Beneficencia en España 2

​El Museo Universal​ (1869)
Beneficencia en España 2


BENEFICENCIA. ALGO ACERCA DE SU HISTORIA EN ESPAÑA.


Mientras se abolían antiguas leyes, cuya escesiva dureza era incompatible con la mansedumbre de la religión nueva, se hicieron oirás mas conformes con la santidad de su doctrina. El derecho de asilo, respetado por Leovigildo en su hijo; esa incomparable! facultad de la Iglesia, al cubrir con su gracia al que delinque, y pidiendo á Dios, en nombre de Jesucristo, su dulce indulgencia para la pequenez y fragilidad de los hombres, y que no caiga sobre ellos lodo el peso de la justicia, fue una de l is mas bellas conquistas de la idea . redentora; habiéndose llegado, en este camino de caridad, á establecer el principio de que si hubiese de haber misericordia en la imposición de las penas, se tuviera con los pobres. Tan humanitarias eran las leves civiles como las de la Iglesia, porque eran unos mismos sus autores. Ellos contribuyeron á emancipar á la familia humana, librándola del yugo de un sólo pueblo que tanto la corrompiera, y elevándola con nuevos sentimientos de dignidad. Ellos fomentaron la consideración hacia el I sexo débil, juntamente con el sentimiento de la libertad individual, depurando las costumbres y ere indo intereses conciladores. V de tal modo se arraigó en nuestro suelo la civilización goda, que pasaron íntegras sus tendencias benéficas á la monarquía asturiana, en donde los restos de su estenso poder encontraron refugio contra las falanges indomables del islamismo, conservando los caracteres y afinidades de individuos de una misma familia. Amalgamáronse en Asturias todos los elementos de la futura prosperidad de España, y no fue por cierto de los menores el de h beneficencia. Digno lugar ocupaba entre la religión, las costumbres, la tradición y fas leyes venerandas de la patria; y es mucha lástima que, por consecuencia del estado tristísimo á que se vieron reducidos los heroicos compañeros de don Pelayo, y algunos de sus sucesores, no nos queden apenas memorias ó datos para justificar las fundadas conjeturas en que dicha opinión se apoya, hasta el reinado de don Alfonso el Casto. Esle monarca notable, al propio tiempo que fundaba basílicas en la capital de su reducido reino, dispuso en ella la construcción de un hospital, bajo el patronato de San Nicolás; edificio de que no ha quedado vestigio alguno. Algo más pudo hacer por la beneficencia su sucesor don Alfonso el Magno; quien, al erigir en la misma ciudad el hospital de San Juan, levantaba, orillas del rio Trubia, un monasterio, con la advocación de San Adrián y Santa Natalia, destinado principalmente á la hospitalidad de pobres y peregrinos, durante el año 800: en lo cual se echa de ver cómo los reyes asturianos proseguían en la senda benéfica de los godos, puesto que los monasterios fundados por estos últimos, tenían antes que todo el carácter hospitalario, designándose con los nombres de «hospederos» y «enfermeros» respectivamente, á los monjes encargados del hospedaje de los caminantes y del cuidado de los enfermos. Refiere Carballo, con presencia de escrituras y demás documentos originales, que el reino asturiano llegó á poseer mas de ciento de aquellos monasterios. ¡Asombroso progreso de la beneficencia! Parecía desarrollarse en las almas españolas este sentimiento generoso con tanto vigor y lozanía como el de su sania independencia, y que cada paso hácia su libertad lo era igualmente al ideal de la beneficencia. Formábanse hermandades y otras asociaciones con objeto de amparar á los peregrinos contra los malhechores, y hacerles accesibles los malos caminos, con toda clase de medios auxiliares, pues las comunicaciones eran dificilísimas en aquella época. No era necesario que la caridad fuese con frecuencia una obligación tan estricta como positiva, impuesta en la institución de feudos y mayorazgos á los que en su disfrute debían sucederles (I). «Los prelados como las comunidades monacales, la nobleza como el estado llano ; cada cual en la esfera de sus résped ivas posibilidades; todos se mostraban á porfía dadivosos y benéficos ; todos, con fé pura y desinteresada, sacrificaban una parte de sus fortunas en aras de la indigencia.» Trasladado á León el principal asiento de la monarquía goda, á consecuencia de la muerte de Alfonso el Magno, su hijo Ordoño que reunió á la de Galicia la corona de aquel reino, en sucesión á su hermano don García, mereciendo el dictado de piadosísimo, no podía menos de secundar de un modo, que el tal dictado acredita, las disposiciones benéficas del autor de sus días. A medida que los moros iban abandonando el terreno á los cristianos, que inmediatamente le ocupaban, las leyes, costumbres y fundaciones de estos últimos quedaban en él arraigadas en breves dias, obrándose una trasformacion completa en el aspecto de las nuevas poblaciones. Siguieron creciendo las instituciones piadosas. El obispo don Pelayo fundó en León el hospital de San Lázaro, y años después se levantó el de San Márcos, cuyo segundo instituto fue el de recibir canónigos agustinos, sin perder su carácter piadoso. Dedúcese de lo anteriormente espuesto que el carácter de la beneficencia venia siendo patriarcal, pues el hospedaje y la limosna, en que el sentimiento humano concurre con el divino, ó de otro modo, la naturaleza con la religión, con la reverencia de nuestros antepasados en aquellos siglos de hierro, bien pueden darla esa hermosa fisonomía. Tal vez aquella sociedad, que empezaba la gigantesca lucha de los ocho siglos, había adivinado en la beneficencia ¡uno de sus auxiliares mas poderosos; batí; Aries Miranda, reseña histórica de !n fíncCi cncia l'spi Hola. ; bia visto en las glorias humildes de la caridad los j estímulos mas eficaces para la gloria de arrojar de nnes'tro suelo á los enemigos implacables de la fé cristiana y á los verdugos de la patria. Sólo la Providencia podia inspirar entonces á aquellos fervorosos monarcas y á aquel pueblo esforzado que, como á padres queridos, los obedecía, i ¡Dios sabe lo que hubiera sido de España, sin el espíritu benéfico que la animaba, sin su moralidad protunda! Completamente la hubieran absorbido los árabes; tal vez para siempre; y hoy serian muy diferentes los deslinos del mundo, como muy distinta su civilización. Pero dejemos estas reflexiones y otras muchas que sugiere á la mente el vigor de aquellas sociedades y el carácter patriarcal de su beneficencia, y continuemos rápidamente nuestra escursion histórica. Siguieron en Castilla como en Asturias y en León los progresos de la caridad. El conde Garci-Fernandez donó al convento de San Pedro de Cardeña el hospital de Samerel, el Cid Campeador, al fundar en PalenI cia el hospital de San Lázaro, estableció la hermandad de la Caridad para enterrar á los pobres, y el conde Peranzures levantó el hospital de la Esguéva de Valladolid. Mas adelante don Alfonso VIII, mientr ;s se preparaba al memorable acontecimiento de las Navas de Tolosa, hacia construir en Burgos el hospital del Rey, sin rival entonces, y aun hoy admirado por las riquezas con que se le doló, no menos que por la circunstancia de haberlo puesto al cargo inmediati de señoras de Caridad, ó dueñas, bajo la dirección de la abadesa de las Huelgas: dato interesantísimo para la historia de nuestras hermanas de la Caridad. Otro hospital fundó don Alfonso tras de los muros de Cuenca, luego que esta ciudad fue tomada por sus armas victoriosas, encargando de él á la órden de Santiago, con las rentas necesarias á su sostenimiento. No llama tanto la atención, á nuestro modo de ver, un número tan considerable de fundaciones benéficas, como ciertas circunstancias que en ellas concurrían v. gr. la de que muchos de los fundadores ó patronos habitasen en los mismos establecimientos, con objeto de vigilarlos personalmente y cuidar á los enfermos del modo mejor. No es de estrañar tampoco el prodigioso número de las fundaciones, si se tiene en cuenta que en ellas competían los cabildos con los reyes y los señores y que por todas partes crecían, á medida que avanzaba la obra de la restauración de la patria. Apenas había una aldea en donde no se alzase un establecimiento piadoso, ni ciudad donde no se erigiesen varios, al tremolar en ellas el estandarte de la Cruz: de tal modo que llegaron á redundar en perjuicio de los pueblos, pues tenían que aislar al procomunal las acumulaciones continuas de bienes con destino á la beneficencia. La estancación de riqueza que esto ocasionaba y la perpetuidad de muchas donaciones, dieron lugar á quejas y reclamaciones de los pueblos, ya direclamente encaminadas á los monarcas, ya por medio de los procuradores á Córtes: quejas y reclamaciones que se multiplicaban, al ver que el número de los indigentes crecía siempre, sin duda por la abundancia de los socorros. Según unos datos que tenemos por seguros, sólo la ciudad de Sevilla llegó á contar en su recinto, durante sus buenos tiempos, cien hospitales, Salamanca treinta y seis y Toledo veinte y tres; no incluyendo sus numerosas cofradías, cuyo objeto era la caridad. A poco mas, hubiese habido un asilo para cada enfermo, como había un consuelo para cada desdicha, y un remedio para cada mal. Magnífico cuadro fuera el de, una estadística exacla de aquella beneficencia, á contar con todos los medios necesarios para formarla. Mas, aunque carecemos de los datos indispensables, bástanos la perspectiva lejana del cuadro para comprender su espléndida magnitud, para asombrarnos al piadoso aspecto de unas sociedades, á quienes no pocos han calificado de bárbaras y sediciosas. Existe una ley en el código inmortal de las Partidas, que, después de indicar las diversas maneras con que los reyes deben mostrar afecto á los pueblos, dice lo siguiente: «é deben otrosí mandar facer hospitales en las villas dó se acojan los ornes que non hayan ayacer en las calles por mengiia de posada: é deben facer alberguerías en los lugares yermos que entendieren que sera menester, porque hayan las gentes dó se alberguen seguramente con sus cosas assi que no se las puedan los malhechores furtar ni toller.» Al llegar aquí ya es mas clara y mucho mas conocida la historia de la beneficencia, y pueden examinarse sus instituciones, desde un punto de partida mas filosófico. Tócanos hablar de la lepra, antes de ir directamente á nuestro objeto. Esa enfermedad cruel, cuyos horrores, encerrados en los paralelos, no podían hallar remedio en la humanidad, ni daban lugar á la compasión; ese azote inmundo, conocido con el nombre de mal de San Lázaro; encontró también la esperanza de su alivio en el maternal corazón de España: esperanza realizada no pocas veces por los milagros de la religión; pues como dice un ilustre escritor, solamente la religión es capaz de imitar, sustituir y esceder á la misma naturaleza; y cuando los miserables leprosos eran abandonados con horroroso espanto por sus padres, hijos y esposas, la religión impulsaba a los estraños á encerrarse con ellos, con ese heroísmo, con esa abnegación que hemos calificado de milagrosa, por no hallar términos bastante espresivos de su valor. Y hay que tener en cuenta, para apreciarle, que si la ley de Moisés ordenaba la espulsion de tales desgraciados del sitio en que acampasen los hijos de Israel, y que se les echase á morir á donde pudieren, el fanatismo fue mucho mas allá todavía, considerando á la lepra como un castigo del cíelo, á causa de algún pecado cometido por las victimas del contagio. Se abandonaba á eslas en los campos yermos y en los muladares ó piscinas, sin volver el rostro para mirarlas. La religión, con las órdenes de San Lázaro y de San Antonio, acudió á buscarlas á esos lugares inmundos y á procurarles asilos, de los otros hombres apartados. No era necesario que la miseria fuese á llamar á las puertas de la humanidad, para que la humanidad, conducida p ir la religión, fuese en socorro de la miseria. Parecía que la caridad consagraba todos sus desvelos al pueblo español, siguiendo paso á paso el camino de sus desdichas, con ánimo de que ni una sola careciese de sus consuelos. No hacia solamente hospitales, conventos, lazaretos y hospederías, sino casas de dementes, de maternidad, hospicios, asilos para ciegos y para incurables; sin descansar nunca en la aplicación pródiga de sus dones. Buscaba dotes para doncellas pobres y recogimientos para viudas; trabajo y enseñanza para ios menestrales; ropas y alimentos para los presos y socorros domiciliarios para los menesterosos vergonzantes.

(Se continuará.)

Luciano García del Real.