Biografías aragonesas. Don Ponciano Ponzano
Cuéntase entre los más preclaros artistas que á España ha dado el renacimiento de las artes y las letras en el presente siglo, al hijo de Zaragoza don Ponciano Ponzano, afamado escultor, amigo y discípulo de los insignes Thorwaldsen, Alvarez y Tenerani.
En el año de 1813 nació Ponzano en la ciudad de los héroes y los mártires. Decidióse tan temprano en él la afición artística, que á la edad en que otros andan en los estudios intelectuales más rudimentarios, él trabajaba ya bajo la dirección del pintor D. Narciso Lalana, catedrático de la Academia de San Luis, y del escultor en madera don Tomás Llovet, maestros ámbos sin condiciones para obtener brillantes discípulos.
Llovet era un constructor de imágenes y retablos, ni más ni ménos; Lalana era un pintor mediano, aleccionado en la escuela pseudoclásica y sin alientos propios para desligarse de sus embarazosas cuanto mezquinas trabazones. Recibiendo lecciones de estos vulgares artistas se hallaba Ponzano, cuando en 1827 llegó á Zaragoza el célebre escultor D. José Alvarez con motivo del proyectado monumento de Pignatelli,—que por fin se levantó muchos años después.
Vió Alvarez los trabajos del muchacho, comprendió todo el valer de su aptitud y resolvió ponerle en camino que le condujese á los destinos que sin duda le eran reservados. Consiguió de la provincia una pensión de seis reales diarios para el jóven Ponzano, y un año después le llevó consigo á Madrid el hijo de Alvarez, llamado también José y también artista distinguido.
En seguida empezó Ponzano á recibir las fructuosísimas lecciones de Alvarez, y es muy de notar que este á nadie las habia otorgado nunca exceptuando á su hijo y al escultor Bover. Excelentes fueron las enseñanzas de Alvarez, pero breves, porque murió el mismo año de 1828. A pesar de esta escasez, todo el gusto artístico del alumno se derivó de este corto pero sustancioso endoctrinamiento, según hace observar en su notable estudio biográfico sobre Ponzano—que nos sirve de mucho para el presente—el distinguido escritor y docto académico D. Francisco Maria Tubino.
«Sintió el niño en su alma—dice éste—el fuego de una inspiración novísima y generosa, y copiando primero vasos italo-griegos y etruscos, y luego hojeando los cuadernos de Flaxman ó recreándose en los magníficos dibujos del antiguo y en los vaciadas que llenaban el estudio de Alvarez, comenzó la educación del gusto, dirigido bajo aquella nueva disciplina, hacia el blanco de la verdadera belleza. Constante en el trabajo, no se interrumpía sino en los momentos precisos para el descanso.»
Corriendo el año de 1830 Ponzano ingresó en las aulas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo sus maestros Barba y Salvatierra. Aquel mismo año se celebró el concurso público para las pensiones de Roma, y el jóven aragonés, de diez y siete años á la sazón, ganó la segunda de las dos pensiones de escultura con el boceto de un asunto histórico de la infancia de Alfonso XI . El primer puesto fué para D. Sabino Medina. Los demás pensionados eran Aníbal Alvarez—hijo del protector de Ponzano—y Manuel de Mena, para la arquitectura, y Benito Saez y Cesáreo Gariot, por la pintura.
El importe de las pensiones, á cargo de la Obra pía española, regida entónces por la Administración papal, era tan exiguo que no pasaba de nueve duros mensuales la suma que obtenía cada pensionado. Pronto hubieran dejado estos el campo, si el Sumo Pontífice no hubiese dispuesto que se les diera la cantidad de veintisiete duros todos los meses.
Gracias á esta especial protección, entró Ponzano en las escuelas de Bellas Artes sostenidas por el Tesoro Pontificio, donde daban lecciones los ilustres Thorwaldsen y Tenerani. Allí copió notablemente, bajo la inspección de estos dos genios, el Endimion del Capitolio, ántes que terminase el primer año de pensión. A la par acudía él artista aragonés al estudio de Horacio Vernet, dibujando bajo la dirección de este célebre pintor de asuntos militares.
Luego concibió Ponzano otra obra de más empeño. Antes de realizarla consultó su plan con Tenerani primero y con Torwaldsen después, y gallando más conformes con las ideas propias lo consejos de este segundo de ambos maestros, en seguida llevó á cabo su proyecto y salió de su hábil cincel el bajo relieve representando la muerte de Diómedes, rey de Micenas, á los golpes de la clava de Hércules. Hizo Ponzano este trabajo en el mismo tallar donde el francés David había pintado su célebre lienzo de Horacios y Curiados; durante su ejecución ayudóle Thorwaldsen con sus advertencias, y aun llegó á modelar el gran escultor danés los dos caballos del bajo-relieve, singular muestra de aprecio honrosísima para nuestro paisano.
El bajo-relieve fué enviado á Madrid y logró grandes elogios, acrecentándose estos y la nombradla de Ponzano con el notabilísimo grupo de Ulises y Euridea, presentada en la Exposición de Bellas Artes de 1838. El mérito del artista zaragozano, ya por todos reconocido, le valió el ingreso en la Real Academia de San Fernando al año siguiente.
En el de 1840 concluyó el hermoso grupo que representa una escena del Diluvio, y es rico ornamento de los salones de la Embajada española en Roma.—Cuando empezó Ponzano este trabajo proponíase representar en él una escena mitológica, el paso de Juno con un jóven por un rio. Hubo de verlo el Conde de Toreno, protector de las artes, tan generoso como inteligente, y dijo al escultor cuán fácilmente podría cambiarse el carácter pagano de la obra por un asunto cristiano, cual una escena del Diluvio Universal. Gustóle á Ponzano la observación y la aceptó para realizarla; el Conde ordenó que se satisficiese al artista, miéntras la ejecucion del grupo, la cantidad de veinte reales diarios para la mesa y cuantas sumas además le hicieran falta, pero Ponzano se negó á aceptar estas cantidades; ahorró las necesarias para costear los gastos de su trabajo, y solo cuando este estuvo concluido aceptó del Conde de Toreno la pecuniaria remuneración, que fué por cierto tan espléndida como merecida.
En aquel mismo año de 1840 pasó Ponzano á Madrid y contrajo matrimonio con D.ª Juana Mur, jóven de airoso porte y atractiva hermosura, á cuya madre—viuda del escultor toledano Mur—debía el aragonés apreciables testimonios de bondad y simpatía. Volvió á Roma después de este casamiento y en aquella ciudad insigne, emporio de las artes, siguió trabajando y acreciendo la fama que gozaba.
Labró, entre otras obras, por aquel entónces el busto del Duque de Gor, exhibido en la Exposición de Madrid de 1844; y muy luego se le adjudicó—mediante concurso y por la suma de medio millón de reales—la obra del frontón del Congreso de los Diputados, cuyos preciosos trabajos ocuparon á Ponzano durante once años.
Restituido á España y fijada su habitual residencia en la coronada villa, dió nuestro paisano muestras constantes de su ejemplar laboriosidad y de su acendrado talento artístico.—Muchas fueron las obras que de sus manos salieron. Citaremos como las primeras que llevó á cabo el mausoleo del marqués de Gaviria, en la Sacramental de San Isidro; un grupo representando La Piedad, un Descendimiento, un Altar gótico, los trabajos escultóricos del Paraninfo de la Universidad central, y el mausoleo del general Enna, que está en la capilla de Santa Ana del templo de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza. Por cierto que este mausoleo dió lugar á una curiosa y tenaz competencia entre la familia de aquel general y el Cabildo de esta santa iglesia. La estátua de Enna hállase, como es sabido, en dicho monumento de pié y en actitud de hollar con altanero ademán los despojos del vencido. El Cabildo sostenía—con muy buen acuerdo, á nuestro entender,—que siguiendo una práctica constante y racional, en todos los monumentos fúnebres cristianos las estátuas de los difuntos son ó bien yacentes, ó bien colocadas de rodillas y en actitud de orar, por ser en gran modo impropio que dentro de la casa del Señor se eleven estátuas glorificando á otros séres que no sean Dios ó sus Santos. Oponíase, por lo tanto, el Cabildo á la erección del mausoleo en la forma determinada por la familia del general Enna de acuerdo con el escultor; la familia aludida no cedió á los deseos del Cabildo metropolitano, y la controversia fué grande y ruidosa, pero al fin venció en ella la parte seglar con harto detrimento da las usanzas eclesiásticas.
Construyó Ponzano varios relieves: uno para el sepulcro del Cardenal Catalán en el Colegio de Irlandeses de Roma; los que adornan el de la Infanta Carlota en el Escorial, con más cuatro figuras de tamaño natural; el del frontón de la iglesia de San Jerónimo del Paso y el colocado en el muro de la casa donde vivió Lope de Vega.
Hizo los siguientes bustos: de Lope de Vega, para el teatro de este nombre en Valladolid; de D. Federico de Madrazo; del tribuno D. Joaquín María López; de la Reina Cristina; de Fernando VII; de Isabel II; del esposo de esta D. Francisco de Asís; de D. José de Madrazo; del Marqués de San Gregorio; de la Duquesa de Montpensier; de don Eugenio de Ochoa; del Marqués de Falces; de los Condes de Quinto; del Dr. Castelló; de D. Martin de los Heros y del Dr. D. Vicente Lera.
Labró dos estátuas de Isabel II , una de ellas para el Ayuntamiento de Manila; las de D. Mariano Lagasca, botánico famoso; de una hija de los Duques de Montpensier, para su mausoleo; de la Libertad, en el monumento dedicado á Arguelles, Calatrava y Mendizábal, en el cementerio de San Nicolás, de Madrid; y del marino Barcáiztegui, última obra que dejó acabada.
Además de ser notabilísimo escultor, era Ponzano dibujante de mucho mérito y hombre de grande instrucción, singularmente en materias artísticas y estudios clásicos. Atestiguan lo primero el afán con que en Roma se buscaban,y pagaban sus dibujos, cuando se introdujo la moda de los albums, y la colección—entre otros trabajos de igual índole—de copias de esculturas clásicas que hizo para el Museo Español de Antigüedades del editor Dorregaray. Prueban lo segundo los excelentes trabajos críticos y eruditos sobre escultura helénica que dejó manuscritos y que, según se dijo días después de su muerte, la Real Academia de San Fernando se propone adquirir y publicar, tanto para mayor honra de Ponzano como para aprovechamiento y solaz de las gentes estudiosas. ¡Quiera Dios que esta idea loable y beneficiosa no quede en proyecto como tantas otras!
Acabó la vida laboriosa de D. Ponciano Ponzano en Madrid á 15 de Setiembre de 1877.
Era este preclaro varón de carácter firme y tenaz—como suelen ser casi todos los hijos de esta tierna,—de genio afable, pero de tímida condición; más atento á estudiar su arte que á obtener de él lucro y ventajas, siendo en esto tan extremado que, á pesar de sus muchos y notables trabajos, murió pobre y sin más ganancias que las de su corto sueldo como profesor de la Escuela especial de Pintura y Escultura. Su aspecto físico no revelaba el génio del artista: su estatura mediana, su marcada obesidad, su fisonomía abultada y bonachona, su bigote y sotabarba, junto á su sencillez en el vestido y su reposada calma en los ademanes, hacíanle parecer, más bien que un discípulo sobresaliente de Praxiteles y Fidias, un modesto juez de partido ó un tendero bien acomodado.
Era, de todas suertes, un honrado aragonés y un excelente artista. ¡Ojalá sea imperecedera su memoria en la tierra que le vió nacer!
- ↑ (1) En el semanario madrileño La Academia, se ha publicado poco tiempo hace un muy notable trabajo postumo del Sr. D. Jerónimo Borao, titulado Ponzano y su familia. A él remitimos la atención de quien quiera recrearse con una multitud de curiosísimas noticias.