Baladas españolas/Los baños de la Padilla
A los moriscos jardines,
que don Pedro de Castilla
sembró en rosas y jazmines,
bajaba al anochecer
doña María Padilla,
regia Venus del placer.
Fue aquel tigre carnicero,
que en sangre empapó sus huellas,
sólo en el amar sincero;
y ella a fe lo merecía,
que era bella entre las bellas,
la bella doña María.
Templo en el jardín umbroso
alzaron los dos amantes
al placer voluptuoso:
arabesco gineceo,
donde licores fragantes
entibiaban su deseo.
Hoy a la puesta del sol,
cuando el celeste confín
se colora de arrebol,
dos esqueletos estraños
fugitivos del jardín
se refugian en los baños.
Y zumban por las arcadas
húmedas, tristes y frías,
histéricas carcajadas,
lúgubres y helados besos,
caricias de amor sombrías
como el crugir de los huesos.
Al ronco son de las gotas
del cristalino raudal
que salta entre piedras rotas
del arabesco cimiento,
aquel amor sepulcral
parece un remordimiento.
Con su mano cadavérica
revolviendo el musgo frío,
y en voz gutural, histérica
murmura una sombra así:
-«aquí en tus brazos, bien mío,
»¡cuántos sueños yo dormí!»
En la pared carcomida
una celda mal tapiada
y del tiempo denegrida,
hace a otra sombra esclamar:
-«aquí la reina encerrada
»nos vio mil veces bañar.»
Y nuevas risas sonaron
destempladas, estridentes,
y de la celda apartaron
ambas su faz mustia y seca,
chocando de horror sus dientes
que el eco espantoso ahueca.
-«¿Acuérdaste, prenda mía,
(murmura la más osada)
»de lo que nos dijo un día?»
-«¡Yo no lo olvido jamás!»
(Y estremecieron la arcada
dos suspiros a compás;
Y murmuraron las dos
con acento sobrehumano):
-«Don Pedro, permita Dios
»que el cielo te lo demande,
»y que te mate tu hermano
»que es la desdicha más grande.
»Tú a la reina de Castilla
»haces, infame, testigo
»del baño de la Padilla...
»¡ojalá en sangre te bañes,
»y para mayor castigo
»al infierno la acompañes!»
Un silencio sepulcral
reina en el triste recinto,
y el cristalino raudal
que corre por las arcadas
en sangre parece tinto
a las sombras aterradas.
Al fin la más valerosa
poniendo al silencio dique,
dijo con voz dolorosa:
-»¡Ay! me salpicó la frente
»la sangre de don Fadrique
»cuando le mató Juan Diente.
»Y en sangre para mi daño
»desde el augurio cruel
»a todas horas me baño;
»y bajo el puñal impío
»en la noche de Montiel
»caí... de un hermano mío.»
-Juntas también nuestras dos
»almas, se vieron un día
»en la presencia de Dios...»
-«Amarte fue mi delito...
»¡Maldita seas, María!
»¡Maldito, Pedro, maldito!
Y tornan las carcajadas
a retumbar sordas, lentas,
por las moriscas arcadas;
y en el vecino jardín
avecillas soñolientas
cantan un himno sin fin.
De verlos desparecer
a punto la aurora brilla;
hasta que otro anochecer
los traiga desde el infierno
al baño de la Padilla,
que es su purgatorio eterno.