Banderas antiguas tristes
de victoria un tiempo amadas,
tremolando están al viento,
y lloran aunque no hablan.
Sonaban las roncas voces
de las destempladas cajas,
y los pífanos soberbios
calles y plazas arrancan.
Estábase el Cid Campeador
humilde y manso en la cama,
y sujeto á la inclemencia
de la vengativa Parca.
Hizo traer las reliquias
de las victorias pasadas
y mandó que le trujesen
sus compañeras espadas.
Y desque fueron traídas
levantábase en la cama;
tomándolas en sus manos
les dijo aquestas palabras:
—Colada y Tizona mía
no colada, mas calada
por mil contrarios arneses,
y por mil contrarias armas
¿cómo os hallaréis sin mí?
¿á quién os dejaré en guarda
que no manche vuestro honor
pues que tan fácil se mancha?
Y luégo en diciendo aquesto
mandó que á Babieca traigan
que quiere verle primero
que comience su jornada.
Entró el caballo más manso
que una corderilla mansa;
abriendo los anchos ojos
como si sintiera, calla.
—Ya me parto, caro amigo,
quien os gobierna, ya falta;
quisiera pagaros bien;
pero recibid por paga
que con los fechos que he fecho
será inmortal vuestra fama.
Y no diciendo más que eso
la muerte tira una jara.