la doncella con el dinero. La prenda había volado. Que inme- diatamente después que yo salí, se acercó al mostrador una persona y pagó todo el daño.

Isab. ¡Una persona!

Pail. El clown.

Isab. ¿Y pagó los tres mil reales? Entonces no era un sastre.

Paul. ¿Por qué no? Podía ser el del Campillo, que tiene fama de dadivoso.

Isab. ¿Y recogió la prenda?

Paul. Pues ese es el apuro mío. El se la guardó, creyendo sin duda que con ella adquiría el talismán para dar conmigo. Y ahí tiene us- ted mi situación. Existe un hombre, un desconocido, tan desconocido para mí como si todavía anduviera vestido clown, que con toda seguridad me busca, me persigue... que irá pidiendo informes, enseñando mi alhaja, refiriendo mi aventura, pregonando que soy una desenvuelta, y que en lugar de quedarme en casita rezando por el alma de mi marido, me voy á la Alhambra á rom- per platos y manchar pañolones. Y cons- tantemente sobresaltada: ¡Si será ese rubio! ¡Si será ese moreno! No había para mí en Madrid una hora de sosiego: para mí el mundo estaba lleno de clowns y de sastres- vivía corrida, sobresaltada, temiendo que a cada instante se descubriese la locura que cometí, y ahí tiene usté por qué apelé á la fuga y me vine á este sitio á hacer peni- tencia.

Isab. ¡Ay, qué cabecita! Y quiera Dios que aquí no tengamos el otro disgusto.

Paul. Ese, no. Vaya y disponga que nos den de almorzar, pues con lo que madrugamos aquí, el hambre también madruga.

Isab. Voy allá; pero no abras la puerta.

Paul. Si es que me estoy ahogando.

Isab. No te fies; mira que nos roban, (vase por la izquierda.)

ESCENA II

PAULINA, luego FELIPE

Paul. ¡Ay!... Lo temible aquí no son los ladrones. ¿Qué más quisiera yo? La casa asaltada, gri- tos, emociones... un drama. Lo temible es esto: que no sucede nada, y una se aburre. ¡Qué fastidio!... ¡Y qué calor! Yo no me que- do encerrada. ¡Felipe!

-FEL. [Por la izquierda, con mandil y un plumero.) ¿Lla- ma la señora?

Paul. Sí, abra usted esas ventanas, la puerta, todo, de par en par.

Fel. En seguida. (Abre las persianas del vestíbulo y las ventanas.)

Paul. ¡Jesús! Así: que entre el fresco. Fel. No es mucho el que corre.

Paul. Y que extienda una la vista. Está bien. Vá- yase usted. (Vase Felipe, Paulina se sienta en una mecedora, abanicándose y meciéndose.)

ESCENA III

PAULINA, ARCADIO.— Aparece este último por el fondo, con som- brero de paja, cesto y caña de pescar; marcha por el camino que pasa por delante de la puerta del fondo, y al hallarse frente á esa puerta se detiene y enciende un fósforo para aplicarlo al cigarrillo; el viento le apaga el fósforo y repito la acción cuatro ó cinco- veces.

Arc. (Tirando y encendiendo fósforos.) Y van ocho... Y van nueve... Pues señor... (sube los peldaños del vestíbulo y entra en él como huyendo del aire; sigue encendiendo y apagándosele fósforos.) Y van diez... Once... Nada, que no hay manera.

Paul. (volviendo la cabeza.) ¿Quién?... ¿Qué es eso?

Arc. No... que estoy encendiendo el pitillo... Us- ted perdone. A los pies de usted. (Sigue encen- diendo y tirando fósforos.) Vamos, que sopla un airecito guasón. (A Paulina, que continúa mirán- dole.) Usted me permite que pase algo más adentro (Por un gesto de ella.) Eso no se niega, señora... Muchas gracias. Es usted muy ama- ble. (Entra en la sala y se arrima á un rincón, donde prosigue el mismo juego.)

Paul. (Riendo.) ¡Me gusta!... Muy buenos días.

Arc. Ya he saludado, señora; he dicho á los pies de usted. (Trasládase á otro ángulo.) Vamos, im- posible. ¡Si en esta casa todos son huecos!... Dos ventanas, una puerta, otras dos puer- tas... y todo de par en par. ¿Quién salva aquí un fósforo? Si mandara usted cerrar... Yo ce- rraré, (cierra una de las ventanas.)

Paul. Eso es; no sea usted corto.

Arc. Media hora llevo con el cigarrillo en los la- bios. Ya ve usted qué castigo. Yo no vivo si no fumo. Es mi única debilidad. ¡Adiós!

Paul. Usted lo pase bien.

Arc. No, si no me voy todavía. Decía, ¡adiós!... Paul. ¿Por otro golpe de aire?

ARC. (Mostrando la caja de fósforos vacía.) No es de aire, es de fortuna. Que estoy arruinado, que me quedé en la miseria. Se me acabaron los fósforos.

Paul. Naturalmente; está usted despilfarrando.

Arc. Ni uno.

Paul. Pero descuide, que como los haya en alguna parte, no se quedará usted sin ellos.

Arc. Usted, por ejemplo, me hará un bien de ca- ridad.

Paul. Sí, señor; ahora será usted socorrido. (Alzando la voz.) ¡Felipe!

Arc. ¿Qué Felipe es ese?

Paul. El criado.

Arc. ¡Ah, su criado de usted!... ¡Pues acude de prisa! (Llamando.) ¡Felipe!

Paul. No sea usted impaciente. ¿Trae usted prisa?

Arc. Voy á pescar.

Paul. ¿Es usted pescador?

Arc. De anguilas. No crea usted que de nada más. Pescador de charco.

Paul. Pues parece usted de río revuelto.

Arc. No, señora; mi caña es inofensiva. ¡Pero Fe- lipe no viene! Llame usted á otro. ¿No tiene usted más que un criado?

Paul. Los que me da la gana.

Arc. No importa, no importa. Para aguardar, un pescador. (Se sienta.)

Paul. Eso; siéntese y calle, porque ha de saber us- ted que ya empieza á marearme.

Arc. Bien, me callo... acerca de Felipe, pues de otras cosas supongo que me es lícito hablar. De lo contrario, ¿qué diría usted de mí? Es- tar en visita y con la boca cerrada... No, se- ñora; no se figure usted que soy tan soso.

Paul. Lo que es eso...

Arc. No, no me falta conversación. ¿De qué ha- blaremos... mientras viene Felipe?

Paul. A ver qué se le ocurre á usted...

Arc. ¿Del tiempo?... ¡Qué vulgaridad!... ¡Ya sé!... ¿Conque es usted vecina mía?

Paul. Si vive usted ahí cerca...

Arc. Muy cerca... á media hora escasa. Paul. Siendo así, ¡qué remedio me queda!

Arc. De modo que me reconoce como un amigo, yo á usted como una amiga...

Paul. Que ni sabe quién es usted, ni de dónde ha salido, ni qué viento le trae.

Arc. El viento, sí; ese que apaga los fósforos. Pero tiene usted dos mil razones. (Levantándose) Arcadio Mondízar Solán, servidor humildísimo... mi profesión, corredor.

Paul. Sí; ya he visto lo que usted corre.

Arc. No; si ahora estoy parado. Solamente ejerzo en invierno. Cuando llega el calor...

Paul. Para usted los pies y suelta la lengua.

Arc. Y tiendo la caña, (Con arranque.) En fin, ¿quiere usted indicarme dónde está la fosforera? Iré yo mismo.

Paul. (Seria.) Haga el favor de continuar aguardando.

Arc. ¡Quieto!

Paul. Hasta aquí he sufrido la chanza; pero si usted se excede...

Arc. Ya me tiene usted atortelado.

Paul. Es que saldrá el Cristo.

Arc. No, señora, no... basta que salga Felipe.

Paul. (Llamando.) ¡Felipe!

ESCENA IV

DICHOS. FELIPE, todavía con el mandil

Fel. ¿Llamaba la señora?

Arc. ¡Sí, hombre, sí! Te llama hace dos horas. Que me des un fósforo. (Felipe saca una caja, enciende un fósforo y le ofrece á Arcadio; éste, sin hacerle caso, le toma la caja.) ¿A ver? (Mirando los dibujos de la caja y mostrándoselos á Paulina.) ¿Usted cree que estas mujeres existen?

Paul. ¡Jesús! ¿que sé yo?

Arc. Jamás me he encontrado con ninguna.

Paul. ¡Ay, qué suerte para ellas!

Arc. (a Felipe.) Bien; déjame la caja. Toma la vacía; para la colección. (Enciende un fósforo y lo arrrima al cigarro.) ¡Esta es más negra! Paul. ¿Más negra todavía?

Arc. (Tirando el cigarrillo.) Se ha roto el papel... Claro; con tanto revolverlo. (Registrándose.) Y me vengo sin vituallas; ni tabaco, ni papel... (Felipe se marcha escamado.) Gracias á que su esposo de usted...

Paul. Soy viuda.

Arc. ¿Ha muerto su esposo? Entonces no fuma. Pero habrá fumado.

Paul. Eso, ya lo creo.

Arc. Pues á ver que tal lo gastaba, (Viendo que ella no se da por entendida.) ¿No conserva usted su herencia?

Paul. Sí, señor; pero no tengo estanco.

Arc. Sin embargo, ¿no me ha dado usted un fósfero? ¿de qué me sirve á mi el fósforo? ¿qué enciendo yo con ese fósforo?... Está usted comprometida.

Paul. (Después de una pausa.) Pues señor... me coge usted de vena....

Arc. ¿Llamo á Felipe?

Paul. No; si la caja ha de estar ahí, en el chinero. Ahí debió quedar. Voy á obsequiarle, porque yo también soy así, algo lunática.

Arc. Parece que sí.

Paul. Es usted un grosero.

Arc ¡Perdón!

Paul. Bueno; sí, señor. Soy lunática, y me divierten los tipos.

Arc. ¡Qué suerte la mía!... Porque... ¿ve usted? yo lo sé... á mi me consta que soy un tipo.

Paul. (Dándole un manojito de llaves.) Abra usted ese chinero.

Arc. Con mil amores; usted dispone de mí como guste. (Abre el aparador y saca una caja de tabacos.) Sí, señora; aquí está la caja. ¡Sopla! «Flor de Henry Clay.» Un padre nuestro por el difunto. Era todo un fumador.

Paul. ¿Qué se había usted figurado?

Arc. Cosa selecta. ¿Cuántos tomo?

Paul. ¡Uno! y vuelva usted á guardarlos.

Arc. ¡Para toda una mañana de pescar un solo cigarro! No tiene usted caridad, señora. Considere usté que me pilla muy lejos de mi casa. Página:Boca de fraile (1897).djvu/14 Página:Boca de fraile (1897).djvu/15 - 16 —

Arc. Como vine cuesta abajo...

Paul. ¡Dios nos coja confesados! Deje usted eso. Pues si empezaba con galanteos ¡me caía la casa á cuestas! (Viendo á Felipe que sale con el servicio.) Celebre mi bautizo, y á pescar.

Fel. No sé si lo traigo todo.

ARC. (Bajo a Felipe.) ¡Granuja! (Bebe, y Felipe vuelve á- marcharse con el servicio.) Gracias; me ha dado usted la vida. Y ahora sí que me voy. Que se conserve usted tan buena... y tan viuda.

Paul. Y usted tan expeditivo.

ARC. A los pies de usted. (Vase po rel fondo.)

Paul. ¡Gracias á Dios! (Vase por la derecha.)

ESCENA VI

ARCADÍO. Vuelve á entrar después de una pausa

Está el sol repartiendo cuchilladas por ahí fuera. ¿Quién se atreve á bajar por el ram- blazo? Aquí me quedo hasta que se aplaque el calor. ¡Pescar!... ¿No vale más que procu- re la pesca de ese pececillo dorado que bulle y colea en este dulce remanso? Será mi duo- décima pasión... y puede que mi duodécimo fracaso, pero ¡qué diantre! Yo me atrevo, porque... me gusta, me embelesa... ya estoy loco por ella.

ESCENA VII

DICHO, ISABEL

ÍSAB. (Por la izquierda, con una canastilla de costura que deja caer asustada.) ¡Jesús, Dios mío!

Arc. Señora... No hay por qué se asuste.

Isab. ¡La que me temía! ¡Ya están aquí!

Arc. Tranquilícese.

Isab. ¿Quién es usted?

Arc. ¿No lo está viendo? Soy una visita.

Isab. ¡Una visita con cesto! ¡Vayase usted!

Arc. ¡Por Dios!

Isab. ¡Socorro!... ¡Vayase usted! [Socorro! — 17 —

ESCENA VIII

DICHOS, PAULINA

Paul. ¿Qué es eso, tía? ¡Qué voces!

Isab. Mírale... ¿No te lo predije?

Paul. (Riendo á carcajadas al ver á Arcadio.) ¡Ja, já, já! ¡Usted aquí todavía!

Arc. ¡Todavía, todavía! Poco á poco. Cuando dije que me marchaba, me marché. Sólo que he vuelto.

Isab. ¿Le conocías?

Arc. ¿No me oyó usted que soy de la casa?

Isab. (A Paulina.) No te fíes.

Arc. Al pronto me tomó por un rata.

Isab. Así... primero.

Arc. Ni el primero, ni el segundo, ni el tercero. La señora puede responder por mí. Yo no quito nada de nadie.

Paul. Eso es verdad; lo pide todo.

Arc. ¡Pobre tía!

Paul. ¿Qué?...

Arc Tía... de usted. ¡Pobre tía... de usted, qué susto ha llevado!

Paul. Si usted no se hubiese metido por segunda vez donde no hacía falta...

Arc. Yo no hacía falta, pero á mi me la hacía muy grande el librarme de ese sol de mise- ricordia que abrasa y liquida. De aquí al río, ya ve usted qué trecho, y de aquí á mi casa tres horitas... Paul. ¿Su casa de usted tiene ruedas? Porque se va alejando. Arc. He creído que no me negaría usted hospita- lidad hasta que el calor amaine, (Siéntanse.) Dígale usted á la tía que se acerque, que se le pase el miedo. (Saca la petaca y enciende un puro.)

Paul. ¿Vuelta á fumar?

Arc ¡Oh! Soy fumador sempiterno.

Paul. ¡Ay, qué vicios!

Arc. Este es barato.

2 Paul. Sobre todo para usted. (Pausa.)

Arc. (Mirando el reloj.) Las doce y media.

Paul. Sí; ya sabemos.

Arc. ¿Ustedes comen á la española?

Paul. No, señor; á la francesa.

Arc. Pues entonces, ya es hora de almorzar.

Isab. Van á poner la mesa (a Paulina.) No me gus- ta... este hombre no me gusta.

Arc. ¿Y almuerzan ustedes sólitas?

Paul. Sólitas, y tan ricamente.

Arc. Hoy tienen ustedes algo al gratín.

Paul. ¿También ha entrado usted en la cocina?

Arc. No, señora; pero lo huelo. Y estará rico, yo se lo aseguro á usted. Le da á uno así... cierta dentera.

Isab. (Bajo á Paulina.) ¡No le invites! (Vase por la iz- quierda.)

Paul. No hay cuidado.

Arc. Como uno está con el chocolate.,, á estas al- turas. (Mirando el reloj.) Porque es la una me- nos cuarto.

Paul. Francamente; ¿usted tiene el propósito?...

Arc. ¿De qué?

Paul. ¿De hacerse convidar?

Arc. ¡ Ah!... ¿Yo cómo había de desairarla á usted?

Paul. No llegará el caso, porque yo estoy resuelta á no convidarle.

Arc. Eso es muy duro.

Paul. Usted se cree en tierra de moros.

Arc. Usted, ¿por qué me ofrece su casa?

Paul. Usted, ¿por qué la acepta? Aprenda á ser prudente y comedido.

Arc. Me clavó usted el dardo en mitad del pecho.

Paul. Pues que usted se mejore.

Arc. Y es justo, lo reconozco. Yo no debí llegar tan allá.

Paul. Vamos, no llore usted ahora.

Arc. No lloro, porque un hombre llorando se pone muy feo, y desciende y cae en el ridículo; pero me conduelo, me acuso, me estoy po- niendo interiormente como un trapo. ¿Quie- re usted que rece el Yo pecador, que cante la palidonia mientras ustedes almuerzan? |La cantaré! - 19 -

Paul. No me gusta comer con música.

Arc. Es que...

Paul. Tampoco es para tanta desesperación.

Arc. ¡Ahí ¿No? De suerte que ya me invita usted.

Paul. Eso no... eso no... eso no.

Arc. ¿Usted cree que me induce la golosina del gratín?

Paul. Entonces... ¿qué?

Arc El corazón... el alma... la simpatía...

Paul. ¡Ay, ay, ay! ¡Qué mal vamos.

Arc Esos ojos, esa boca, esa gracia...

Paul. ¿Quiere usted que le diga una cosa en ca- ridad?

Arc ¿Cuál?

Paul. No vaya usted á enamorarse, porque no le querré á usted.

Arc. Pues, ¿quiere usted que le diga otra cosa?

Paul. Veamos.

Arc. No me dé usted consejos, porque llegan tarde.

ESCENA IX

DICHOS, ISABEL y FELIPE, ambos por la izquierda

Isab. (a Paulina.) ¿Almuerza?

Paul. ¡Qué ha de almorzar!

Isab. ¿Qué aguarda, pues?

Paul. Ahí le tengo contrito y manso.

Isab. De modo que es...

Paul. Un pobre muchacho.

Fel. (Que ha estado poniendo la mesa.) ¿Para el Señor un cubierto?

Arc. No.

Fel. ¿Dos?

Arc. ¡Truhán! No estoy convidado.

Fel. La Señora está Servida. (Paulina é Isabel se sien- tan á almorzar. Felipe les sirve.)

Arc. Yo me retiro...

Paul. ¡Que se retira usted!

Arc. ¡Ya lo creo! Estoy hambriento, señora. ¿Quie- re usted que me imponga el suplicio?...

Paul. Pues ahora se sienta usted. — 20 -

Arc. También es despotismo. (Sentándose á un gosto imperioso de Paulina.)

Paul. Y se queda usted á darme conversación, á amenizarme el almuerzo. ¡No faltaba más! Conque me está usted mareando toda la mañana, y en el punto en que comienza á divertirme... porque ahora es cuando empie- za usted á divertirme...

Arc. Sí; cuando empiezo á padecer.

Paul. Ahora me dejaría usted á media miel. ¡No, señor! Ahí clavado. Se cambian los papeles, y ahora soy yo la que ordeno y mando. Ha- ble usted, díganos usted cosas.

Isab. Labia, no le falta.

Paul. ¿No come usted, tía?

Isab. (Bajo á Paulina.) ¡Que he de comer con este hombre delante! No me llega la camisa al cuerpo.

Arc. ¿No tiene usted hambre?

Isab. No, señor.

Arc. ¡Quién pudiera decir lo mismo! (a Paulina.) Se trata usted bien. Buena cocinera tiene usted.

Paul. No sabe usted cómo la mimo. De ese modo si algún día tengo convidados...

Arc. ¡Ah! ¿Los tiene usted alguna vez?

Paul. De tarde en tarde.

Arc. ¿Aquí, en el campo?

Paul. Aquí vivo aislada.

Arc. Pues era donde mejor la convenían.

Paul. (Viéndole sacar la petaca.) ¿A fumar otra vez?

Arc. Para engañar el apetito.

Paul. (cogiéndole la petaca.) ¡Traiga usted esa petaca!

Arc. Pero hija mía...

Paul. (Dando la petaca á Felipe.) Toma, Felipe; para que fumes.

Fel. Dios se lo aumente, señorito.

Arc. Esta es una penitenciaría. No importa; écheme usted hierros. Soy su esclavo.

Paul. Pues sufra y aguante.

Arc ¡Sigue usted divirtiéndose! Pues hay que poner fin á las chanzas y es preciso que ha bienios muy formalmente.

Paul. ¿Formalmente con usted? — 21 —

Isab. Te va á pedir las llaves.

Arc. Sí, señora, muy formalmente, porque yo ya deliro, yo ya estoy loco, yo ya me pierdo. Tiraníceme usted, mortifíqueme usted, im- póngame el tormento del potro y el del plo- mo derretido; todo lo sufro, porque usted es mi dueña y señora, y yo solo vivo para que usted me maltrate ó me acaricie, me conde- ne ó me redima, pero algo... algo que la com prometa conmigo, algo que me dé derechos, algo...

Paul. Algo que es imposible. La cosa tendría que ver. Sería este el caso del fraile con el car- pintero. Maestro, ¿tiene usted un listoncito así de largo, nada más que así?... Y ahora, ¿tendría usted otro listón un poquito más largo? Pues ahora, un clavo. Y en seguida, présteme usted el martillo. Y luego, si me diera ahí un golpecito para juntar los dos maderos. ¡Padre pedigüeño, haber empeza- do por decir que quería usted una cruz! Este mismo sería el cuento de usted. Ha entrado pidiéndome un fósforo, y concluiría por pe- dirme la mano. Hijo mío, haber pedido la cruz desde el principio.

Arc. La cruz es lo que pido, ¡la cruz! Cláveme usted en ella; y áteme primeramente al pi- lar, únzame, engáncheme, lo que usted quie- ra: aquí están mis manos aguardando las esposas, tómelas usted, yo se las ofrezco.

Isab. (Dando un grito.) ¡Ay!... ¡Ay, Dios mío!

Paul. ¿Qué le pasa, tía?...

Isab. ¡Es lo que te he dicho!... Ya no hoy duda... Mira, tiene tu sortija de novia...

Paul. ¡El!... ¡Es verdad!... (Asustada, arrimándose á Isa- bel.) ¡Ay, tía, tía!...

Arc. (Mostrando la sortija que tiene puesta.) ¿Esta Sor- tija es de usted?

Paul. Sí, señor. Arc. Entonces, el asunto es más grave. Venga usted acá; tengo que interrogarla.

Paul. (Aturdida.) ¿Qué?... ¡No piense usted nada malo!

Arc. Al revés; ¡si lo que estoy pensando es muy - 22 - bueno! ¿Dónde estuvo usted el Domingo de Quincuagésima?

Paul. Pregunte usted claro.

Arc. El Domingo de Carnaval.

Paul. Y usted, ¿dónde estuvo?

Arc. ¿Qué se le había á usted perdido en el baile de las modistas?

Paul. (Confusa.) Perdido, nada.

Arc. Pues yo me encontré en él esta alhaja, que rescaté. Me debe usted tres mil y pico de reales: un mantón y una vajilla.

Paul. ¡Es usted el clown!

Isab. ¡Es usted el sastre!

Arc. Ni sastre, ni clown. Un triste mortal soy, que ya se ha enamorado de usted dos veces: una á través del antifaz y otra á cara descu- bierta.

Paul. Devuélvame usted la sortija. Yo le satis- faré...

Arc. No posee usted rentas bastantes.

Paul. Y habrá usted ido mostrándola...

Arc. No, señora; no la ha visto nadie, ó por me- jor decir, la ha visto todo el mundo, pero nadie la ha reconocido. He recorrido todo Madrid, las iglesias, los teatros, los paseos, siempre con este garbanzo brillando al sol, á ver de dónde salía un grito, á ver dónde se desmayaba una mujer... ¡Nada! Hasta que por fin, en estas soledades campestres, doy con la que debiera gritar y caer desma- yada, y esa no suelta un grito ni se desma- ya. Gracias á su tía, que se muere de mie- do. Mucho podría este anillo, este anillo mágico, misterioso y denunciador.

Paul. ¡No me pierda usted!

Arc. (Dándole ei anillo.) ¡Tómelo, señora! Usted me conocía como clown y como fraile; para que me conozca ahora como Quijote.

Paul. Es usted un caballero.

Arc. Y ahora que estoy sin armas, acepte usted mi amor pacíficamente.

Paul. Por de pronto vaya usted acercando su casa, que se había ido muy lejos.

Arc ¿Y luego? — 23 —

Paul. Ello dirá.

Arc. No vacile usted más. ¡Si yo la convengo á us- ted, si convengo á su tía! Para usted seré un buen esposo, y para ella un buen sereno.

Pául. ¿Qué le parece á usted, tía"?

Isab. Sí, hija, sí; un hombre en casa es de mucho provecho.

Paul. (A Arcadio.) Pues siéntese usted á almorzar.

Arc. ¡Oh, gracias! (Dando voces.) ¡Felipe! ¡Otro cu- bierto! (Felipe acude precipitadamente con un cu- bierto que ya tenía dispuesto y que coloca sobre la mesa.)

FIN