Beneficencia en España
Los afectos elevados que la idea cristiana depura, producen bienes sin cuento. Los hombres están llenos de necesidades, pero no todos en condición de satisfacerlas. El que pueda endulzar la amargura de un corazón doliente, debe derramar en él todo el bálsamo del consuelo: ese hombre será un Dios en la tierra. Ya Vives ha dicho: «No ignoró la antigüedad que es cosa divina el hacer bien.» La beneficencia, esa hermosísima manifestación de la caridad; ese sentimiento innato en el hombre que á otro hombre le atrae con el aliciente irresistible de la piedad, aun en contra de sí mismo; ese destello del cielo; ese inmenso tesoro de ternura que nuestro corazón abriga, es inagotable y fecundo como la bondad.infinita. Ninguno desconoce que por excelentes que sean los cimientos constitutivos de un estado, por inmejorable que aparezca su organización, por muy .justas y sabias que sean sus leyes para equilibrar las fortunas y las facultades de producirlas, siempre y por donde quiera se ha de encontrar la desigualdad Je recursos y de posición, en todo y por todo. ¿A dónde nos encaminaremos, sin tropezar con ricos y con pobres? ¿En dónde se fijará nuestra vista, sin hallar opulencia ó miseria, placeres y penas? Es una ley en el órden moral, como lo es en el físico, la variedad de formas, la desigualdad de caractéres y de objetos Esto parece estraordinario, pero bien lo comprende la razón, tanto más cuanto la historia nos lo enseña como un hecho universal, y común á todos los pueblos. Lo que únicamente algunos consiguieron, merced á una legislación previsora, fue cauterizar varias de las innumerables heridas por donde brota la pobreza. España pertenece a estos pueblos privilegiados. España es grande, generosa y nobilísima. El español se ha distinguido siempre por todo aquello en que el sentimiento impera, ayudado por la imaginación. Vuestra beneficencia seria el modelo de las del mundo entero, si á nuestro genio caritativo se hubiese unido el espíritu de asociación de los ingleses. Sin embargo, una cosa es la filantropía y otra cosa es la caridad. El inglés lo mismo socorre al miserable por el vicio que al miserable por la virtud. El español sabe distinguir entre la verdadera desgracia y la necesidad impudente; y si á veces se equivoca, no persiste á sabiendas en su equivocación. Hay en nuestras costumbres un fondo de moralidad que consuela, y, como ha recordado un ilustre escritor estranjero, esta preciosa circunstancia algún dia quizás habrá de devolvernos el brillante puesto que hemos ocupado en el mundo. Hemos sido muy reacios en admitir innovaciones de otros países, confundiendo lastimosamente las útiles con las perjudiciales; mas, por último, en pocos años hemos recorrido espacios considerables en el camino de la civilización, conservando empero, cual preciadas reliquias, los restos gloriosos de venerandas instituciones. Al llegar á este punto, penetramos en el terreno que me había propuesto esplorar, en la historia de la beneficencia en España. Preciso es que empecemos por la época de la dominación romana," pues son tan escasos é inexactos los datos que la remota antigüedad nos suministra, que no pueden servirnos de base en una exploración como la presente. Gozó España en tiempo de los romanos de aquella forzosa tranquilidad que da al vencido la imponente superioridad del vencedor. Logró calma, pero no felicidad.
Obedeciendo á las leyes impuestas por el pueblo-rey, la sociedad, el trato continuo y la intimidad de relaciones entre países diferentes, pero unidos por la dependencia política de siglos, dieron á nuestros antepasados el mismo lenguaje é iguales usos é inclinaciones que á los guerreros de su soberbia dominadora, la cual, muy principalmente dirigía sus esfuerzos titánicos á absorber en su nacionalidad propia á cuantas nacionalidades caían bajo su planta, haciendo guerra incansable á las leyes y costumbres que hallaba establecidas y consagradas, y logrando casi siempre su objeto. Por lo tanto, entonces la beneficencia en España fue la beneficencia del paganismo: hospitalidad pasiva, en que mucho influía la pública conveniencia; miras interesadas antes que sentimientos caritativos; emociones tan pasajeras como infructíferas, sin esperanza en el premio ni fe en el valor: tal era, en general, el aspecto de aquella beneficencia. El orgullo, la vanidad y el egoísmo por do quiera ejercían un imperio absoluto, porque la luz del Evangelio no había penetrado aun en las conciencias; porque las creencias de aquellas generaciones no estaban vivificadas por la religión del Crucificado. No se habia escrito la palabra caridad ni en los códigos de la ley ni en los códigos del sentimiento. Una de las leyes de las Doce Tablas preveía el caso de que el llamado á juicio en el Tribunal, estuviese enfermo; y, sin apiadarse de él, dispuso que se le diese ó no litera por quien lo hubiera citado, según lo tuviese por conveniente. También disponían que el acreedor pudiera encerrar en su casa y cargar de cadenas al deudor; y si fueren muchos los acreedores, ! que pudiesen hacer pedazos al deudor: ley cuya rigorosa dureza, que algunos quisieron atenuar, fue confirmada por la interpretación de Tertuliano. Poco se dulcificó posteriormente la famosa legislación romana, y la beneficencia se refugiaba en el patronato y la clientela, con alguna de las ventajas de nuestros modernos socorros domiciliarios. Siendo, por regla general, en las antiguas nacionalidades, muy preferido el ciudadano al hombre; en el imperio romano, en la España romana, era el Estado el dispensador de la beneficencia.
Oportuno fuera que nos detuviésemos á examinar detenidamente cada uña de las disposiciones legislativas del pueblo-rey, respecto al importantísimo asunto de que nos ocupamos, si no temiéramos salimos de los límites marcados á una publicación de este género. No debemos decir mas que algunas palabras significativas de ideas que insignes escritores pueden presentar con un brillo y elevación, á donde nuestro humilde esfuerzo no alcanza. El verdadero espíritu de caridad nació en España con el cristianismo, por mas que sea incierta la época y circunstancias en que se oyó en ella la palabra de vida. En esta parte tiene la historia muchas lagunas y nos falta luz para examinar los hechos de un modo suficiente. Cuando ya son conocidos es cuando ostensiblemente se presenta la caridad, bajo las innumerables y variadas formas de la moral evangélica. La caridad que los libros santos recomiendan, influyen sobre toda la humanidad, y al socorrer al misero á quien acosa el hambre, no se olvida del que devora sus penas en el silencio, ni del desamparado, ni de la viuda, ni de ninguno de los que, fluctuando en las hondas amarguras de la existencia, vénse precisados á acudir á la miseridordia de sus semejante», invocando el nombre de hermanos.
I
Habiendo manifestado ya lo que hemos creído más esencial acerca de la beneficencia de la España romana, tócanos ahora decir algo brevemente de otras épocas no menos notables. Bien se patentizan durante los reinados godos las ideas fecundas y consoladoras sembradas por el cristianismo. En las leyes de aquellos á quienes desdeñosamente llamaban bárbaros los vencidos romanos, échanse de ver de una manera indudable las huellas de la caridad; en sus concilios preside, con mayor ó menor manifestación, el espíritu del Evangelio; en las pocas obras que, de las numerosas de sus escritores nos restan, á causa de la invasión de los árabes, campean las ideas piadosas con frecuencia. Nadie duda que levantaron hospitales en donde quiera que se fijo el culto cristiano. [1]
Eran los godos en un principio gentes toscas y groseras; pero asi que se acostumbraron á la sociedad de los españoles, y gozando los beneficios de una paz duradera, fueron haciéndose amigos é imitadores de la cordial franqueza de su trato. Las distinciones civiles desaparecieron entre conquistadores y conquistados, y el gran Recaredo, abjurando la heregía de Arrio, entró en la Iglesia católica, con todo su pueblo unido. Hubo en las dos razas una verdadera fusión de intereses, lo mismo que de sentimientos; haciéndose protectores de los pobres los varones mas eminentes, y mereciendo el rey Sisenando el nombre de padre de los pobres. No obstante, en el Fuero Juzgo se conservan las terribles instituciones de la esclavitud y el tormento, aunque atenuadas, la primera por la protección de la Iglesia y la segunda por los requisitos que la hacen casi imposible, segtin aquel código. La iniciativa individual se une á la de la Iglesia, fundando San Isidoro un seminario célebre y Masona el hospital de Mérida, como puede verse en el «Ensayo histórico» que antes citamos. Por esta época se establecieron en nuestra patria los monges de la regla de San Benito, cuyos monasterios servían de hospedaje á los caminantes, al propio tiempo que daban enseñanza á la niñez y pan a la pobreza. Habia además en el tribunal eclesiástico de los godos el privilegio importante de conocer jurídicamente en aquellos casos en que una autoridad civil ó judicial hubiese dictado sentencias en perjuicio de pobres. Quedaba á la piadosa discreción del obispo la enmienda de estos fallos. La beneficencia, pues, con el doble carácter eclesiástico y civil, ocupaba un lugar preeminente. Consúltese la edición del código visigodo, ilustrada por don Joaquín Francisco Pacheco, y se verá hasta qué punto gozaba la beneficencia de aquel doble carácter, y qué armonía se observaba en sus espresiones. Imposible parece que tan pronta y fecundamente germinaran las ideas benéficas, dada la barbarie que aun dominaba en gran parte de la sociedad española.
(Se continuará.)
Luciano García del Real.
- ↑ Cávela. Ensayo histórico sobre los géneros de arquitectura.