Blancos, Blancos
Quemaron vivo a un hombre.
¿Dónde?
En la nación modelo, en la tierra de la libertad, en el hogar de los bravos, en el pedazo de suelo que todavía no sale la sombre proyectada por la horca de John Brown; en los Estados Unidos, en un pueblo de Texas, llamado Rock Springs.
¿Cuándo?
Hoy en el año décimo del siglo. En la época de los aeroplanos y los dirigibles, de la telegrafía inalámbrica, de las maravillosas rotativas, de los congresos de paz, de las sociedades humanitarias y animalitarias.
¿Quiénes?
Una multitud de hombres blancos, para usar del nombre que ellos gustan; hombres blancos, blancos, blancos.
Quienes quemaron vivo a ese hombre no fueron las hordas de caníbales, no fueron negros del Africa Ecuatorial, no fueron salvajes de Malasia, no fueron inquisidores españoles, no fueron apaches ni pieles rojas, ni abisinios, no fueron bárbaros escitas, ni trogloditas, ni analfabetos desnudos habitantes de la selva; fueron descendientes de Washington, de Lincoln, de Franklin, fue una muahedumbre bien vestida, educada, orgullosa de sus virtudes, civilizada; fueron ciudadanos y hombres blancos de los Estados Unidos.
Progreso, civilización, cultura, humanitarismo. Mentiras hechas pavezas sobre los huesos calcinados de Antonio Rodríguez. Fantasías muertas de asfixia en el humo pestilente de la hoguera de Rock Springs.
Hay escuelas en cada pueblo y en cada ranchería de Texas; por esas escuelas pasaron cuando niños los hombres de la multitud linchadora, en ellas se moldeó su intelecto; de ahí salieron para acercar tizones a la carne de un hombre vivo y decir días después del atentado, que han hecho bien, que han obrado justicieramente.
Escuelas que educan a los hombres para lanzarlos más allá de donde están las fieras.
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 12 del 19 de Noviembre de 1910. Los Angeles, California.