Baladas españolas/La misma conciencia acusa


A D. Luis de Eguilaz


Misterios del alma son.
MORETO.


A pasos agigantados,
leyendo ansioso un papel,
Moreto cruza por el
Pradillo de los ahorcados

Alma viviente ninguna
viene el silencio a turbar:
solo el que acaban de ahorcar
cuelga a la luz de la luna.

La triste visión la inquieta,
y reza un credo, que al fin
es el buen don Agustín
hombre y cristiano y poeta

Aun doblada la rodilla
siente de la yerba el roce,
cuando sonaron las doce
en el reló de la villa.

En sobresalto cruel
Moreto se levantó,
y en torno a mirar volvió,
y a repasar el papel.

«Si el sitio no os pone miedo,
»quien esto escribe, os espera
»hoy a media noche, fuera
»de la puerta de Toledo.

«Otro mejor no elegí,
»porque asegura la gente,
»que vos y yo, solamente
»podemos vernos allí.»

Poniendo mano a la espada,
mano fría y temblorosa,
don Agustín dijo: -«¿es cosa
»de burlas? ¡no está firmada!

«¿Quién me sacó de la villa
»a este maldito lugar?
-»Aquí maté a Baltasar
»Elisio de Medinilla.»

Esto al decir, asomaba
en su tez color de plomo,
y su mano sobre el pomo
con lúgubre son temblaba.

En vano el embozo cubre
su faz, que el dolor reviste
de palidez honda y triste,
como la vid en Octubre.

Con máscara engañadora,
cubrir el dolor secreto,
es doble dolor, Moreto;
más en secreto se llora.

Presta la luz a la pena
consuelo, aunque baladí;
quien llora dentro de sí
con su llanto se envenena.

Los ojos tiende adelante
casi cegados de miedo,
y ve en el espacio un dedo
que le señala constante.

Vuelve a otros lados la cara,
y ve en uno y otro lado
que se movía el ahorcado
sin que nadie le tocara.

Y una campana en la villa
dobla a muerto sin cesar:
-¡Aquí murió Baltasar
Elisio de Medinilla!

De hinojos, y la cabeza
sobre el pecho doblegada,
pega a la cruz de su espada
los labios, suspira y reza.

Mas cuando a mirar se atreve,
que un punto domina al miedo,
siempre le señala el dedo,
siempre el ahorcado se mueve.

Así le halló la mañana
en actitud silenciosa,
su faz mucho más rugosa,
su cabellera más cana.

Los ojos clava en aquel
papel, que oprime su mano,
y grita: -¡Dios soberano!...
(estaba en blanco el papel).